Diario de un mal año (32)
15/01/2018 – Lunes
Nueva rutina: a las 7:30 suena el despertador, desayuno en el patio con el fresco de la mañana y el olor a pasto, leo un poco los diarios y los blogs que quedan en pie, tomo unos mates después de bañarme y salgo para el centro caminando a buscar a mi hijo, no me desagrada para nada, sé que es provisorio, circunstancial, frágil, pero lo hago sin esfuerzo y disfruto de la mañana de verano. Caminamos hasta el banco, después voy a ver precios de Chromecast a las casas de tecnología, pasamos a comprar cosas y a las 10 estamos otra vez en Dorrego. Dejo al niño con su abuela y salgo al barrio, de nuevo me siento parte de este lugar que me vio crecer, me demoro charlando con vecinos y voy a comprar pollo, los precios en esta zona están 30% por debajo del centro, 30% en 10 cuadras, alguien está robando. Vuelvo y me pongo a tomar mates mientras leo Stoner, me gusta la novela, es la biografía de un personaje, eso está bien, Borges decía que para desarrollar personajes el mejor género es la novela y para desarrollar tramas el cuento era más apropiado. Empiezo a entender porqué a algunos les gusta mucho esta novela y a otros no, hay un tema ahí con las universidades, cosas que todo aquel que haya pasado aunque sea unos meses trabajando en ámbitos académicos alguna vez ha sentido, una sensación de precariedad, de artificio. En un momento lo expresa bien un personaje secundario:
«Y así la providencia, o la sociedad, o el destino, o como prefieran llamarlo, ha creado este refugio para que nosotros podamos guarnecernos de la tormenta. Es para nosotros que existe la universidad, para los desposeídos del mundo; no para los estudiantes o para la búsqueda desinteresada del conocimiento, ni por ninguno de los motivos que se proclaman. Explicamos esos motivos, y dejamos ingresar a algunos sujetos comunes, los que triunfarían en el mundo, pero es solo una fachada protectora. Como la Iglesia de la Edad Media, a la que le importaban un comino los seglares, incluso Dios, montamos esta farsa para sobrevivir. Y sobreviviremos… porque lo necesitamos.» p.40
También hay otro pasaje que refleja la disolución instantánea del entusiasmo del docente principiante:
«Pero después de la rutina inicial de listas y planes de estudio, cuando comenzó a enfrentarse a su materia y sus alumnos en las primeras clases, descubrió que su fascinación quedaba escondida muy dentro de sí. A veces, al hablar con los estudiantes, era como si estuviera fuera de sí mismo y observara a un extraño hablando con un grupo reunido a regañadientes; se oía recitar el material que había preparado, pero sus palabras no comunicaban ni un ápice de su entusiasmo.» p.35
Ah! Esa decepción de novato, la distancia entre proyección y realidad. Precisamente eso fue lo que me hizo abandonar la carrera docente hace muchos años, carrera, dicho sea de paso, que duró solamente dos semestres. Bien, ahí nos identificamos muchos, en esas cosas. Por ahora la novela sigue pareciéndome bastante bien. Es un personaje gris, que no habla mucho, que ni siquiera tiene una subjetividad potente o un diálogo interno interesante, me hace acordar al protagonista de En otro orden de las cosas de Fogwill, un poco también a aquel hombre sin atributos de Musil.
Por la tarde me deprimo, me vengo abajo, me derrumbo anímicamente, supongo que es normal y que son cosas que me pasarán. Dejo a mi hijo y me voy a la librería a tomar unas cervezas con el Tupac, volvemos caminando hacia el sur, charlando de libros y de mujeres. Ceno, veo tele y me pongo con Stoner otro rato. Debería aprovechar para leer más, pero por ahora mi excusa es que todavía debo acomodarme bien. Hoy empieza otra etapa, espero que mejor que la de los últimos años, tan difícil no es.
16/01/2018 – Martes
No logro dejar de sentirme mal, ya no por los acontecimientos recientes, si no por todo lo que no hice en los últimos años y me obligaron a volver con la frente marchita a lo de mis padres. Esa sensación de fracaso, de humillación, de derrumbe. A eso hay que sumar que no tengo la más puta idea de cómo seguir con mi vida. Me atengo a lo que va saliendo, paso tiempo con mi hijo, vamos a desayunar a un bar y después recorremos casas de tecnología buscando el dichoso Chromecast. Termino comprando un TV-Box que es más completo y estaba a buen precio. Ya en Dorrego saco una cuenta de Netflix e instalo el aparato en el TV como para anestesiar todo esto con series, películas y libros, la ficción siempre fue un refugio. Después voy a averiguar precios de autos. Pero hago todo sabiendo que no sirve para nada, sólo para tener la sensación de estar haciendo algo, construyendo una nueva vida, cuando en realidad no sé cómo mierda se hace eso.
