Diario de un mal año (15)
18/09/2017 – Lunes
Me levanto temprano para empezar de una vez lo que asoma como otra semana de mierda. Después de mucho tiempo me llega mensaje a un grupo de WhatsApp, antes estaba en varios grupos, pero me fui de todos los que tenían más de 6 miembros, me volvían loco con pelotudeces todo el día, me quedé en grupos reducidos, compuestos de gente a la que aprecio mucho. El que llega es de mis ex compañeros de trabajo de la Editorial La Crujía, intercambiamos brevemente novedades personales, están todos en Buenos Aires excepto uno que está en Córdoba y yo en Mendoza. Esta breve puesta al día me deja pensando en esos amigos, en la vida en Buenos Aires, en aquella cotidianidad porteña que hoy, a la distancia, miro con cierta añoranza: los cafés a media mañana en la librería, la curiosidad por la llegada de libros nuevos, la feria del libro, los regulares paseos por Parque Rivadavia, las lecturas solitarias en el bar El Coleccionista, las esperas vespertinas en La Paz, los café con mi amiga Helena en Margot, etc. Como a los cinco años de vivir en Buenos Aires, tras una adaptación rápida e indolora, empecé a extrañar Mendoza, me sentía fuera de eje en esa ciudad, creo que más que la provincia extrañaba un pasado irrecuperable, pero en ese entonces no me daba cuenta y terminé volviendo. Hoy, a casi cinco años de haber vuelto, me doy cuenta de que me pasa algo similar, siento que no tengo mucho que hacer en esta provincia, pero es lo mismo, no extraño tanto el lugar como experiencias irrecuperables, porque en realidad el pasado no es algo que exista. No pienso en cometer el mismo error, pero hay algo que es cierto: una vez que uno deja su lugar de origen, pasa a ser extranjero en todos lados, aún en su lugar de origen; por eso tengo la esperanza de que mi residencia en Mendoza no sea definitiva.
Paso el día de aquí para allá, tratando de facilitarle las cosas a los demás, son tiempos difíciles. En las pausas logro terminar, por fin, con Anna Karenina. Tardé poco más de un mes en leer esta novela, podría haberlo hecho en menos tiempo, pero cuestiones personales y otras lecturas me demoraron un poco, de todas maneras un mes es bastante menos que los casi 4 años que tardaron sus primeros lectores rusos, sometidos a las entregas periódicas de la primera publicación. Las páginas finales, con los monólogos interiores de Anna (cuya desesperación final remite al Raskólnikov de Dostoyevski) y las tensiones morales de Levine, justifican una relectura que había considerado inútil. En ese contraste entre Anna y Levine quedan claras las críticas de Tolstoi a su sociedad. Hay que leer estas críticas en el contexto intelectual de la Rusia zarista de esa época, en donde empezaban a aparecer los primeros cuestionamientos a la familia como célula de la sociedad por un lado, y a las burocracias monárquicas por otro. La posición inequívoca de Tolstoi respecto de estas cuestiones es lo que le da una dimensión social y política a la novela.
¿Porqué leer Anna Karenina hoy? ¿Qué interés puede tener para un lector del siglo XXI? En principio podría leerse como la semblanza histórica de la decadencia del sistema zarista y los cambios sociales que terminarían 40 años más tarde con la revolución bolchevique. Pero es una obra mucho más compleja que una simple novela histórica. Además de uno de los grandes exponentes del realismo literario, en Anna Karenina se encuentra el germen de la novela psicológica, del monólogo interior y de la literatura social del siglo XX.
Entonces: novela romántica (todos los culebrones latinoamericanos, ya lo he dicho, son reversiones edulcoradas de esta novela), novela social, novela política, novela realista, excelente manejo de los personajes y buen uso del monólogo interior que después sería profundizado hasta convertirse casi en un género. Ninguna lectura es obligatoria, pero quizás vale la pena, cada tanto, leer Anna Karenina.
