Balances

Después de casi un año sin entrar mucho en este blog, empecé a escribir y logré hilvanar un par de frondosos párrafos acerca de las razones por las que he decidido volver a hacerlo. Pero después pensé en lo absurdo y redundante que resulta dar explicaciones que nadie pidió. Hace tiempo que deseo intervenir desde un espacio más sólido e íntimo que la vorágine fugaz e improvisada de la redes sociales. Nada más que eso, tampoco creo que le importe demasiado a alguien. Acá estamos.

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El otro día en un asado con algunos amigos alguien propuso que todos calificáramos al año 2012 con una nota del 1 al 10; todos parecían haber tenido un muy buen año, las notas estuvieron entre el 7 y el 10, salvo la mía. Yo le puse al año 3. En ese momento se me vinieron a la mente todo el dolor y el miedo que tuvimos que pasar antes y después de tener a nuestro hijo, las privaciones, la falta de trabajo actual, la disminución acelerada de mis ahorros, las dificultades para reinsertarme en una sociedad difícil de la que estuve ausente varios años, los problemas que tengo para relacionarme con las personas y otras cosas que prefiero no recordar. Me quedó la vaga sensación de haber sido demasiado injusto con el 2012. Ya en casa, solo de nuevo con mis fantasmas, mientras fumaba y tomaba agua tónica, pensé que, mirado de otra forma, puedo considerar al 2012 como un año histórico: nació mi hijo y volví a vivir a Mendoza, dos alegrías que fácilmente podrían compensar todo el dolor, el miedo y las miserias que nos tocaron vivir este año. Me fui a dormir tratando de comparar todo. Entonces me acordé de lo absurdo que es tratar de hacer balances de fin de año y que alguna vez me propuse evitarlos.
Hasta hace no mucho tiempo utilizaba esa semana muerta entre navidad y año nuevo para repasar el año que se acababa y para planificar el que estaba por venir. Dejé de hacerlo cuando me dí cuenta de que ambas tareas son totalmente inútiles. La revisión de lo ocurrido durante los últimos 365 días, es decir el famoso ‘balance de fin de año’, es una iniciativa masoquista y estúpida; la cantidad de fracasos que se acumulan en un plazo tan largo es abrumadora y repasarlos sólo sirve para avergonzarnos de nuestros propios planes. ¿Cuántas promesas de dejar de fumar, de ir al gimnasio, de ser mejores personas, de ganar más dinero o aprender a tocar un instrumento quedaron en el camino? ¿Cuántas intenciones de ser más ordenados o eficientes se estrellan contra la pared inexpugnable de las circunstancias imprevisibles? La vida cotidiana está compuesta de pequeños fracasos más que de éxitos, porque la realidad siempre se empeña en convertir nuestros proyectos más ambiciosos en caricaturas grotescas de sí mismos.
Ni hablar de la planificación, no es más que la otra cara de la misma moneda. Si todos hubiésemos cumplido las metas que nos propusimos al comenzar cada año el mundo estaría lleno de gente con físicos esculturales, de literatura de excelente calidad, de millonarios, viajeros exóticos y deportistas eximios.
Por eso creo que hacer balances anuales y cartas de intención son cosas que los individuos debemos evitar si no queremos que los fracasos se transformen en frustraciones. Los balances y las planificaciones son para los contadores y las empresas, la vida de un individuo es mucho más rica en experiencias imprevisibles; el mar de fracasos que tenemos por detrás y por delante es lo que nos moldea, hay que perderles el miedo y utilizarlos para aprender, al menos es lo que trato de hacer yo, muchas veces con escaso éxito.

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