Por la tarde leo un poco mientras el niño juega en el patio. Después viene una etapa de profundo rencor, odio y enojo. Me calmo en la peatonal Sarmiento, sentado una hora en un cantero, mirando a la gente que pasa, asignándoles a todos un destino menos sombrío que el que yo vislumbro para mí. A la vuelta paso por un bar de calle Rivadavia y me quedo ahí tomando vino con soda con Bustamante que la pasó mucho peor que yo hace un tiempo. Me tranquiliza un poco hablar con él, charlamos de todo un poco, después vuelvo a casa caminando despacio, cuando ya todos se fueron a dormir. No ha sido un día bueno, además leí bastante poco.
17/01/2018 – Miércoles
El día empieza mal. Me voy con mi hijo a la AFIP y no logro completar el trámite que tengo en mente, después me mandan a hacer una cola que no aguanto ni diez minutos y me voy, en este país todo es un obstáculo. Más tarde voy a OSEP, hago un trámite de rutina que no me lleva mucho tiempo. Al salir me llegan mensajes de gente que me invita, con buenas intenciones, a viajar este fin de semana. Ganas no me faltan, alejarme del odio y la traición por unos días me vendría bien, pero por otro lado creo que no es el momento, tengo que desarmar mis cajas y todo eso, tengo que dejar de hacerme el boludo y quedarme solo. Creo que ahí está el problema, necesito quedarme solo un par de días, encerrarme en la pieza de arriba sin televisor, sin computadora y sin celular. Me siento a comer un alfajor con una gaseosa en el escalón de una vidriera sobre calle Rioja. Vuelven los fantasmas de las historias truncas, las que no fueron, de las ex que ahora me gustaría reencontrar, todo muy pelotudo y previsible, resisto la tentación de buscarlas en Facebook y me quedo ahí, solo, de a poco empiezo a sentirme mejor y vuelvo a Dorrego. Paso el día con mi hijo en el patio, de a ratos leo, de a ratos conversamos. Hoy se queda a dormir conmigo. Hoy me salvó eso, mañana habrá que buscar otra cosa, así hasta que el temporal pase.
Stoner sigue bien, sigue lineal, todos se van a la guerra y él se queda en la universidad, logra algunas cátedras, algunos trabajos docentes. Cuando termina la guerra conoce a una mujer, seguramente se casarán, será un matrimonio opaco, previsible, como su vida, como la del 95% de los seres humanos que han pisado este planeta. Me viene bien esta novela ahora, me ayuda un poco a escaparme de la realidad sin mucho esfuerzo intelectual. También leo salteado a Lautréamont, sobre todo algunos fragmentos de Los Cantos de Maldoror. Después trato de ver alguna serie, pero me cuelgo configurando y explorando el TV-Box, se me hace tarde y me vence el sueño.
18/01/2018 – Jueves
Me despierto tarde, relativamente tarde en comparación con los horarios de los últimos meses. Mi hijo duerme en la cama de al lado, lo dejo un rato más y me siento a desayunar solo en el comedor. Más tarde se levanta, desayuna y se pone a mirar videos de YouTube en la tele mientras yo trato de empezar a darle cierto orden a mi nada.
Por la tarde vamos en colectivo hasta la calle Chile, a una oficina gris en donde debo dejar un curriculum. Espero un ratito sentado en una antesala y después llega una mujer que recibe el sobre amarillo. Es raro, hacía años que no dejaba un CV impreso en un lugar, ahora se usa el mail y todo eso, pero esta es una recomendación, tenía la remota esperanza de hablar dos minutos con el dueño de la empresa, pero la mujer me dice que está de vacaciones, lo cual no deja de ser un alivio, pienso después, porque en bermudas, ojotas y con un niño de la mano tengo más pinta de turista que de aspirante a analista financiero. Cruzamos a la Plaza Independencia, la amenaza de lluvia nos empuja hacia la peatonal, en donde hay más maneras de guarnecerse del agua rápidamente en caso de tormenta veraniega. Hago tiempo mirando tabacos e implementos para fumar en el pasaje San Martín y después voy hasta la calle Gutierrez a dejar al niño. Camino hasta la feria persa de calle Godoy Cruz a buscar bermudas, pero nada, ni los precios ni la ropa, me convence. Vuelvo caminando por San Juan, hago un alto en Leviatán donde tomamos un par de cervezas con Cristian hasta que cierra y volvemos caminando hacia Dorrego/Godoy Cruz, charlando de editores, de la universidad y del precio de las propiedades inmuebles.
