Diario de un mal año (11)

Diario de un mal año (11)

21/08/2017 – Lunes (Feriado)

Feriado, ya nadie se acuerda porqué, pero es feriado. Un lunes feriado es una especie de prolongación del domingo, sería mejor que volviésemos a lo de antes: que los feriados caigan en el día que sea, sin fines de semana largos. Me levanto relativamente temprano y me pongo a leer los diarios por internet. Me demoro en algunas columnas de opinión sobre la coyuntura política publicadas durante el fin de semana. Salvo un par de excepciones, los análisis son demasiado coyunturales, inmediatos, epidérmicos, las herramientas y las categorías analíticas que se utilizan han quedado obsoletas, por eso pifian tanto.
Voy por la tarde a Dorrego a visitar a mis padres. Imprimo comprobantes electrónicos, facturas y cosas del ANSES, mi madre necesita el papel, no confía en los archivos digitales. Esa desconfianza la motivó a comprar una impresora nueva que yo aprovecho para imprimir textos de Marcelo Fox y Adolfo Couve. A esta altura ya es vieja la rivalidad papel vs digital y como viene la mano supongo que la dirimirán las nuevas generaciones. Personalmente me he adaptado bien, tengo una tablet y he leído cientos de libros en formato epub con la aplicación MoonReader o directamente en pdf. Libros que no se consiguen, libros que no puedo comprar, libros por los que no haría una apuesta pero me generan curiosidad, libros que de antemano sé que no voy a releer…, todas opciones que termino leyendo en formato digital, con la tablet. Sin embargo hay libros que me gusta tener, indicios de que no he logrado superar del todo la vocación fetichista. El Borges, de Bioy Casares, es un libro enorme, 1660 páginas, hojas gruesas, tapas duras, un ladrillo incómodo, imposible de leer en un viaje o llevarlo en la mochila, además el pdf que circula está hecho con OCR, se pueden buscar textos específicos y sus 60 megas caben en cualquier tarjeta de memoria, sin embargo me gusta tenerlo, verlo en mi biblioteca, sacarlo y hojearlo cada tanto, leer alguna entrada de ese diario al azar. Lo leí completo hace bastante, cuando vivía en Buenos Aires, me tomó un año hacerlo, lo tenía arriba de una mesa y leía cinco o seis páginas por día. Ahora lo tengo en pdf en la tablet, cada tanto consulto algo en el archivo digital, se puede leer perfectamente, pero sigo conservando orgulloso ese armatoste desproporcionado y cada tanto paso un rato leyendo de ahí. Lo mismo me pasa con La Broma Infinita de David Foster Wallace, con algunos libros de Pynchon, con los Ensayos de Montaigne y con los Cuentos Completos de Poe, todos libros enormes, de todos tengo copia digital, pero me gusta tenerlos en papel. En cambio me he ido deshaciendo de varios ejemplares a medida que consigo los títulos en formato digital, libros cuya versión en papel no me interesa demasiado, todos los libros de Deleuze, un par de Beatriz Preciado, los de Murakami, los de Bret Easton Ellis, Bukowski, Kurt Vonnegut y algunos más, no son malos libros, todo lo contrario, muchos son autores que sigo leyendo con gusto, pero no me molesta, y hasta prefiero, leerlos en formato digital. ¿Las razones de esta selectividad arbitraria en el ejercicio del fetiche? Las desconozco, cosas de la mente, supongo.
Después me quedo leyendo un rato en el comedor, tomando café y charlando con mi madre. Vuelvo a casa caminando ya de noche por calles desiertas. Esta vez tuve la precaución de evitar el atardecer.

22/08/2017 – Martes

El día pasa sin novedades, las horas transcurren lentamente con total intrascendencia. Llamadas de rutina, lectura, mate, quehaceres domésticos, ida y vuelta a la escuela y todas esas pequeñas cosas que juntas constituyen algo parecido a la vida. Intento por todos los medios evitar las obligaciones autoimpuestas, las que no sirven para nada, los compromisos ficticios con causas que no reportan nada a cambio. Así, comprometiéndome con causas ajenas, es como he terminado muchas veces trabajando gratis en beneficio de otros.
Por la tarde viene Terraza al departamento a tomar mates, después viene Bustamante y nos vamos los tres a tomar una cerveza, a Pardo, no hay muchas alternativas. Terraza nos muestra unos libros que ha traído Tomás Fadel a Mendoza, Cabeza de Buey de Durand, El Negro Atari de Oscar Fariña y otro cuyo título no recuerdo pero que al hojearlo me pareció que estaba bien. Está haciendo un gran trabajo Fadel en Buenos Aires con la edición, tiene el sello Fadel&Fadel, y es parte de Lomo y Editorial Chapita entre otros, todos tienen ediciones preciosas. El autor de Finca, además de ser un digno poeta, es un gran gestor cultural, traduce, promueve, edita todo el tiempo excelentes libros y lo más importante: los distribuye bien, algo en lo que fallan todos en Mendoza. Es una lástima que el joven Fadel se haya ido de esta provincia en la que hay tanta necesidad de proyectos culturales. Después de mirar los libros y charlar de todo un poco hacemos una especie de autopsia de la Revista Panero y evaluamos alternativas para ocupar ese espacio que dentro de poco quedará vacío. Pero tiene razón Bustamante: es muy difícil hacer algo gratis y encima solo. Hay varias ideas, pero se sabe: en un bar y con una cerveza adelante, todos tenemos ideas geniales, después ejecutarlas y sumar voluntades reales es otra cosa. También en eso falla Mendoza, la materialización de las ideas.

