Diario de un mal año (6)

Diario de un mal año (6)

17/07/2017 – Lunes

Paso la mañana en casa sin hacer nada específico. No logro concentrarme para leer, ni para trabajar en cosas que tengo inconclusas, ni para emprender ninguna otra tarea de largo aliento. Tomo mate, leo fragmentariamente, voy y vengo de la computadora a la cocina, ordeno un poco libros y papeles, intercambio mensajes por Whatsapp y Facebook con amigos y familiares; las pequeñas urgencias domésticas me sustraen una y otra vez de lo que intento hacer y llego a la noche abatido, de mal humor, preso de una angustia desmesurada.
A principios de año me propuse no leer nada nuevo, hacer relecturas o lecturas de viejos libros pendientes, nada del siglo XXI. Saqué de la biblioteca Rojo y Negro, Guerra y Paz, le agregué las ediciones manuables de Don Quijote y de La Divina Comedia que le compré a Taglia y un par de cosas más, lo único que leí de esos libros fue El Castillo. Me digo que debería seguir con Dante o Cervantes, pero no quiero comprometerme por mucho tiempo con una novela larga. Entonces agarro el libro al que siempre acudo cuando no sé qué leer: Los Siete Locos, el viejo y querido Arlt con su aspereza es ideal para musicalizar la angustia.
La edición que tengo de la novela es la que heredé de mi abuelo, es de una tal Editorial Futuro S.R.L. y al final dice que fue impreso en julio de 1950 en calle Alsina. Sus páginas gruesas ya están resecas y amarillas pero se conservan bien, la tipografía despareja de imprenta antigua se mantiene perfectamente, está cosido y la encuadernación, aparentemente reforzada por mi abuelo, que disfrutaba de re-encuadernar libros viejos en tapas duras con cuerina, resiste muy bien. El olor a página vieja me remite a mi abuelo, a su casa, a sus muebles viejos, a su tocadisco enorme, a su biblioteca que saqueó mi primo cuando él murió, estuvo rápido, me dejó 10 o 12 ejemplares, nada más.
¿Cuándo habrá comprado mi abuelo este libro?  Supongo que no mucho tiempo después de su impresión, aunque tampoco inmediatamente. En 1950 él vivía en Rivadavia que en ese entonces no era más que un pueblo rural, el libro debe haber llegado a sus manos en el 52’ o 53’, para esa época él debió tener 47 o 48 años, era un director de escuela con una hija adolescente y un niño en edad escolar, y con tiempo para leer. Nunca hablé con él de ese ni de ningún libro, pero sé que lo releía siempre, que era fanático de Arlt, siempre lo mencionaba. Por eso leí Los Siete Locos por primera vez en su departamento de calle Lavalle entre Salta y Federico Moreno, durante varias siestas a los 16 o 17 años, en esta edición que tengo ahora y que vuelvo a leer con el mismo entusiasmo.

18/07/2017 – Martes

A mucha gente se la ha hecho costumbre polemizar por Facebook, expresar posiciones políticas y/o estéticas en los muros públicos. Pero algo falla ahí. Lo que podría ser debate se transforma en chicana barata, los intercambios terminan en insultos gratuitos e ironías berretas. Facebook, la gran máquina de producir malentendidos de nuestra época.

Hablamos con Javier Piccolo por chat, me llama la atención sobre la imposibilidad de pensar ciertas prácticas culturales de Mendoza, como la literatura, en términos de marginalidad/oficialidad. Me quedo pensando en esas cosas, el campo literario en Mendoza es demasiado acotado como para que se establezca una relación centro/periferia clara y bien delimitada, existe sí un núcleo de poder (medios, estado, academia, vendimia…) y contornos alrededor, pero los sujetos y las producciones se relacionan y se tensionan con ese núcleo, entran y salen. ¿Por qué? Supongo que porque todavía somos una provincia demasiado chica como para que el “centro” y la “periferia” puedan prescindir uno del otro. Salvo, claro está, alguna excepción.

Me voy a al mediodía Dorrego y vuelvo a casa entrada la tarde. Ansiedad, desazón, algo de angustia hacia la noche. Leer me calma, Arlt sabía representar ciertas angustias mejor que nadie, leerlo me hace sentir un poco menos imbécil. Es algo.

