Se terminó el Mundial Brasil 2014, sin dudas un gran mundial, el mejor en lo que va del siglo XXI y muy superior a muchos de los que me tocó ver en el XX. A las dificultades para retomar la rutina sin fútbol de jerarquía se suma la tristeza por la derrota en la final. Más allá del excelente nivel de fútbol desplegado por muchas selecciones y de los extraordinarios partidos que pudimos ver, este mundial dejará en nuestra memoria el mismo sabor agridulce que el de Italia 90′. Personalmente el dolor de la derrota es más intenso que en aquella ocasión, porque si de alguien soy hincha, es de Messi y quería verlo alzar esa copa en Brasil, con todo lo que ello hubiese significado. Quería que Messi saliera campeón, quería que demostrara que, con su estilo sobrio, también podía ser leyenda, que se puede escribir la historia sin hacer quilombo, que el talento y el esfuerzo prevalecen al carisma. No sé si va a tener otra chance tan clara de hacerlo. Ojalá que sí. Ojalá que, al menos, gane la Copa América.
Nunca fui muy fanático de esta selección de Sabella, desde que se fue Pekerman tengo la sensación de que los equipos que se fueron sucediendo jugaban por debajo de su potencial. Pero eso no importa, cuando llegan las instancias decisivas (eliminatorias, copa américa, juegos olímpicos o mundial) quiero que la selección gane. Y pensé que esta selección, a pesar de los cuestionamientos a la conformación del plantel, podía entrar en la historia, ganar el mundial en Brasil superando la hazaña de México. Y quería que lo ganara. Más que nada por Messi, para que actualizara el paradigma de leyenda deportiva argentina, del héroe nacional levantando la copa. Pero también porque creo que esta es la última generación de jugadores con la combinación de hambre deportivo y jerarquía necesaria para ganarle a la hiper-profesionalidad creciente de las selecciones europeas de la cual esta selección de Alemania es sólo un pequeño exponente, el principio de una larga supremacía. En el futuro próximo, mientras siga el delincuente de Grondona al frente de la AFA, creo que la ausencia de proyecto futbolístico pasará factura. Las próximas selecciones tendrán a tipos como Icardi, Paredes o Lamela como máximas figuras. Buenos jugadores, pero con ambiciones más pecuniarias que deportivas, con objetivos más individuales que colectivos; demasiado poco para contrarrestar las maquinarias futbolísticas que se están gestando en Europa. Si creemos que este pronóstico es inverosímil miremos lo que está sufriendo Brasil.
Sí, el segundo puesto es importante y valorable. Pero eso lo dirá la historia. Hoy prevalece el dolor por haber perdido así. Lo tuvo Higuaín, lo tuvo Palacio, pero sobre todo lo tuvo Messi. Si ese remate cruzado hubiese ido unos milímetros a la izquierda la leyenda de Messi se hubiese sumado a esos símbolos del 78′, el 86′ y el 90′. Pero se fue por muy poco, después la metió Götze y le dio el pie a todo el periodismo falopa, que apadrinaron Niembro primero y Fantino después, para destrozar al mejor jugador del mundo.
¿Que esperábamos más de Messi? ¿Que fue de mayor a menor? ¿Que no apareció cuando tenía que aparecer? ¿Que le falta temperamento para convertirse en leyenda? ¿Que no fue el Messi del Barcelona? Sí, sí, puede ser, pero miremos el contexto.
Los equipos que hicieron historia, los que fundaron una identidad futbolística, los grandes equipos, siempre tuvieron un eje y en función de ese eje se estructuraba el resto del equipo; que determinados jugadores se destaquen depende de su rendimiento y de la función que cumplan en el dispositivo táctico. El equipo de Argentina del 86′ estaba estructurado en torno a Maradona, pero para que brillara el 10 hacían falta los pulmones de tipos como Giusti, Batista y Enrique. El eje de aquel Boca de Bianchi del 98/99 era el tridente Riquelme/Palermo/Guillermo, pero para que ellos brillaran eran necesarios los sacrificios de Serna, Cagna y Basualdo. Con esta selección no se logró consolidar a Messi y compañía como eje, pero se consiguió que en base al sacrificio de ellos se lucieran Rojo, Garay, Biglia y que Mascherano se transformara en símbolo del equipo.
