Diario de un mal año (27)
11/12/2017 – Lunes
En la casa de mis padres hay toda un panel de la biblioteca (cada panel tiene espacio suficiente como para albergar una biblioteca entera de las mías) con libros que podrían decirse de izquierda. Son los libros que mi padre debió esconder durante la dictadura. Los llevó a la baulera del departamento de mis abuelos que estaba en un sótano oscuro y húmedo del viejo edificio de calle Lavalle 352. Los dejó envueltos en diarios y en nylon, metidos en unas cajas. Me acuerdo cuando los fuimos a buscar en el año 84’ u 85’, en la camioneta de un amigo suyo, los trajimos y los acomodamos en esos estantes. Ahí están los 9 tomos de Obras Selectas de Lenin, algunos libros comentados de Engels y varios otros de Marx entre los que se encuentran los tres tomos en edición tapa dura y encuadernación cosida de El Capital. En algún momento los leí con un amigo, como desafío intelectual más que nada, intentamos traducir los modelos marxistas (modelos económicos, claro, porque básicamente es un libro de economía) al más comprensible y didáctico IS-LM. Cuánta perseverancia teníamos entonces, cuánto entusiasmo, un poco también de ingenuidad supongo. Hojeo un tomo, leo al azar párrafos, lo cierro convencido de que nunca más volveré a leerlo, ni los de Lenin, ni los de Engels, ninguno de esos ladrillones anacrónicos, no tengo ganas, no tengo tiempo, no tengo interés, hay otras cosas más placenteras por leer. Lo mismo me pasó con Deleuze hace algún tiempo, y vendí todos los libros que tenía del francés. De hecho creo que a todo ese panel de la biblioteca le podría sacar unos buenos mangos, o canjearlos bien; tarde o temprano lo haré, mientras tanto escucho ofertas. Ni yanquis ni marxistas…
12/12/2017 – Martes
Finalmente encontré varias Primera Plana con reseñas literarias de Norberto Soares. Los textos me decepcionaron bastante, esperaba más. Estaba buscando esas críticas desde que leí sobre ellas en Black Out, María Moreno lo describe como un crítico agudo, inteligente, exquisito, pero claro, ella era amiga, yo no encuentro más que algo de astucia para redactar y alguna que otra ironía bastante ocurrente. Las reseñas no están mal, pero de a ratos se vuelven pretensiosas, un poco snob, pedantes. Petulancia juvenil sintácticamente correcta, algunas poses algo grotescas, un par de chistes malos, evidente intención de escandalizar más que de ejercer la crítica, seguramente algún que otro favor a escritores amigos, no hay mucho más en esas reseñas. Tal vez eso era novedoso en los 70’, en el presente son tantos los que ejercen ese tipo de periodismo cultural de amigos, que ya ni siquiera sobresalen por provocadores. Hay varias reseñas, varios libros que Soares destroza y por desgracia para él se trata, en la mayoría de los casos, de libros que el tiempo ha rescatado del olvido, que han tenido decenas de ediciones y reediciones críticas y, lo más importante, que 40 años después siguen teniendo muchos y buenos lectores. Hay, por ejemplo, una “crítica” a Los galgos, los galgos de Sara Gallardo, en donde dice no poder creer que la autora de Enero haya escrito una novela a la que (textual) le sobran 300 páginas. En fin, gustos son gustos don Norberto, pero Los galgos, los galgos es quizás la mejor novela de Sara Gallardo junto a Eisejuaz, creo que no le sobra ni le falta una sola página. También destroza con desprecio Boquitas Pintadas de Puig y algunas reediciones de ese momento de Arlt y de Macedonio Fernández. Todo un canon el de Soares, pero como dije: gustos son gustos, y hasta para un crítico es difícil prescindir de esas subjetividades.
13/12/2017 – Miércoles
Día de calor, día de médicos, día de idas, de vueltas, de intercambios, de familia, de mates y café. En el medio esto:
«Otros, ellos, antes, podían. Mojaban, despacio, en la cocina, en el atardecer, en invierno, la galletita, sopando, y subían, después, la mano, de un solo movimiento, a la boca, mordían y dejaban, durante un momento, la pasta azucarada sobre la punta de la lengua, para que subiese, desde ella, de su disolución, como un relente, el recuerdo, masticaban despacio y estaban, de golpe ahora, fuera de sí, en otro lugar, conservado mientras hubiese, en primer lugar, la lengua, la galletita, el té que humea, los años: mojaban, en la cocina, en invierno, la galletita en la taza de té, y sabían, inmediatamente, al probar, que estaban llenos, dentro de algo y trayendo, dentro, algo, que habían, en otros años, porque había años, dejado, fuera, en el mundo, algo, que se podía, de una u otra manera, por decir así, recuperar, y que había, por lo tanto, en alguna parte, lo que llamaban o lo que creían que debía ser, ¿no es cierto?, un mundo.»
