Diario de un mal año (25)

Diario de un mal año (25)

27/11/2017 – Lunes

Empiezo el lunes como si fuese el preámbulo de algo, algo inminente, un acontecimiento inexorable y fundamental que no tengo la menor idea de qué puede ser, una intuición seguramente fallida como casi todas las que he tenido a lo largo de mi existencia. Después se me pasa, entro en la monotonía escuálida del presente. El calor amortiguado por la brisa de la mañana empieza a sentirse hacia las 11. El malestar estomacal y el dolor corporal han desaparecido, pero es una trampa, conozco a mi organismo, debo mantener la dieta por lo menos hasta el miércoles: té, galletas de agua con queso blanco, mucha agua, arroz y pechuga a la plancha. Mate no. Café no. Alcohol no.
Al mediodía, en el colegio de mi hijo, pocos alumnos en las hileras de todos los grados. El verano se acerca con sus falsas promesas y los padres deciden no llevar a sus hijos a la escuela, derrochan el crédito de ausentismo que ahorraron con esfuerzo durante el año, como un anticipo de los 10 días de enero que servirán para dejar los ahorros monetarios de muchos meses en Reñaca, en Viña del Mar o en Santa Teresita. Los que tengan suerte, los otros deberemos conformarnos con la piscina abarrotada de algún club o con las esporádicas invitaciones a las piletas de amigos.
Leo mucho, avanzo bastante con la novela de Consiglio. Retomo tímidamente y sin convicción algunos textos de Ponge, más por aburrimiento que por deseo, no me producen demasiada sorpresa ni me proporcionan placer, pero tienen algo que me atrae y no logro precisar, tampoco tengo muchas ganas de pensar en qué es, me limito a leerlos de a ratos.
Hace meses que no juego al Minecraft, generalmente lo agarro por ciclos, por rachas, dos o tres meses jugando y después lo abandono por cinco o seis meses. Cada vez que empiezo de nuevo actualizo la versión y hago un mundo nuevo, jamás continúo con el que dejé pendiente, los voy borrando. Casi siempre me aburro en el punto en que la supervivencia del personaje está garantizada. Pienso en un diario de Minecraft, narrar las peripecias del personaje en ese mundo hostil lleno de monstruos y de peligros, pero sin mencionar jamás que se trata de un juego de computadoras. Me demoro un rato fantaseando con esa idea, después busco en internet y veo que miles de personas la tuvieron antes, hay varios blogs que lo hacen, muchos videos de YouTube e incluso un buen número de libros publicados con aventuras de Minecraft. La originalidad es algo que casi nunca me ocurre.

18/11/2017 – Martes

Me despierto temprano. Tuve un sueño rarísimo: estamos en un bar con mi esposa y mi hijo, en una mesa del mismo lugar está María Eugenia Ritó con otra mujer flaca y alta. En un momento voy al baño y hay unos obreros trabajando en lo que parecen ser reparaciones eléctricas. Al volver del baño mi esposa me dice que nos vayamos rápido, ya en la calle me explica que los tipos que parecían electricistas en realidad son terroristas y que están a punto de hacer volar el bar. Decidimos tomar un colectivo a Mendoza, porque al parecer estamos en Mercedes, Provincia de Buenos Aires. Por alguna razón, algo relacionado con los terroristas, decidimos separarnos, ella se queda en una parada y yo camino dos cuadras hasta la siguiente (aparentemente en este sueño los colectivos de larga distancia tienen, como los urbanos, paradas en cada esquina). Al subir al colectivo mi mujer está en el fondo, en uno de esos asientos largos para varios pasajeros, al lado de ella ¿quién está? María Eugenia Ritó, me doy cuenta de que no tengo la RedBus y pido a algún pasajero que me pague el boleto, me lo paga mi esposa, le doy los 10 pesos que aparentemente cuesta el pasaje. A todo esto María Eugenia Ritó es una señora grande, de unos 60 o 70 años, con arrugas en la cara y algunas canas, nada que ver con la verdadera María Eugenia Ritó que sí estaba en el bar, de todos modos en mi sueño no hay lugar a confusión ni sorpresa por las diferencias físicas. Me siento al lado de ella y le pregunto si sabía que en el bar había terroristas. Me ignora. En ese momento el colectivo para en la ruta y bajamos con mi esposa a fumar, me pregunta si creo que debería llamar a la policía para avisar de los terroristas, le digo que sí, saca de la cartera un celular de los viejos, con antena y hace el llamado. Después subimos al colectivo y nos damos cuenta de que María Eugenia Ritó nos ha robado a nuestro hijo. Ahí empieza todo un drama muy desesperante, un episodio distinto. No sabemos qué hacer, aparecemos en un taller de chapa y pintura que está cerca de la casa de mis padres, buscamos en todos los autos, pero no encontramos nada, en ese momento me despierto y tengo esa sensación típica que sobreviene a las pesadillas: “menos mal que era un sueño”. No sé qué significará el sueño, no es muy interesante, pero como es muy raro que recuerde uno lo registro, lo analizo y lo repaso como si detrás de esas imágenes oníricas estuviese la respuesta a todas mis dudas e interrogantes, pero no, ni ahí
Paso el día deambulando por la ciudad, atravesándola en distintos sentidos una y otra vez. Esta ciudad que no se aviene a ser ciudad, que mantiene costumbres y estructuras sociales de pueblo, pero que ya está grandecita para ser un pueblo. Me muevo en taxis, en colectivos y, sobre todo, a pie, de un lado a otro, haciendo cosas para los demás, cosas por las que nadie va a pagarme pero de las que tampoco nadie se va a encargar si no soy yo, enfrentando batallas perdidas de antemano. A la siesta cruzo el centro caminando hacia el oeste, me paro en un kiosco, compro una gaseosa y la tomo del pico sentado en un cantero, a la sombra de un árbol. Pienso en el sueño de esta mañana, sigo buscándole la vuelta. El escape libre de un Fiat viejo me distrae y vuelvo a la realidad. El sol de la tarde flota sobre el asfalto de calle Colón y se mezcla con la sombra irregular de las ramas. Dos pibas con uniforme de enfermera miran en silencio la vidriera de una zapatería cerrada. Un cuidacoches come un sánguche sentado sobre un balde plástico. Todo es lento y pesado. Transpiro. No me queda mucho más para hacer en esta ciudad, sólo esperar a que las cosas decanten, a que nada más me ate a Mendoza y después sí irme, al menos intentar irme de nuevo. Pero el tiempo pasa, cada día agrega peso a la mochila de las frustraciones, si a los 30 fue difícil, supongo que a los 44 y con un hijo lo será aún más. O tal vez no, tal vez todo lo contrario.

29/11/2017 – Miércoles

Día tranquilo, rutinario, aburrido, después de tanto alboroto el marco de previsibilidad que impone la monotonía gris de la vida parece un bálsamo. En la calle me encuentro con El Pájaro, un viejo amigo que en realidad se llama Marcelo. Lo conozco desde hace años, teníamos conocidos que eran amigos entre sí y nos llevaron a un partido de fútbol en Bermejo hace mucho tiempo, en los 90’, cuando terminó el partido lo llevé hasta la casa en auto y después nos empezamos a encontrar en Dorrego y en la noche, terminamos siendo amigos, cada tanto tomamos café. Nadie le dice Pájaro, sólo yo, porque durante aquel partido su velocidad y su cabellera rubia remitían a Caniggia. Otros tiempos, ahora es pelado y tiene canas. Lo veo de lejos y lo reconozco, lo alcanzo en Colón y Mitre y nos paramos ahí a charlar. Le pregunto cómo anda, me contesta muy bien y a continuación pasa a relatarme un rosario de dificultades laborales, familiares, de salud y de dinero que remata diciéndome que no sabe porqué todavía no se pegó un tiro. Entiendo que el muy bien fue un eufemismo. Me pregunta por mí, le comento lacónicamente sobre mis asuntos, después me habla de otras personas conocidas que nunca más vi y me pregunta por otras que tampoco volví a ver, respondo vaguedades. Intercambiamos teléfonos, nos mandamos Whatsapp’s y nos despedimos con la promesa de contactarnos para tomar un café. Tipazo El Pájaro, lo voy a llamar la semana que viene.
La tarde se alarga demasiado, no logro concentrarme mucho en nada. Como mi hijo se adueña del control remoto me entretengo en la computadora mirando el debate de los senadores sobre la reforma previsional que terminan aprobando a la medianoche. Una porquería todo. La combinación que se aprobó de reforma fiscal y previsional sólo tiene efectos distributivos que pueden resumirse de la siguiente manera: le sacan 68.000 millones a los jubilados para dárselos a María Eugenia Vidal. Después hay efectos cruzados que se terminan anulando entre sí y cuyos impactos en términos fiscales, productivos, de empleo e inversión tienden a ser nulos. Es extraño, la política del gobierno avasalla los intereses su base electoral más firme (compuesta de jubilados y clase media), mantiene los niveles de las clases bajas como venían, y no arregla ninguno de los problemas que dejó el kirchnerismo. Mantiene su apoyo en base a las esperanzas ingenuas e infundadas de algunas personas respecto a un futuro mejor que jamás va a llegar y al terror a una improbable vuelta de Cristina Kirchner que tienen otros. Pero la receta es explosiva: ritmo de endeudamiento acelerado + atraso cambiario + tasas de interés altas + inflación + 30% de pobreza + déficit fiscal de 6 o 7% del PBI, combinación ideal para una crisis importante en 4 o 5 años como mucho. Mientras tanto, como tenemos la oposición más pelotuda de la historia, nos venden la ilusión absurda de un gran futuro en base a transparencia, honestidad e institucionalidad de cartón pintado. Hay que rajar, irse es, fue y será la mejor opción de los argentinos.

30/11/2017 – Jueves

Casi todas las disciplinas que la civilización contemporánea considera artísticas, la literatura, el teatro, el cine, la música, y todos los derivados y combinaciones de éstas, en su momento se concibieron como entretenimientos. ¿Cuánto falta para que las series, los videojuegos y otras expresiones digitales pasen a formar parte del mundo del arte y la cultura?

Voy a la zaga de las cosas, siempre a destiempo, siempre corriendo de atrás, como arañándolas con lo justo, como subiendo al estribo de un tren en marcha a último momento, no puedo seguir el ritmo frenético que me imponen las circunstancias, el calendario despótico de la realidad me supera. Y encima el calor.

Si no me quedase otra opción que quedarme a vivir en Mendoza, ¿podría conformarme con Dorrego? No sé, la idea me atrae, pero el gran problema de Dorrego es internet, sólo llega Speedy con sus microcortes y sus 3 mega que nunca son 3. En realidad es un problema de Mendoza, acá no hay cobertura de internet, en el centro yo sólo puedo acceder a los 12 mega de Arlink (que tampoco son 12) por un precio exorbitante. Y mientras más lejos del centro peor: menos y peores opciones. Mientras en otros lugares ofrecen 100, 200 y hasta 1000 mega, acá siguen haciéndonos creer que los 12 mega son fruto de la más moderna tecnología. Por eso decía que esta es una ciudad que no se asume como tal, crece territorial y demográficamente pero se comporta como un pueblito con empresarios pueblerinos y dirigentes pueblerinos.

01/12/2017 – Viernes

Día totalmente al pedo. Salvo por una caminata de cuatro cuadras hasta las oficinas de OSEP de calle Salta por la mañana, y otra hasta el Átomo de Amigorena por la tarde, no salgo de mi casa. La mañana gris y ventosa cumple sus promesas de lluvia hacia el mediodía. Como llueve, como es diciembre, como está repodrido de ir a la escuela y como está un poco flojo de vientre, mi hijo quiere faltar a clases, y como yo no tengo ganas de remontar San Lorenzo bajo la llovizna persistente me dejo convencer fácilmente. Mientras almorzamos miramos el sorteo de los grupos del mundial. El vecino de abajo, esto es de locos, se ha juntado con dos o tres amigos en su departamento para mirar en vivo el mencionado sorteo, cada bolilla que sale la festejan a los gritos, como si fuese el gol que se perdió Rodrigo Palacios contra Alemania en 2014 y se ríen a carcajadas, me cuesta entender tanto entusiasmo por semejante boludez, pero allá ellos. Me asomo a la ventana para escuchar lo que dicen pero en ese momento la adolescente analfabeta del piso de arriba, indiferente al destino mundialista de nuestra selección, pone reggaetón al palo y se pone a cantar arriba de la música, lo que me tapa las imbecilidades que dicen los de abajo. La gente está mal, muy necesitada de joda, muy alienada.
Paso la tarde dentro del departamento. Mientras mi hijo mira Paka-Paka, yo me pongo a ver qué hay en Vimeo que es como un YouTube clase B, aunque tiene algunas cosas interesantes que no están en otro lado. Ordeno mis videos guardados y me quedo mirando El interior de una máquina, una especie de ficción en clave documental que hizo Pablo Arabena en 2014 sobre Guillermo Antich. Cada tanto miro de nuevo el video, me gustaba antes de conocer personalmente a Antich y a Arabena y después de conocerlos le encuentro mucho más mérito. Es un corto bien filmado, bien musicalizado y bien actuado, se trata de Arabena que anda buscando a Antich por toda la ciudad, en el medio habla con algunos otros escritores mendocinos contemporáneos. Quedó bien, es una buena pieza cinematográfica. Es una muestra de que en Mendoza hay talento e ideas para hacer cosas buenas en vez de pelotudeces deprimentes, como el festival de poesía de la feria del libro y todas esas cosas.
Por la noche ocurre el momento semanal más bizarro de la TV argentina: en el programa Intratables (ese simulacro de debate político con formato de programa de chimentos que pasan en América TV) un tipo habla sobre la reforma previsional, en un momento Del Moro lo interrumpe, hace callar a todo el mundo y dice (textual): «Esperen chicos, cortame los micrófonos. Si hay alguien que siempre peleó por los jubilados en este país, ese soy yo.», al flaco este ya se le notaba que se le habían subido un poco los humos, pero de ahí a creerse Norma Plá…, en fin.

02/12/217 – Sábado

Mi esposa tiene que trabajar todo el día y mi hijo se quiso ir a la casa de una amiga nuestra para jugar con la hija, que es amiga suya, de manera que por primera vez en mucho tiempo tengo todo el tiempo para mí, el problema es que no sé bien qué hacer con ese tiempo. Decido irme a lo de mis padres a almorzar para evitar tener que cocinar. Me quedo ahí viendo televisión, me aburro y me pongo a leer. Liquido Hospital Posadas de Consiglio, el libro me gustó más de lo que esperaba, nunca le había prestado demasiada atención a Consiglio, más bien creía que se trataba de un autor onda Aguinis o Andahazi, pero no, Consiglio, a diferencia de esos dos ágrafos, tiene talento y escribe cosas interesantes. Tengo por ahí otra novela suya que se llama Villa del Parque, si la encuentro la voy a leer.
A la tarde/noche, después de buscar a mi hijo en el Barrio Bombal, empiezo un mundo nuevo de Minecraft. Una de cal y una de arena, o mejor dicho una buena y una mala (porque con el eufemismo ese nunca supe bien si la arena es buena o mala y lo mismo con la cal): la buena es que aparecí justo arriba de un Stronghold, que son muy difíciles de encontrar y constituyen la única manera de acceder, más adelante, a la dimensión de El Fin, en donde habitan los Enderman y un dragón que hay que matar; la mala es que aparentemente estoy en una isla chica, aunque enfrente parece haber una más grande con vacas y gallinas, ya iré a explorar, pero es una complicación porque voy a tener que hacer un puente entre ambas y después construir un bote para salir y ampliar mis dominios. Como siempre, hago planes para facilitar las cosas: aplanar la tierra, sacar los yuyos, plantar para tener comida, etcétera, pero me entretengo haciendo pozos y explorando cuevas en busca de minerales, se me hace de noche y de pedo encuentro cuatro ovejas perdidas en una playa (no sé qué hacían en la arena) que logro esquilar para hacer una cama. Duermo en una caverna abajo del piso y después me pongo a cortar árboles. Voy a tratar de no entrar en el loop absurdo de consumir al toque todos los recursos sin pensar a largo plazo, como hago en mi vida real, porque después me aburro y empiezo a buscar trucos para hacer trampa en internet.
Por la noche intento retomar a Ponge, pero agarro empezada en la tele una película que vi como siete veces y no sé cómo se llama, con un pelado que es como Rambo, pero anda de traje y nunca se ensucia. La miro tomando café. Después duermo.

03/12/2017 – Domingo

Amanece gris, nublado, un poco frío, el verano se hace esperar, por ahora es sólo un amague, un futuro borroso y limitado con el que sólo podemos especular. Mi esposa ha tenido que ir otra vez a laburar y mi hijo duerme. Yo tomo mates y fumo mientras leo unas revistas Living viejas. La inactividad después de tantos días de ajetreo invita a proyectar algunas actividades tendientes a que mi tiempo sirva para algo, pero los probables imprevistos e incendios a apagar no me dejan mucho margen para planificar. El futuro es un sobre cerrado cuyo contenido no conozco, un sobre que no me animo a abrir por miedo a que esté totalmente vacío.
Al mediodía almuerzo familiar en lo de mis padres. Sale el sol y aprovecho que mi hijo se entretiene en el patio para saquear la biblioteca. Me encuentro con libros viejos, de mi adolescencia, tengo algunas deudas de lectura ahí, en principio Graham Greene y Ernest Hemingway, dos narradores de verdad, que no especulan, que no hacen tiempo, que se limitan a contar una buena historia en lugar de hacerme perder el tiempo revelándome sus reflexiones y opiniones. Después todos los argentinos que quedaron medio en el olvido: Bernardo Kordon, Isidoro Blaisten, Mempo Giardinelli (antes de convertirse en pésimo analista político, era un buen narrador chaqueño) Héctor Lastra, Beatriz Guido, Geno Díaz (al que Asís le afanó todo), Germán Rozenmacher, Humberto Constantini, Rodolfo Rabanal, Daniel Moyano, Enrique Medina, Juan José Hernández, Hermes Villordo, etc. Separo todos los libros de ellos, los dejo en un estante para ir llevándolos de a poco, son muchos, no sé cuánto tardaré en leerlos. Pretendo volver a ser un lector silencioso, dejar de analizar, dejar de buscar en los libros estructuras, marcas de estilo, mecanismos ocultos, intertextualidad, referencias específicas. Me pudrió todo lo que tiene que ver con la literatura y no con la lectura, la erudición simulada, las pretensiones académicas, la solemnidad al pedo, el respeto, la seriedad, las vanguardias, los experimentos, las rarezas, basta de todo eso, ya perdí demasiado tiempo dedicado a esas cosas que tiene menos que ver con la lectura que con el narcisismo de los lectores. Cada tanto me harto, después lo supero y sigo enganchado a esas boludeces. Pero en estos momentos coqueteo con la posibilidad de poner en venta todos mis libros y también los de mi padre. Entre todos alcanzan para poner dos o tres dignos puestitos como los de la alameda o una librería virtual con varios libros difíciles de conseguir y algunas boludeces. Obviamente nunca lo voy a hacer, al contrario, seguramente seguiré comprando libros cuando pueda hacerlo.
Volvemos temprano a casa, la tenue desolación del domingo se materializa lentamente a medida que crece la tarde. Hago vida contemplativa y miro por internet Boca – Arsenal mientras mi hijo monopoliza tablet y televisor. Después mi esposa vuelve de trabajar y trae una pizza de Capri que es una maravilla y devoramos en pocos minutos. Leo un rato, empiezo La ciudad de los sueños del tucumano Juan José Hernández. Después lo de siempre: la nada dominical.

Geno

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