Diario de un mal año (14)

Diario de un mal año (14)

11/09/2017 – Lunes

Mi esposa vuelve al trabajo tras sus vacaciones atemporales, yo trato de volver a mis horarios y actividades rutinarias: me levanto temprano, desayuno parado en la cocina leyendo un poco y con la TV de fondo, despierto a mi hijo, le doy el desayuno, lo visto y ahí me acuerdo que no hay clases por el día del maestro, adiós rutina. Nos vamos a la casa de mis padres, para que el niño pueda jugar en el patio al aire libre, pero se nubla y termina toda la tarde mirando videos de Peppa Pig. Yo me pongo a leer cosas salteadas de la vieja colección Capítulo del mítico CEAL que está completa en la biblioteca de mi padre, también están completas las colecciones Historia de la Literatura argentina, Biblioteca argentina fundamental y Biblioteca Básica Universal, además hay varios libros sueltos de otras colecciones incompletas. Los pequeños libritos del Centro Editor ocupan todo un panel de más de 6 estantes en el enorme mueble que mi padre mandó a hacer para guardar sus libros, es una parte de la biblioteca a la que le tengo un enorme cariño, fue una de mis puertas de entrada a la lectura. Los libritos del CEAL se conseguían en kioscos de diarios y revistas, en hospitales, en escuelas y en otros circuitos no tradicionales, los libreros se negaban a venderlos porque juzgaban que les quitaba rentabilidad por el bajísimo precio. El lema con el que se inició CEAL en 1966 era “Más libros para más” (su fundador, Boris Spivacow, venía de EUDEBA, en donde el lema que usaba era “Libros para todos”), es decir libros baratos, al alcance de cualquier bolsillo, accesibles para cualquier seco como yo. Gracias a eso mi padre, que en esa época era un empleado público raso, se podía permitir comprar dos o tres libros por semana, algo que hoy es impensable dados los precios del mercado editorial. El CEAL tenía, además de editores, administrativos, correctores y traductores, un staff permanente que escribía libros específicos y cobraban sueldos en vez de derechos, con esa mecánica, por ejemplo, Sarlo y Altamirano escribieron Ensayos Argentinos. De Sarmiento a la vanguardia, un libro excelente. En 1978 les incautaron material y apresaron a 14 empleados, en 1979 metieron preso a Troncoso, el director de una colección, por plagio, el 26 de junio de 1980 la dictadura ordenó la quema en Sarandí de 24 toneladas de libros, más de un millón de ejemplares, todos del CEAL, por considerarlos subversivos y peligrosos. A pesar de todo eso siguieron editando hasta 1995, un año después de la muerte de Spivacow. ¿Sería posible hoy repetir un proyecto editorial como ese? No creo, a veces salen algunas cosas, pero son colecciones de los diarios, duran poco, no hay ningún proyecto editorial en Argentina que se proponga vender libros de bajo costo y alta calidad, más bien hay una tendencia contraria: libros mediocres en ediciones de lujo que suben su precio, o plaquetitas de mierda de poetas absolutamente desconocidos a $130; una locura, así es como el libro se convirtió en un artículo de lujo, un consumo de segmento ABC1 (clase alta y media alta), y nadie está demasiado interesado en sacarlo de ese lugar, supongo que por eso está cada vez más vigente el mercado de usados y el formato epub.