19/09/2017 – Martes
Después de una mañana tranquila empiezo a peregrinar. De casa a la escuela para dejar al niño, de la escuela a casa de mis padres en Dorrego, de Dorrego de vuelta a la escuela, de la escuela a casa, de casa otra vez a Dorrego y, finalmente, ya entrada la noche, de Dorrego al centro otra vez. En el medio farmacias, comercios y alguno que otro desvío. Total recorrido: poco más de 7 kilómetros; 3,5 en bajada y 3,5 en subida, todo a pie y bajo un sol bastante sofocante. Ando a pie desde hace años, el transporte público en Mendoza funciona tan mal que sólo sirve en caso de invalidez o distancias muy grandes, pero en un radio relativamente acotado se ahorra más tiempo caminando que viajando en transporte público, y de paso se evita estar expuesto a sanciones policiales por el uso solidario de RedBus. Podría usar un auto relativamente potable de mi familia, pero no tengo registro, cuando fui a renovarlo me dijeron que tengo que sacarlo como si fuese la primera vez porque el anterior se me venció hace más de cinco años que es más o menos el tiempo que llevo fuera del sistema, acumulando deudas y postergaciones. Entonces se produce una paradoja insoluble: no tengo registro, por lo que no puedo manejar un auto hasta el lugar en donde debo dar el examen, por lo que no puedo sacar el registro. Claro, la solución sería que alguien me lleve con el auto y que se fume conmigo las horas que se tarde el trámite, pedirle eso a una persona sería un abuso, nadie me debe un favor tan grande. Es más fácil andar a pie.
En los ratos libres de caminata empiezo a leer, por recomendación de Taglia, Solo del sueco August Strindberg, es una especie de relato confesional, tiene una potencia literaria extraordinaria, al menos al principio; Taglia siempre me recomienda buenos libros. Por lo que llevo leído, Solo parece ser una apología de la soledad. El libro empieza cuando el narrador/personaje/autor vuelve a su ciudad natal (Estocolmo) después de una década y se reencuentra con sus viejos amigos, en la conversación todo gira en torno al pasado común: «Y se notó que ya nadie hablaba del futuro, sino sólo del pasado, por la simple razón de que estábamos ya en el soñado futuro y no se podía fantasear sobre él.» Notable. No puedo dejar de sentirme identificado con la experiencia de Strindberg, cuando volví a Mendoza traté de unirme al grupo de mis viejos compañeros de secundaria que se siguen juntando regularmente a comer asados, pero rápidamente noté que gran parte de las conversaciones giraban en torno al pasado común, a anécdotas mil veces repetidas que sólo sufren leves variaciones con el tiempo. Incluso las conversaciones sobre temas más actuales se anclan en un pasado compartido del que muchas veces no me siento parte. De a poco me autoexcluí de esas reuniones, en cambio he intentado, con poco éxito, establecer vínculos más personales en donde el pasado deje de ser el eje central. Volviendo al libro, lo que Strindberg pone en cuestión es que al prescindir del contacto frecuente ciertos vínculos se pierden y son irrecuperables, ya lo dijeron muchos antes, pero el sueco lo dice mejor.
Vuelvo a casa a las 11 de la noche y sin fuerzas para nada más que para tomar un ibuprofeno y dormir.
