Diario de un mal año (16)

Diario de un mal año (16)

25/09/2017 – Lunes

Me despierto relativamente temprano porque, en algún momento de la madrugada que no sé precisar, mi hijo se pasó a mi cama pero no se volvió a dormir y me empezó a charlar de temas variados, temas de suma importancia cuando uno tiene cinco años. Cosas que pasan. Después de desayunar juntos, de vestirlo y todo eso, cada uno a sus tareas: él se pone a armar cosas con unas maderitas que antes eran un Jenga y yo me pongo a intentar organizarme un poco. Me entretengo demasiado con un coso que se llama IFTT.com y que, entre otras cosas, sirve para que las fotos de Instagram vayan directo a Twitter, no el link, si no la foto, algo que no se puede hacer directamente desde que Facebook compró Instagram y que, como todo el mundo sabe, es cuestión de vida o muerte para mí y para gran parte de la humanidad; bueno, con esto de IFTT se puede. Después de probar y entender cómo funciona, activo un applet, subo una foto de mierda a Instagram y compruebo que funciona con pocos segundos de retardo. La mitad de la mañana se me va en eso, la otra mitad la pierdo en mandar currículums a empresas multinacionales que no parecen estar buscando empleados pero que ponen el mail de RRHH en internet, para algo será.
Más tarde me encuentro en la calle con un conocido que trabaja en el estado provincial desde hace años, tiene empleo de planta con la categoría más alta, no depende de los políticos y tampoco le interesa la política. Por sus funciones tiene relación con varios ministerios y subsecretarías, incluso con algunos municipios. Charlamos un rato de cosas sin mucha importancia, le pregunto cómo ha sido el cambio en el gobierno provincial, me dice que es lo mismo que antes, que las caras cambian pero sigue funcionando todo mal, porque las terceras y cuartas líneas de funcionarios, los operativos, los que deberían ser más o menos técnicos, son tipos que están ahí por compromisos políticos, los que integraron listas pero no entraron como diputados o concejales, dice que se pierde más guita por bobos inútiles como esos que por vivos que afanan. Antes de despedirnos me dice algo que me deja pensando toda la tarde: «Es lo mismo que con Paco y que con Jaque, es lo mismo de siempre, los mismos choreos por goteo, la misma ineficiencia, la misma ignorancia de los funcionarios menores, pero la clase media republicana y conservadora se queda más tranquila cuando el que le chorea o le hace perder guita por inútil es menos morocho y va a la Arístides.»
Leo muchas cosas, pero siento la necesidad de otra novela y, por la tarde, empiezo a leer el comienzo de varias parado junto a la biblioteca. Tras descartar Don Quijote, El corazón es un cazador solitario y El Pentágono entre otras, termino decidiéndome por El buen soldado de Ford Madox Ford. Así como Un día perfecto para el pez banana de Salinger representa el modelo de perfección del relato breve del siglo XX, existe cierto consenso en que El buen soldado es su equivalente al género novelístico, una novela perfecta y redonda, el eslabón perdido entre la novela del siglo XIX y la del siglo XX. Hay que aclarar que no se trata, como podría sugerir el título, de una novela bélica, en la carta dedicatoria a Stella Ford que sirve de prólogo al libro, el mismo Ford Madox Ford narra sucintamente la curiosa casualidad que lo llevó a titular de esa manera el libro. Hace un par de años Leandro, un conocido con el que cada tanto hablamos de literatura por Twitter y que es de los tipos que mejores libros me ha recomendado, puso esta novela entre las tres mejores del siglo XX haciendo énfasis en que la mejor traducción era la de Pitol. Desde entonces buscaba ese libro, hasta que lo encontré usado en la alameda y no dudé en comprarlo, lo aguanté hasta donde pude, hoy le llegó turno. Hasta ahora promete superar las expectativas, empezando por ese excelente prólogo/carta y siguiendo por ese gran comienzo (“Esta es la historia más triste que conozco”) la novela parece estar a la altura de su prestigio. También empecé a leer Las Hamacas Voladoras, de Briante porque siempre es bueno complicarse la vida con un libro adicional.
Por la noche insomnio que aprovecho para avanzar con esas y otras lecturas.

