Diario de un mal año (29)
25/12/2017 – Lunes
Me despierto temprano, tipo 9, a pesar de la trasnochada, del alcohol y la comida. Trato de seguir durmiendo pero el calor y las líneas de claridad que se filtran a través de la persiana y se proyectan en la pared me lo impiden. Me levanto y desayuno café con pan dulce, la acidez es menos severa de lo que pensé, aún así me tomo una pastilla para amortiguarla. Hay algo peor que la oferta televisiva argentina: la oferta televisiva argentina del día de navidad, hago zapping aburrido: en los canales de deportes pasan los mejores momentos del año o repiten partidos viejos, las noticias son todas sobre gente quemada y accidentada durante la madrugada, las películas que dan son películas navideñas de los 90’. Apago la TV y me pongo a leer un rato, después almorzamos sobras de la noche anterior y todos se van a dormir la siesta. Yo me quedo en el comedor solo, transpirando, comiendo cosas dulces y tomando gaseosa.
Volvemos a casa temprano, muertos de calor. En un kiosco milagrosamente abierto sobre San Juan compramos gaseosas. A mi hijo le regalaron juegos de Play Station 2 y un joystick, resucitamos la consola y, tras una siesta obligatoria, paso el resto de la tarde jugando a un juego viejo que tenía guardado y se llama Bully o algo así, se trata de un alumno en un internado que debe ir cumpliendo misiones. También jugamos un rato al PES 2013 y a otros juegos. No sé si es una buena idea habilitar la inmediata disponibilidad de la consola, hay juegos muy buenos, muy adictivos, muy entretenidos, demandan mucho tiempo.
Después solamente el silencio, la abulia, el aburrimiento, la inmovilidad, todas esas cosas tan dominicales, pero multiplicadas por 10. La navidad es un día espantoso, peor que los domingos. Empieza una semana suspendida en ese extraño limbo entre el año que ya terminó y el nuevo que aún no empieza.
26/12/2017 – Martes
1-/ Me entero por el blog La Lectora Provisoria de una lectura colectiva vía Twitter de la Divina Comedia organizada por un tal Pablo Maurette. Lo pongo en una lista de mi cuenta y leo de qué se trata. El mecanismo consiste en leer un canto por día a partir del 1°de enero de 2018 y comentarlo a través de Twitter usando el hashtag #Dante 2018 para agregar un dato, una anécdota, una foto, un link, una cita o cualquier cosa que dispare la lectura del canto correspondiente a ese día. Interesante, la Divina Comedia es una de las lecturas postergadas que tengo, no quiero limitarme a un canto por día, ni a seguir las reglas de una manada, pero tal vez lo que salga de ahí me estimule un poco.
2-/ Marcelo Padilla me mandó un link sobre un fenómeno cultural de Islandia llamado Jólabókaflóð que se caracteriza por pasar la navidad leyendo y regalando libros. La tradición está tan arraigada y consolidada que marca los tiempos de la industria editorial islandesa: el 70% de los nuevos libros se publican entre octubre y diciembre, el catálogo de todas esas editoriales se distribuye en todos los domicilios del país. Pero la vocación de Islandia por la lectura excede la navidad, se calcula que el 10% de los islandeses publicará por lo menos un libro en su vida. Interesante país. Bah, supongo que es interesante, aunque últimamente me parece interesante todo lo que no está a mi alcance.
3-/ El calor no afloja. Nosotros tampoco: comemos lechón con ensalada de papas, vino tinto y helado. Todas sobras de navidad. Después siesta obligada con el ventilador al palo. Más tarde, revolviendo aburrido la biblioteca de mi padre, encuentro una edición de En Busca del tiempo Perdido de Plaza&Janés, año 67’, dos tomos casi de bolsillo, tapas duras, papel biblia, encuadernación de lujo, cosidos, hermosos. Dice el Tupac que cotiza entre $2.000 y $2.500 pero que es difícil de colocar. Tal vez me deje esta edición, aunque no sé si alguna vez leeré todos los libros, intenté con algunos y oscilé entre la admiración y el sueño, con predominio del sueño, limitaciones personales. Los junto con los libros de Marx, Lenin y Engels, por ahí con todas esas cosas que voy acumulando y un par más de ejemplares me puedo hacer unos mangos para cambiar esta computadora que ya está vieja.
