Insomnio (IX)

Lunes: La Presidenta de la Nación, a pesar de la imposibilidad de ser reelecta, mantiene una intención de voto hipotética que roza el 23%. Esta cifra, que midieron en los últimos días varias consultoras, entre ellas una que trabaja para el Gobierno Nacional, no será difundida pero concuerda casi a la perfección con la hipótesis que alguna vez me explicó un amigo: «Para medir bien al kirchnerismo hay que agarrar los números que le asigna Artemio y dividirlos por la mitad«. Según una nota reciente publicada en Perfil, Artemio López sugiere que La Presidenta ganaría en primera vuelta si las elecciones fuesen hoy, de lo cual se deduce que le atribuye una intención de voto de, por lo menos, 45%; la mitad de ese guarismo, 22,5%, es más o menos lo que mide hoy Cristina, lo que obtendría si pudiese presentarse a competir por la presidencia. Aun que anecdótica, la buena noticia para los simpatizantes del kirchnerismo es que su líder ganaría las elecciones (le saca votos a Massa y a Scioli), y la mala es que perdería el ballotage contra cualquier oponente.
Pero Cristina Fernández de Kirchner no puede volver a ser candidata a la Presidencia de la Nación, por lo que la cifra sólo sirve como instrumento especulativo y argumento para chicanear. Un análisis despojado de fanatismo e ideología, no puede menos que ser favorable para el kirchnerismo, por más que no le alcance para detener el final inexorable de su revolución imaginaria. Efectivamente, un 23% de intención de voto después del desgaste que implican 12 años ininterrumpidos en el ejercicio del poder, y en medio de un contexto económico bastante complicado, es mucho más de lo que podría anhelar cualquier lame duck en cualquier parte del mundo. Y, curiosamente (¿curiosamente?), es el mismo nivel de adhesión que tenía Menem hacia el final de su mandato, y exactamente lo que mantuvo hasta las elecciones de 2003, aún después de que estallara la crisis provocada por su modelo de tipo de cambio artificial, sobre-endeudamiento y ausencia absoluta del Estado. Todo vuelve, una y otra vez.

Martes: El día transcurre con la lenta monotonía de cada martes. Después de enterarnos sorpresivamente de que la Presidenta de la Nación fue gobernadora de Santa Cruz antes que el marido y de que Argentina es la nueva Arabia Saudita, Mauro Viale nos regala una exquisita entrevista en directo con Gastón «Conejo» Aguirre, el motochorro más famoso del mundo, que hace un tiempo asaltó a un turista canadiense en La Boca. El motochorro dijo básicamente que la culpa de todo era del turista por no hacer la denuncia y que era el primer ilícito que cometía en 14 años, algo que después quedó en el olvido cuando se supo que tenía más causas de Amado Boudou. El resto de la jornada periodística estuvo dedicada a debatir si Mauro Viale había sido un genio periodístico o un mercenario oportunista. Con el correr de las horas se fueron conociendo los antecedentes de Conejo y a la noche nadie se podía explicar cómo un tipo así estaba libre dando reportajes pintorescos y no en Devoto. La indignación, entonces, se desplazó hacia el verdadero problema: los jueces. Aquellos que dicen no entender las razones por las que un juez deja libres a asesinos, violadores, pederastas o motochorros, es porque no entienden lo que es un juez, jamás se tuvieron que cruzar con uno.
Sinceramente no sé cómo son los jueces en el resto del mundo, pero en Argentina claramente representan algo muy parecido a la realeza: son vagos, laburan pocas horas, cobran fortunas, no pagan impuestos, son inútiles y se creen seres superiores; son una especie de elite. Y además son corporativos. Esto siempre fue así, pero en los últimos años la justicia se ha poblado de ignorantes que posan de intelectuales progres, lo cuál es muy fácil si uno vive, de por vida, con custodia personal (obviamente financiada con fondos públicos), sueldos de privilegio y exenciones impositivas. Algo que no sorprende cuando en la Corte Suprema hay un tipo que leyó parcialmente y bastante mal a Foucault mientra regenteaba sus prostíbulos.

