Lecturas: La Preguerra

1./

«Escribo para saber qué voy a escribir»
Pablo Grasso

Es la tercera vez que empiezo a escribir sobre La Preguerra de Pablo Grasso (Ed. Babeuf, Mendoza, 2016) y espero que no haya un cuarto comienzo. Supongo que son de escaso interés las razones por las que descarté los apuntes anteriores, digamos que cada lectura de un libro no es más que una lectura entre muchas otras posibles, y la que se perfilaba en los borradores anteriores no me satisfacía.

En sus apuntes sobre este libro Gastón Ortiz Bandes lo coloca en forma tangencial a un espacio cultural con límites geográficos, temporales y materiales bastante precisos que él llama “literatura mendocina contemporánea”, creo que esa es una de las mejores lecturas que puede hacerse de La Preguerra, aunque no la única. Por otro lado Omar Crespo amaga con reseñar el libro pero termina reseñando el evento de presentación del libro y hablando de las relaciones y conductas dentro del campo cultural local y de los grupos que lo componen, pero deja trascender que se trata de un libro de crítica literaria. El mismo Grasso en su artículo “Como una liebre” y en una nota televisiva define (como al pasar) a La Preguerra como un libro de ensayos.

Yo me permití leer La Preguerra de otra manera, hacer otra lectura, no lo leí como un libro de crítica literaria, aunque dialoga con la crítica; ni como un libro de ensayos, pero coquetea con la tradición ensayística (del ensayo a lo Montaigne, no del paper académico); y tampoco como un libro sobre literatura mendocina contemporánea, aunque no deja de referenciarse ahí. Yo leí La Preguerra como guía de lecturas, como diario de un lector.

Aquí creo que vale la pena hacer un paréntesis para informar al potencial lector de La Preguerra algo sobre su autor. En los apuntes previos yo había incluido un muy aburrido relato de cómo conocí a Grasso por la mención de un amigo porteño del programa de radio Contemporáneos que hacía él con Zangrandi en La Mosquitera, de cómo años después, ya instalado en Mendoza me lo crucé en la librería Pájaros, y de cómo entablamos un provechoso intercambio digital sobre lecturas y otros temas. Creo innecesario ese relato, basta con mencionar que Grasso es un agradable interlocutor en temas literarios y extraliterarios, un excelente escritor y también un incansable lector, exigente, agudo y obsesivo.

Dicho esto debo aclarar que para mí “La Preguerra” no es el mejor libro de Grasso, probablemente sus mejores textos sean “El deslenguadero”, “Umbral (una memoria)” o “Lo Nevado”, que son algunos de sus libros de escritor. Sin embargo La Preguerra es ineludible para abordar el resto su obra escrita y por escribir. Como dije más arriba, no es un libro de crítica literaria ni una colección de ensayos, al menos no del todo; La Preguerra es más bien una especie de autobiografía o diario, no del Grasso-escritor si no del Grasso-lector, aunque el Grasso-escritor jamás deja de susurrarle al oído al Grasso-lector y precisamente eso convierte a este en un libro singular e imposible de clasificar.

2./

«Eso, releer a Vicente Luy y hacerse un guiso»
Pablo Grasso

La Preguerra es una colección de textos de diversa índole que circularon durante los últimos años de distintas maneras: algunos aparecieron impresos en revistas literarias, medios de comunicación, panfletos o sitios de internet, y otros fueron leídos por su autor en diferentes circunstancias (programas, presentaciones de libros, eventos literarios, charlas de café, etc.). Esta aparente heterogeneidad sólo es extensiva a los modos de circulación de los textos, ya que el conjunto agrupado de los mismos refleja una homogeneidad estética y política equilibrada que los convierten en partes de una misma unidad sistémica.

Es decir: cada texto es un pequeño artefacto que funciona (o funcionó) en forma autónoma, pero no deja de relacionarse con el resto como el engranaje de un sistema de lecturas más complejo y sugestivo.

Casi todos los textos toman como punto de partida algún debate, algún libro, algún autor o algún momento histórico de la literatura mendocina contemporánea (y eso le otorga importancia a la lectura de Ortiz Bandes), pero esos elementos sirven, a mi entender, sólo de disparador para expresar alguna propuesta de lectura más amplia, que excede al elemento en cuestión, al medio local y a las circunstancias específicas que dieron origen a los textos. En este sentido podría decirse que la literatura mendocina le sirve a Grasso de excusa para proponer una forma de leer literatura, una forma personal y subjetiva, pero no por ello menos interesante.

Es un acierto (no sé si de los editores o del autor) abrir la colección con “Tentativas de un no taller literario en General Alvear”, un texto aparentemente caótico que va apilando autores, libros, tradiciones, definiciones, grupos literarios, revistas literarias, conceptos y caracterizaciones, como en algunos pasajes de Peripecias del no de Luis Chitarroni, como un programa tentativo de lecturas expuesto (irónicamente?) como el programa de una materia de la facultad. El «programa» funciona tal vez como mapa para el resto del libro, ahí está explícita o implícitamente la propuesta estética y política de Grasso que se irá revelando con más fuerza a medida que se avance en la lectura de La Preguerra. Este texto ya es en sí mismo una herramienta de navegación, una guía posible para leer. Por eso creo que la inclusión del mismo como muestra gratis en este espacio es también un acierto.