27/12/2017 – Miércoles
Más allá de las adhesiones y rechazos que su figura genera, la centralidad de Cristina Kirchner en el escenario político vernáculo es inobjetable. Desde temprano todos los medios esperan en la puerta del Congreso Nacional para mostrar los pormenores de su regreso al Senado, los cronistas se amontonan en la puerta, dan datos irrelevantes, filman, especulan. Pero ese interés de los medios audiovisuales es mera curiosidad, frívola y epidérmica, carente de espesor político, hay algo de morbo, algo que no excede la anécdota judicial. Tal vez lo que vende, lo que genera rating es sólo la persona, no sus ideas políticas, ni sus posiciones, o tal vez el personaje eclipsa a las ideas, los adeptos y los detractores siguen con atención cada una de sus apariciones. Como ella lo sabe empieza su intervención con referencias a lo judicial y después chicaneando al gobierno, sabe que la filman, sabe que la están transmitiendo en vivo, como en las no muy lejanas puestas en escena para inaugurar, por ejemplo, una canilla en Burzaco por cadena nacional, y lo aprovecha. Es hábil para mantener esa atención y sacarle rédito a esa exposición. Dice algunas cosas que son ciertas, le pega al gobierno, se hace la boluda con los 90’, pierde un poco de aceite cuando habla de economía porque no entiende mucho, pero en general arma bien el discurso. Dice algunas boludeces, pontifica, les dice a los demás que son una manga de boludos y todas esas cosas que constituyen su ADN político. El gran problema, la gran diferencia es que en el senado le pueden contestar las chicanas, y a veces queda expuesta, pero supongo que ya irá calibrando eso también y hará del senado un lugar más divertido. No obstante, hoy por hoy, CFK no es un cuadro político, es una figura mediática, lo cual es una ventaja (una ventaja que a mi entender ella desperdicia), no importa mucho lo que dice, en realidad el sólo hecho de aparecer hablando genera audiencias, y los medios lo aprovechan. Genera, como las figuras del ambiente artístico, pasiones y odios que impiden juzgarla objetivamente, eso la saca de la manada de políticos. Pensé que se iría diluyendo como Menem en el Congreso, pero ahora creo que no será así si no más bien al revés. Al oficialismo le conviene que mantenga esa centralidad, le garantiza cuatro años más de gobierno. Su peso político es escaso, pero el mayor de la oposición. Creo que en Cambiemos intentarán ir a un ballotage con ella. De todos modos en Argentina nunca se sabe.
28/12/2017 – Jueves
Es extraño, un gobierno cuyo discurso dice tener como ejes centrales la credibilidad, la confianza y la previsibilidad para atraer inversiones, cambia las metas de inflación justo el día después de aprobar el presupuesto. Un gobierno que intenta impulsar la demanda agregada con más inversión y menos consumo, pone impuestos al ahorro (que como cualquier alumno de primer año de economía sabe, es uno de los motores del crédito para inversión) es un poco raro también. Los anuncios de esta mañana son la confirmación de que los tipos no saben bien qué hacer con la economía. Seguramente cagaron a pedos al presidente del BCRA por mantener altas las tasas de interés, encima le pusieron impuestos a esos rendimientos. ¿A dónde irán esos pesos que hasta hoy están en LEBACS y plazos fijos con menores tasas y nuevos impuestos? Al dólar, por supuesto. Lo mismo de siempre Argentina: Stop&Go, atraso cambiario, economía pastoril, inflación crónica, déficit fiscal y concentración de la riqueza. Nada es muy distinto a hace 3; 10; 20 o 40 años.
Mi esposa y mi hijo se van a Buenos Aires a pasar el año nuevo. Van en colectivo para bajar en Moreno, posibilidad que el avión, lógicamente, no ofrece. Caminamos al atardecer hacia la terminal, Alem derecho hasta donde termina y entramos por los puentes subterráneos que flanquean el canal Cacique Guaymallén. Como llegamos temprano y el calor es insoportable, entramos a uno de los bares a tomar una cerveza con aire acondicionado. El lugar está lleno, a mi derecha hay dos hombres maduros, grandotes, con sus ropas manchadas de polvo y pintura y las manos callosas, seguramente laburantes de la construcción, toman cervezas de litro. En la mesa de adelante dos gringos bien rubios, bronceados, con muchos bultos y una hermosa notebook marca Apple último modelo, hablan en inglés y se ríen, también toman cerveza. Los obreros los miran con odio, los gringos no se dan cuenta, levantan la voz, ponen música fuerte con la computadora, llaman la atención, molestan a los otros dos hombres. Empiezo a notar cierta tensión, los trabajadores piden otra cerveza, los gringos también, espero ansioso un desenlace violento. Mi hijo ajeno a la escena me pregunta si en Buenos Aires hay compuertas en los canales, supongo que debe haber, pero no sé. Cuando los gringos levantan sus mochilas para ir a tomar su colectivo golpean sin querer a uno de los obreros en un hombro, se da vuelta, pide perdón, el otro lo mira serio y le dice “Todo bien capo” con una voz finita que no se condice con su tamaño. Toda la tensión se diluye, creo que proyecté mi resentimiento en esos dos laburantes. Después nos vamos a las plataformas, esperamos el colectivo fumando, nos despedimos y vuelvo a casa solo, otra vez cruzando los túneles para agarrar Alem y hacer el camino inverso. Cada vez que cruzo esos túneles me acuerdo de El Río Imaginario de Sergio Taglia. Entre un túnel y otro paso por encima del canal y me repito mentalmente «Cruzo el puente sobre el río imaginario / cada semana tengo conciencia de hacerlo…». De pasada compro cerveza, llego a casa, me siento en el sillón sólo y en silencio, la casa sin mi hijo parece triste, quieta, como una casa abandonada. Ceno y me quedo leyendo el libro de Taglia hasta tarde, uno de los mejores libros mendocinos de este año que se muere.
