Insomnio (VIII)

Lunes: El debate es antiguo, casi un lugar común, y suele exceder cuestiones ideológicas partidarias, pero recrudece en cuanto el país empieza a funcionar mal: el salario de altos funcionarios, legisladores y jueces ¿es excesivo? En principio sí, sobre todo si lo comparamos con el sueldo promedio del resto de la población asalariada, el tema es si existen circunstancias que justifiquen ese exceso. El argumento aceptado y esgrimido por la mayoría de las personas de a pie para objetar los niveles salariales de los políticos en función pública y magistrados, es que, si lo que queremos es una sociedad más igualitaria, no existen razones para que esos trabajos sean remunerados con privilegios, más aún teniendo en cuenta que esas personas son las encargadas de gestionar el Estado para lograr esa igualdad; «predicar con el ejemplo», un argumento lógico y simplificador de la realidad.
Del otro lado existe un conjunto de argumentos destinados a justificar esos niveles salariales, argumentos casualmente esgrimidos por quienes ocupan, han ocupado o aspiran a ocupar un cargo público de jerarquía, electivo o no. El primero se refiere a la responsabilidad que conlleva ejercer la administración del Estado, según esta hipótesis si el funcionario no cobra bien corremos el riesgo de que cometa negligencia o directamente delitos contra la cosa pública. Otro, menos difundido por cuestiones de corrección política, responde a razones meritocráticas: si los sueldos no son altos, a los mejores talentos en cada área de gestión les conviene trabajar en el sector privado, y para administrar el Estado queremos a los mejores. Ambos argumentos, junto con varios otros menos atendibles, son los que se utilizan cada vez que se cuestionan los altos salarios de funcionarios; y no carecen de lógica, pero suelen estrellarse con la realidad.
La responsabilidad en el cumplimiento de las funciones y la honestidad de los funcionarios parece no estar relacionada con el nivel salarial: tipos que cobran muy bien desde hace varios años por ejercer cargos públicos parecen no conformarse con sus sueldos y se sirven de los recursos estatales para hacer crecer sus patrimonios, el caso emblemático del momento es Amado Boudou, pero revisando la historia y los distintos niveles de gobierno podemos encontrar cientos de casos que invalidan esa correlación. Roban igual, administran irresponsablemente igual, sin importar cuánto cobren, el chanta es ambicioso y siempre quiere más, no importa si está en la función pública o no, si es millonario o no. El argumento meritocrático es todavía más absurdo, la mayoría de los tipos que están administrando la Nación, las Provincias o los municipios son tipos que jamás conseguirían un trabajo de jerarquía en el sector privado, distan de ser los mejores y esto es independiente del partido político que gobierne: pasa con peronistas, radicales y macristas. En el caso de cargos electivos se trata de gente que desde muy joven trabaja para el Estado, no tienen demasiado para exhibir en sus currículums si quieren ir a buscar trabajo a una empresa; en el caso de ministros, subsecretarios y directores, salvo excepciones, se trata de gente que va saltando de un cargo a otro: hoy ministro, mañana asesor, pasado mañana consultor. Siempre hay una dirección, una legislatura, una repartición, una empresa pública, un concejo deliberante o, al menos, el departamento de alguna universidad, administrado por un amigo correligionario, en el que refugiarse en tiempos de malaria.
Caídos los argumentos creo que no hay razones para que los funcionarios, jueces y legisladores cobren como el gerente de una multinacional, básicamente porque, en general, no han acreditado su capacidad y su honestidad, no han sido legitimados por el mercado laboral sino por un jefe político o por una lista sábana. En ese sentido creo que las iniciativas de Gustavo Vera, Nicolás Del Caño y otros legisladores, de donar la diferencia entre sus obscenas dietas y un salario de referencia digno (el de un director de escuela, por ejemplo), desnuda la hipocresía de la clase política, que en definitiva termina fijando sus propios salarios. De algún modo, cobrar por encima de tu productividad te convierte en un corrupto más.
El argumento de sueldos excesivos en la función pública parece simplista, demagogo y fácil de sostener, un lugar común; el problema es que los lugares comunes a veces suelen encerrar verdades.