A priori se suponía un equipo estructurado en torno a la magia de los cuatro fantásticos. Se esperaba que la selección, de la mano de Messi, Agüero, Higuaín y Di María, fuese una aplanadora ofensiva que goleara a sus rivales y los hiciese bailar al ritmo de los toques y gambetas que prometían. De la defensa, en cambio, no se esperaba demasiado, sólo que perdieran la menor cantidad de marcas posibles y no cometieran errores groseros, para que la cantidad de goles recibidos fuese, por lo menos, menor a los que concretara esa máquina destructiva compuesta por los cuatro monstruos de arriba. Por eso había tantas expectativas depositadas en las gambetas de Messi y Agüero, en la potencia goleadora de Higuaín, y en las carreras mortales de Di María. Un equipo armado en función de esos cuatro fantásticos hubiese proporcionado, seguramente ese tipo de fútbol. Las razones por las que jamás se estructuró la estrategia en torno a esa idea pueden ser muchas: desde la inteligencia de Sabella para darse cuenta por dónde pasaba este torneo, hasta la precariedad de la condición física con que Agüero e Higuaín llegaron al mundial, pasando por la lesión de Di María y por la búsqueda de cierto equilibrio. Lo cierto es que el equipo terminó caracterizándose por la solidez de su defensa y no por la peligrosidad de su ataque. Y es un gran mérito de Sabella proque casi salimos campeones.
A medida que la selección avanzaba en el torneo superando las distintas etapas, tenía lugar una mutación en la valoración de las cualidades del equipo, un proceso que se reflejaba en la opinión pública (sobre todo en la no futbolera) como el paso de la Messimanía a la Mascheranomania. De a poco se pasó de hablar de toque, genialidades, goles, gambetas y paredes, a valorar otro tipo de características como coraje, empeño, solidaridad y sacrificio. Y la principal víctima de esta metamorfosis fue Lionel Messi que en lugar de buscar velocidad y gambeta entre las dos últimas líneas, como hace en el Barcelona rodeado de jugadores que se sacrifican, debió bajar a buscar la pelota, arreglárselas solo arriba con un Higuaín a 30 metros y, encima, sin socios en los costados por las lesiones de Agüero y Di María. Mientras tanto se lucían Mascherano, Rojo y Garay, ellos pasaron a ser los imprescindibles del equipo.
El sistema que encontró Sabella fue el mejor que pudo proponer con el plantel que tenía y en el contexto de un mundial sumamente táctico. No se le puede reprochar nada, nos llevó a la final, estuvo a muy poco de salir campeón y de derrotar a un equipo de robots. Hizo lo que había que hacer. Pero tampoco me parece justo reprocharle a Messi no haber brillado como se esperaba que brillase, en definitiva él también hizo lo que se necesitaba y también cumplió su función en el equipo.
Pero aunque nadie quiera decirlo, lo que en realidad se le reprocha a Messi es no haberse convertido en Maradona. La decepción con el mejor jugador del mundo está basada en expectativas falsas, promovidas desde sectores del periodismo deportivo íntimamente relacionados con la ignorancia y el analfabetismo. Las comparaciones Messi/Maradona y Pelé/Maradona son tópicos que pertenecen al folklore futbolero, y su existencia está justificada por razones musicales, estéticas y etílicas, más que futbolísticas. Sacar de ese terreno a este tipo de antagonismos los vuelve ridículos, estúpidos, grotescos. Son personas distintas, en contextos distintos, en épocas distintas y con sistemas distintos. Pedirle a Messi que sea Maradona es una falta de respeto, para Messi y para Maradona.
Un brasilero me dijo una vez: «A nosotros se nos fue Pelé y tardamos 24 años en volver a salir campeones. A ustedes se les fue Maradona y tardarán lo mismo en entender que tienen que seguir sin él«. Evidentemente tenía razón, pero nos está llevando más tiempo dejar de esperar la reencarnación de Diego. Ojalá podamos lograrlo. Con Grondona es imposible pensar en otra cosa.
La base de este plantel tendrá más de 30 años en el año 2018, muchos de ellos entran en la pendiente de rendimiento físico que lleva al ocaso deportivo y es probable que no jueguen el próximo mundial. Messi tendrá 31, creo y espero que todavía siga siendo un crack para ese entonces, tal vez para esa época se haya convertido en un tipo de jugador más parecido a Bochini o a Riquelme, pero sin dudas va a ser importante en ese equipo. Esperemos que tenga revancha. Se merece ser campeón del mundo. Lo veo difícil. Igual lo banco y lo voy a seguir disfrutando en el Barcelona.
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Hasta aquí este precario e improvisado diario del mundial. Me hubiese gustado escribir sobre el futuro que abre el paradigma futbolístico que se acaba de imponer con Alemania campeón. Sobre la escasez de creatividad y el exceso de lugares comunes en los textos producidos por la prensa gráfica deportiva en contraposición con la riqueza de análisis que ofrecieron algunos blogs.
Me hubiese gustado también dedicarle tiempo a la muerte de Brasil como potencia, al final de su hegemonía futbolística, al vergonzoso papel que representaron sus hinchas y sus medios apoyando oficialmente al equipo que les hizo sufrir la mayor humillación de su historia.
O dedicarle un par de párrafos al que, a mi criterio, fue el mejor equipo del Mundial: Holanda (y de paso explicar porqué).
O al futuro impresionante que tiene Colombia y al regreso a la intrascendencia futbolística que sufrirán Chile y Uruguay.
Pero ya fue. El mundial terminó y en un par de días a la mayoría dejará de interesarle. Y la verdad: a mí también.