19/07/2017 – Miércoles

Por la mañana acompaño a mis padres a ATM (ex rentas, la AFIP provincial) a reclamar un dinero que el estado le robó a mi padre, le descontaron compulsivamente de una caja de ahorros una suma importante en concepto de Ingresos Brutos de 2005 a 2016. Después de 9 meses de reclamos, trámites y multas logramos que reconozcan que eran impuestos mal liquidados y ahora vamos a llevar una nota reclamando la restitución del dinero robado por el estado provincial para financiar sus planes sociales de privilegio (funcionarios, legisladores, jueces…). Al presentar la nota con todas las copias de los trámites ya realizados, en lugar de recibirla nos dan varias planillas que deberíamos adjuntar a esa carpeta y que tiene que llenar mi padre y el banco del cual descontaron el dinero. Leo por arriba las planillas y las instrucciones para llenarlas, es grotesco, absurdo, nos vamos con más papeles de los que llegamos.
El otro día hacía referencia a mi desacuerdo con la idea de que Kafka escribió alegorías sobre las burocracias estatales, reafirmo esa convicción, pero creo que existe la relación inversa: los burócratas se basaron Kafka para crear las estructuras del estado provincial, les salió bastante bien.

Vivo a dos cuadras del hotel Sheraton, en donde al parecer se alojan algunos diplomáticos que han venido a Mendoza a participar de la innecesaria Cumbre del Mercosur. La calle Primitivo de la Reta está cercada por policías provinciales y federales, no se puede pasar en auto y, a ciertas horas, tampoco se puede llegar caminando a mi casa sin darle explicaciones a un uniformado. No hay presidentes ni ministros, las fuerzas de seguridad sólo parecen estar cuidando a los ayudantes de los ayudantes de los asesores. La realidad está diseñada exclusivamente para atormentarme.

20/07/2017 – Jueves

Por la mañana sigo con trámites, esta vez en el banco Macro, en donde para hacer una simple consulta y pedir un papel hay que sacar número y perder toda la mañana. La burocracia bancaria definitivamente es peor que la estatal.

Por la tarde, a raíz de una charla con Terraza sobre la llamativa obsesión por editar de muchas personas, me acuerdo de una anécdota: debía ser 2009 o 2010, yo vivía en Buenos Aires y había venido a Mendoza de visita. Estábamos con un viejo amigo tomando un café en la calle Arístides Villanueva, un muchacho se acercó a saludarlo y se sentó con nosotros, por lo que entendí venía de un viaje por Latinoamérica y quería publicar el diario de viajes resultante de aquella experiencia. Habló de sus previsibles aventuras en tierras Incas, pero mucho más del libro, decía que había pedido presupuestos a Dunken y le parecía caro. Él quería un libro que además fuese objeto, con buen papel, tapas duras en negro, y escrito a dos columnas por página, tal vez con algunas imágenes o fotos, tenía una idea bastante acabada del diseño y la diagramación; también mencionó a una mujer que lo estaba ayudando a buscar editor. En una pausa mi amigo aprovechó para mencionar que yo trabajaba en una editorial y que tal vez pudiese ayudarlo a buscar presupuestos en Buenos Aires. El sujeto se mostró interesado y empezó a hacerme preguntas sobre costos de producción, de distribución y las ventajas de la autogestión. Llevábamos 45 minutos hablando de ese libro, en un momento le pregunté cuántas páginas tenía y me contestó que todavía no lo había escrito, pero que pronto iba a empezar. Primero publicar, después escribir, qué bien resumió la estupidez humana Osvaldo Lamborghini.

21/07/2017 – Viernes

Nota en Clarín, título: “Pensó que era un saqueo y se robó un calefón, pero estaban filmando una película”. Al parecer estaban filmando la escena de un saqueo en Tucumán para una película, el hombre pasaba por ahí, supongo que debe haber visto el caos y, sin percatarse de las cámaras, pensó que era un saqueo de verdad, se sumó a los actores que ejecutaban la toma y se llevó un calefón, una estufa y una frazada, los que se dieron cuenta fueron los asistentes de dirección. La película se llama El motoarrebatador y la dirige Agustín Toscano, espero que, por lo menos, dejen la toma con el saqueador verdadero. El tipo terminó preso, supongo que tenía frío.