Martes: Paso por el almacén a comprar facturas. La espera, inevitable en este tipo de locales a ciertas horas, me convierte en testigo involuntario de una discusión. La señora que compra se queja de la suba de precios, hace referencia a la manteca y a la yerba, el almacenero le da la razón y ambos se quejan vagamente de las políticas del gobierno; un muchacho, que está esperando como yo, se mete en la conversación sin pedir permiso y expone el argumento inverosímil de que el aumento de precios es fruto de los buitres, los empresarios, Lanata, Griesa, Magneto, Macri, Barrionuevo, Ivo Cutzarida y casi todas las personas que tienen algo que criticarle al gobierno. La señora y el almacenero discuten un poco y eso basta para que el muchacho trate de convencer al comerciante de que él es culpable de la inflación, por quejarse. Por suerte el almacenero me ve, me atiende rápido y vuelve a la discusión. Salgo del almacén y vuelvo al departamento. En el ascensor pienso en lo absurdo que resulta intervenir, de comedido, en una conversación ajena, sólo para refutar los argumentos y la visión del mundo del otro. Es alma de policía, vocación de policía, gente que debió ser policía. Supongo que lo mismo les pasa a los trolls kirchneristas que viven comentando no sólo las notas en los diarios on-line si no también cualquier cosa que otro comparte en las redes sociales y que les parezca vagamente antikirchnerista. Eso les basta para quedarse tranquilos, dar lecciones de moral, dejar claro que están del lado del bien. Son comisarios ideológicos, policías del bien, justicieros de la patria, gendarmes de la ética. Insoportables.

Miércoles: Voy al dentista que, por suerte, me despacha rápido. Vuelvo caminando y paso por la Plaza España, decido sentarme a leer tranquilo en un banco para aprovechar la mañana primaveral. Durante los primeros seis años de mi vida esa plaza fue el patio de mi casa, vivíamos en un departamento chico enfrente, en el edificio de Montevideo 127, y casi todas las tardes mi madre nos cruzaba para que corriéramos ahí y no le destrozáramos demasiado el departamento. Tengo un recuerdo vago de esas tardes en la plaza, cosas puntuales, destellos, pero sé que íbamos seguido. Me acuerdo de una tarde en que apareció mi abuelo en la plaza, traía huevos de pascua, me acuerdo de un chico del edificio que se llamaba Cristian y que siempre se trataba de subir a los árboles, me acuerdo de mi madre prohibiéndonos acercarnos a la fuente. No mucho más, impresiones despojadas de forma y lenguaje. Trato de recordar algo más específico, alguna tarde particular, una conversación, una pelea, un juego, me esfuerzo pero no consigo acceder a ningún recuerdo nítido. Sin embargo esos bancos, el decorado y los colores de esas cerámicas españolas, la estatua, la fuente y la geometría de la plaza me retrotraen inequívocamente a mi infancia. Más que un recuerdo son sensaciones, olores, referencias alojadas en algún lugar del inconsciente. En eso consiste la memoria, de eso está hecho lo que creemos que es nuestro pasado, un par de escenas particulares (seguramente inventadas) perdidas entre una infinidad de referencias vagas, de miles y miles de días y palabras olvidados. Prueben recordar un día completo, no ya de sus infancias, si no del mes pasado, van a ver que es imposible. Me levanto sin haber leído nada y vuelvo derrotado al departamento, a la inmediatez de los problemas cotidianos que mañana seguramente olvidaré. La memoria es, también, una ilusión.

Plaza España

 

Jueves: Vuelvo de un asado con ex compañeros de secundaria. Es tarde, me siento frente al televisor con la esperanza de enganchar la repetición del partido que Boca le ganó a Central por Copa Sudamericana o, en su defecto, un buen resumen. Mientras espero haciendo zapping por los canales de deportes, reviso twitter, facebook y algunos blogs, noto que han recrudecido tanto el amor como el odio hacia Lanata. Hace muchísimo que no veo el programa de Lanata, creo que perdió interés, se convirtió en un circo, de manera que no sé qué es lo que ha pasado, pero observo que incluso lo han nombrado varias veces en los debates del Congreso y en un par de discursos y declaraciones de dirigentes kirchneristas. Cuando se enojan así es porque les debe haber metido el dedo en el culo otra vez, debe haber tratado un tema que al gobierno no le conviene o algo así. Voy a averiguar, pero después.