William Burroughs dijo alguna vez que el lenguaje es un virus. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, me di cuenta de la enorme verdad que encierra esa afirmación, al menos en determinadas circunstancias. Creo que ha llegado el momento del silencio, de no hablar más de nada de lo que sucedió, el lenguaje ya no me sirve para eso, lo agoté, no tiene suficiente potencia para llegar al fondo del inconsciente, en donde residen los fantasmas que tengo que enfrentar. He decidido despojar todo este asunto de lenguaje, cortar el diálogo, no solo con terceros, si no conmigo, parar el monólogo interior, parar las dudas, las imágenes, los recuerdos recientes, reposar en una resignación silenciosa, en un dolor informe e inexplicado. ¿Para qué seguir hablando? ¿Para qué buscar causas y efectos? ¿Para qué seguir diciéndome cosas? ¿Para qué dejar que el lenguaje me siga infectando las heridas? Mejor dejar que el tiempo haga lo suyo. Todo pasa. Todo vuelve. Me sentaré en el umbral, como dice el refrán popular, a esperar, a esperar en silencio.
19/01/2018 – Viernes
Por un par de días no voy a tener mi hijo conmigo, eso me otorga cierta libertad, pero también me da miedo y me quita estímulos, ese miedo me impide levantarme de la cama a las 7, el viejo miedo a enfrentar la incertidumbre del mundo, una realidad algo hostil, ese miedo que conozco desde hace muchos años, pero que no sentía desde hace tiempo. Me quedo hasta las 8.30 tratando sin éxito de volver a dormir, me levanto, desayuno, salgo a la calle. Hago trámites para mis padres sin pensar mucho, de manera automática, sin placer y sin dolor. Camino por el centro, el calor ha vuelto y transpiro. Voy parando en kioscos a tomar cosas frescas y aprovecho para intentar leer, no logro demasiado y vuelvo al mediodía a mi casa.
Tras el almuerzo, cuando la siesta impone su silencio, me pongo a mirar la segunda temporada de Stranger Things en Netflix. Después duermo una hora y me despierta Antich por teléfono, quedamos en juntarnos. Lo encuentro un rato después en Leviatán y le pido que me acompañe a hacer unas cosas. Pasamos por Librería Técnica, tienen la colección vieja de libros de bolsillo de Losada, encuentro una antología barata de Juan L. Ortiz, resisto la tentación de comprarla, pero después me arrepiento, el lunes volveré por ese libro, no es caro. Después tomamos un par de cervezas en el bar JS y partimos a la alameda caminando. Nos quedamos un rato ahí con Taglia, Bustamante y la librera nueva del paseo: Agustina, ella y Sandra son las únicas dos mujeres de la feria de libros. Se hace de noche, cierran los puestitos y partimos con Antich y Moyano a tomar una cerveza al bar Most, hablamos de Marx y de Bolaño largamente y después ellos se van a un recital de poesía y yo vuelvo caminando a medianoche, como cuando era adolescente, por Rioja hacia Morón y por Morón hacia Dorrego, tranquilo y por lo oscuro, para que nadie me vea.
20/01/2018 – Sábado
Podría estar en San Luis, me invitaron y no fui. Podría estar en Tunuyán, pero también decidí no ir a último momento. Estar con gente me alivia, pero sé que es un placebo, una ilusión, en cuanto quedo solo de nuevo me vuelve a doler el presente. Entonces es mejor enfrentar de una vez eso, quedarme solo, solo y en silencio como me prometí, leer, solamente leer. Por eso me pongo a ordenar los libros, desocupo una biblioteca entera de economía, la mando a cajas. Quiero encontrar la caja de libros que quiero tener cerca: la poesía de Giannuzzi y Rubio, los cuentos de Saer y Fogwill, los diarios de Kafka y un par de cosas más además de los diarios de Kerouac y el libro de Lautréamont.
Por la noche debería ir a un asado, pero también declino a último momento la invitación. Salgo a la tarde a vagar por ahí, cambio varias veces de opinión acerca de dónde ir y termino como un idiota dando vueltas por el centro, hay amenaza de lluvia y empieza a oscurecer prematuramente, poca gente en las calles y negocios cerrados, fumo sentado en una plaza leyendo Stoner. Decido volver en trole a Dorrego, pero antes voy a comprar cigarrillos. Y entonces algo sucede. Entro al minimarket del ACA, hay una cola de cuatro o cinco personas para comprar, me pongo al final. Alguien se pone detrás mío y me golpea con un bolso pesado, me doy vuelta, pide perdón y reconozco la voz antes de darme cuenta de quién es: MC. La última vez que nos vimos fue en 2002, es una forma de decir, en realidad nos hemos visto varias veces al pasar, en la calle, siempre nos saludamos amablemente sin detenernos, pero ahora estamos ahí, parados a menos de un metro mirándonos, obligados a esperar la fila que se demora. Hablamos boludeces, me toca a mí, compro cigarrillos, MC también, cigarrillos y un AdeS de litro. Me ofrece sentarme a tomar el AdeS, no me gusta, pero compro un café y acepto. Al principio nos contamos resúmenes de estos últimos 16 años: se casó, tuvo dos hijas, se separó hace tres años, ahora las tiene que ir a buscar, está haciendo tiempo. Yo también le cuento sucintamente lo mío. Quedamos en silencio un minuto, me mira, me pregunta: ¿Un garronazo, no? Le digo que sí, se ríe, me pregunta por qué me hago el superado, me dice que hable, que tiene que hacer tiempo y siempre es bueno saber de alguien que está peor. La misma acidez, la misma ironía en su justa medida. A pesar del silencio al que me obligué hablo, hablo como no hablé con nadie hasta hoy, sin parar, rápido, sin omitir nada. MC me mira con atención, no acota, no pregunta, no interrumpe, no hace gestos, sólo me mira fijo a los ojos mientras toma su AdeS. Salimos a fumar, no me dice nada respecto a lo que escuchó, hace chistes, me prendo, hablamos de cosas del pasado, de cosas que habíamos olvidado los dos. Me dice si me he dado cuenta de que la última vez que hablamos todavía no existía el kirchnerismo, me hace reír. Corre viento cálido, suave, con olor a lluvia, ya es de noche, se tiene que ir, me dice que tiene tiempo de acercarme a mi casa, acepto. Subimos a su auto que adentro conserva olor a nuevo, un buen auto, no sé de qué marca, pero lindo. En el piso hay una Barbie sin pierna y un dinosaurio de plástico, en el asiento de atrás libros de cuentos y un globo pinchado, al lado un libro de Faulkner: Las Palmeras Salvajes. Le pregunto que desde cuándo lee a Faulkner, me dice que desde que se separó empezó a leer mucha literatura, que a veces, con algunos autores se acordaba de mí, no con Faulkner, pero con otros sí. Yo siempre le prestaba libros y no le gustaban, ahora lee esos libros que antes despreciaba; me pregunta por uno, pero no recuerda título ni autor, uno que era de mis preferidos, pero hace 20 años mis libros preferidos no eran los mismos que hoy. Mientras maneja me da pistas, no logramos descubrir qué libro es. Hablando de ese libro misterioso llegamos a mi casa, frena, apaga las luces pero no el motor. Me pide el número de teléfono, saca un iPhone y lo anota (MC con un iPhone, parece una ironía del destino), me dice que después, cualquier cosa, si se anima, me manda whatsapp. Se hace un silencio algo incómodo, antes de bajar le digo que es una lástima reencontrarnos en tan mal momento, se ríe, me dice que quién sabe, que me cuide, que ojalá nos encontremos otra vez y que me afeite esa barba. Bajo, me quedo en la puerta mirando cómo se aleja el auto rojo y brillante por San Juan de Dios hacia el norte, sintiéndome más idiota que antes, más imbécil que hace 16 años. ¿Quién es MC? Es una historia mal resuelta, un fantasma de mi pasado que hoy, por un ratito, volvió de ahí para ser un ángel de este presente de mierda. Entro a casa, vuelvo al silencio.
21/01/2018 – Domingo
Me levanto temprano, pensando en cosas positivas, en planes a futuro y esas cosas, la mañana soleada convoca un dejo de esperanza. Pero como nunca fui muy afecto al pensamiento positivo y toda esa automotivación de empleado bancario con delirios de emprendedor, rápidamente se diluye toda ilusión y las circunstancias vuelven a dominar mi estado de ánimo. Eso y el calor me ponen de mal humor, para no pensar me pongo a acarrear libros de arriba abajo. Voy al supermercado, limpio, no es que sea servicial, hago cosas para no pensar, para mantener en silencio el cerebro. Viene mi hermana a almorzar, después me traen a mi hijo a casa, damos una vuelta en auto, jugamos juntos en el patio, miro Volver al futuro II, pero esas cosas cada vez sirven menos. Hoy no estoy triste, no me siento derrotado, estoy enojado, enojado con toda la humanidad.
Hoy leí un poco unos ensayos de Franzen y me distraje. Cuando ordenaba los libros me dieron ganas de leer varios, pero tengo que terminar con Stoner. También decidí afeitarme la barba que llevo desde agosto de 2016, basta de camuflar mi inconformidad detrás de los pelos faciales. Mañana pondré manos a la obra con tijeras y afeitadora. Miré Boca – River en una transmisión pirata de internet, perdí. Después me fijé en los resultados del Quini 6, también perdí. No gano a nada últimamente, son épocas, rachas.