26/09/2017 – Martes

Martes, lo mismo de siempre, blablablá…, me aburren los días que se parecen entre sí, pero en mis circunstancias actuales agradezco la ausencia de sorpresas. Le ayudo a mi hijo a armar un ascensor de madera, cuando él se aburre y se pone a mirar un episodio del oso Barney yo sigo un rato con los bloques de madera y después tomo mate mientras reviso cosas en internet. Leo en Twitter un hilo de @jotamaggi sobre ReactJS, una librería JavaScript de código abierto que hizo Facebook para desarrollar interfaces de usuario. Me interesa bastante y me pongo a charlar con él, me dice que empezó de 0 hace un año y ahora más o menos lo maneja, me pasa varios links y tips y me pongo a profundizar en el tema, parece fácil pero requiere conocimientos básicos de JavaScript que alguna vez tuve pero he olvidado por completo, se me pasa toda la mañana refrescando esa información. ¿Por qué me interesan de repente este tipo de saberes? No sé, supongo que un poco por aburrimiento y otro poco por la certeza inconsciente de que mis aficiones y ocupaciones actuales me deparan un futuro de miseria, creo haberlo comentado, da igual, en todo caso es bueno descubrir que todavía existen cosas en el mundo que logran despertar mi curiosidad, aunque sea por un rato.
Más tarde, tras dejar al niño en la escuela, me pongo a mirar cosas aleatorias en YouTube, de alguna manera llego a un video viejo de un programa de T.V. en donde sale Raúl Rizzo sumamente exaltado, discutiendo con vehemencia con otra persona. Debo confesar que siempre temí por la salud de Raúl Rizzo, en la última etapa del kirchnerismo y durante el post-kirchnerismo apareció varias veces en la tele discutiendo de esta manera, siempre al borde del colapso. Pero ahora que miro varios de estos episodios en forma consecutiva noto que, casi con certeza, se trata de una puesta en escena: las cejas fruncidas, el manejo de los tonos, los gestos con las manos, los ojos fuera de órbita, la modulación de la voz, siempre es igual, un repertorio muy bien estudiado. Creo que utiliza sus recursos actorales para amedrentar a sus interlocutores, el peligro de eso es que algún día se pueda cruzar con algún perturbado violento de verdad y todo termine a las piñas al aire, si esto sucede espero que sea en el programa de Mauro Viale.
Después de cenar me pongo a leer un rato y más tarde me cuelgo hasta las 3 de la mañana siguiendo una toma de rehenes en Caballito, en la zona de Puán y Directorio, cerca de donde vivía yo hace unos años. Termino por aburrirme y me voy a acostar antes de que liberen a los rehenes que, al parecer, son policías.

27/09/2017 – Miércoles

Buscando información sobre distribución del ingreso llego a una web que se llama Our World in Data, está llena de información estadística de todo tipo y de artículos interesantes basados en esa información. Lo que la hace atractiva es que se trata de estadísticas de largo plazo, son series históricas de 50, 100 y hasta 200 años. Al observar la evolución de algunos indicadores con esa perspectiva la cosa no parece ir tan mal como creemos. Por ejemplo: en 1820 el 94,4% de la población mundial vivía en condiciones de pobreza extrema, sólo el 12% de todas las personas que vivían en el planeta estaban alfabetizadas, y el 43% de los niños moría antes de los 5 años; en 2014 menos del 10% de la población es extremadamente pobre, más del 85% está alfabetizada y sólo 4% de los niños mueren antes de los 5 años. En 1820 el 0,92% de la población vivía bajo regímenes democráticos, 37,6% en colonias y 44,9% bajo gobiernos autocráticos; en 2015 el 52,7% de los habitantes viven en democracias, un 23,38% en regímenes autocráticos y no existen más colonias. Hay otros datos más complejos de explicar pero que van en el mismo sentido: mayor producción de alimentos per cápita (derrumbando la vieja profecía de Malthus), menos desnutrición, mayor expectativa de vida, hay inclusive una mejora (sustancial aunque seguramente insuficiente) en la distribución del ingreso y (en los últimos 15 años) en ciertos parámetros ambientales. Al mirar el presente tengo la sensación de que es un mundo mucho más hostil que en el pasado y que el futuro será aún peor, sin embargo los datos demuestran lo contrario. ¿A qué se debe tanto pesimismo? A que el mundo mejora en forma continua pero lenta, tan lenta que las mejoras son imperceptibles en el transcurso de una sola generación, somos demasiado impacientes para esperar esas mejoras y nuestra naturaleza intrínseca nos hace lo suficientemente egoístas generacionalmente como para aceptar que las mejoras no nos tocarán a nosotros. Pero es mentira eso de que todo tiempo pasado fue mejor, al contrario, hace 100 años el mundo era mucho peor que ahora, y hace 200 debe haber sido directamente un infierno, aunque desde acá parezca lo contrario.
La cosa es que pasé la mañana bajando esa información a mi computadora, esa y los datos que publicó hoy el INDEC, la manía de bajar la información viene de la época del dial-up, cuando había que conectarse un rato y salir para no gastar teléfono, hoy eso no pasa, la información está ahí, accesible de manera rápida, debería dejar de llenar mi disco rígido de planillas de Excel, pero ya tengo la costumbre.
Después de buscar al niño en la escuela me voy a casa de mis padres, paso toda la tarde ahí y nos quedamos a dormir porque tengo que cumplir con algunas obligaciones temprano por la zona. Me llevo libros para leer y un pendrive con algunas cosas para hacer en la computadora de mi madre. Sin embargo paso la tarde en una especie de embotamiento difícil de explicar, no leo nada, no me acerco a la computadora, no salgo a la calle, no hago otra cosa que pasar el tiempo frente al televisor mirando cosas a las que tampoco les presto mucha atención. Me mantengo así alienado, estupidizado, hasta la noche, ceno carne con papas y cerveza mientras miro en silencio el partido Boca – Rosario Central, después intento leer un rato pero no puedo, entonces me voy a dormir más temprano que de costumbre.

