Carrère es antes que novelista, cronista, guionista y ensayista y, si bien en la mayoría de sus libros la pulsión narrativa termina por imponerse, cuesta calificarlo como un escritor de ficción y colocar sus libros en la misma categoría de las invenciones literarias. Sus libros son una mezcla rara de crónica periodística, autobiografía, novela histórica y trabajo de investigación. A pesar de todo son textos que funcionan bien. El Reino no es la excepción, es un libro de este tipo cuyo tema principal es el cristianismo. En el prólogo el autor dice que se propone investigar y narrar la visión de un creyente católico. Para ello además de la Biblia y los libros históricos sobre el tema (sobre todo la historia del cristianismo de Renan), utiliza su propia biografía: exhuma textos propios escritos durante su época de cristiano converso y fervoroso, compuestos por notas que tomó mientras leía el evangelio de Juan y por entradas autobiográficas de carácter religioso.
De esta manera el libro se divide en dos partes: una que se acerca a la narración autobiográfica y otra que utiliza más que nada recursos de la novela histórica. En la primera parte recupera cuadernos y notas que escribió diariamente, a modo de diario de lecturas, durante su época de adhesión al catolicismo. Así relata cómo, en medio de una crisis, adopta de a poco los valores cristianos y tras una especie de revelación momentánea y confusa, trata de edificar su fe. En estas primeras páginas también cuenta cómo, durante una etapa de su vida, el personaje/autor rechaza el sentido común, la lógica y la racionalidad de autores que nutrieron sus ideas por más de 30 años para adoptar un nuevo sistema de creencias que le es ajeno y que por momentos lo conmueve pero en otras instancias le produce rechazo intelectual y le resulta incomprensible. Esta primera sección es, de algún modo, la historia de la imposibilidad de adoptar un paradigma tan obtuso, sólo a partir de una crisis el sujeto hace ese esfuerzo. Carrère narra esa crisis, esa lucha permanente, hay referencias a su cotidianidad, pero sólo para dar pie a su verdadera lucha: la espiritual. Hay ideas sumamente interesantes y el oficio de Carrère permite darles cierta relevancia y ridiculizar algunas de las piruetas intelectuales que hacen algunos cristianos para sostener dogmas anacrónicos e incómodos.
Hay una pregunta que se hace el autor permanentemente ¿Qué hay detrás de la fe?
Posibles respuestas: ilusión infantil de alguien omnipresente que reemplace a nuestro padre biológico, que ha perdido su infalibilidad con el simple paso de los años. Necesidad de que se hagan cargo de nosotros. Necesidad de estar en el centro del mundo, imposibilidad de aceptar que somos un accidente. Esta sección podría ser una novela en sí misma, un libro autónomo y separado del resto. Aunque esa pulsión autorreferencial del autor francés lo lleve, durante el resto del texto, a volver una y otra vez a hacer digresiones sobre esta autobiografía, podría decirse que aquí termina la novela autobiográfica.

Lo que viene después es interesante aunque poco original: no hay nada que no pueda leerse en los libros de historia, aunque a veces el autor reflexiona sobre los estilos literarios de algunos evangelios y llena los huecos sobre personajes y hechos de quienes nada se sabe con ejercicios narrativos, la médula de esta segunda parte es más que nada una recopilación y resumen de datos históricos matizados con las opiniones de Carrère. De todas maneras resulta estimulante leer sobre las relaciones entre Lucas y Pablo (dos de los inventores del cristianismo que, curiosamente, nunca conocieron a Cristo), entre el Imperio Romano y el pueblo judío, y entre todos los protagonistas de aquella primera secta que nunca se vio a sí misma como una religión separada del judaísmo. No deja de sorprender cómo un grupo de pescadores y obreros analfabetos propensos al delirio místico, penetró, sin proponérselo, en el corazón del Imperio Romano de Occidente y condicionó, hasta nuestros días, toda la historia y la moral de Occidente.
Están los resentimientos de Pablo, la vocación historiadora de Lucas, la ortodoxia de la primera iglesia (Pedro, Juan, etc.), la curiosa historia de la escritura de los 4 evangelios oficiales, las charlas de Lucas con ancianos que habían conocido 30 años antes a los protagonistas originales de esa primera iglesia. Están las dudas sobre el verdadero objetivo de ese original revolucionario que fue el Nazareno. Hay anécdotas, datos históricos, invenciones, referencias a un pre evangelio llamado “Q”, consistente sólo en aforismos tomados de los discursos de Jesús; es una buena manera de empezar a investigar y a conocer los orígenes de lo que hoy conocemos como cristianismo, que es más invención de Pablo de Tarso que de Jesús de Nazaret. Un buen resumen de Renan, más divertido.
Carrère, no tiene demasiadas ambiciones estéticas respecto de las formas, su prosa es límpida y ágil, es de los narradores que utilizan el lenguaje como un simple instrumento que se utiliza para comunicar y se invisibiliza, un “escritor comunicacional”, por eso, supongo, sus traducciones no pierden mucho. Lo importante es lo que se narra, el lenguaje es un cristal. Por eso no hay demasiado que decir respecto del estilo, del registro o de los mecanismos discursivos de sus novelas, son los procedimientos de la crónica. Esto facilita y ameniza, para los interesados, la introducción a este tema histórico que, a muchos, nos sigue sorprendiendo. Por eso la segunda parte del libro, funciona más como texto introductorio que como novela. En términos literarios creo que Carrère tiene mejores cosas. De cualquier manera se trata de un libro interesante.