Alguna vez escuché (o leí) a Martín Caparrós decir que un cronista alcanza la excelencia en su oficio cuando es capaz escribir la crónica de la manzana de su casa. Yo no sé si Marcelo Padilla lo ha logrado pero seguramente en algún momento llegará a ese punto. Por eso esperaba con cierta ansiedad la publicación de Crónicas Tribales, su nuevo libro que marca, después de Poemas Peronistas (El Infiernillo, 2015, leer acá) y Los Objetivos Gitanos (El Infiernillo, 2016, Ed. digital), su vuelta al género que, según ha dicho el autor, le es más natural: la crónica. Claro que “su vuelta” es un simple eufemismo ya que, como puede comprobarse con una simple búsqueda en Google, es un género del que nunca se fue. En oposición a Perro Agosto (Bubok, 2013) y Pensamiento Salvaje (Bubok, 2011), libros que contenían muchos textos cortos, Crónicas Tribales está compuesto sólo por dos crónicas pero bastante extensas.
A diferencia de la crónica periodística pura y dura, que sirve para narrar en un espacio limitado alguna noticia de actualidad, el género que practica Padilla se acerca más al de Bageant, Leila Guerriero, Cristian Aalarcón o el mismo Caparrós. Un género que requiere además de cierto oficio, una gran capacidad de observación de lo cotidiano y la búsqueda de nuevas formas de mirar las cosas, una disciplina para escribir “en caliente”, es decir en el momento y lugar de los acontecimientos o contextos que se van a narrar; el buen cronista posee esa disciplina, registra in situ, porque sabe que con el tiempo la memoria tiende a simplificar los hechos, diluye los matices y los detalles que son esenciales para darle vida a la crónica. Padilla tiene ese método de registro inmediato, y ahí hace la diferencia, eso le permite trabajar con elementos, datos y referencias que a otro se le escaparían. Después se toma la libertad de “ultrajar y degenerar”, como dice él, los textos con figuras y metáforas de la poesía, con datos sociológicos y conceptos antropológicos. Por eso sus crónicas son inclasificables, híbridas, así como sus poesías tienen algo de crónica, sus crónicas tienen algo de poético. A ese género híbrido y singular pertenecen los dos textos que componen Crónicas Tribales.
Marcelo Padilla es, dentro de lo que la modernidad le permite, un nómade. Cada vez que hablo con él está por irse a algún lado, ya sea al misterio salvaje de la selva amazónica, a la tranquilidad provinciana de San Carlos, a la ferocidad urbana de Buenos Aires o a la aridez de la Puna; lejos o cerca, no importa, siempre se está yendo o preparándose para irse. De esas incursiones fuera de Mendoza surgen estas dos crónicas tribales.
El primer texto relata la experiencia del autor en una de esas comunidades terapéuticas destinadas a ofrecer tratamiento psiquiátrico a personas con diferentes adicciones. En el conurbano bonaerense abundan, en Mendoza no sé, probablemente no porque Padilla decide internarse en una institución ubicada en la localidad de Boulonge, la zona menos cool del partido de San Isidro, en las inmediaciones del famoso nudo de Panamericana y Márquez. La crónica titulada El Batallón Bipolar arranca con el recuerdo de una escena de infancia del autor, un niño internándose en los cañaverales. Es un procedimiento que Padilla ya había usado en algunos de sus poemas: rastrear los orígenes de la palabra, pero no en la etimología o el diccionario, si no en su propia subjetividad, en su memoria, y escribir desde ahí. Hago referencia a ese comienzo porque más tarde, en la segunda crónica, de nuevo está el cronista, ya adulto, internándose en la vegetación húmeda, ya no de algún cañaveral de San Juan, si no de la Amazonia Peruana.
