Diario de un mal año (28)

Diario de un mal año (28)

18/12/2017 – Lunes

Otra vez lo del jueves pasado, enfrentamientos entre la policía y los manifestantes en las inmediaciones del Congreso Nacional en el marco de una ley que, en los hechos, implica una rebaja de las jubilaciones. ¿Por qué no es un 2001? en principio porque hay reservas en el BCRA, o sea: hay dólares disponibles para que se quede tranquilo el pequeño ahorrista urbano, mezquino y egoísta, tan bien encarnado a principios de siglo por Nito Artaza. Pero además esta vez el conurbano bonaerense está controlado por el gobierno nacional, lo que disminuye la probabilidad de saqueos. No se trata de la cantidad de piedras y gases, ni de la cantidad de gente movilizada (seguramente pacíficamente más allá de los tirapiedras de siempre), ni de la legitimidad del reclamo, eso no alcanza para torcer la historia, ya no. Al mediodía hablé con un comerciante, jubilado el hombre, estaba enojado con el gobierno por la ley y con la oposición por la violencia. Una chica que estaba comprando en el local esbozó algo así como que esos manifestantes que combatían a la policía lo estaban defendiendo a él, el tipo empezó a insultar, la chica se fue enojada, sin comprar nada. Hay un tema ahí: la crisis de representatividad que terminó de explotar a fines de 2001 todavía persiste, en aquel momento el radicalismo se llevó la peor parte, ahora parece haberle tocado al peronismo. Hay, fuera del poder, demasiados sectores disputándose la representación del pueblo, un pueblo que, acertado o equivocado, se niega a tener a esos sectores como representantes y por eso les vota en contra.
Por la tarde vamos con Terraza hasta Leviatán, compro un regalo para poner debajo del arbolito: La Garchofa Esmeralda, una colección de textos autobiográficos de Alejandro Rubio; tras cierta vacilación, Terraza se lleva un libro de Ponge que caba de sacar Cuenco de Plata y que parece bueno. Después vamos a tomar una cerveza a la esquina de Alem y San Juan, un bar al que no había prestado demasiada atención, pero que tiene buenos precios y buena vista. Nos quedamos ahí charlando de temas diversos mientras vemos cómo se va apagando la jornada de furia.

19/12/2017 – Martes

Por la mañana caminamos la calle San Lorenzo completa por última vez en el año para ir a la colación de mi hijo. Termina el nivel inicial y empieza la escuela de verdad. O sea: se le acabó la joda, porque claramente las salas de 4 y 5 funcionan más como guardería que como ciclos de escolarización efectiva. A media mañana el calor ya es insoportable, por suerte los actos protocolares duran poco. Después, medallitas, diplomas, fotos, saludos y todo eso. Mi hijo está contento de empezar la primaria, no quiere esperar hasta marzo. El pobre no sabe que le esperan 12 años o más de tediosas obligaciones sin contraprestación alguna, cuando quiera acordar va a estar extrañando el nivel inicial.
Combatimos el calor vespertino con un viejo ventilador y gaseosa. Leo En el camino siguiendo los viajes de Sal Paradise con Google Maps y Google Street View, alguien ha ido marcando en un layer cada uno de los 4 viajes con localidades específicas y citas del libro que transcurren en esas localidades. También hay una playlist en YouTube con un montón de música a la que Kerouac hace referencia en la novela. Y fotos, y entrevistas, y testimonios, y ensayos sobre el libro. Entiendo a los conservadores que se oponen a combinar la literatura con la tecnología, a veces cuesta mucho superar ciertas poses y prejuicios, pero a mí me parece que, sabiendo usarla más o menos bien, la red contribuye a enriquecer ciertas experiencias de lectura.
Al anochecer, cuando afloja un poco el calor, me voy al bar Beirut a tomar unas cervezas con Maxi M. Un mendocino que conocí, paradójicamente, cuando vivía en Buenos Aires, a través de los blogs. Después, cuando volví a vivir acá, nos encontramos y cada tanto nos juntamos. Me cae bien, compartimos gustos literarios, preferencias futbolísticas y algunas ideas. Me habla de sus lecturas del Corán y del chileno Miguel Serrano, de poetas menores olvidados, de ensayistas ultra católicos o fascistas, siempre está leyendo cosas así, que, por prejuicio o ignorancia, nadie más lee. Me hace acordar a algo que una vez le escuché a Laiseca: si leés lo que leen todos terminás escribiendo como escriben todos, si querés escribir distinto tenés que leer lo que nadie más lee. Y plagiarlo.