Viernes: Otra vez Víctor Hugo exhibe por radio su ignorancia absoluta sobre temas acerca de los cuales, por alguna extraña razón, siente que su opinión es lo suficientemente válida y legítima para expresarla públicamente. Pero esta vez (quizás sirva de atenuante) los argumentos del relator uruguayo son los mismos que usaron antes diversos dirigentes y periodistas militantes del oficialismo y dice, más o menos, así: «Dado que el INDEC está sospechado, dejemos de lado sus datos y observemos la década ganada en indicadores de instituciones internacionales. El Banco Mundial destaca la reducción de la pobreza. El FMI elogia las tasas de crecimiento del PBI. El BID informa sobre una mejora en la distribución del ingreso. La CEPAL confirma que estamos mejor que Canadá y Australia, tal como dijo la Presidenta….» y cosas por el estilo. El argumento parece convincente para razonamientos superficiales y gente desinformada, pero basta hacerse una pregunta para descubrir la trampa: ¿De dónde creen, genios de la economía, que el BID, el Banco Mundial, el FMI y la CEPAL sacan los datos si no es del INDEC? Lo único que hacen esos organismos es reproducir esas cifras truchas, no porque sean kirchneristas, si no porque no tienen otras.

Sábado: La Plata, Buenos Aires; lunes 15 de setiembre de 2014; 9:30 de la mañana. Suena el teléfono, con la inconfundible cadencia de un llamado interno, en la oficina de «J» que acaba de llegar y está revisando los mails. «J» levanta el tubo, la voz de su jefe, sin preámbulos ni saludos, escupe: «Decime que todavía no mandás el modelo final del cuestionario. Hay que cambiarlo, hay que medir a Cristina…». No, todavía no manda el cuestionario. Son 2.000 casos en todo el país, encuestas de campo, no telefónicas. La encuesta es para una importante cámara empresarial, no para un candidato.
El cambio de medición, piensa «J» más tarde, está motivado por el primer discurso público de Máximo Kirchner, el sábado en Argentinos. Se mide la elección con y sin La Presidenta, menos para ver cómo influye su ausencia obligada en la fórmula presidencial del kirchnerismo, que para observar los desplazamientos entre sus votantes, o sea: a quién votan los votantes de Cristina. Los resultados preliminares, procesados a la marchanta a medida que van llegando, son sorprendentes, me dice «J» por Skype, después manguea, como siempre, vino a cambio de información. «Lo único que puedo adelantarte es que el 50% de los votantes potenciales de Cristina no vota a ninguno de los candidatos del FPV«, me dice haciéndose el misterioso.
Sin Cristina la encuesta es previsible, con una diferencia a favor de Massa bastante más elevada de la que reflejan las consultoras mediáticas (que, como se sabe, viven de hacerle encuestas al FPV y al gobierno de la Provincia de Buenos Aires), con Scioli estancado o cayéndose y Macri en crecimiento casi a la par de Scioli. Si las tendencias se mantienen el ballotage será entre Massa y Macri, aunque en Argentina un año es un siglo. Pero eso no tiene nada de novedoso, lo interesante va a ser observar cuánto mide Cristina candidata y a quién votan sus electores, hay que esperar un par de semanas y conseguir un par de botellas de buen vino.

Domingo

Domingo: En casi todas los diarios aparece por lo menos una editorial acerca de la visita de la Presidenta de la Nación al Vaticano para reunirse con el Papa Francisco (ex Jorge Bergoglio). Entiendo que todo esto se debe a que el Papa es argentino. Juan Pablo II fue determinante en el cambio de régimen político en Polonia a fines de los 80′, supongo que de ahí se desprende la presunción de que Bergoglio tiene o tendrá un rol determinante en el proceso político argentino, yo tengo muchas dudas de que sea así. Los simpatizantes del gobierno se jactan de la visita, los opositores experimentan una pequeña decepción con Francisco, los periodistas analizan en términos políticos la reunión, creo que todos exageran. Los amantes de lo simbólico pueden entusiasmarse o indignarse, pero el Vaticano, por más que el Papa sea argentino, tiene escasa influencia en la cruda realidad cotidiana, en el plano extra-simbólico. Los gestos, los símbolos, los discursos, las oraciones, las declaraciones de buena voluntad y las fotos sólo sirven para reforzar ciertos marcos mentales y para que se entretengan los creyentes, pero para enfrentar los problemas no alcanza con eso solo.
Nada más. Buena semana.

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