Diario de un mal año (22)

Diario de un mal año (22)

06/11/2017 – Lunes

Hoy, es el día del celador. En la escuela de mi hijo hicieron un acto. Mi hijo bailó en una coreografía a modo de homenaje, era un tema de Piñón Fijo, que tanto les gusta a los celadores (?). Después me fui a OSEP a que me autorizaran una orden, mientras esperaba me puse a leer Metal Pesado de Alejandro Rubio.
En Twitter se viralizó la foto de una pizzería de Del Viso que ayer, no conforme con cobrar una consumición mínima de $100 a sus clientes para ver el partido River – Boca codificado, cerró las persianas del local para que nadie pudiese verlo desde afuera. Independientemente de la discusión sobre si está bien o mal que el estado financie la televisación del fútbol, la imagen funciona como símbolo de lo miserable que puede llegar a ser una persona cuando se lo permiten.
Pasamos en pocas semanas de los que festejan muertos a los que festejan presos, a eso se reduce la discusión política en este país, francamente desalentador. La famosa grieta no es más que un alambrado que separa fanáticos de una y otra tribuna; el resto estamos en un limbo, no en la ancha avenida del medio, estamos fuera del escenario, si entramos nos putean. Dándole continuidad a la metáfora futbolística: la miramos por Fox. Cuando las ideas se transforman en religión, las convicciones en devoción, la militancia en épica y los referentes en semidioses, lo concreto se desvanece y la realidad se esfuma, así la política deviene en una práctica ociosa, sin capacidad de transformación, y el discurso político se convierte en literatura fantástica.
«El vocabulario de las obras de teatro de Shakespeare incluye 29.066 palabras diferentes. En Ulises hay 29.899 palabras diferentes.» (La soledad del Lector, David Markson, p.26)

07/11/2017 – Martes

Caminar me gusta. Caminar tres kilómetros puede ser. Caminar tres kilómetros con una mochila no tanto. Caminar tres kilómetros con una mochila y en subida me rompe un poco las pelotas. Sin embargo no me quedan muchas opciones. San Lorenzo derecho, parada en la escuela, después Belgrano hasta Arístides Villanueva, Arístides hasta Olascoaga, Olascoaga hasta Pueyrredón, Pueyrredón hasta Granaderos, Granaderos hasta Olegario Andrade, Olegario Andrade hasta Paso de los Andes, tres kilómetros exactos según Google Maps. ¿Debo consignar los motivos? Preferiría no hacerlo. Quinta sección sur, muchos años sin andar por esa zona, todo está más o menos igual, un poco más de comercios pequeños, algunas casas nuevas, otras viejas pero bien conservadas, jardines cuidados, un par de edificios bajos, silencio de siesta, olor a malvones, barrio clase media alta. A medida que camino voy recuperando recuerdos: la casa de A. en donde descubrí internet, la casa de J. en la que estudié un par de materias de noche, la casa de K. a la que jamás entré y sin embargo fui mucho, la casa de S. en donde hacíamos asados en plena crisis del 2001, la casa de I. a donde íbamos a la pileta en la secundaria, más allá, donde termina Granaderos, la casa de un tío abuelo que murió hace muchos años y me dejó libros de Zane Grey y Lovecraft. Tantos años caminando esas calles y tantos años sin volver a hacerlo, entiendo porqué esta ciudad dejó de pertenecerme, la dejé ir, me dejó ir. Cumplo con los deberes que me llevaron hasta ahí y me vuelvo en el auto con mi hermana hasta mi casa.
Circuló desde temprano el audio de una cirujana de clase alta que no soporta que la gente tome mate en Nordelta porque lo considera antiestético y propio de la Bristol, el tipo de discurso denota un profundo resentimiento, complejos de inferioridad y una importante cantidad de prejuicios. Me indigno un poco, no porque me interesen demasiado la violencia del discurso clasista, si no por la frivolidad pelotuda de la mujer que simboliza la hipocresía de todo un sector de la sociedad que putea a la mujer en redes pero piensa igual a pesar de tomar mate. Después se conoce el nombre de la mujer que resulta no ser cirujana si no esteticista, que no tiene ningún departamento en Nordelta y que tampoco tiene 200.000 dólares para comprarlo. Al parecer todo el audio está guionado y se trata de una supuesta operación mediática, vaya a saber con qué fin, montada por un tal Jorge Zonzini. Nos hemos indignado todos al pedo, otra vez.
Qué fiesta se haría Balzac con la clase media argentina del siglo XXI.