28/09/2017 – Jueves

Después de dormir bastante mal, de forma intermitente, me levanto temprano con un poco de dolor en la espalda. Es la misma cama que usé hasta hace no mucho (12 o 13 años), no sé cómo hice para dormir casi todas las noches durante 20 años así, supongo que me he desacostumbrado. Es raro despertarme en la casa de mis padres, donde pasé casi toda mi infancia y juventud, el paisaje me resulta familiar y ajeno al mismo tiempo. Desayuno parado y salgo a la mañana fría y gris a sacarme de encima obligaciones no muy agradables. Por suerte demoro bastante poco y a las 11 y media estoy de vuelta. Le doy de almorzar a mi hijo y salgo para la escuela en taxi. Después vuelvo caminando a casa y descanso un poco. La sensación de extrañeza y desinterés absoluto por todo perdura.
A la tarde, tras una fugaz visita de mi amigo Guille, me pongo un poco al día vía internet. No parece haber pasado nada desde que me desentendí del mundo. Cristina Kirchner le dio una entrevista a Chiche Gelblung en Crónica y la gente dedica largo rato a cruzar insultos, indirectas e ironías en las redes sociales, más o menos lo de siempre: los partidarios del gobierno califican de ladrones y burros a los simpatizantes del kirchnerismo, y éstos califican de ignorantes y fascistas a los otros. Lo de ladrones y fascista pasa, es una generalización hiperbólica casi folklórica de la discusión política, chicanas; en cambio la descalificación a la inteligencia del otro me resulta algo violenta, algo grotesca, bastante absurda, me desagrada porque es honesta, es decir: se trata de gente convencida de estar expresándose desde cierta superioridad intelectual, personas que realmente creen que el otro piensa mal. En Facebook alguien se refiere a quienes se ubican en una posición política diferente como retardados, absurdo, no hay nada más mediocre y aburrido que esa gente que pontifica desde una supuesta superioridad moral e intelectual auto-atribuida, alguien debería decirles que leer un par de libros más que el promedio de la gente, escribir sin errores gramaticales y usar bien ciertos tiempos verbales, no los convierte en nada, o al menos no los hace mejor que el resto. Las redes se han convertido en la vidriera de esa oligofrenia sobrescolarizada de algunos iluminaditos, siempre con su pedantería caprichosa e infundada, siempre repartiendo culpas, siempre enojados porque las mayorías no se comportan como lo indican sus marcos teóricos. Creo que todo ese rencor procede de una profunda insatisfacción que, desde luego, antecede a la era digital, pero que internet nos mostró crudamente, como un espejo cruel. Facebook, sobre todo, se ha vuelto así, al menos en la versión de mi propio muro, por eso decido dejarlo un poco de lado, desinstalar la aplicación del teléfono, dejar de entrar a diario, limitarme a espiar desde la computadora, a intercambiar mensajes con dos o tres amigos y a compartir un par de links, al menos por ahora, hasta que pasen las elecciones, o hasta que termine la grieta.
Sigo sin leer nada, por la noche ceno, fumo, tomo café, me deprimo, miro cosas estúpidas en televisión y en YouTube y me voy a dormir relativamente temprano.