12/09/2017 – Martes

Mañana tranquila, demasiado tranquila; tarde agitada, demasiado agitada. En el medio pasa El Guille por el departamento a dejarme algunos libros que trae de San Rafael, buenos libros: Marcuse, José Martí, El banquete de Severo Arcángel de Marechal y algunos más entre los que hay uno de Andrew Smith que despierta mi curiosidad, se llama Yo fui obrero en la URSS, según el prólogo es una especie de relato autobiográfico o crónica de un americano militante del socialismo que vivió y trabajó durante tres años en la URSS de Stalin. La edición argentina de la extinta Editorial Difusión es de 1950, pero al parecer el texto fue escrito en 1940. Lo empiezo a leer con gran interés y no defrauda mis expectativas, es un relato bastante ágil, una semblanza excelente de los Soviets y de la vida cotidiana en la Unión Soviética estalinista. Lo dejo fuera de la biblioteca para seguir después.
Tras dejar al niño en la escuela me voy a lidiar con cuestiones desagradables e inevitables, últimamente mi vida consiste en eso: una sucesión de actividades desagradables e ineludibles apenas discontinuadas por pequeños oasis de quietud y espera tensa, en el medio las vicisitudes cotidianas: el colegio del niño, las cuentas, el dinero, el desempleo, los pequeños sobresaltos domésticos y la lectura como forma de evadir todo lo anterior.
Más tarde salgo a la calle a caminar un rato para despejarme de tanta negatividad. En Leviatán me encuentro con Claudio Rosales y nos ponemos a charlar con él y el Tupac de edición y autogestión, me quedo ahí hasta la noche. Rosales me cuenta anécdotas que me hacen caer en la cuenta de que sólo conozco los hechos, espacios y autores de los últimos 5 minutos de la literatura mendocina contemporánea, ni hablar de los libros, que no se consiguen. Me cuenta de los inicios de Carbónico, de las revistas literarias, de los orígenes de La Libre, de las tensiones con el estado provincial y de algunos sujetos que fueron importantes y desaparecieron. Se me ocurre que con toda esa historia se podría hacer un libro o, mejor todavía, un documental que abarque ese devenir de la literatura mendocina desde los 90’ hasta hoy, deberían participar, además de Rosales, Sergio Taglia, Juan López, Pablo Grasso, Patricia Rodón, Ulises Naranjo, Leo Pedra, Diego Bustamante, Gonzalo Córdoba y algún otro que seguramente se me escapa, ojalá se le ocurra a alguien con la iniciativa, el tiempo y los recursos materiales para hacerlo, por ejemplo: el estado provincial. También charlamos un rato de las posibilidades concretas de una editorial de verdad en Mendoza, de los costos de edición y del fracaso inevitable de cualquier operación deliberada de mitificación, por bienintencionada que sea.
Por la noche lo de siempre: leo un rato, veo tele, me voy a dormir. Día de mierda.

13/09/2017 – Miércoles

Realmente me importa poco si la selección argentina de fútbol juega en la cancha de River, de Boca o de Defensores de Belgrano, igual que si clasifica o no al mundial de Rusia, me da igual, ya casi no veo fútbol. No obstante, casi sin darme cuenta, me embarco en una discusión al respecto con un amigo y en un momento él hace referencia al folclore del fútbol, creo que precisamente eso es lo que me cansó del fútbol, eso que llaman folclore. Para folclore me quedo con Cafurne, con Larralde y con Don Atahualpa Yupanqui.
Tomamos café con Terraza por la tarde en un bar del centro, hablamos un rato de ese límite difuso entre poesía y narrativa que es la llamada prosa poética, de los procedimientos para versificar y todo ese tipo de cosas plagadas de subjetividad. Sale el tema de la llamada poesía enter, la etiqueta irónica que le da un amigo a esas prosas banales cortadas con saltos de línea y que se presentan orgullosamente como Poemas. Generalmente se trata de textos cuya complejidad no sobrepasa la de una redacción tema La Vaca de cuarto grado en cualquier escuela primaria del país, pero aparentemente, sus autores suponen que meter saltos de línea en medio de las frases basta para convertir cualquier texto en poesía, “son poemas jóvenes,  frescos” me dijo hace poco un conocido que gusta de esa clase de literatura. Frescos, qué pelotudo.

14/09/2017 – Jueves

Una lista de libros que me gustaría comprar pero no puedo:
La enfermedad Mental de Alejandro Rubio ($340)
Ahora o nunca de Ricardo Zelarayán ($330)
Diarios 1947 – 1954 de Jack Kerouac ($499)
Conversaciones con Cézanne de P.M. Doran ($335)
Retratos de Will de Ann Beattie ($715)
Todos contra todos y cada uno contra sí mismo de Bob Chow ($240)
Pretérito Perfecto de Hugo Foguet ($430)
Vivir en la salina: cuentos completos (1970-2016) de Elvio Gandolfo ($470)
Hombre en la orilla de Miguel Briante ($280)
El Jardín de las máquinas parlantes de Alberto Laiseca ($630)
Vigilámbulo de Arturo Carrera ($1.175)