Durante el resto del libro se va cristalizando la figura del lector que mencioné más arriba. Un lector perspicaz e inteligente. Un lector que se resiste al mero uso instrumental del idioma, que se niega considerar el lenguaje como simple herramienta subsidiaria del hecho comunicacional. Para Grasso-lector el lenguaje es la materia a moldear, no un cristal invisible entre comunicante y receptor, eso es periodismo, no literatura. Grasso-lector desconfía de las prescripciones de la academia y de las intenciones estéticas (y políticas) de cierto lirismo barrial simplificado por la nostalgia y edulcorado por la demagogia, tan común en algunos exponentes de nuestra literatura vernácula. Grasso-lector cuestiona la lógica artística vendimial y ciertos regionalismos anacrónicos. Grasso-lector reivindica los riesgos formales y simpatiza con las tensiones entre lenguaje, política y experiencia. Para Grasso-lector el chiste, el aforismo popular y la anécdota de la esquina no alcanzan para hacer literatura.

En las páginas de La Preguerra podemos encontrarnos con ilustres y desconocidos, conviven en ellas los escritores marginales del medio local (esos que la cultura oficial jamás canonizará) con los próceres de los premios Vendimia y con los grandes exponentes de la tradición nacional. Se habla de libros inconseguibles, agotados hace tiempo y otros que, quizás, jamás se imprimieron, pero también hay referencias explícitas a clásicos de la literatura provincial, nacional y universal.  Hay guiños culturales a paisajes y costumbres locales, pero también a dispositivos de producción de sentido de la aldea global.

Y no es que se trate de un catálogo de libros y autores recomendados, solamente se trata de una manera de leer, esa es la propuesta. No siempre basta con leer lo que el autor sugiere como si de una clase de literatura de segundo año se tratase, por momentos el libro funciona como advertencia de zonas que conviene evitar, muchas veces Grasso dispara con precisión dardos envenenados de manera sutil y elegante, sin caer en la descalificación grosera y gratuita. También me llamó la atención la inclusión, como nota al pie en algunos textos, de ciertos fragmentos aparentemente extraídos de un diario de lecturas autónomo que debe llevar Grasso. Esas notas, lejos de pretender ser aclaratorias, amplían el espectro de referencias literarias que sustentan el libro. Todo esto mezclado en un aparente caos que forma parte del desafío de Grasso a sus lectores.

El estilo con el que está escrito cada uno de los textos también es una marca personal de su autor. Allí entra el escritor, para proporcionarle al lenguaje sustancia y espesor. Los textos no son simples artículos literarios destinados al lector de Ñ, por el contrario, cada texto es en sí mismo una apuesta formal. Grasso no se priva del goce experimental con el lenguaje, no se limita a proclamar que las formas importan, hay una apuesta estética, usa procedimientos y elementos de la poesía y la narrativa para decir lo que tiene para decir, no es raro encontrar metáforas sugerentes, variaciones rítmicas y discretas aliteraciones en los textos de La Preguerra. No sé si esto mejora o empeora el libro, pero es una característica que lo convierte en un artefacto literario singular.

3./

«Nada voy a decir sobre la literatura mendocina.»
Pablo Grasso

Resumo: mi propuesta es leer La Preguerra como el diario de un lector, un lector obsesivo que construye su propio canon (parcial, transitorio y subjetivo), un lector que propone no sólo libros y autores, sino también una forma de leer literatura. Y también, cómo no, a partir de esas lecturas y de esas formas de leer, trazar el mapa de una época.

Se me suele acusar de escribir sólo reseñas favorables; es cierto: no soy crítico ni periodista, no estoy obligado a escribir sobre libros que no me gustan, de hecho nunca lo hago, admiro a quienes pueden hacerlo, pero yo no tengo disciplina ni ganas, si un libro no me gusta lo dejo. Soy un entusiasta e ingenuo recomendador de libros, y recomiendo La Preguerra porque me resultó una lectura estimulante y didáctica, me hizo conocer zonas de la cultura mendocina que perdí de vista por estar viviendo en otro lado o simplemente por no haber prestado atención. Es cierto que comparto con Grassso muchos de sus criterios sobre lecturas: la preferencia por determinados autores y libros, el desprecio por los vedetismos, la desconfianza en los mecanismos de legitimación cultural (mercado, instituciones, medios, etc.), la certeza de que por los márgenes de la cultura oficial pasan cosas interesantes y la convicción de que la literatura no es mero entretenimiento. Ese Grasso es el que encontré en este libro y, supongo, por eso me gustó y recomiendo enfáticamente La Preguerra. Lo recomiendo a lectores curiosos y ambiciosos, pero también creo que este conjunto de textos tiene un valor instrumental: puede resultar de gran utilidad para docentes de literatura que tengan la audacia de ir más allá del primitivo mainstream mendocino. Y aquellos arqueólogos y etnógrafos culturales que pretendan explorar qué pasó en la cultura mendocina en los últimos años, deberán pasar inexorablemente por La Preguerra si quiere tener un panorama más amplio que el propuesto por las instancias oficiales de producción de sentido.

Mendoza, 26/06/2016

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