08/11/2017 – Miércoles

Las exasperantes vistas previas de Google Books. Grafitis políticos superpuestos sobre paredes en la calle San Lorenzo. Los poemas de Metal Pesado (Alejandro Rubio, Siesta, 1999), sensiblemente más largos que los de Música Mala (Alejandro Rubio, Vox, 1997), más narrativos. Paradise Papers. Negocios con márgenes de contribución altos: geriátricos, cementerios, gimnasios. Peronismo reaccionario. Lo mismo con menos palabras. Los de Abajo, de Mariano Azuela. La superioridad moral de algunas feministas. Con menos verbos también. Gerontólogos, psiquiatras, urólogos, neurólogos, oncólogos. Ruta de la inversión (Daniel Durand, Gog&Magog, 2007). ¿Plazo Fijo o LEBACS? Lluvia de noviembre. Stafordshire Bull Terrier. Escuelas del siglo XIX, docentes del siglo XX, alumnos del siglo XXI. Lluvia de inversiones. Cielos plomizos sobre la cascada de Morón y Costanera. Progresismo estúpido. Noches etéreas de Dorrego, olor a jazmín, olor a pasto mojado, silencio, nostalgia. ¿De qué? ¿De cuándo? Francis Ponge. Lluvia de primavera. Periodistas de judiciales. Pechuga de pollo a la plancha, puré de zapallo. Leopoldo Lugones. ¿Conductistas o lacanianos? Mi barrio, mi barro. Los herederos formales de Joaquín Giannuzzi. La noche y los miedos. Esas cosas…

09/11/2017 – Jueves

Por tercera vez en los últimos meses me ofrecen trabajar gratis en un proyecto, no me lo piden, me lo ofrecen, como si me quisieran hacer un favor. Trabajar gratis a cambio de un probable puesto rentado en un futuro incierto en una empresa que aún no existe y que debería ayudar a crear y financiar. “Tomalo como una inversión a futuro” me dicen; gracias pero prefiero invertir mis horas en otras cosas, ya superé ese tipo de ingenuidad, hace años. Tips de autoayuda: “aprender a decir no”.
Durante la siesta me junto con mi amigo El Guille a tomar una cerveza, charlamos de fútbol, de vacaciones y de viáticos atrasados. Más tarde pasa por el departamento Bustamante a buscar un libro que me pidió prestado para dar un taller, hablamos de libros, de problemas familiares y de la caducidad de casi todas las ideologías que todavía gozan de cierta vitalidad y prestigio en Latinoamérica.
Conseguí un libro detrás del que andaba hace bastante tiempo: La Enfermedad Mental (Gog&Magog, 2012), que es la poesía reunida de Alejandro Rubio hasta el momento de su publicación. Esta semana me puse con Metal Pesado (1999) y Música Mala (1997), libros que había leído por separado, pero cuya lectura comparada los resignifica, sobre todo si se complementa con una entrevista que le hizo Damián Selci en 2007 a Rubio para la extinta Revista Planta. Más allá de eso, creo que la antología de Rubio es la mejor inversión literaria que he hecho en mucho tiempo (¿ampliaremos?). Sigo sin leer novelas, salvo por La Soledad del Lector de Markson que, aunque la aceptemos como tal, no responde a los mecanismos narrativos tradicionales. ¿Es una novela el libro de Markson? Tal vez sí, tal vez esa sea la única manera de escribir novelas en el siglo XXI.