Pero volvamos un momento a El Batallón Bipolar. Alguna vez, hace varios años, visité durante varios domingos a alguien cercano que estaba tratando sus adicciones en una comunidad terapéutica similar a la que sirve de escenario para esta crónica, pero ubicada más al oeste de Boulogne, en General Rodriguez. En una de esas visitas, esa persona me dijo que todos tendríamos que pasar un tiempo internados en comunidades de ese tipo independientemente de nuestras adicciones. El argumento era que las adicciones a las drogas eran sólo una de las consecuencias de la neurosis colectiva a la que nos exponen los avatares de la vida moderna, neurosis que sufrimos casi todos los seres humanos y que solo una parte sublima por medio del alcohol o las drogas; una vez pasado el tiempo de desintoxicación de sustancias empieza la desintoxicación de neurosis, y eso es lo que todos necesitamos. La hipótesis me pareció sólida, y algo de eso hay en la crónica de Padilla. El texto describe desde adentro y en primera persona los métodos y el contexto de esos protocolos terapéutico. Están las historias de vida de algunos personajes que surgen por medio de diálogos, intentos de fuga, explosiones emocionales y peleas. Hay descripciones muy precisas de la muerte que significa la tarde de domingo en ese contexto de encierro, de las reglas de convivencia que oscilan entre lo carcelario y lo militar, de las instalaciones preparadas para separar al staff terapéutico de los internos. La mirada sociológica del cronista le permite identificar las estructuras burocráticas de la institución y los discursos que esa burocracia produce, así como ciertas jerarquías tácitas que se forma entre los internos a partir de la antigüedad, la personalidad, el efecto del tratamiento, etc. El Batallón Bipolar ofrece una experiencia tan cruda como interesante.
La segunda crónica relata un viaje reciente del autor a la Amazonia Peruana, es una versión corregida, pulida y mejorada de la que se publicó por entregas en versión digital, por lo que voy a evitar entrar en detalles. Sólo decir que es una semblanza excelente y detallada de Iquitos, capital de la Provincia de Maynas en Perú, una ciudad bordeada por el río Amazonas que parece haber quedado al borde del tiempo, al borde de la civilización. El texto parece exhalar ese calor vaporoso de las zonas selváticas. Hay descripciones rigurosas y detalladas de sus paisajes saturados de densa vegetación, de la población semi urbana y de las comunidades aborígenes, sus costumbres, sus comidas, sus medios de transporte, sus formas de comercio. El cronista no se limita a observar, se mete en la experiencia, se adapta por un tiempo a esos modos de vida y registra todo con una mirada aguda, siempre atravesada por las ideas de América Profunda de Rodolfo Kusch, el único libro que el cronista decide leer durante su viaje, de donde toma el concepto de “mero estar” para describir cómo se vive al costado del mundo.
El estilo es el que mejor le queda a la crónica: frases cortas, tiempos verbales que dotan al texto de movimiento permanente, incluso a los paisajes, siempre impulsando la lectura hacia adelante, pero matizado siempre por metáforas y figuras poéticas que ayudan al lector a entrar en clima. Y una primera persona que trabaja bien oscilando entre tiempos verbales pretérito y presente para acercar o alejar la mirada.
Los dos textos arrancan con el viaje (uno en colectivo, otro en avión), el lector acompaña siempre al cronista, puede ver cómo van cambiando las sensaciones a medida que el protagonista se va adaptando a sus nuevos entornos. A su vez la mirada de ambas crónicas se desplaza en forma gradual de las sensaciones y subjetividades del cronista, que dominan los inicios de cada texto, a los personajes y contextos que se narran y son el corazón de los relatos.
Pero básicamente Crónicas Tribales puede leerse como un tratado de la anormalidad, o más bien como un catálogo de vidas que se resisten a ser normalizadas por los criterios que impone la lógica del contrato social moderno. Es una mirada que, habiendo renunciado a jergas universitarias y cientificistas, registra lo que ve en clave antropológica. Puede gustar más o menos, pero es una lectura que no deja indiferente a quien la encara.
Para terminar me gustaría hacer un comentario sobre la edición. El nuevo libro de Marcelo Padilla sale por el sello “El Infiernillo”, que es la marca autogestiva que viene utilizando el autor para publicar sin intermediarios. Como en Poemas Peronistas el diseño editorial de Gustavo Valdez presenta una estética algo más sobria y formal que aquel poemario, en medidas no estandarizadas y papel de excelente calidad. El motivo abstracto juega con la ambigüedad del observador: remite tanto a los cañaverales a los que hace referencia la primera crónica como a la vegetación selvática. Dada la ausencia casi absoluta de industria editorial creo que es necesario tener en cuenta a este gran diseñador.
Crónicas Tribales se presentará en sociedad el viernes 16 de junio a las 19 horas en la Asociación Bancaria (seccional Mendoza), ubicada en Av. España 1234 de la ciudad de Mendoza. A partir de ese día se harán diversas presentaciones en distintos lugares de la provincia, a fin de acercar el libro a todos los potenciales lectores.
Mendoza, 14 de Junio de 2016.