20/12/2017 – Miércoles

Salgo por la mañana a hacer algunos trámites en la obra social, hay más gente y está más irritable que de costumbre, pero logro autorizar las recetas con relativa rapidez. A la vuelta en el centro intento sacar efectivo de un cajero y me resulta imposible, hay larguísimas filas que a veces dan vueltas a las esquinas y se cruzan con las de otro banco. Un policía me dice que la fila está así desde las 9 de la mañana, él calcula que tipo 12 se acabará el dinero, que reponen los cajeros a las 2 y media de la tarde, cuando todos se han ido a dormir la siesta. Decido volver a esa hora, total estoy a la vuelta. El mismo policía me dice que, como todavía no llegaron los billetes de $1.000 a Mendoza, los cajeros tienen menos que su capacidad óptima, quizás tenga razón. Compro una gaseosa y me quedo con mi hijo sentado en el escalón de un negocio, mirando a la gente que pasa: mujeres pitucas con bolsas de negocios de ropa, empleados muriendo de calor bajo sus sacos y corbatas, yuppies tercermundista hablando por teléfono, cadetes resignados a interminables colas de RapiPago, largas filas de autos embotellados con sus radiadores perdiendo líquido ocre, todos apurados, todos enojados, a punto de estallar de furia y frustración. Son días ásperos, la gente gastando su aguinaldo en la calle crea la sensación artificial de un gran festival de consumo del que uno no participa, así se pone en marcha la gran maquinaria del resentimiento que vuelve todo un poco más violento, un poco más difícil. Hay que aguantar, no queda otra.
Sigo de a ratos con el libro de Benesdra que se pone un poco más interesante hacia el capítulo 7, en donde deja de divagar sobre experimentos neurológicos y empieza a revelar de qué se trata el famoso Camino Total que propone como método alternativo de autoayuda. Visualización no, mentalización positiva no, meditación no, planificación no, nada de boludeces, en realidad sólo se trata, como en el zen, de vaciar la mente, dejar que los pensamientos fluyan y toda esa cosa orientalista, pero sin meditar. Como la meditación es una práctica culturalmente imposible en occidente, Benesdra propone lograr el vacío a través de la concentración exclusiva en una actividad concreta, hacer lo que se está haciendo y nada más, expulsar todo juicio sobre la actividad, sobre sus propósitos o sobre su potencial. Sumergirse en el presente, que le dicen, como si fuera fácil. No hay nada nuevo en eso, tampoco me interesa demasiado el libro ni su temática, lo leo por inercia, cuando voy al baño o fumo parado en la ventana de la cocina. Igual me da la impresión de que cualquiera que pretenda escribir un libro de autoayuda debería empezar por leer a Benesdra, afanarle todo, simplificar, resumir, y edulcorar un poco la prosa para hacerlo masivo.

