Portnoy’s Complaint (que ha sido traducida al español como “El Lamento de Portnoy”, “La Queja de Portnoy” y “El mal de Portnoy”, en diversas ediciones) es la cuarta novela de Philip Roth, pero es la obra que lo hizo conocido por narrar, con un lenguaje algo transgresor para la época (1969), temas que en ese momento podían considerarse tabúes, sobre todo dentro de la enorme colectividad judeo-americana y de sus estructuras culturales y religiosas.
El protagonista y narrador de la novela es Alexander Portnoy, exitoso abogado de 33 años que ha logrado un importante puesto como funcionario en la administración demócrata de New York. Portnoy es soltero, algo que su familia judeo americana conservadora no le perdona y que a él, inconscientemente, le provoca algo de culpa; y además tiene una vida sexual algo libertina que incluye prácticas y fantasías que él considera retorcidas, perversas y anormales. La descripción detallada de estas prácticas junto a la estructura narrativa y la feroz crítica a la cultura cerrada y conservadora de los judeo americanos, son probablemente lo que hicieron en su momento de esta novela un texto disruptivo y polémico.
La novela está escrita como una conversación entre el protagonista y su psicólogo, aunque en realidad este último sólo habla en la última línea del libro, lo cual convierte a todo el texto en un largo monólogo en el marco de una sesión psicoterapéutica, este procedimiento le permite a Roth por un lado la utilización de determinado tono y lenguaje que son las marcas de estilo del libro, y por otro referencias tácitas y expresas a tópicos inconfundiblemente freudianos en la descripción de la sexualidad del protagonista y su relación con el contexto cultural y familiar en el que se educó.
El monólogo de Portnoy narra distintas etapas de su niñez y adolescencia en el seno de una familia tipo judeo americana con una madre sobreprotectora y muy severa respecto de las prácticas religiosas (que tal vez funcione como símbolo y causa de la opresión cultural), un padre algo patético que trabaja sin parar y vive estreñido y estresado (¿el fracaso del sueño americano?) y una hermana mayor que, en contraste con el protagonista, ha logrado encontrar una pareja estable, formar una familia y cumplir con “el destino” que sus padres tenían pensado para ella. Roth narra con humor, ironía y crudeza escenas que van desde las tempranas y grotescas prácticas onanistas de Portnoy, hasta la relación distante y precavida que mantiene la colectividad con el resto de los americanos no judíos. Hay pasajes excelentes, algunos de mucho humor, y otros que, a mi entender, son redundantes.

En la segunda mitad del libro, las aparentes consecuencias de esa represión religiosa y cultural empiezan a revelarse en pasajes que corresponden no ya a la juventud del protagonista, sino a su experiencia más reciente. Primero está una relación que entabla el abogado con Mona, una chica de clase media baja que comparte con él la inclinación por ciertas prácticas sexuales “no convencionales”, poco a poco la relación se empieza a consolidar sentimentalmente, pero Portnoy la vive con culpa e incomodidad por no estar cumpliendo aquel mandato familiar y cultural de formar una familia con una mujer de su religión y su estatus social. Después hay un viaje a Israel, en donde el personaje se sorprende de estar rodeado de gente a quienes considera iguales por compartir su cultura y religión, y no entiende la indiferencia y la falta de solidaridad entre ellos, espasmos de la vida en la colectividad de judíos americanos, en donde ciertas complicidades son inevitables.
Claro que hay mucho más, la ironía respecto de las costumbres de su familia, el desprecio por ciertas normas, su adhesión a ideales progresistas, el rechazo por ciertos rasgos físicos que lo identifican como judío (la nariz, por ejemplo), el uso constante de términos en yiddish (tantos que el libro incluye un glosario al final) y la ironía con que se refiere a la ambigua relación con sus padres, entre otras cosas. Todos estos elementos constituyen un mecanismo complejo que logra un retrato bastante aproximado de una época y una cultura.
Portnoy tiene una idea grotesca de su sexualidad, a la cuál considera anormal y un poco monstruosa, teñida por tintes edípicos. Pero tal vez esa sólo sea la idea de un joven judío americano criado y educado en una sub cultura plagada de normas y tabúes conservadores. O quizás ese tipo de prácticas y pensamientos que constituyen la sexualidad del protagonista hayan sido consideradas “anormales” y “transgresoras” en una época específica. En todo caso hay que contextualizar la lectura, el libro fue escrito en los 60’, y todo lo que pueda considerarse transgresor y novedoso en aquel momento, ya no lo es. En ese sentido, es un libro que ha envejecido un poco y, por lo tanto, es imposible que cause el mismo impacto que hace 45 años.
Hay algunos excesos, la intención de ser todo el tiempo irónico o gracioso termina por cansar un poco y anula el efecto del humor. Pero es una novela temprana y a pesar de esas redundancias, el texto funciona bien. Desde el punto de vista autobiográfico, tal vez esta novela sea, en parte, un ajuste de cuentas de Roth con su pasado y con el contexto cultural en el que creció.
Para ir terminando: El Mal de Portnoy es un clásico que ha envejecido mal, ya no es transgresor ni ofrece ninguna singularidad en términos de procedimientos narrativos o de uso del lenguaje como cuando salió. Pero su importancia reside en la feroz crítica a la colectividad judía en América que todavía podría estar vigente y que sólo un judío podría haber llevado a cabo. Además, y este es otro elemento importante, en esta novela temprana están todos los temas sobre los que Roth volverá una y otra vez en su carrera con mucho más oficio (las tensiones ideológicas, la clase media americana, el fraude del sueño americano, la cultura judía en occidente, el sexo, los tabúes, la familia, etc.). De ninguna manera creo que sea la mejor novela de Roth, pero por estas razones creo que vale la pena leerla a pesar de cierto anacronismo.