20/09/2017 – Miércoles
Sigo con Strindberg, había leído un par de obritas de teatro suyas que no me parecieron mal pero tampoco me deslumbraron, en cambio Solo me parece maravilloso, no puedo parar de leerlo. El tipo vuelve a Estocolmo en su madurez, y tras el fallido intento de restablecer relaciones sociales, decide quedarse solo. El libro es un registro exhaustivo de lo que hace Strindberg con esa soledad deliberada en su tierra natal. En principio sólo ve ventajas en estar solo, aunque se trata de una soledad relativa porque vive en una pensión dentro de una ciudad, lo que lo obliga a cruzarse permanentemente con otros seres humanos, no está aislado, simplemente está solo. Pretende, paradójicamente, reconciliarse con la humanidad a partir de esta soledad, librarse de las obligaciones que demanda establecer relaciones con otros y así evitar las miserias ajenas y, cómo no, encontrarse a sí mismo. Este libro fue escrito en 1903, en esa época Strindberg ya era un dramaturgo consagrado y, aparentemente, no necesitaba trabajar para comer, la ausencia de obligaciones de este tipo y de compromisos profesionales le otorga una especie de libertad total, a pesar de lo cual se somete a cierta disciplina autoimpuesta respecto de los horarios y de actividades rituales. El narrador sale todas las mañanas a dar largos paseos por su ciudad, a veces se detiene en lugares semiurbanos y con una mirada pictórica envidiable describe con detalle paisajes, personajes y situaciones cotidianas que observa en esas excursiones; otras veces, al pasar por casas en donde ha vivido o lugares que solía frecuentar en su infancia, se detiene en detalles de esos recuerdos. Habla también de los libros que lee (Balzac, Goethe, distintas versiones de la Biblia…), de los ruidos que hacen sus vecinos, de música, de anécdotas, de las pequeñas rutinas, registra todo con una escritura sobria, equilibrada, elegante. De a ratos deja notar cierta incomodidad con la absoluta falta de relaciones, trata de reemplazarlas buscando caras conocidas en sus paseos, curioseando escenas de las vidas ajenas que logra observar por alguna puerta abierta durante esas caminatas, o espiando directamente desde su ventana con un catalejo. A la noche, después de leer, se pone a escribir y utiliza para sus obras todo lo observado en sus paseos, a través de la escritura, dice, deja salir todo lo que absorbió durante el día, con eso cree poder reemplazar el contacto humano. Pero aparentemente no es Solo lo único que escribe, también se dedica a crear obras de teatro, novelas y poemas. En fin, empiezo a entender las razones por las que Taglia me lo recomendó, y se lo agradezco.
Algo de esto le comento a Grasso por el chat, volvemos sobre un intercambio que tuvimos hace un tiempo y que creo haber consignado en este registro: la imposibilidad de estar solo de la que adolecen algunos. Grasso insiste con la importancia de recuperar la soberanía intelectual a partir de la soledad, la única manera de pensar fuera de cualquier estructura, la única manera de empezar algo de cero en vez de continuar lo que ya hicieron otros. Desde luego coincido con sus argumentos, Grasso es el que mejor lee el panorama cultural contemporáneo de esta provincia, es el único capaz de escribir esta época. También charlo más tarde con Moyano vía WhatsApp, me dice que está escribiendo solo en su pieza de San José, comiendo maní y tomando vino mientras aporrea el teclado, seguramente saldrá otro gran libro de ese ritual, como los últimos cuatro suyos que le he leído. No queda otra: para escribir algo que valga la pena hay que leer mucho y escribir mucho, cosas que hay que hacer sí o sí en la más absoluta soledad. Menos eventito, más Strindberg, por ahí ayuda.
21/09/2017 – Jueves
Salgo de casa a hacer trámites de obra social, llevo conmigo a mi hijo, no me gusta mucho exponerlo a esos lugares de salud y miseria humana porque es demasiado chico, pero como es el día del estudiante no tiene clases, no me queda otra. Llego a OSEP y hay un cartel grande que dice “21 de Setiembre Día de la Sanidad. No se atiende al público”. Sigo de largo y encaro hacia Dorrego, paro en un kiosco a comprar cigarrillos y la señora del kiosco le regala a mi hijo un Bon-o-Bom, me desconcierta un poco y la mujer me explica: “Un regalo pa’l nene por el día de la primavera”. Son las 10:30 de la mañana y ya fui afectado por tres efemérides, estudiantes, sanidad, primavera… ¿Algo más? Sí: Día del Fotógrafo, Día del Alzheimer, Día de la Cosmetóloga, Día del Ingeniero Aeronáutico y varios otras cosas entre las que se encuentra el Día del Economista y que, legalmente, estoy autorizado a festejar. Un día recargado de efemérides y de gente al pedo por las calles.