21/12/2017 – Jueves

La ciudad sigue sumida en el tradicional caos de fin de año y el calor se hace insoportable ya a las 9 de la mañana. Dejo al niño en lo de mis padres y salgo a la calle a hacer trámites, solucionar problemas y atajar penales. Como no se consiguen taxis y me olvidé la RedBus me veo obligado a cruzar la ciudad caminando varias veces y en varias direcciones bajo el violento sol estival. Paso por varias esperas en salas con aire acondicionado, tengo bastante tiempo para leer tranquilo En el Camino. Dicen que Kerouac mecanografió esta novela en un larguísimo rollo de papel continuo sin márgenes ni separación de párrafos o capítulos, en ese original se conservan además los nombres verdaderos de los personajes: Sal Paradise es Jack Kerouac, Dean Moriarty en Neal Cassady, Carlo Marx es Allen Ginsberg, el viejo Bull Lee es William Borroughs, etc. La novela que leímos la mayoría es en realidad una adaptación, una normalización de ese rollo original a las convenciones editoriales. He visto que hay una edición traducida que respeta ese original sin recortes ni correcciones editoriales, me gustaría comprarlo, pero es un Anagrama de los amarillos, debe salir una fortuna.
Al atardecer empieza una versión provinciana de la famosa Noche de las Librerías, sólo que en Mendoza hay nada más que 6 o 7 librerías en el centro y 4 o 5 salderos que se prenden, igual hay gente en la calle. Paseo un poco mirando las ofertas, todos libros que no me interesan nada. Llego a Leviatán que participa del evento y me encuentro con algunos amigos escritores de acá. Charlamos un rato parados en la puerta de la librería y después nos vamos a un kiosco que hay a unos metros a tomar algunas cervezas. Van llegando otras personas y la mesa se va ampliando. Alguien habla con desprecio de Neal Cassady y dos o tres lo retan a coro. Hace calor, la cerveza circula, los tonos de las voces empiezan a elevarse y los temas empiezan a mezclarse. Termina el evento, la librería cierra y nos echan del kiosco porque también quieren cerrar. Vuelvo a casa caminando por la noche cálida, desierta y silenciosa.

22/12/2017 – Viernes

En Twitter Guillermo Belcore puso un dato que revela la decadencia argentina: el PBI per cápita del país creció sólo 0,1% anual entre 2008 y 2017. Si uno se va para atrás es igual: entre 1955 y 2017 el ritmo anual de crecimiento promedio del PBI per cápita fue de 0,18%, o sea: nada. Hay dos temas en la economía, dos ejes fundamentales: la producción y la distribución. Argentina se ha dedicado en los últimos 50 años exclusivamente a debatir en torno a las pujas distributivas y ha dejado de prestar atención a la forma de producir, por eso quizás producimos poco y mal. He ahí la paradoja que explica el deterioro de la economía argentina: cada vez tenemos más y mejores herramientas de distribución de la riqueza, pero cada vez tenemos menos riqueza para distribuir.
Paso la tarde perdiendo el tiempo, vagando un poco por el centro con mi hijo, entrando a locales tecnología a averiguar precios de cosas que no puedo comprar, hojeando libros en Cúspide para aprovechar el aire acondicionado. El día termina sin pena, sin gloria, uno de los últimos días de una de las últimas semanas del último mes de un año que no ha sido bueno. Sopla un viento calmo y fresco que entra por la ventana. Leo un poco de todo y miro TV Compras mientras fumo solo en la cocina, mi familia ya duerme, yo no quiero acostarme todavía. Siempre descreí de los balances de fin de año, pero esta vez me veo obligado a repasar mentalmente cosas, para ordenarlas, para entenderlas, para ver si todas las equivocaciones que vengo cometiendo desde 2013 valieron la pena.

23/10/2017 – Sábado

Me quedo en casa solo, leyendo y mirando TV. Sigo exclusivamente con Kerouac. Me pasa algo con este libro, me gusta mucho más de lo que creí. Lo leí un par de veces siendo más joven, dejándome hipnotizar por esa libertad de los personajes, poniendo el foco en esa errancia beat por las rutas de USA, anhelando una vida como la de Sal Paradise y sus amigos. Ahora, más viejo, más escéptico, menos ingenuo, logro sustraer mi atención de esas locuras y concentrarme en la forma de narrar, las descripciones, los paisajes, los contrastes entre las distintas ciudades y pueblos americanos y entre los distintos personajes del libro. Cuando se cae esa capa de ingenuidad, la novela deja de ser la aventura alocada de unos jóvenes americanos simpáticos para transformarse en un artefacto literario complejo, hermoso y multidimensional. La gran novela americana.
Cuando baja un poco el sol salgo a la calle, ando por ahí sin saber bien a dónde ir. Como un pancho en la esquina de Primitivo de la Reta y Garibaldi, voy hasta Yenny, revuelvo los estantes, consulto precios, pero todo lo que me gusta está carísimo. Voy hasta Leviatán, me quedo un rato ahí, tomando una cerveza con el Tupac y Terraza, hablando de todo un poco. De casualidad leo el remito de una reposición que acaba de llegar a la librería y veo que está la edición de Argonauta de las Obras Completas de Lautréamont traducidas y prologadas por Aldo Pellegrini. Es un libro que buscaba hace mucho tiempo, no sólo por los Cantos de Maldoror, que siempre leí en pésimas traducciones, sino también por las cartas que contiene y por el gran ensayo de Pellegrini. Gasto mis últimos ahorros y me llevo el libro sin remordimiento. Vuelvo a casa, ceno con mi familia y me quedo hasta las 3 de la mañana leyéndolo. También paso un rato rescatando algunas cosas de Terry Eagleton en la tablet:

«Hemos comprobado que al fragmentar un texto en versos sobre la página se invita a tomarlo como ficción. Pero también es una indicación de que hay que prestar una atención particular al lenguaje mismo: expe­rimentar las palabras como acontecimientos materiales, en vez de mirar por entre ellas en busca del sentido. En la mayoría de la poesía, sin em­bargo, lo importante no es experimentar la palabra en vez del sentido, sino responder a los dos al mismo tiempo, o captar algún vínculo interno entre ellos.» (Terry Eagleton, Cómo leer un poema, página 62)

24/12/2017 – Domingo

Extraño día el 24 de diciembre, por razones de tradición, de religión, gastronómicas o personales, la mayoría pasamos el día esperando la noche. Un día que transcurre esperando a que termine, paradójico. No soy de los que sufren con la navidad, pero tampoco me gusta demasiado, la soporto como puedo. Cuando era chico me gustaba por los regalos, como a todo el mundo, pero de a poco se empezó a transformar en un día de grandes desilusiones. Creo que eso empezó cuando tenía 7 años, a esa edad empecé a pedir los regalos mentalmente, creía que si les revelaba a mis padres mis deseos éstos no se cumplirían. Así fue como una vez pedí una bicicleta y me trajeron un enorme camión de madera que no me servía para nada porque nunca jugué con autos, otro año pedí una computadora y me trajeron un juego de mesa espantoso llamado Marina Mercante, y así hasta que dejé de creer en Papá Noel. Intuyo que después esas decepciones me marcaron, todos los años depositaba inconscientemente esperanzas en cosas que pasarían el día de navidad, relaciones, viajes, regalos, trabajos. De a poco el escepticismo me fue haciendo madurar, ya no espero nada, sólo que termine rápido, porque cierto aroma a decepción empieza a flotar a mí alrededor cerca de las 12.
En casa miro películas navideñas por TV. Al atardecer nos vamos a lo de mis padres a pasar la noche buena con ellos y mis tíos. Lo de siempre: mucha comida, mucho vino, mucho champagne, golosinas, café, whisky y otras cosas que garantizan la acidez navideña del 25. Mi hijo, por ser el único niño de la noche, recibe todos los regalos: una tablet, unos juegos para PS2, dinero. La noche se alarga mucho más allá del final de la pirotecnia, caen más tíos después de las 12, el whisky nos relaja y terminamos hablando del menemismo, del inexistente sistema ferroviario, de los despojos del PJ mendocino y de aquel Boca de Tabárez en donde jugaban Latorre y Batistuta. De a poco empiezan a irse todos, mis padres y mi hijo se van a dormir y nos quedamos tomando café con mi esposa en la cocina, charlamos un rato y me voy a dormir cuando empieza a clarear. No leí nada en todo el día.

 

2 Comentarios

  1. Acerca de la tecnología y la literatura: recuerdo, hace unos años, una lectura de UIises acompañada de la escucha de una lectura en inglés, desde la compu. Lectura multidimensional, diría.
    Qué buena la frase de Laiseca.
    No sabía que existían los billetes de mil, me deprime un poco, mi sueldo abultará todavía menos.

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    1. Eso, los epubs de libros que no se conssiguen o no se pueden comprar, los videos, los temas, las grabaciones de textos leídos por sus propios autores, esas cosas que los conservadores odian a mí me ayudan mucho a leer, creo que mejor. Un capo Laiseca, claro, y siempre tenía razón.

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