29/12/2017 – Viernes
Tras una mañana agobiante, caminando por toda la ciudad, tratando de terminar trámites diversos, atravesando el calor seco y creciente de este desierto árido disimulado debajo de las formas urbanas, dejo la mochila en casa y me voy a almorzar con el Guille. Comemos y tomamos, tomamos más de lo que comemos. Hablamos de cosas, como siempre, pero sobre todo de música. Siempre me pasa lo mismo con el Guille, me recomienda discos que trato de retener y se me olvidan. De todas maneras estoy en una etapa medio primitiva, me limito a escuchar los discos fundadores del rock argentino: Manal, Vox Dei, Spinetta, etc., todo lo de principios de los 70’ y fines de los 60’. Cargué esos discos y algunos más de Virus y Sumo en el teléfono y los escucho mientras camino por la ciudad caliente.
Vuelvo al departamento y, tras una siesta reparadora, me pongo a leer un rato con el TV prendido. Como no soporto demasiado las ausencias de mi hijo y mi esposa, decido irme a lo de mis padres al atardecer. Ceno ahí y me quedo mirando la saga El Padrino, antes me gustaba Michael Corleone, ahora lo odio, me parece un miserable. La escena final de la tercera parte de la saga me gusta: Corleone solo, sentado en algún lugar de la Italia profunda (¿está en Italia o es idea mía?), montañesa, recuerda nítidamente a su hija y a Apollonia, la joven y tímida italiana con la que se casó en la primera parte, que murieron por su culpa, por su ambición y su crueldad, rememora épocas en las que se sentía acompañado, los recuerdos contrastan con esa soledad en la que parece transcurrir su vejez, y ahí, solo en medio de la nada, con un perro indiferente merodeando por ahí, lejos de su familia, muere, sin pena ni gloria, en silencio, sin que pase nada, simplemente reclina la cabeza sobre el pecho y muere solo. Esa escena es lo que salva a la tercera parte, porque el resto de la película es muy inferior a las dos anteriores, ese final, de unos pocos segundos, es potente y logra expresar lo absurdo de su vida mezquina y miserable.
30/12/2017 – Sábado
Me levanto temprano y me aburro un poco en lo de mis padres. Me pongo en la computadora de mi madre a leer los tradicionales artículos de fin de año con «los mejores libros de 2017″. En varias publicaciones de Argentina consultan a escritores para armar esas listas, en algunas llegan inclusive a revelar las preferencias de cada uno. El tema con las opiniones de esas personas es que casi siempre recomiendan libros que escribieron sus amigos, que editaron sus amigos o que les regaló alguna editorial grande para reseñar, sobre todo las más jóvenes. A principios de este año agarré esas listas y dediqué enero a leer algunos de esos libros, la mayoría malos, alguno que otro pasable, los conseguí a todos en formato digital y los leí en la tablet. Casi todos recomendaban La Uruguaya de Pedro Mairal, que no me gustó nada, y La Maestra Rural de Lamberti, que me pareció un poco más interesante sin ser la gran cosa. Después, cuando revisé quiénes elegían los libros del año, vi que la mayoría de los consultados eran amigos de Lamberti y Mairal. En los portales españoles también hacen esos rankings y también me clavé con un par de cosas de ahí (uno de Sara Mesa, otro de Michael Cunningham y Las Chicas de Emma Cline que es interesante pero está muy sobrevalorado). Lo único que lamento no haber leído de esas recomendaciones es Patria de Fernando Aramburu, que me quedó colgado y seguramente leeré este verano. Igual este año trataré de evitar ese tipo de novedades y seguiré con relecturas de algunos clásicos y libros de poesía, libros argentinos del siglo XX, los diarios de Kerouac, Piglia y Kafka, algo de Franzen que tengo colgado, y La casa de hojas de Mark Z. Danielewski que me obsequió generosamente Maxi Quinteros.
