Bélgica
Bélgica es un país chico. Está metido entre Alemania, Holanda, Francia y Luxemburgo. Tiene 30.000 kilómetros cuadrados, 11 millones de habitantes y un PBI per cápita que ronda los u$s50.000, es una monarquía. Es decir: como Formosa pero rica. Hay un montón de datos más, totalmente irrelevantes desde el punto de vista futbolístico, pueden encontrarla en Wikipedia si alguna vez necesitan hacer un trabajo práctico. Lo que nos interesa acá es lo futbolístico, y solamente hasta el sábado, después nos olvidamos de su existencia futbolística y extrafutbolística. Sea cual sea el resultado. La memoria es frágil.
Los paralelismos entre las selecciones belga y argentina no son pocos: ambos hicieron una muy buena eliminatoria, ambos llegan invictos, ganando octavos a equipos más débiles en tiempo suplementario, con puntaje ideal en la primera ronda pero sin convencer y jugando en grupos más que accesibles. Bélgica también tiene a sus 4 fantásticos: Hazard, volante o extremo por izquierda del Chelsea, de 23 años, valuado en 45 millones de Euros; Mertens, del Nápoli volante o extremo por derecha, 27 años, 14 millones de Euros; de Bruyne, 23 años, enganche del Wolfsburgo, 17 millones de Euros y Lukaku, 21 años, centrodelantero del Chelsea valuado en 25 millones de euros. 100 millones de Euros en total, el ataque más caro que enfrentará Argentina hasta aquí en la copa del mundo. Ya no se trata sólo de parar a Dzeko, a Musa o a Shaqiri, ahora son 4 que juegan bien. Pero además en el banco está Origgi, centrodelantero suplente (algo de lo que Argentina carece) de 19 años, tanto o más peligroso que Lukaku, y Mirallas, suplente de Hazard o de Mertens, también de gran nivel. En el medio también tienen un Mascherano: Axel Witsel, con mucho quite, buen juego y salida rápida (como el holandés de Jong) y un Gago, pero que juega bien: Fellaini, preciso y con mucha llegada. Ambos (Fellaini y Witsel) tienen una cabellera copiosa y enrulada, dato irrelevante pero que es necesario no subestimar.
Siguiendo con los paralelismos debemos consignar que Bélgica, como Argentina, marca muy mal en las pelotas paradas, en los contrataques, en las bandas y en los centros cruzados, es decir: marca siempre mal. Pero Bélgica tiene a Kompany en el fondo, un zaguero con experiencia y muchísima personalidad; Aregntina tiene a Federico Fernández, que se inició en la práctica del fútbol hace apenas 8 meses. Y además tienen en el arco al mejor arquero del mundo: Courtois.
Podríamos hablar también de los laterales, del funcionamiento colectivo, de las fortalezas y debilidades, cosas por el estilo, conceptos que los periodistas deportivos dominan para disimular que no saben nada de fútbol, pero no, dejaremos esos análisis para Diego Brancatelli y nos limitaremos a decir que este es un equipo mucho más jodido que Suiza, Nigeria, Irán y Bosnia. Se le puede ganar, claro, si hasta Portugal ganó un partido en esta copa del mundo, pero Argentina deberá afinar la puntería y levantar el nivel. O volver a apelar a los destellos de Messi y rezar para que atrás se manden la menor cantidad de cagadas posibles.
Sabella
Alejandro Sabella fuma acodado en el balcón, tiene puesta la gorra que usa para protegerse de las eventuales bromas con agua de Lavezzi. Su mirada se pierde errática a lo lejos, entre las luces que aún persisten en la noche cerrada de Copacabana. Está confundido y abrumado por toda esta información sobre Bélgica. Vacila. Se acerca Campagnaro por detrás y posa su mano comprensiva sobre el hombro para tranquilizarlo. Le ceba un mate que el DT rechaza con gentileza. Entonces Campagnaro le habla. Le explica que no está en un balcón, que eso es la tela olímpica del campo de entrenamiento, que las luces no son de Copacabana si no de la pieza del Kun Agüero, que están en Ciudade do Galo, en Belo Horizonte, a más de 400 kilómetros de Río de Janeiro, y que él, Sabella, ni siquiera fuma. Campagnaro lee la mente de Sabella y por eso está en la selección. Es el encargado de recordarle todo el tiempo las cosas.
Alejandro Sabella tiene un problema similar al que tenía el personaje principal de la película Memento: se le olvida todo. Pero Sabella no toma fotos, para eso lo tiene a Campagnaro.
De cualquier manera hay cosas que se le escapan.
No sabe, por ejemplo, porqué tiene un tatuaje de Sorín en la nalga derecha.
No recuerda si el Higuaín que llevó es el zaguero que jugaba en San Lorenzo, Boca y River o su hijo, ex goleador de River.
Lo único que recuerda una y otra vez, como en un loop infernal, es un capítulo de Los Simpson en donde sale Thomas Pynchon.
Y extraña Argentina Sabella. No recuerda si su casa está en Santiago del Estero, en Lanús o en Balvanera, pero igual extraña el barrio, sus perros (¿tiene perros Sabella?), ir al almacén a comprar un cuartito de queso cuartirolo y quedarse charlando con la chica que atiende el almacén (¿o es un chico?).
Extraña ver por las noches el programa de Tinelli y hablar por teléfono con Amado Boudou. Extraña mucho Sabella.
Y se lo dice a Campagnaro: «Extraño mucho«, murmura. Campagnaro, comprensivo, le habla del mundial, de la gloria, del dinero, de mujeres. Pero Sabella responde con un enfático «Me quiero ir«. Campagnaro, su fiel escudero, le dice: «Todavia no Sabella, todavía no«. Y se sacan una selfie.