Miércoles: Mucho kirchnerismo hoy en Facebook, mucha diatriba contra los enemigos de la patria, mucha consigna de Paka-Paka, ese tipo de cosas. Tengo varios amigos y contactos de Facebook kirchneristas, los leo y escucho con devoción. Se me ocurre que muchos de los éxitos en términos de adhesión de la clase media acomodada al kirchnerismo se basan en que ser kirchnerista es fácil, sólo hay que simplificar las cosas hasta conseguir trazar una linea entre el bien y el mal, después de eso basta con ponerse del lado de los buenos, basta con ser bueno y comisarear a los malos, hacer de gendarme, de policía, las redes sociales ayudan mucho. Una vez que uno logra ser bueno todo es mucho más fácil porque, como en las películas de Batman,  la culpa siempre es de los malos y no es difícil, en este nivel de simplificación, identificar a los malos: son los que se apartan, aunque sea un poco, de la mirada del mundo que poseen «los buenos«. De esta manera la responsabilidad de las cosas malas que sucedan siempre va a ser de los malos.
Sí, es fácil ser kirchnerista, no hay que pensar demasiado, porque de arriba te dicen qué pensar (los de arriba son más buenos, por eso están arriba, como Néstor, que murió en la cruz por nosotros), no importan las contradicciones, por algo deben ser. ¿Cómo es que Moyano pasó de ser representante de las clases trabajadoras a empleado del imperialismo? No importa, es así, era bueno, ahora es malo. ¿Porqué Clarín pasó de socio a enemigo? Tampoco importa, no te hagas preguntas. Si los precios suben es porque las empresas son malas. Si el dólar sube es por culpa de un ataque especulativo, obviamente de los malos. Si la pobreza estructural crece es por culpa de quienes la miden que, obviamente, son malos. No hay mucho que pensar, sos bueno y con eso basta.
Definitivamente ser kirchnerista es ser bueno, y siendo bueno es todo mucho más fácil, yo jamás pude serlo del todo, los envidio sanamente.

Kamil Modracek

Jueves: La editorial madrileña Impedimenta tiene uno de los catálogos literarios más exquisitos del idioma español y, a diferencia de otras editoriales ibéricas, excelentes traducciones. En Argentina la distribuye, entre otros, Waldhuter; los libros son caros, pero más por problemas cambiarios que por el delirio de grandeza que caracteriza la política de precios de algunas editoriales argentinas y, comparados con libros nacionales, no es tanta la diferencia. Entre sus autores podemos encontrar nombres muy difíciles de pronunciar como  Jiří Kratochvil, checo de Brno (como Kundera y Hrabal) autor de «La promesa de Kamil Modráček«, una novela extraordinaria que acabo de leer y me gustaría recomendar.
La novela narra una venganza, la venganza del arquitecto Modráček, cuya hermana es asesinada por el régimen comunista en Brno a principios de la década del 50′. El argumento le sirve a Kratochvil para trazar la espléndida semblanza de una sociedad que ha pasado de la ocupación nazi a la opresión estalinista y empieza a olvidar lo que es la libertad. Pero también es una excusa para experimentar con la estructura narrativa y el estilo literario. La novela va saltando de la mirada subjetiva de la primera persona al narrador omnisciente en tercera persona, pasando por el monólogo interno, el diálogo puro y hasta un pasaje en segunda persona. También hay saltos temporales y espaciales, referencias culturales inequívocas y personajes curiosos que entran y salen de la novela, entre los que se encuentran celebridades como Nabokov y el mismísimo Kratochvil. Como suele suceder con las venganzas, nada sale como el protagonista esperaba, todo se le va de las manos y se desata una situación trágica, demencial y divertida a la vez. Se trata de una novela inclasificable que abreva en el género negro, en la historia, en la psicología y en el humor. Además de una crítica mordaz al régimen comunista, la novela puede ser leída como una reflexión acerca de la locura, la desesperación y la libertad. Cualquier lector argentino va recordar inmediatamente «El secreto de sus ojos« y (desconfiados como somos) va sospechar de plagio, pero se trata de obras más o menos contemporáneas, de hecho creo que si Campanella hubiese leído este libro en lugar de la novela de Sacheri, sin dudas hubiese optado por llevar al cine el argumento de Kratochvil.
En resumen: como todo lo de Impedimenta, «La promesa de Kamil Modráček» es un libro caro que vale lo cuesta, ojalá en Argentina más editoriales se animaran a editar este tipo de novelas y más autores se animaran a escribirlas.

