Llegué a este libro por curiosidad, porque llevaba el mismo título de la primera colección de cuentos de Gandolfo, cuyos apuntes breves de lectura subí hace un tiempo al blog. Pero después de leer la novela de Cunningham, me resulta bastante evidente que el título pretende referenciarse en el cuento, también homónimo, de Hans Christian Andersen. Cunningham hace una referencia directa al clásico relato infantil también con algunos elementos de la trama: la nieve, dos hermanos y una especie de magia, aunque claro que dos siglos después todo es más complicado y la magia ya no es lo que solía ser.
La novela está protagonizada por dos hermanos: Tyler, músico mediocre, cocainómano y escéptico; y Barret, homosexual, romántico y universitario brillante que, al no encontrar una carrera profesional, se conforma con atender el pequeño comercio de una amiga. Ambos han pasado los 40 y viven juntos en un departamento descascarado en la zona menos glamorosa de Brooklyn. Con ellos vive Beth, la novia de Tyler que tiene un cáncer terminal. La novela empieza en el invierno de 2004, cuando Barret ve una luz misteriosa en el cielo durante una noche de invierno, cerca de Central Park y la toma por una señal divina que intentará descifrar durante toda la novela. Mientras tanto Tyler trata de componer una canción para Beth antes de que ella muera.
A partir de ese momento, el libro va relatando distintas situaciones entre 2004 y 2008, ahí está la dimensión política de la novela, todo empieza con la reelección de Bush (h) y termina cuando está por ser electo Obama. Hay otros personajes secundarios: Liz, una cincuentona que se niega a madurar y se ha resignado a casi todo, su novio Andrew del cuál Barret está enamorado y un par más que sólo aparecen circunstancialmente. El relato se estructura a partir de las circunstancias que atraviesan Tyler y Barret, circunstancias que en principio no tienen nada de extraordinario pero que le permiten a Cunningham ir desarrollando las psicologías de los protagonistas, sus subjetividades y sus percepciones del mundo. Siempre se enfoca la vida de los personajes en épocas invernales, de manera que el paisaje predominante es un New York frío y nevado, de calles solitarias, veredas blancas y cielos grises, que refuerza y resalta la atmósfera nostálgica y fatigada de la novela.

Hasta ahí todo está bien, es una buena novela, inclusive, por momentos, remite a la extraordinaria Postales de Invierno de Ann Beattie, una de las mejores novelas americanas de la segunda mitad del siglo XX. Pero hay una falla fundamental, no en el estilo, no en la estructura, no en la trama si no en los diálogos. Cunningham elige dos tipos de escenas para desarrollar a sus personajes (y esta es fundamentalmente una novela de personajes): sus pensamientos, recuerdos, monólogos internos y reflexiones, es decir sus subjetividades por un lado; y los diálogos con otros personajes por otro. Y aquí es donde falla, los diálogos son largos, inconsistentes, insustanciales, plagados de trivialidades y cosas intrascendentes, es como si le costara resolverlos. Ok, es realismo, los diálogos reales suelen ser así de baladíes, pero algo que cualquier aprendiz de escritor sabe es que los diálogos no pueden copiar la realidad, deben ser creíbles, pero reproducir exactamente un diálogo real aburre al lector. Parece que Cunningham ha hecho caso omiso de ese detalle y desarrolla escenas enteras en donde los personajes no paran nunca de hablar. Largos pasajes que asfixian la trama y provoca enormes bostezos. Cuando los personajes están solos y piensan logra, con un ritmo sosegado y un estilo admirable, desarrollar ideas y conceptos sumamente interesantes y atractivos, crea un clima resignado y melancólico y permite que el lector desarrolle una especie de empatía o identificación con los personajes y sus historias. Pero cuando aparecen los diálogos todo ese clima se derrumba y la lectura se empantana, se vuelve monótona, aburrida. Y poco menos de la mitad de la novela se desarrolla a través de diálogos, es una lástima.
Cunningham ha escrito algunas novelas buenas y una notable: Las Horas que ganó el Pulitzer en el 99′. Tiene muchos fans, es muy respetado por cierto sector de la cultura mainstream americana y por el periodismo cultural cómodo. La Reina de las nieves demuestra que tiene talento, buenas ideas y es capaz de lograr pasajes de alta intensidad y belleza poética con su literatura; lo que podría haber sido una novela fuera de serie queda como un libro más. Tal vez a veces es necesario amputar los textos.
En resumen: si sacamos los diálogos, La Reina de las nieves es una gran novela, pero los diálogos están ahí. Y son muchos. Demasiados.