De forma subterránea, silenciosa y casi imperceptible, la literatura mendocina viene sufriendo una drástica y auspiciosa renovación desde hace algunos años. Las mejores producciones y debates literarios pasan por las orillas, circulan al margen y se sostienen en la autogestión. Hace un tiempo que vengo hurgando en esos márgenes, he encontrado de todo, pero hay algunas voces e iniciativas interesantes sobre las que vale la pena reflexionar. Una de las poéticas que más me interesa es la de Ortiz Bandes, que acaba de editar un excelente libro de poemas.
Pero empecemos por las presentaciones: Gastón Ortiz Bandes es mendocino, profesor de literatura, escritor, crítico literario, y un gran performer poético. Es además, y esto corre por mi cuenta, un gran lector. Algunos de sus textos críticos y narraciones pueden leerse en la revista literaria mendocina La Leónidas y también en un par de sitios de internet (recomiendo enfáticamente este ensayo sobre Alfonsina Storni). Publicó algunos poemas en una antología de Eloísa Cartonera hace unos años y tengo entendido que también hay un libro de su autoría, inconseguible llamado Misiones publicado por Carbónico Ediciones. Su nuevo poemario se llama El Guanaco y acaba de salir por el sello mendocino autogestivo Babeuf.

Al recomendar un libro (porque lo que sigue no es una reseña y mucho menos un análisis crítico, si no los argumentos de una humilde recomendación) uno asume cierto riesgo, he perdido muchos amigos por mis recomendaciones literarias, pero aún más riesgoso es recomendar libros de poesía, porque la lectura de poesía es una experiencia personal y volátil, es decir: un poema nunca funciona igual, inclusive en diversas lecturas, hechas por la misma persona, en distintos momentos, la experiencia puede variar significativamente. Sin embargo en este caso creo que vale la pena tomar ese riesgo.
La proliferación, diversificación y democratización de medios de comunicación ha hecho del mundo un lugar menos secreto, siglos y siglos de legados de diferentes culturas casi desconocidas para la mayoría de la humanidad se han vuelto accesibles de repente para todo el mundo, el fenómeno también ha ido generando sus propios elementos culturales. ¿Qué hace un escritor del siglo XXI ante la magnitud de semejante herencia cultural? ¿Y si esa vocación literaria se ve apuntalada por estudios académicos en el área de letras? Por lo general, abrumado ante la magnitud de ese bagaje cultural casi infinito, el escritor desiste de toda ambición totalizadora y se refugia en el fragmento de lo cotidiano, en un determinado registro lingüístico, en el habla popular y la anécdota barrial, en la repetición de procedimientos experimentales, o, como mucho, en alguna tradición literaria; busca su nicho, su literatura menor deleuziana.

La singularidad de la escritura de Ortiz Bandes reside precisamente en cuestionar esa tendencia y llevar a cabo la operación inversa: sustenta su literatura en una vasta matriz cultural, plural y multiforme, que no descarta ninguna tradición pero tampoco se ancla en una sola. El resultado es una voz poética sumamente original, textos mixturados con diversos registros lingüísticos y una diversidad de elementos colocados estratégicamente para producir imágenes poéticas cargadas de significado y a la vez sorprendentes, como la que surge al final del poema Primo psicopompo cuando a la pregunta «¿Clarín miente?» el narrador responde «la Odisea también».
En un texto aparecido en la revista La Leónidas N° 3, Ortiz Bandes proponía una definición de poema:
Un poema es un objeto cultural de naturaleza lingüística, pero no por eso carece de materialidad, al contrario: ensamble mano-lápiz, ojo-oído, tinta-papel, teclas-pantalla. Máquinas puestas a andar gracias a las ondas vibratorias del aire y la piel: hay trabajo ahí, una dinámica conjunta de cuerdas vocales, pupilas, respiración. El soporte del poema es su cuerpo, su instrumental de producción el mío.
Los 13 poemas de El Guanaco, quizás, funcionan como prueba empírica de esa definición. Son pequeñas maquinitas diseñadas con precisión, que necesitan del lector para empezar a funcionar, dispositivos que trabajan de manera independiente pero que forman parte de un mecanismo más grande que es el libro, son partes de un todo que los abarca, como un reloj a sus distintos engranajes. En ese sentido el libro puede leerse como una novela (en palabras de su autor: «una novela corta de aprendizaje lentísimo»), una novela narrada desde la voz de una primera persona que va adoptando diferentes personalidades o, mejor: se va probando diferentes máscaras.