Por la tarde me pongo a mirar La Colonia Penal, una película de 1970 basada en En la colonia penitenciaria de Kafka realizada por Raúl Ruiz, me sorprende gratamente, no conocía nada este director chileno que me recomendó Grasso. En YouTube encuentro muchísimas películas y documentales de Ruiz, me quedo viendo el cortometraje La Maleta y otras cosas salteadas, guardo como 15 videos para ver después. Leo que Ruiz debió exiliarse en París tras la caída de Allende y ahí filmó Diálogos de exiliados en 1975, al parecer la izquierda chilena no entendió ciertas ironías y lo acusó de apoyar el régimen de Pinochet. Esa película no está en YouTube, ya la voy a encontrar en otro lado.

22/07/2017 – Sábado

Me despierto demasiado tarde porque anoche me quedé mirando videos en YouTube hasta tarde, empecé por una entrevista a Ruiz y terminé escuchando exabruptos radiales de Baby Etchecopar; en el medio pasé por algunos documentales cortos sobre Gonzalo Millán y Macedonio Fernández, por los videos del ciclo Apuntes de Canal Acequia, por dos o tres programas de Contemporáneos, por reportajes cortos a Fogwill, a Horacio González y a Asís y por varias versiones de canciones viejas. Así funciona la red, una cosa lleva a otra, se salta de link en link, uno sabe dónde empieza y no dónde termina, es infinito y, utilizado con inteligencia, puede ser muy estimulante, para eso hay que salir de las redes sociales, fuera de esos límites internet empieza a producir sentido.

A la tarde paso un rato por la Alameda y después me encuentro con mi familia en el centro, tomamos café, compramos comida y volvemos a casa al anochecer. Hago planes para mirar una película de las que encontré anoche en YouTube, pero después de cenar me demoro leyendo Los siete locos primero y viendo televisión después, se me hace tarde y hago lo de siempre: postergar las cosas para el día siguiente e irme a dormir. Al menos fue un día tranquilo.

23/07/2017 – Domingo

Otra vez pierdo la mañana entera durmiendo. Me levanto cerca del mediodía, atontado y de mal humor, con la sensación de no poder escapar de un proceso perverso y sórdido que me arrastra desde hace cuatro o cinco años hacia la alienación, un mecanismo que diluye proyectos y deseos. Todo porque me levanté más tarde de lo que hubiese querido.
Después se me pasa un poco la neurosis y vamos a comer a lo de mis padres en Dorrego.

Volvemos temprano. Me pongo a revisar algunos datos sobre la industria editorial que vengo acumulando desde hace más de dos años, la idea era hacer una investigación casera del funcionamiento microeconómico del sector. Parto de una pregunta ¿Están caros los libros? La respuesta es evidente: .
Agarré 24 títulos de diferentes editoriales y diferentes temáticas, y miré la evolución de sus precios entre 2008 y 2016. Un libro nuevo de Planeta (en realidad sello Seix Barral, que es del grupo Planeta), por ejemplo, cuesta hoy $399, deflactando por inflación real el mismo libro en 2009 costaba el equivalente a $170 de hoy. Tampoco hace falta demasiado análisis, en 2008 recuerdo que una tarde me había quedado con poco dinero, estaba en calle Corrientes y quería un libro que había encontrado en una librería de usados, también tenía ganas de sentarme a tomar un café con medialunas, debía elegir entre esas dos alternativas porque el precio era el mismo, claro que con los usados nunca se sabe, pero hoy es difícil encontrar algún libro decente por el valor de un café.
Entonces sí, los libros están más caros que hace unos años en términos reales (es decir, sin contar efecto inflacionario). ¿Por qué? Eso quiero averiguar.
En principio hay varios factores que impactan en la estructura de costos, pero encuentro que uno de los grandes problemas está en la distribución minorista. Las grandes cadenas (Yenny y Cúspide) no fijan los precios pero sí los descuentos y los plazos de pago. Dado el volumen que manejan es difícil que esos plazos y esos descuentos no impacten en el precio final del libro. De hecho, observando los últimos años, la expansión de esas cadenas coincide con los aumentos de precios por encima de la inflación, sobre todo desde que el Grupo Clarín compró Cúspide y la transformó en Farmacity.
Hay matices más complejos (estructuras administrativas grandes, modelos de negocio anacrónicos, exceso de oferta, manejo de inventarios, logística…), pero básicamente, como en casi toda la economía argentina, la concentración en las cadenas de distribución termina siendo uno de los determinantes clave del nivel de precios. El país de los intermediarios.

 

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