10/11/2017 – Viernes

Mientras más profundizo en los detalles de la reforma tributaria lanzada hace poco por el gobierno nacional, menos me cierra la palabra “reforma”, son cambios, pequeñas permutas bienintencionadas e ingenuas de algunos impuestos menores por otros y algunos cambios secundarios en la distribución de la recaudación coparticipable para dejar contenta a Maria Eugenia Vidal sin ofender mucho al resto de los gobernadores. Pero salvo esas cositas, con más impacto político que económico, no hay nada que pueda revertir la enorme presión tributaria y la nula eficiencia del gasto público. Una reforma tributaria en serio debería empezar por eliminar el perverso sistema de coparticipación federal, la nación debería quedarse con el impuesto a la renta (o a las ganancias), al comercio exterior y con un par de impuestos al consumo de bienes estratégicos y dejar que las provincias recauden sus propios impuestos (al valor agregado, al consumo, a los bienes personales, a la herencia, etc.) para financiar sus propios gastos; de esta manera la provincia que quiera, como ahora, derrochar recursos en reparticiones inútiles, en incomprensibles y sobrecargadas legislaturas bicamerales (como Mendoza), o en cualquier otro método de financiar a una clase política local ociosa e improductiva, debería hacerse cargo sola; además se avanzaría en una estructura más federal y con más capacidad de hacer política económica sectorial en cada región. Si uno compara la recaudación de cada impuesto con el total de fondos transferidos en concepto de coparticipación a las provincias, se verá que el impacto financiero sobre el estado nacional es nulo, en cambio no lo es sobre las finanzas provinciales. Cualquier otra reformita que mantenga este esquema es un parche.
Por otro lado esta tímida redistribución de impuestos menores, junto a las reformas previsionales y laborales que al parecer la van a acompañar, tienen un error de percepción básico: supone que vivimos en un mundo que terminó hace 30 años. El gobierno, tal vez con buena voluntad, supone que bajar impuestos a las empresas generará inversiones, que esas inversiones generarán empleo y que ese empleo permitirá bajar los índices de pobreza. Pero ninguna de esas causalidades es segura: por lo pronto es difícil que vengan inversiones por un pequeño cambio engañoso en ganancias y por la incierta baja del costo laboral, aunque viniesen esas inversiones (esa lluvia de inversiones), no es seguro que sean en industrias mano de obra intensivas como en los 50’, por lo que la generación de empleos no estaría asegurada, y aunque viniesen inversiones y generasen empleo, nada asegura que esos empleos estén destinados a quienes hoy no lo tienen. Yo no suelo coincidir con José Luis Espert, pero estoy de acuerdo con él en que mientras la sociedad argentina siga soñando con la idea rancia de postguerra de sustituir importaciones, pretendiendo producir cosas que no sabemos producir, financiando para eso con deuda o emisión a empresarios industriales que cazan en el zoológico y a una clase política mediocre, este país no tiene ningún futuro, independientemente de la orientación ideológica del gobierno de turno y de la buena o mala voluntad de sus dirigentes. Me quiero ir.