Viernes: La tecnología Street View, complementaria de Google Maps, existe desde hace algunos años, empezó en San Francisco y se fue extendiendo progresivamente hacia otras ciudades del mundo. En algún momento de esta semana (creo que fue ayer) se habilitó el servicio para más de 100 ciudades argentinas y, desde entonces, utilizo el 80% del tiempo que paso conectado a internet para recorrer virtualmente lugares en su mayoría ya conocidos. A pesar de estar disponible desde hace bastante tiempo en ciudades turísticamente atractivas, jamás usé de manera intensiva esta herramienta hasta hoy. Es raro, se supone que la curiosidad transita los carriles de lo desconocido, el sentido común sugiere que el usuario tiene como prioridad utilizar esta herramienta para recorrer lugares que no conoce, para adentrarse en paisajes insospechados de ciudades remotas. Sin embargo lo primero que hice yo, y muchos usuarios argentinos a juzgar por las repercusiones en redes sociales, fue buscar mi casa, las calles de mi barrio, recorrer los lugares que transité en distintas etapas de mi vida, los edificios en los que viví, en los que estudié y en los que trabajé. Después sí, fui  alejándome un poco de las calles conocidas para recorrer otras zonas, pero siempre dentro de las ciudades por las que alguna vez pasé. ¿A qué se debe este entusiasmo por transitar lo ya conocido? ¿Porqué no recorrer virtualmente Praga o New York en lugar de Dorrego o Moreno?
Como sea, Street View nos ofrece la posibilidad de espiar situaciones divertidas y, a la vez, grotescas que suceden todo el tiempo en las calles de nuestro país, como el asado de estos policías en las calles de Parque Patricios:

Parque Patricios

 

Las fotos son tan buenas que se pueden ampliar y manipular para observar en detalle lo que a la distancia es confuso:

Policía en Parque Patricios

Pero además de las situaciones absurdas, de los paisajes curiosos y risibles y de algunas parejitas in-fraganti que estuvieron circulando en las últimas horas por redes sociales, podemos asomarnos también a ese país que no queremos ver, a la pobreza, a la miseria, a lo marginal, a lo olvidado, a lo inentendible… Lo que no pude encontrar es ese país del que suele hablar la Presidenta de la Nación en sus discursos, seguiré buscando.

Sábado: Hace un tiempo, George Lakoff, un lingüista cognitivo norteamericano, escribió un librito que se hizo muy famoso entre dirigentes políticos de todo el mundo, se llama «No pienses en un elefante«. El libro es excelente y trata sobre la manera en que los ciudadanos se posicionan políticamente a partir de su manera de ver el mundo, de sus «marcos mentales«. Precisamente la definición que ofrece Lakoff de marcos mentales me sirvió para entender las razones que, personalmente, me llevaban a considerar inteligentes a determinado tipo de individuos. Los marcos mentales son el conjunto de conceptos y metáforas inconscientes que nos llevan a comprender el mundo, a diseñar lo que individualmente consideramos la realidad, a interpretar todo lo que ocurre a nuestro alrededor y a expresarlo. Creo que el grado de flexibilidad de esos marcos mentales es lo que hace al sujeto más o menos inteligente, lo que lo ayuda a adaptarse a diferentes contextos de un mundo cambiante o lo condena a la fría caverna de su propia ignorancia. Ampliar y diversificar esos marcos mentales depende de la capacidad que tengamos de pensar contra nosotros mismos, contra lo que creemos, contra nuestros valores y convicciones, abandonarlos por un rato, mirar y evaluar las cosas desde otro lugar. No es fácil, pero vale la pena intentarlo, de eso se trata pensar, de eso se trata ser inteligente, no de doctorados, rendimiento académico o éxito profesional, se trata de la capacidad de cambiar o ampliar nuestros marcos mentales. Por eso me da risa cuando se elogia la coherencia de pensamiento en alguien; una persona inteligente es, por definición, contradictoria.

Domingo: «Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.» (Samuel Beckett).

BECKETT

Buena semana.

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