29/03/2017 – Viernes

De a poco mis neuronas parecen dispuestas a retomar su actividad habitual, vengo de días de desánimo y apatía, de indiferencia y misantropía, pero me levanto con algo más de energía que en los días precedentes y aprovecho ese ímpetu para ponerme a rastrear posibilidades laborales. Con Mendoza ya me rendí, busco afuera: Buenos Aires, Chile, Perú, da igual, no encuentro demasiado.
Dejo a mi hijo en la escuela pasado el mediodía y vuelvo caminando por San Lorenzo, en la esquina con Chile me encuentro con un viejo conocido de la facultad, no era estrictamente un compañero de estudios porque él seguía la carrera de contador y yo la de economía, pero a veces nos cruzábamos en el bar, en la biblioteca o en los pasillos y conversábamos sobre fútbol y política. Nos quedamos un rato charlando en la esquina, es un tipo ameno, que siempre me cayó bien. Era un estudiante ejemplar, una de esas estrellitas que jamás desaprueban y que, secretamente, compiten con los demás para ver quién saca la nota más alta, le dedicaba mucho tiempo al estudio y parecía poseer cierta facilidad para entender las cosas más rápido que el resto. Se recibió en 5 años con promedio alto, creo que nunca sacó menos de 7 en un final, hizo un par de postgrados, pegó uno de esos premios de jóvenes destacados, etc. Por eso me sorprende un poco cuando me cuenta que no le va muy bien, que tiene un trabajo de media jornada, rutinario, gris y mal pago en una institución que no entendí bien si era estatal o paraestatal, que le lleva la contabilidad a un par de empresas chicas a punto de fundirse que casi nunca le pagan, y que está podrido de la contabilidad, del Consejo Profesional y de todo lo relacionado con su profesión. Se lo ve resignado, vencido, decepcionado, lejos de aquel alumno jovial y levemente pedante de los 90′. Creo que dramatiza su derrota, que exagera el fracaso, de hecho mucha gente daría cualquier cosa por un trabajo así en donde le paguen todos los meses sin prestar atención a lo que hace o deja de hacer, pero supongo que soñó otra cosa, que entre sus expectativas y su realidad existe una brecha enorme, un abismo, la vida le prometió mucho más de lo que le dio. Me quedo pensando en eso, en ese tipo de gente que brilla en un momento y después se apaga, conozco a varios, de hecho creo que de una u otra manera a todos nos pasa, el tema es en qué momento nos toca brillar o la capacidad para capitalizar ese brillo y prolongar la racha. Me acuerdo de otro compañero de la universidad que a duras penas lograba avanzar de a dos materias por año, cambió de facultad y después de carrera varias veces, obtuvo un título menor, una especie de tecnicatura, me lo encontré hace un par de años, armó una empresa, creció, exporta servicios, está contento con lo que hace, tuvo más suerte: brilló en el momento en que necesitaba brillar, o aprovechó mejor la racha. Al revés que el otro. No recuerdo si se conocen, creo que no, se me ocurre que debería presentarlos entre sí. En todo caso, y a pesar de mi pésimo momento laboral, social y psicológico, me siento afortunado, nunca me destaqué en los estudios, ni en el trabajo, ni el campo social, nunca brillé, por lo tanto mis expectativas son relativamente moderadas con lo cual me evito muchas decepciones.
Por la noche en un diálogo por Twitter Jeremías Maggi menciona la célebre Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters, una colección de poemas que simulan ser epitafios de un cementerio imaginario y que tras su publicación (alrededor de 1915) logró bastante fama y prestigio. Antes y después de ese libro Lee Masters escribió otros poemas, novelas, ensayos y obras de teatro, textos oscuros, prescindibles y mediocres. Spoon River le alcanzó para hacerse un lugar en la historia de la literatura norteamericana, pero el resto de su obra fue generosamente olvidada, él también brilló una vez y después, como la mayoría, se apagó. Algo es algo.