11/11/2017 – Sábado

Se casa uno de los 21 primos hermanos que tengo, tal vez uno de los últimos casamientos generacionales de mi entorno afectivo, quizás después vengan los sobrinos y los hijos de los amigos, o quizás no, quizás en poco tiempo la gente deje de casarse, da igual. Me levanto tarde y paso casi toda la mañana mirando a las selecciones nacionales de fútbol y rugby, casi sin tocar la computadora, apenas revisando de vez en cuando algún dato, alguna cosa puntual. Después los preparativos, porque el casamiento es a la tarde: vestirse, dejar al niño con mi madre y todas esas cosas. Llegamos tarde a la ceremonia, tipo 5.30 de la tarde, en una iglesia de la localidad de Tres Esquinas, en Maipú, no entramos porque no cabemos. Después nos vamos a la fiesta que es aún más lejos, en Cruz de Piedra, una bodega en el medio de la nada, por la ruta 60, bien al fondo, la loma del orto. Llegamos mucho antes del atardecer, con el sol todavía alto. Todo se desarrolla en un jardín enorme, rodeado de distintas mesas que funcionan como centros de distribución de bebidas y comidas de todo tipo, autoservice. El resto es lo de siempre en los casamientos tradicionales, quizás con un barniz cool, pero igual, los ritos, los disfraces que la gente acostumbra a usar para este tipo de eventos, los protocolos, las conversaciones fugaces con conocidos, el encuentro con viejos amigos y familiares, la charla con personas que no veo hace 10 o 15 años y que seguramente no volveré a ver en los próximos 10. De a ratos la paso bien, aunque ciertas preocupaciones no se disipan del todo. En un momento, cuando empieza a declinar el sol me alejo un poco de la multitud y me quedo un rato parado solo y en un silencio relativo. Así, como si fuese parte de una foto, en un jardín remoto, disfrazado y con una copa en la mano, con la montaña y unas viñas de fondo, lejos de la ciudad, ajeno a todo, me llega esa frase conocida: todo ocurre por algún motivo, en ese momento creo adivinar las razones inconscientes que me hicieron volver a Mendoza hace más de cuatro años, y me siento más tranquilo, menos culpable, este no es mi lugar, pero es donde tengo que estar ahora, no para siempre, sólo un tiempo más. Después de esa epifanía berreta, vuelvo a la fiesta, como todo lo que puedo, me mido con la bebida, charlo un rato más y a las 10 de la noche me vuelvo con una señora muy simpática que es amiga de mi madre.
Previo buscar al niño en lo de mis padres, volvemos al departamento temprano, abrimos las ventanas y nos quedamos un rato mirando televisión y escuchando las imbecilidades que hablan los vecinos de abajo y sus amigos en su patio. Después intento leer un poco , pero me vence el sueño y nos vamos a acostar.

12/11/2017 – Domingo

Domingo de calor y silencio, nada interesante, nada esperanzador. Lo de siempre: pasamos a visitar a mis padres por Dorrego, volvemos a la noche, compramos comida, veo tele, leo un poco. Sigo con el libro de Markson, es una lectura agradable, ágil, un poco cómoda, en un momento se torna monótona, pero fluye. Me gusta el procedimiento narrativo fragmentario, pero a veces las referencias culturales son demasiado elitistas y eso torna un poco arrogante el discurso y ahí es cuando se vuelve aburrido. Igual sigo subrayando, a veces encuentro buenas anécdotas.
Cuando la gente empieza a perder sus batallas cotidianas contra sus propias realidades, entabla las mismas batallas contra las otras personas, eso es peligroso, por eso trato de mantenerme ajeno.
Aprendí a hacerme el boludo, a hacerme el que no entiendo, a quedar como un ingenuo, como un imbécil, creo que, salvo en un par de circunstancias particulares, es mejor no entrar en la consideración de la gente. Para eso hay que aprender a dominar el narcisismo intrínseco de nuestra especie.

«Ser un exitoso lector de poesía sobre un escenario, dijo Ajmátova, no necesariamente significa ser un escritor de poesía exitosa.» (La Soledad del Lector, David Markson)

«…es preciso tener en cuenta también la marca de las “malas” traducciones: con su aire enrarecido y fraudulento son un archivo de efectos estilísticos. El español sueña allí con todo lo que no es y actúa como una lengua extranjera…» (Formas Breves, Ricardo Piglia).

 

La foto es del año 1993, el gato es de los Clinton, la imagen funciona como símbolo de lo estúpido y frívolo que puede ser a veces cierto periodismo.

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