Si bien los poemas están escritos con diferentes registros y desde diferentes miradas, hay nodos conceptuales compartidos, temas que les son comunes a todos: la sexualidad, la violencia, la muerte, las tradiciones literarias, la relación padre hijo, la propia experiencia y, de una u otra manera, la política.
Como se mencionó más arriba la episteme sobre la que se asientan estos textos es enorme y eso no puede menos que crear cierta inquietud, parece obturar la posibilidad de hacer poesía con todo eso, esa imposibilidad (que es sólo aparente) aparece todo el tiempo e incluso es tema central de algunos poemas:
Perdí el ritmo, el sabor de las palabras.
La crítica lo invadió todo,
no dejó intersticio alguno para jugar al distraído.
nos dice el autor en Autocultivo. También nos avisa en Al cumplir 36 años:
Pero yo dejé de ser poeta hace mucho tiempo, al perder la juventud.
y refuerza esa idea en los primeros versos de Partido:
Tengo que empezar a escribir justo ahora,
cuando cabeceé que la poesía no es lo mío.
Por eso es que en algunos tramos del libro el poema se desborda, excede los versos y camina por la cornisa de la narración autobiográfica pura, como en El placer del texto, en donde da cuenta de cómo empezó a estudiar letras (y de paso trae a colación el vector saber-deseo-eros), o en Primo psicopompo que ilustra la relación con sus abuelos muertos.
La figura paterna vuelve una y otra vez a los textos de diferentes maneras: En Laguna aparece como el portador de ese legado cultural multiforme cuyo heredero es el yo que habla, pero luego aparece como padre/madre en El último humor y El Guanaco en donde es el hombre el que queda embarazado, primero de una mujer y después de sí mismo (pero no de un bebé humano si no de un guanaco):
Después de tantos y tantas que murieron
en los experimentos incontrolables del amor,
aprendí por fin a dar vida conmigo mismo,
a repoblar la naturaleza yo solo.
A los fines de mi interpretación personal (subjetiva, parcial y, seguramente, arbitraria), no es un dato menor que este sea el poema que da título al libro; en El Guanaco el sujeto ha logrado liberarse del peso de esa herencia (del peso, no de la herencia), y ya no necesita nada para procrear, ni sexo, ni una madre, ni una estructura social.
En relación a lo puramente formal, todos los poemas trabajan con verso libre, que por momentos se hacen elegantes y melodiosos como en Chacha Warmi, y por momentos rozan el desborde narrativo al que hacía referencia más arriba, pero manteniendo la temática, el registro y ese yo narrador en todos los textos. La mixtura cultural reclama que en los textos convivan el lenguaje universitario con el coloquial, modismos provinciales, costumbres regionales y habla popular, y elementos de la alta cultura, de la tradición aborigen y de los consumos pop capitalistas del siglo XXI. Esta combinación da como resultado un estilo singular e inconfundible, una voz poética original y un universo literario particular y único.
En definitiva: El Guanaco es un libro de poemas sorprendente, entretenido, original y con una densidad literaria y cultural inédita en esta provincia conservadora, montañesa y católica. Merece trascender las fronteras de los circuitos literarios provinciales y ser leído más allá del Arco Desaguadero, supongo que el tiempo dirá si merece o no un lugar en la historia, por lo pronto tiene uno asegurado en mi biblioteca.
Les dejo una muestra gratis:
Chacha warmi
Estoy melanculeado.
Ha venido
el chongo de la Muerte
y me ha dejado
el sol negro del culo
hecho una roja flor azul.
Estoy melanculeado.
La oscura bilis del otoño
me ha estreñido
con imágenes de alguna
ajena juventud
y esta yerta y grande verga,
única con hueso,
me las deja bien impresas,
bien adentro.
Estoy melanculeado.
Me adjudico lo que cuentan
las canciones del fogón
y me esperanzo
cuando un pedo huye gracioso,
como si un soplo del sabat
me pudiera revivir
de esta costilla malparida.
Estoy melanculeado.
El narciso de la nuca
mira atónito el futuro
y mis huevos se hunden lejos
y mi pija se bifurca
como un puente circular.
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