30/09/2017 – Sábado

Mañana rara, gris y ventosa, por momentos fría. Salgo para acompañar a mis padres en algunas diligencias médicas, después tomamos un café y caminamos para ir a almorzar al restaurante del Automóvil Club. Los sábados se dificulta un poco caminar por el centro de la ciudad, sobre todo por San Martín, la gente sale en masa, pasea, se para, camina lento, hay que estar esquivando permanentemente a los que se detienen en las vidrieras de las casas de celulares y en la feria de perros callejeros de Gutierrez y San Martín. Ligo de arriba unas zapatillas y un libro. Las zapatillas marca Puma, color verde, número 43, la verdad es que me vienen muy bien. El libro es la antología Poesía Beat compilada, traducida y prologada por Elvio Gandolfo en 2004 y editada por Colihue, también me viene bien.
Después de almorzar con mis padres, mi hijo y mi esposa, vuelvo a casa y me pongo a leer. Recupero de a poco la concentración y la paciencia para hacerlo. Me engancho con la antología beat, un libro que vi muchas veces en otras bibliotecas y nunca leí. En general las antologías son una especie de compilado de muestras gratis: cuatro o cinco poemas de quince o veinte autores, pero esta es mucho más inteligente, se limita a profundizar en cuatro escritores: Kerouac, Ginsberg, Corso y Ferlinghetti, y hay suficientes textos de cada uno como para que valga la pena el libro, además el prólogo de Gandolfo sobre la Generación Beat es excelente, excede a los cuatro antologados pero les da un buen marco. Habla de Burroughs, de Neal Cassady, Carl Solomon y de algunos otros exponentes de ese grupo además de Kerouac, Ginsberg, Corso y Ferlinghetti, de sus relaciones entre ellos, relaciones personales e intelectuales. El prólogo despierta un poco mi curiosidad y saco La Generación Beat de Bruce Cook, una historia de los beats escrita en 1971, cuando todavía no terminaban de convertirse en mito y algunos seguían vivos. Paso la tarde alternando esas crónicas con los textos de la antología, hay una idea algo estúpida sobre el grupo, la mayoría de la gente cree que eran simples hippies precoces y se quedan con lo más superficial: las drogas, el alcohol, la rebeldía, el verso libre y los viajes por las rutas norteamericanas. Pero era un conjunto bastante heterogéneo en lo estético, en lo intelectual e inclusive en lo político, sus relaciones eran un poco más complejas que las de un grupo de amigos que se junta a tocar la guitarra alrededor de un fogón.
Más tarde, después de mirar el partido de Los Pumas y de cenar, Grasso me pasa el link a un documental bastante reciente sobre El Bosco en general y sobre El Jardín de las delicias en particular, lo dirige un tal López Linares y aparecen Laura Restrepo, Salman Rushdie, Michel Onfray, Orhan Pamuk y varios otros críticos, filósofos y escritores célebres, lo empiezo a mirar convencido de haberlo visto antes, pero a los 10 minutos es evidente que lo confundí con algún otro programa de History Channel, este es muy superior y me engancho hasta el final a pesar del sueño. Se hace tarde, aunque no mucho y, por primera vez en la vida de mi hijo, me voy a dormir antes que él.

01/10/2017 – Domingo

Me levanto temprano, temprano para día domingo, a las 9 am. Desayuno y me pongo a leer notas de internet que fui guardando en la semana. En un blog hay una entrevista al editor de Interzona y Asunto Impreso, Guido Indij, que se titula “Parece haber más editores que libros dignos de ser publicados”, la entrevista está muy bien porque Indij entiende bastante el funcionamiento de la industria editorial argentina, habla de cadenas de valor, de la digitalización, de distribución, etc., el título está algo sacado de contexto pero encierra una verdad. No se trata de que sobren editoriales, Indij habla de fragmentación. En Argentina, hasta hace algunos años, había dos o tres editoriales grandes que, editando libros masivos, se quedaban con el 50% del mercado y 15 o 20 que se repartían el resto con apuestas y libros de excelente calidad pero de comercialización lenta, con eso se arreglaban. Ahora hay cuatro o cinco multinacionales que se quedan con el 80% del mercado y el resto se lo reparten entre más de 200. Es un problema relacionado con lo que en economía se llama rendimientos a escala: por debajo de determinados niveles de producción los costos medios son demasiado altos y no pueden bajar por más atomizado que esté el mercado, de ahí que los libros estén caros en relación a otras épocas. Hay muchos y están caros, exceso de oferta con inflexibilidad de los costos a la baja. Leo quejas y críticas de algunos escritores y editores chicos a Indij por ese título, pero en realidad están matando al mensajero. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Al mediodía vamos a almorzar a Dorrego con mi familia, buena comida, buen vino, más tarde café en el patio, la calidez primaveral invita a relajar un poco, a charlar tranquilamente de bueyes perdidos, pero empiezo a sentir cierta incomodidad, mezcla de angustia y pesimismo. Aguanto un rato y vuelvo solo a mi casa a eso de las 5, me baño y miro el partido Boca – Chacarita que resulta aburridísimo. Después retomo la lectura de El buen soldado y paso un par de horas bastante agradables, realmente la novela es una maravilla, supera con creces las expectativas que habían generado sus apologistas, entiendo que se haya convertido en un libro de culto, lo que resulta incomprensible es por qué en la actualidad tiene tan pocos lectores, al menos entre la gente que conozco.

 

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