La suma total de mis imposibilidades materiales en términos de fetiche literario es de $5.444. Son libros que seguramente ya tendría en mi poder si estuviese empleado y gozando de un sueldo más o menos decente, es más: si consiguiese trabajo hoy, creo que tardaría bastante poco en ponerme al día. Cuando trabajaba (y cobraba por hacerlo) gastaba bastante dinero en libros, no sé cuánto equivaldría a pesos de hoy, pero compraba 4 o 5 libros al mes, salvo en mayo cuando tenía que trabajar en la feria del libro y compraba más o menos 10 libros adicionales (los conseguía al 50% y se pagaban con las horas extras). Sacando la cuenta a ojo tengo poco más de 600 libros en mi casa, libros míos, que compré yo, después debe haber unos 50 que pertenecen a la biblioteca de mi padre y otros tantos de mi esposa. La mayoría son libros que me gusta tener. Después está la biblioteca digital, a la que recurro bastante seguido, en donde tengo más de 4.500 archivos entre epub y pdf. De todos esos libros he leído bastantes, pero creo que no llego a la tercera parte, hay muchos que seguramente jamás voy a leer enteros pero igual los conservo. Sin embargo la compulsión a seguir acumulando ejemplares no se detiene, si no se materializa es simplemente por la falta de fondos, ya vendrán tiempos mejores y seguramente retomaré el ritmo de acumulación. A veces pienso en agarrar todos los libros que tengo, y algunos que hay olvidados en lo de mis padres, y ponerme a venderlos, para comprar más baratos y así ir haciendo una librería o un puesto como los de la alameda, de hecho hace un tiempo publiqué algunos en Facebook para probar, pero sólo vendí dos y los otros fueron a canje, me es mucho más cómodo cambiárselos directamente a Taglia o al Tupac por otros libros usados que quiero leer.
Me fui por las ramas, todo esto (la lista de faltantes, la acumulación de ejemplares) venía a colación de un artículo de Evangelina Himitian que sale hoy en La Nación, pero que ya habían publicado hace como un mes en el blog Deseo Consumido, en donde se explica, entre otras cosas, que los japoneses tienen una palabra para expresar la compulsión a acumular libros sin leer: Tsundoku. En el artículo hay algunas cifras interesantes, la que más me llama la atención sale de un cruce entre estadísticas de venta de libros y encuestas sobre lectura: en Argentina (como en mi casa) se compran más libros de los que se leen, sin duda somos una sociedad con cierta tendencia al Tsundoku. Mal de muchos…

15/09/2017 – Viernes

El tema del día parece ser una entrevista que le dio Cristina Kirchner a un medio de los considerados hegemónicos y hostiles por el kirchnerismo. Miro el reportaje por internet, Cristina es muy hábil para responder, maneja bien los tiempos, contesta lo que quiere, sabe cómo eludir delicadamente los temas incómodos, para mí estuvo bastante bien, creo que tendría que haber empezado a dar este tipo de entrevistas en 2013, las habría superado airosa y se hubiese ahorrado muchos enemigos. Ahora es tarde, someterse al reportaje no pautado en este momento es un claro signo de debilidad, es como mandar a cabecear al arquero estando 1-0 abajo a los 45 minutos del segundo tiempo. Novaresio también estuvo bien, es un pésimo periodista, pero hay que reconocer que hizo una entrevista digna, ni muy obsecuente, ni muy hostil. En general estoy de acuerdo con los diagnósticos sociales, económicos y políticos que hizo la ex presidente, lo que no creo es que ella sea la solución, ahí reside su debilidad, la gente la percibe como parte del problema. También me gustó mucho cuando dijo que los periodistas deben dejar de sentir que lo importante son sus opiniones (nada menos interesante que la opinión de un periodista) y dejar que hablen los actores políticos, tiene razón, el periodismo argentino se cree llamado a ocupar un rol que no tiene ni está capacitado para ejercer. Por supuesto que para los ultras del kirchnerismo el periodista llevó a cabo un interrogatorio judicial y para los ultras del macrismo fue demasiado blando, pero esa suma de fanáticos es una minoría. En realidad no creo que la entrevista mueva la aguja electoral, de todas maneras sirve para mostrar que Cristina Kirchner, por adhesión o rechazo, sigue ocupando un lugar central en la política argentina y eso es precisamente lo que hace que el gobierno conserve su base electoral y gane las elecciones, cuando desaparezca Cristina desaparecerá la coalición gobernante, entonces habrá que barajar y dar de nuevo.
También leí parte del proyecto de ley de presupuesto 2018 (no todo porque son 300 páginas y tengo cosas más entretenidas con que perder el tiempo). Lo que dice es más o menos que 2018 será igual a 2017 pero con un mundial en el medio: aumentos fuertes de tarifas, inflación de 15,7% (o sea: de 20%), paritarias de 16% (o sea: menos de 20%), tasas de interés que siguen por las nubes, endeudamiento fuerte, emisión fuerte, atraso cambiario, etc. O sea: el segundo semestre deberá esperar hasta 2019.
No mucho más. Descubrieron que el líder de la Resistencia Ancestral Mapuche es un ex-flogger de la banda de Cumbio, esos que se cagaban a piedrazos en el Abasto contra los emos allá por 2008, pero en este contexto eso parece ser una simple y trivial anécdota.
Cerramos la semana como corresponde: cenando polenta con chorizo y queso.