Almorzamos en lo de mis padres, después el niño se entretiene en el patio mientras yo saqueo la biblioteca de mi padre. Encuentro varios libritos interesantes, entre ellos dos traducciones diferentes de Eliot: la de Bartra de 1977 y una de un tal Tenorio, de 2005, en ambos libros está The Waste Land y un puñado más de poemas. Paso la tarde comparando esas traducciones con otras dos que tengo: la nueva de Andreu Jaume que sacó Lumen hace poco (2015) y que, por suerte, es una edición bilingüe, y un libro de la Universidad autónoma de Santo Domingo de Poesías Completas de Eliot traducidas por un tal Fernando Vargas (no sé de qué año es porque lo tengo digital). Todas las traducciones tienen altibajos, pero personalmente la que más me gusta es la de Bartra, no obstante al leer el original en inglés se nota cuánto pierde el poema al cambiar de idioma, por más esmero que pongan sus traductores (algunos se esmeran en conservar el sentido y otros la musicalidad y la textura del lenguaje) algo se diluye y la traducción, como en el 90% de la buena poesía, es un reflejo bastante deforme del original. Por estas cosas es que me gustaría tener un buen manejo del inglés, es una de mis grandes fracasos. En una época hice algunos cursos e incluso rendí un examen internacional con buena nota, pero me olvidé todo, intuyo que por falta de práctica. Ahora, gracias a cierta obstinación y a las necesidades, puedo leer con relativa facilidad noticias, artículos sobre economía y literatura, y textos narrativos o descriptivos, de hecho he leído un par de libros enteros, pero con la poesía no puedo, algo se me escapa siempre, si me concentro en las formas pierdo por completo el sentido y viceversa, me demoro mucho y me frustro, supongo que esto se debe en parte a que mi horrenda pronunciación me impide leer en voz alta. Creo que debería ponerme a estudiar el idioma con disciplina y regularidad, tal vez me ayude a encontrar trabajo y a prescindir de las traducciones.
Volvemos al centro de noche y caminando, cenamos y me pongo con el librito de Strindberg que sigue asombrándome.
22/09/2017 – Viernes
Qué rápido se ha pasado esta semana, debe ser que fue demasiado movida, tal vez así se pasa el tiempo cuando uno tiene trabajo, ya no lo recuerdo. Después de desayunar me voy con resignación a OSEP para hacer el trámite que ayer no pude realizar por el dichoso Día de la Sanidad. Voy preparado para una larga espera y discusiones con administrativos, sin embargo demoro menos de 3 minutos y vuelvo a mi casa con tiempo para tomar mate y ayudar a mi hijo con la tarea. He perdido la cuenta de la cantidad de lugares relacionados con la salud por los que he peregrinado en los últimos tres meses, han sido más de diez o quince, en las únicas dos instituciones en donde logré hacer las cosas rápido y sin complicaciones adicionales fueron OSEP y el Hospital Central, ambas administradas por el sector público, aparentemente la tan pregonada eficiencia del sector privado no es tal en esta provincia, al menos no en materia de salud.
Después de buscar al niño en la escuela voy a lo de mi madre a saludarla por su cumpleaños, pero la visita es corta porque mis tías la pasan a buscar para ir al centro.