Vuelvo al centro a la tarde, a la soledad del departamento vacío. Limpio y ordeno un poco, riego las plantas, alimento al gato, bajo a comprar comida y vuelvo. Ceno mirando un programa de preguntas y respuestas que conduce Iván de Pineda, ese en donde él tira definiciones del diccionario y los participantes deben averiguar de qué palabra se trata. Me cae bien de Pineda, iba todos los años al stand de la feria del libro de la editorial en la que yo trabajaba, y se llevaba varios libros, siempre iba durante las jornadas de CONABIP, por la mañana del último fin de semana. Un par de veces charlé con él, había leído mucho a Foucault y también mucha semiología, una rareza en el sórdido ambiente de la TV argentina. Después me pongo a hackear la Play Station 2 para poder jugar desde un pendrive por USB en lugar de usar los arcaicos DVD, para no tener que andar grabando y acumulando discos, y para evitar que la vida útil del lente de la lectora se desgaste. Después de tres horas de prueba y error, consultando tutoriales en internet, grabando programitas en la computadora y llevándolos a la consola, logré que funcionara. Me acuesto a las 3 de la mañana con la sensación ambigua de haber vencido los obstáculos y de haber perdido el tiempo adquiriendo conocimientos y habilidades que no me sirven para nada, algo que siempre me pasa, esa curiosidad, esa obstinación que jamás logró transformarse en verdadera vocación.
31/12/2017 – Domingo
Última mañana dominical de 2017. Antes de desayunar abro todas las ventanas para que entre la brisa fresca del sur. Todo está invadido por el silencio y una agradable quietud que no me animo a romper con la TV o la computadora. Me siento a leer lo que me queda de la novela de Kerouac y la liquido de una sentada, me deja triste y vacío, porque el final, con Dean desapareciendo solitario en la esquina de la Séptima Avenida, envuelto en su apolillado abrigo en el atardecer invernal de New York, es bastante emotivo, bastante triste. Esa melancolía del final me acompaña por el resto del día. De En el Camino ya se ha dicho casi todo, en esta lectura, después de muchos años, encontré una novela mucho mejor que en las anteriores. No es sólo un libro de aventuras beat, es también la historia de una amistad, es un libro sobre viajes, sobre juventud, sobre libertad, pero también es un libro sobre Neal Cassady (en la novela Dean Moriarty), para corroborarlo basta leer la primera frase del libro («Conocí a Dean poco después de que mi mujer y yo nos separásemos.») y la última («…pienso en Dean Moriarty, y hasta pienso en el viejo Dean Moriarty, ese padre al que nunca encontramos, sí, pienso en Dean Moriarty.»). En el medio hay mucho más que viajes y aventuras, hay pasajes geniales como este que subrayé:
«Entramos en las alturas de la Sierra Madre Oriental y casi sentimos vértigo. Los plátanos tenían un extraño brillo dorado entre la bruma. La niebla bostezaba más allá de las paredes de piedra a lo largo del precipicio. Abajo el río Moctezuma era un fino hilo amarillo en la verde alfombra de la jungla. Pasamos por extraños pueblos de la cima del mundo y las indias nos observaban bajo el ala de los sombreros y de los rebozos. La vida era densa, oscura, antigua. Observaban con ojos de gavilán a Dean, que iba serio y enloquecido al volante. Todos tendían la mano. Habían bajado desde las sombrías montañas y desde las alturas a tender las manos hacia algo que pensaban que podía ofrecerles la civilización sin imaginarse la tristeza y pobreza y decepciones de ésta. Desconocían que había una bomba capaz de destruir todos nuestros puentes y carreteras y reducirlos a polvo, y que algún día seríamos tan pobres como ellos y tenderíamos nuestras manos del mismo modo en que ellos lo hacían. Nuestro destartalado Ford, el Ford americano de los años treinta, pasaba haciendo ruido y se perdía en el polvo.» (En El Camino, Jack Kerouac, p. 352)
Por la noche me voy a lo de mi hermana a celebrar esa ilusoria esperanza que representa el cambio de año. Comemos de más y tomamos lo necesario. Después brindamos, charlamos y seguimos comiendo. Como me aburro con los adultos, me voy a la calle con los niños a tirar pirotecnia. Cuando encuentro a mis sobrinos están con tres petardos que se les apagaron y se quedaron sin mecha, ato los 3 con un elástico, agarro uno con la mecha sana y lo agrego al atado cruzando la mecha por encima, lo prendo y lo tiro dentro de un tacho de lata de 50 litros, para deleite de todos los niños del barrio el estruendo es infernal y me gano su admiración, por un segundo me siento como uno más de ellos, y ese es el mejor momento de la noche.
Terminó 2017. Año de miedo y soledad, de decepción con muchos de quienes consideraba amigos, de relecturas varias, felices reencuentros con Arlt, con Kafka, con Tolstoi, con Kerouac. Año de fracasos para mí y de logros para mi esposa y mi hijo que fueron lo que salvó todo. Terminó 2017, un año arduo, pero el mal año del que es objeto este registro no coincide con el calendario, por lo tanto sigue.
Me entretuvo leerte…
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