16/09/2017 – Sábado

Sábado primaveral, a pesar de haber puesto el despertador a las 7 de la mañana para ver el partido, me levanto a las 12 y hago lo mismo que el sábado pasado: lo miro en diferido por YouTube sin saber el resultado. Aunque, claro, Los Pumas son previsibles y pasa exactamente lo mismo que contra los All Blacks: primer tiempo arriba, 20 minutos de derrape en el segundo, 45-20. Igual, a pesar de los resultados, disfruto bastante viendo rugby, y siento un profundo y silencioso desprecio por quienes lo descalifican por ser un deporte de chetos y les dicen cabeza de guinda a los que alguna vez lo practicaron, yo lo hice (muy mal) durante varios años de mi adolescencia y jamás vi ese supuesto sectarismo aristocrático que se le atribuye al rugby, sí lo percibí en algunos colegios y en otros ámbitos juveniles, pero no en el club al que iba, es deporte que me gusta mucho.
Por la tarde salgo un rato a la calle para ver si se me contagia un poco la buena onda primaveral. El sol cálido, los brotes verdes y esa sensación ingenua de algo naciendo, contrasta violentamente con mi estado de ánimo crepuscular. Me paro un rato en Yenny a hojear libros que no pienso comprar, al salir del local hay un pastor evangelista solitario predicando con un micrófono y uno de esos pequeños parlantes portátiles, la gente pasa de largo sin escucharlo, hay dos señoras atrás del hombre que claramente están con él, el único público real que tiene es un adolescente rubio, un tarjetero de estacionamiento con su inconfundible camisa verde, y un homless que conozco porque vive en un colchón a media cuadra de mi casa, me sumo a ellos más por solidaridad que por curiosidad. Escucho un rato al pastor, es un hombre calvo y fornido de unos 50 años, tiene tatuajes en uno de sus brazos y está bastante bien vestido, dice que estuvo en la cárcel, que pasó por adicciones y otras cosas, pero que Dios lo salvó de todo eso y ahora lo había mandado a predicar a la calle, no tengo porqué no creerle. El discurso es parecido al de esos pastores brasileros que salen en la televisión a la noche, en relación a ellos este hombre debe ser una especie de emprendedor independiente, un freelancer de la fe, después de todo la tan sobrevalorada autogestión no es exclusiva de las actividades culturales.
Después compro un pancho en uno de esos locales sucios de Garibaldi, paso un rato por la librería Leviatán y vuelvo a mi casa en donde cenamos con cerveza y T.V.

17/09/2017 – Domingo

Me voy temprano a Dorrego porque me toca hacer asado para toda la familia. Prendo el fuego y me pongo a limpiar el patio y levantar la bosta del perro del jardín mientras espero que haya brasa. Después me abro una cerveza, pongo las carnes a la parrilla y me desentiendo completamente por una hora y pico. Sale todo bien, no hay secretos, una vez más se comprueba que todas las liturgias y fábulas alrededor del asado son un gigantesco chamuyo, sólo hay que poner brasas, encima una parrilla y encima carne con sal, después sólo es cuestión de tiempo, tiempo y paciencia, tratar de que nada se queme. Hay tres mitos argentinos que es necesario demoler: el asado, el mate y la paternidad, alrededor de esas tres instancias hay mucho rito, mucho consejo, muchas fábulas sobre la pericia requerida para emprenderlas. Nada más alejado de la realidad, son tres cosas que cualquier retardado mental puede hacer relativamente bien: hacer un asado, cebar mate y tener un hijo, de hecho todo el mundo lo hace todo el tiempo.
Después de abarrotarnos de carnes, ensaladas y cosas dulces nos sentamos en el jardín, a la sombra, a tomar mate mientras los niños más chicos corretean por el jardín y los más grandes se alienan en sus respectivos universos virtuales con los teléfonos. Como tengo demasiado olor a humo parto temprano a casa, me doy un baño y me pongo a ver Boca – Godoy Cruz por TNT, no me interesa demasiado, pero la proximidad de la codificación definitiva del fútbol y la consiguiente imposibilidad de ver los partidos, me empuja a verlo completo alternándolo con lecturas livianas y cortas.
El día se escurre rápido, la luz empieza a diluirse. Domingo, asado en familia, calidez primaveral, cielo despejado, niños corriendo en el jardín, fútbol por la tarde…, todo es una trampa para distraernos de lo inevitable: el arribo del atardecer dominical, con su silenciosa depresión vespertina.
Otra semana para el olvido.

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