Ya en casa termino de leer la novelita de Strindberg que me deja, como todos los buenos libros, gusto a poco, ganas de seguir leyendo, por eso demoro un poco las últimas páginas, en donde el dramaturgo empieza a frecuentar la casa de un compositor con quien decide trabajar en un nuevo proyecto teatral y con eso rompe su abstinencia de relaciones humanas de más de un año. Strindberg evidentemente era un gran observador y, como no alcanza sólo con observar bien el mundo, tenía además la capacidad de trasladar esas observaciones singulares, desde el margen del mundo, a los textos. Por momentos se percibe cierta inquietud en el autor, ciertas manías, ciertos prejuicios y cierta neurosis paranoica que amenaza con explotar, pero la escritura mantiene el tono introspectivo, calmo y elegante durante todo el libro, me pareció algo notable la capacidad para conservar el mismo registro a pesar de los evidentes cambios de ánimo. Es una lástima que Solo no se haya transformado en un diario de 10 o 15 años y 700 páginas, lo hubiese leído con gusto, pero no es exactamente un diario, ni una novela, ni una crónica, es todo eso y algo más, quizás pueda leerse como un tratado sobre las posibilidades y límites de la soledad y sobre cómo aprovecharla bien.
Por la noche, fumando el último cigarrillo del día, apoyado en la ventana de la cocina, logro, después de una semana de mierda, relajar un poco el pensamiento y fantasear con proyectos a futuro: creo que irme del país y no volver nunca más es un objetivo altamente estimulante, pero todavía no, todavía me quedan un par de cuestiones acá.
23/09/2017 – Sábado
Me levanto bastante tarde y de muy mal humor por haber perdido horas durmiendo de más, horas con las que de cualquier manera no hubiese sabido qué hacer. Tras una semana que me mantuvo bastante alejado, por razones de fuerza mayor, de la computadora, me siento un rato a ver qué hay. Bajo algunos libros nuevos de epublibre, leo algunos blogs que sigo habitualmente, espío las redes sociales y finalmente me aburro y me pongo a ordenar los libros digitales de la tablet, elimino varios que están repetidos y otros que no pienso leer, hojeo los nuevos y los etiqueto adecuadamente para poder encontrarlos. Después me pongo a leer libros que dejé inconclusos hace tiempo para sumergirme en esas novelas en las que me concentré en los últimos meses. A Cómo leer y por qué, de Harold Bloom había decidido colgarlo pero, lo confieso, me da algo de culpa dejar libros inconclusos. Me molesta mucho esa manía que parece tener Bloom de comparar todo con Shakespeare: Borges le gusta porque dijo que Shakespeare era todo el mundo, hay un poema popular anónimo que le gusta porque parece haber copiado a Shakespeare (a pesar de haber sido escrito 100 años antes de que Shakespeare naciese), Coleridge le gusta porque su tono es muy shakesperiano y los espantosos sonetos inéditos de Shakespeare le gustan, obviamente, porque los escribió Shakespeare. Paso los pequeños ensayos sobre los autores contando la cantidad de párrafos que transcurren antes de nombrar a Shakespeare, en el ensayito sobre El Paraíso Perdido de Milton nombra más a Shakespeare que a Milton, y así… En cada página hay una referencia a Shakespeare, a algún personaje o pasaje de sus obras o a alguna anécdota no comprobada de la vida del dramaturgo inglés, es bastante irritante y molesto. Pobre Shakespeare, le pasa con Bloom lo mismo que a Perón con algunos dirigentes peronistas: la importancia de su obra queda opacada por tanta banalidad obsecuente. Igual voy a terminar su librito, después, seguramente, leeré a Shakespeare.
Decido salir por la tarde, ir hasta la alameda, a visitar a alguien o a caminar hasta a una plaza y sentarme a leer al sol, pero me cuelgo demasiado tiempo leyendo el comienzo de varias novelas que finalmente devuelvo a la biblioteca y después me pongo a ver Vélez – Boca. Salgo un rato para comprar yerba y cigarrillos, después vuelvo y sigo mirando fútbol y otras cosas por T.V. hasta que se hace la noche. Cenamos, acostamos al niño, miramos una película y me voy a dormir con la misma sensación con la que me levanté: la de haber perdido el tiempo.