Así empieza La Mayor, uno de los mejores textos de Saer. La referencia a la célebre magdalena de Proust es clara y notoria. Proust sopaba la magdalena en el té, le daba un mordiscón y viajaba en el tiempo, los recuerdos volvían. Saer no puede. Yo tampoco, nunca fui de sopar mucho. Me alcanza, en cambio, con algunos olores, un par de calles viejas de Dorrego, zonas específicas de la casa de mis padres, la fachada de Montevideo 127, la Plaza Sarmiento, zambas de Cafrune, cosas así. Al margen de cuestiones personales, tanto se ha dicho y escrito al pedo sobre la magdalena de Proust… ¿y sin vez de una magdalena hubiese sido algo con menos prestigio? Una medialuna, una galletita, un simple pan con manteca. ¿Hubiese sido lo mismo? Por ahí sí, pero la magdalena es más poética, más bohemia, aun más prestigiosas que sus versiones posteriores: muffins y cupcakes, por eso la gilada le dedica infinidad de papers académicos y ensayos culturales. En fin, lo importante es eso, el texto de Saer, nuestro Proust criollo, que hoy me ayudó bastante a atravesar el día.
14/12/2017 – Jueves
1-/ Calor. Nadie viene, nadie llama. Algo de resignación que nunca viene mal. Siesta prolongada en el sillón. Largas y estimulantes conversaciones con mi hijo. Textos salteados de Saer, de Kerouac, de Arabena, de Arlt. Mucho líquido. Devaneos inútiles en torno al futuro, un futuro que, como el pasado, no existe.
2-/ En TV enfrentamientos de policías y gendarmes con manifestantes en las inmediaciones del Congreso Nacional. Las imágenes combinadas con las altas temperaturas y el calendario remiten inevitablemente al 19 de diciembre de 2001. Muchos se ilusionan con otro helicóptero, pero son quimeras, quedan 5 o 6 años para eso, tal vez más si las caras de la oposición son Leopoldo Moreau, Felipe Solá y toda esa murga anacrónica de parásitos.
3-/ Benesdra: El Camino Total me hinchó un poco las pelotas. Entró en un terreno confuso y monótono que oscila entre la justificación racional del zen y la divulgación científica de lo que hoy se llama neurociencia. Me aburre muchísimo. Igual cada tanto hay ejemplos y referencias a los modos de vida de un argentino clase media en los 90’: el miedo al desempleo, la sensación de no estar a la altura de la eficiencia que exigía esa modernización trucha, la batalla permanente con las burocracias corporativas, etc. Pero por ahora es sólo Osho combinado con Manes, aunque bien escrito. Se queda a mitad de camino (qué ironía, con ese título), no es el tipo de libro que prefieren los lectores de Eterna Cadencia, tampoco es el tipo de libro que leerían los adictos a la autoayuda o los aficionados a la psicología, y tampoco el que leerían los interesados en el zen o en otras disciplinas orientales. Igual llegaré, cuando pueda, al final.
15/12/2017 – Viernes
La masturbación mental acerca de qué novela leer y por qué se ha prolongado demasiado. Había sacado un librito de Mishima que nunca leí, pero haber estado espiando los Diarios de Kerouac me hizo dudar a último momento y, después de leer un excelente texto de John Clellon Holmes traducido por Milita Molina que me pasaron por Twitter, terminé optando por la comodidad de lo ya probado: por tercera vez emprendo la lectura de En el camino. Pensé en una lectura analítica, calma, lenta, pero con Kerouac eso es imposible, agarra al lector y lo arrastra a toda velocidad hacia adelante. De un par de sentadas entre ayer y hoy liquidé la primera parte, el primer viaje al oeste y la vuelta a New York. Cada vez que leo esta novela le encuentro más mérito a Kerouac, es un libro del que nadie debería privarse. Si existe la famosa Great American Novel, sin dudas fue escrita por Jack Kerouac. O dicho de otro modo por John Clellon Holmes:
«Aunque ya ha creado un cuerpo de obras mayor que la de cualquiera de sus contemporáneos, para la mayoría de la gente resume la imagen de un cazador de la sensación perezoso y despreocupado. Aunque esas obras crean un mundo denso y personal que es tan ricamente detallado como cualquier mundo literario americano desde Faulkner, continuamente es pensado como alguien que no es nada más que el poeta de las pastillas y el bardo del bebop. Y aunque es un innovador de la prosa en la tradición de Joyce, cuyos experimentos resisten la comparación con cualquiera de los más radicales vanguardistas del siglo, es permanentemente etiquetado como de mucho argot, como un Jack London que hace autostop, y trae un tufillo a marihuana y vagón, agotado en librerías de préstamo. En resumen, el tipo de escritor que sólo Norteamérica puede producir y que sólo Norteamérica podría malinterpretar con tanta obstinación.» (John Clellon Holmes, EL GRAN RECORDADOR, Traducción de Milita Molina).
16/12/2017 – Sábado
Calor intenso en Mendoza, entro y salgo del departamento varias veces. Voy hasta el bar de la esquina a almorzar con mi familia y vuelvo con ellos a casa. Después salgo a vagar sin rumbo para el lado del Hospital Central. La ciudad border, la no apta para turistas, me recibe con toda su fealdad e intrascendencia. Acequias transportando un líquido rancio y putrefacto, basura a medio quemar en las calzadas, pájaros muertos en las veredas, y la bruma veraniega flotando sobre las calles desiertas le otorgan un barniz post-apocalíptico al paisaje. Compro cigarrillos y vuelvo hacia el centro.
Paso la tarde leyendo a Kerouac. Es curioso, si bien creía tener bien leída y digerida En el Camino, noto que no me acordaba de casi nada del argumento, sólo de los personajes y de que viajaban. Tal vez es así, de los libros que más nos gustan sólo nos queda el recuerdo del placer que nos proporcionaron, pero los pormenores se van borrando o transformando, por eso en algún momento hay que parar y dedicarse sólo a releer.
Más tarde voy de nuevo al bar de la esquina con el Tupac y aprovechamos el 2×1 en cerveza artesanal, tomamos varias, después cambiamos de bar, tomamos otra mientras escuchamos el monólogo de un borracho solitario. Ya de noche vuelvo a mi casa con mi familia. Tengo sueño, pero sé que con este calor me va a costar dormir. Me engancho con una pelea clase B de box en Space y después con una película mala y previsible sobre una colombiana cuya familia muere a manos de los narcos y decide vengarse matando a medio mundo.
17/12/2017 – Domingo
Me aburro y entonces entro a Facebook después de mucho tiempo, me encuentro con notificaciones que me avisan que a la gente le gusta una foto subida el jueves a través de Instagram. Hice lo que suelo criticar con sarcasmo: subí una foto de comida. De eso se tratan las redes sociales a veces, de hacer lo que criticamos, de exponer nuestros resentimientos, nuestras miserias y también nuestras contradicciones. De hecho entre mis contactos hay uno que postea unas veinte veces por día, el 60% de esos posteos son críticas al uso intensivo de Facebook.
Por la tarde sigo con interés y preocupación la agresión sufrida por un amigo. Lo atacó una mujer con un cuchillo y lo hirió en la cabeza, por suerte con consecuencias leves. Nos va relatando todo en un grupo de WhatsApp. Después de hacer la denuncia, con la cabeza vendada, nos dice que se siente como el Viel Temperley de Hospital Británico.
Leo lo registrado durante la semana, casi todo es sobre lecturas, no es casual. Tengo la impresión de que la rutina gris, la monotonía que engloba todas mis actividades vitales de estos meses, cansan y aburren a todo el mundo, empezando por mí. Entonces me reconstruyo a partir de lo que leo. La novedad, lo excepcional que no logro encontrar en mi existencia, lo encuentro en las lecturas, sé que es artificial y estúpido, pero en las circunstancias actuales no se me ocurre otra manera de existir, de producir sentido. Y me resulta más estimulante registrar esas experiencias que la realidad brumosa y confusa que transito.
«¿No es en el fondo un poco ridículo ver a esa criatura enclenque, que vive en un planeta anónimo de un brazo periférico de una galaxia ordinaria, alzarse sobre sus patitas para proclamar: “Dios no existe”?» (Sumisión, Michel Houellebecq, 2015)
Una vez mas leí el comienzo de La mayor en voz alta. Te deja sin aire, no? Hay que hacer pausas mayores que las que exige la coma. Me levanté enseguida a buscar Nadie nada nunca que tiene un comienzo así, irrespirable, no sé si la leíste, recomiendo. Sigo tus crónicas, creo que sobre todo quería apuntar eso. Saludos.
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Es uno de los textos que más veces he releído de Saer, cuando no sé bien qué leer, cuando nada me conforma, entre novela y novela o cuando estoy aburrido, leo La Mayor, enorme texto, sí. Nadie nada nunca también me gustó mucho pero confieso que hace mucho que no lo agarro, ahora me vas a hacer leerlo de nuevo. Abrazo grande Vero, buen 18
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