23/08/2017 – Miércoles

Me quedo sin cigarrillos a media mañana y debo salir de urgencia al kiosco. En el camino me encuentro con Taglia que viene del banco de Zapata y San Juan, nos venimos a casa a tomar mate. Le comento acerca de los libros de Fadel que están en Leviatán y él me dice que está por traer algo del catálogo desparejo de Gog&Magog para vender. Le encargo un ejemplar de La enfermedad mental de Alejandro Rubio porque la única manera de conseguirlo es ir a Buenos Aires y no creo que vaya por un tiempo. Esas editoriales chicas a las que les cuesta llegar al interior suelen tener excelentes títulos, hay que aprovechar cuando alguien las trae. Hablamos un poco de eso también y de las alternativas para publicar que tiene un escritor mendocino en una provincia sin editoriales, difícil, porque ni siquiera hay a dónde ir a hacer lobby editorial. A raíz de un comentario que me había hecho sobre el abordaje literario de notas sueltas, saco de la biblioteca Peripecias del no de Luis Chitarroni, un libro del 2007 que lleva como subtítulo Diario de una novela inconclusa, recuerdo que cuando salió ese libro Quintín hizo una especie de diario de lectura de la novela en su blog La lectora Provisoria, en uno de esos post proponía leer el libro usando Google por la cantidad de referencias ocultas que había en los textos. Yo leí “Peripecias…” un par de veces lejos de internet, me costó un poco, pero me gustó, aunque reconozco que se me escaparon muchas cosas, son como escombros de una novela abortada, con borradores, anagramas, pequeñas narraciones y personajes mutantes, no es nada convencional pero está muy bien. La dejo fuera de la biblioteca para leerla otra vez, pero después pierdo el entusiasmo, miro la pila de pendientes y la restituyo a su lugar en la biblioteca.
Después de llevar a mi hijo a la escuela vuelvo y me siento a leer Ana Karenina, me había olvidado de la consumación del adulterio, en realidad pensé que estaba más adelante en la novela y lo recordaba más descriptivo; es pura elipsis, apenas un párrafo, en realidad la última frase del párrafo: “…todo eso se había realizado para ambos al fin”, después viene todo lo que ya sabemos y que hace del libro un texto pionero de la novela moderna. Pero es notable, uno de los dos adulterios más famosos de la historia de la literatura condensado en dos palabras simples: todo eso.
Ya por la noche me entretengo leyendo lo que la gente pone en Twitter, a veces los twiteros son sumamente ocurrentes.
Chitarroni, Tolstoi, Twitter, demasiada literatura por hoy.

24/08/2017 – Jueves

Leo en el Diario Uno de Mendoza el siguiente titular: «Para el Gobierno no hay nada que cambiar en el sistema de Red Bus», incomprensible. RedBus es la versión local de la SUBE porteña, sólo que el sistema de carga es muy defectuoso, si bien han habilitado algunas alternativas de carga directa y mediante HomeBanking, las posibilidades de recarga son bastante acotadas. Los fines de semana, por ejemplo, es imposible cargar la tarjeta en algún kiosco habilitado, y los centros de carga automáticos son pocos, la bancarización digital es ínfima entre quienes utilizan el transporte público y a eso hay que sumarle que el sistema de transporte es pésimo en términos de frecuencias y tiempos. Todo eso hace que muchas veces la gente deba subir al colectivo apurada y sin carga en la tarjeta, en estos casos se suele pedir a algún pasajero que preste su tarjeta a cambio del dinero del pasaje, este mecanismo solidario funcionaba bien, hasta que el gobierno provincial decidió salir a cazar polizones en los colectivos. La semana pasada hubo una decena de detenidos por viajar sin crédito, en todos los casos gente honesta que, lejos de querer robar $8,50, debía movilizarse para ir a trabajar y no tenía carga en su tarjeta. Las redes sociales difundieron lo que estaba pasando y el gobierno, en lugar de una propuesta para mejorar el espantoso sistema de recarga, dice que la policía seguirá dedicada a detener a quienes no demuestren haber pagado el boleto. Montan operativos especiales para esto, el 23 de junio, por ejemplo, hicieron un operativo y detuvieron a 39 peligrosos delincuentes que, aparentemente, viajaron sin pagar, estos pasajeros defraudaron a los humildes empresarios de transporte por un total de $331,50 (39x$8,50). Absurdo.

Salgo al mediodía a llevar a mi hijo a la escuela, apenas cierro la puerta me doy cuenta de que dejé las llaves del lado de adentro, le mando un mensaje a mi esposa para pasar a buscar su juego y me dice que también las olvidó. Estamos en problemas. Dejo al niño y, ante la imposibilidad de volver a mi casa, me quedo deambulando por las calles de la ciudad. Descanso en un banco de la Plaza España, fumo y pienso en todo lo que últimamente ha salido mal, y con últimamente me refiero a los últimos 4 años, desde que volví de Buenos Aires, demasiado. Me llama mi madre por teléfono y me da malas noticias, me deprimo aún más, camino sin rumbo por el centro. Fantaseo con la idea de desaparecer, de escaparme de todo y de todos, empezar a correr, como Forrest Gump pero en dirección norte, y no parar por años, que nadie sepa nunca más de mí, no saber nunca más de nadie. Pero además de mi deplorable estado físico, me retienen la aversión al riesgo y, un poco, el sentido común. Además ya probé huir de mí mismo un par de veces, créanme: no funciona. Después de buscar al niño en la escuela, paso por un cerrajero que me cobra $150 por abrir la puerta con una tarjeta de crédito en exactamente un minuto y medio, el precio del conocimiento.
Más tarde, abrumado por las contrariedades, salgo a la calle. Me voy a Leviatán, compro Traducción Estética del Apocalipsis de Darío Zangrandi y tomamos una cerveza con el Tupac y Arabena. Vuelvo a casa de noche, con el estómago cerrado y bastante cansado. Anestesio los sentidos con un poco de TV y unas páginas de Tolstoi, y me voy a acostar temprano y sin comer.

25/08/2017 – Viernes

Mi hijo se despierta descompuesto del estómago, razón por la cual debo quedarme todo el día en casa. Leo bastante mientras el niño monopoliza la TV. Cada tanto me acerco a la computadora a buscar algo en internet o a responder algún mensaje que me llega vía Facebook. Hago el experimento de no borrar ningún mail durante todo el día, a la noche se han acumulado 28 correos de spam, algunos provienen de sitios conocidos a los que alguna vez me suscribí (MDZ, Flickr, Pinterest, Postularse, ZonaJobs…), y otros de sitios que no sé bien que son y no pienso averiguar (Ello, Pearltrees, Imago, Blogovin…), con razón toda la gente se ha pasado a Whatsapp. De todos modos no pierdo fe en el e-mail, sé que algún día me llegará una buena noticia por ese medio.
Piso la calle por primera vez a las 6:30 de la tarde, acompaño a mis padres al Policlínico de Cuyo a hacer unos estudios y vuelvo ya de noche a casa. Me quedo mirando una entrevista a Carlos Tévez, habla poco de fútbol y más de anécdotas. La gente lo insulta en redes sociales por una opinión política intrascendente y tibia, pero a mí me gusta lo que dice respecto del talento, dice que en realidad lo que sirve es la paciencia, el esfuerzo, la repetición de algo una y otra vez hasta que salga bien. Despoja al talento del aura celestial, lo vuelve terrenal, minimiza su impacto, no hay musas, no hay elegidos. Creo que ese paradigma excede lo futbolístico, se aplica a todo. No sé si la clave está tanto en la idea de esfuerzo como en la de paciencia. Como decía Beckett: “Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better”.

26/08/2017 – Sábado

Chequeo las redes sociales, a veces me deprimen un poco, sobre todo Facebook. La corrección política, el progresismo snob, la sobreactuación, la pose, el republicanismo reaccionario, la hipérbole en el ejercicio de la indignación…, todas esas cosas me resultan bastante estúpidas, pero cuando toda esa frivolidad se viraliza a través de internet se vuelve violenta, estéticamente violenta. El mecanismo de reproducción iterativa de un discurso prefabricado (con leves variaciones) tiende a banalizar causas sobre las que trata de llamar la atención. La era del hashtag, la era de la pose digital. Se lo debemos menos al kirchnerismo y al duranbarbismo que a las redes sociales. Intento no entrar en eso, no siempre lo consigo, pero trato de mantenerme al margen. Por suerte en Twitter están con otra cosa, o al menos no repiten todos lo mismo.
Antes del mediodía salgo. Hago algunas diligencias y compras que me ha encargado mi madre y me voy caminando hasta Dorrego. Después de almorzar con mis padres me tomo el trole, que en realidad ya no es trole si no un colectivo común y corriente que sólo sigue el recorrido marcado por los cables del trole. Llego a la Alameda a la siesta y me quedo en el puesto de Taglia un rato. Grasso llega un poco más tarde y nos llama la atención sobre el libro Catulito de Sergio Raimondi que acaba de re-editar Editorial Neutrinos, traducciones de algunos poemas de Catulo realizadas a principios de los 90’. Las traducciones tienen algunas peculiaridades que hacen interesante el libro, pero además el prólogo y el postfacio revelan los ejercicios de traducción como una forma de resistir cierto espíritu reaccionario y conservador de muchas universidades del interior del país, espíritu (dicho sea de paso) que se mantiene en la UNCuyo. Más tarde Grasso me pasa por el chat de Facebook un link con un video de Stanley Lombardo leyendo un fragmento de La Ilíada. Lombardo es un clasicista de la universidad de Kansas que traduce a los griegos tratando de restituirles la oralidad y el estilo conversacional, procura limpiar los textos del pudor y la formalidad excesiva de los traductores conservadores, algo parecido a lo que hace Raimondi con Catulo. Siguiendo links encuentro varios videos con lecturas suyas de los griegos, no entiendo mucho, pero me gusta el tono épico, las inflexiones de la voz, la cadencia con la que lee. Olvido por completo mis planes de ver la pelea entre Mayweather y McGregor y paso la noche del sábado escuchando cómo deberían sonar esos textos, porque después de todo tienen su origen en la oralidad. Intercambiamos links con Grasso, le pregunto si somos “raros” por entusiasmarnos con esas cosas un sábado a la noche, me dice que somos monstruos, es probable. Enorme lector Grasso, conozco pocos así.

27/08/2017 – Domingo

Leo portales de noticias por arriba, sólo los titulares de los diarios, un par de copetes y un par de notas de economía, evito la coyuntura, el equívoco, las operaciones, las campañas, pienso mantenerme así hasta que terminen las elecciones. Hay un problema que no es sólo argentino, un problema generacional que tiene el mundo: mi generación, la de los nacidos en los 70’ y tempranos 80’ es la generación operativa, la que ejecuta y la que decide gran parte del consumo; la generación que conduce está compuesta por los nacidos en los 50’ y 60’, ellos lideran todo tipo de corporaciones (estatales, sindicales, productivas, etc.) y también toman las decisiones de consumo. Es decir que el mundo del siglo XXI funciona en base a decisiones (de producción de sentido y consumo de bienes) de gente nacida en el siglo XX, esto debe haber pasado muchas veces y no sería ningún problema si en el medio no hubiese habido una revolución tecnológica, un shock que cambió no sólo la manera de comunicarse si no también la forma de habitar el mundo (de trabajar, de producir, de aprender, de pensar, de leer…). Leo a políticos y periodistas preocupados por la famosa industrialización, están convencidos de que las inversiones industriales darán empleo de calidad, las esperan con impaciencia. Supongo que piensan en las viejas industrias de los 50’, en donde miles de personas trabajaban adentro de una fábrica, mejor remuneradas que en los sectores agrícolas, produciendo bienes con métodos intensivos en mano de obra, se van a sorprender si llegan a venir inversiones industriales alguna vez, crecerá el PBI pero eso no va a mejorar el empleo ni la distribución del ingreso. No sé si estamos capacitados para mirar el futuro, tal vez estas dos generaciones debamos tener la humildad de manejar como podamos la transición, con prudencia y  en silencio, administrar el presente y causar el menor daño posible.
Paso el día en casa, salgo sólo a comprar cigarrillos en el Automóvil Club, después me quedo mirando partidos de la nueva Superliga que de súper no tiene nada. La televisación, por ahora sin codificar, no difiere tanto de la que ofrecía el vapuleado Fútbol para Todos, los equipos son más o menos los mismos, los estadios también, los relatores y comentaristas también, los planos, los replay’s…, todo lo mismo, lo único que cambió es la estética de los graph’s y esas cosas, maquillaje, como todo en este país, maquillaje y alambre, mucho alambre.

 

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