24/09/2017- Domingo
Me levanto relativamente temprano, hago lo de cada domingo: desayunar, leer algunos diarios y tomar mate. Averiguando sobre el Alzheimer (y los más de 50 tipos de demencias seniles similares que existen) leo un interesante artículo que dice que la prevención, además de los típicos cuidados contra el sedentarismo, el tabaquismo y la mala alimentación después de los 40, pasa por la utilización intensiva del cerebro, el texto propone aprender algo nuevo todos los años, mantener activa la curiosidad. Relaciono eso con el proyecto de aprender a dominar el inglés que mencioné el otro día y con otras cosas que he intentado. Hace un par de años, por ejemplo, me propuse aprender a tocar bien la guitarra, inicié un lento pero persistente entrenamiento autodidacta, ayudado por conocimientos que traía de hace muchos años y material de internet, venía bien, avancé mucho con la teoría y con la práctica, pero un día llegué a casa y el gato había tirado al piso la guitarra que estaba en un lugar inadecuado, se partió el mástil en dos y la relación entre el costo del arreglo y la calidad del instrumento torna inconveniente el arreglo, debería comprar una guitarra nueva, pero no tengo dinero, hasta ahí llegó mi entrenamiento. También intenté con el dibujo, con el diseño editorial (usando InDesign) y con varios programas de edición de video, nunca llego demasiado lejos con este tipo de aficiones, supongo que se trata del viejo mecanismo de prueba y error, ya encontraré alguna que me entusiasme, mientras tanto espero estar retrasando el Alzheimer.
Vamos a Dorrego y nos sentamos en el patio a tomar mate y comer facturas mientras los niños juegan. Un accidente nos obliga a salir con mi cuñado a buscar un cerrajero, llevamos con nosotros la cerradura y mientras la arreglan vamos hasta la estación de servicio de Gutiérrez y Perú en donde hay una pecera para fumadores. Tomamos una cerveza ahí y charlamos básicamente de mis dificultades para conseguir empleo y de mis irrefrenables ganas de dejar otra vez Mendoza. Volvemos a Dorrego de noche, con los juegos nuevos de llaves y cada uno parte a su casa.
Antes de dormir reviso todo lo que acumulé en este registro durante la semana y noto que básicamente me dediqué a comentar las lecturas, no es raro, fue una semana espantosa y cuando la realidad se vuelve inmanejable tiendo a concentrarme en los libros, es una especie de refugio o de evasión, realmente me ayuda. La semana que pasó dediqué casi todo el tiempo que quedaba para mí a leer, no busqué trabajo, no busqué psicólogo, no me junté con amigos, no miré películas, incluso me mantuve bastante alejado de la computadora, por lo tanto no es raro que este registro parezca un conjunto de malos borradores y subrayados sobre libros. No sé en qué momento la literatura pasó de ser una afición a convertirse en refugio y en horizonte, tal vez en los últimos años de universidad, tal vez un poco después, supongo que fue gradual. ¿En dónde quedaron el interés por mi profesión, la facilidad para la matemática, la voracidad por entender los modelos de negocios, las ganas de hacer un MBA? Se fueron diluyendo a medida que mi afición por la literatura crecía y ocupaba todo, supongo que esa vocación trunca por la economía combinada con una afición improductiva como la lectura, condicionó mis posibilidades laborales. La última psicóloga que tuve habló de mi incapacidad para integrar esos intereses, creo que tal vez tenía razón. Pienso esto en relación con lo que puse antes respecto de encontrar nuevas aficiones, nuevos estímulos. Mil veces me dijeron que el dinero va y viene, lo importante es la libertad para hacer lo que uno quiere, quizás es cierto, generalmente lo dice gente que vive de su trabajo, que cobra todos los meses por hacer lo que hace, que no debe preocuparse demasiado por las cuentas, yo empiezo a pensar que hay que tener cuidado al elegir qué intereses estimular, hay que tratar de elegir, dentro de lo posible, alguno que no nos empobrezca.
Mientras tanto encontré esto: