Diario de un mal año (33)
Aquí estamos solos otra vez. Es todo tan lento, tan pesado, tan triste…
Pronto seré viejo. Y por fin se habrá acabado. Ha venido tanta gente a
mi habitación. Han hablado. No me han dicho gran cosa. Se han ido.
Se han vuelto viejos, miserables y lentos, cada cual en un rincón del mundo.
(Louis Ferdinand Céline, Muerte a Crédito)
22/01/2018 – Lunes
La semana empieza movida, viene un jardinero a arreglar el patio de atrás que es un desastre, cortó pasto, podó árboles y enredaderas, arregló un par de cosas. La mañana se me va en eso y en ordenar un poco los libros, pero ordeno algo y desordeno otra cosa, tengo la sensación de que no voy a terminar nunca.
Por la tarde voy al centro, paso por Librería Técnica a comprar el libro de Juan L. Ortiz que había desestimado el viernes. Es absurdo, fui apurado porque me parecía que cualquiera se lo podía llevar de un momento a otro, sin embargo el libro estaba ahí, nadie lo había tocado. La verdad es que poca gente lee literatura en Mendoza y mucha menos poesía. Me siento en un bar a tomar café y hojear un poco el libro nuevo, como me cuesta concentrarme creo que es mejor leer poesía o narrativa breve que novelas. Después paso por el pasaje San Martín a comprar tabaco para armar cigarrillos y liberarme de la tiranía de los kioscos; ya una vez me acostumbré y fumé como un año cigarrillos armados, después no sé porqué en empecé a comprar de nuevo paquetes, pero están caros y a veces no consigo. Llego a Leviatán a eso de las 7 de la tarde, con el sol alto y un calor importante. Tomamos un par de cervezas ahí en la librería charlando con el Tupac. Más tarde cae Moyano, tomamos otra cerveza, la noche empieza como de repente, el Tupac cierra la librería y parte a atender otros asuntos. Vamos con Moyano a tomar algo, nos van cerrando los bares, primero el JS, después el Most, terminamos en el Pardo que no me gusta mucho porque por momentos es demasiado juvenil, demasiado festivo, le falta sordidez y mística, es un bar de previas, un bar de pendejitos, pero es enero, es lunes, es de noche y es Mendoza, todo languidece, no hay nada más abierto. Vuelvo a Dorrego caminando, silbando, por las pueriles calles vacías de este desierto devenido en civilización a la fuerza. Todavía no es medianoche, pero parece que fuesen las 5 de la mañana, cada tanto pasa un colectivo vacío, a lo lejos ladra un perro, más acá se dispara la alarma de un coche, yo a cada paso lamento no tener ya lo que consideraba un hogar, vuelvo a la casa en donde crecí y sin embargo me siento un intruso. Cómo puede cambiar la vida tanto en tan poco tiempo.
Llego, me preparo un café, miro un poco de tele y después me acuesto a leer un rato a Juan L. Ortiz. Termina otro día, mañana será mejor, o al menos no peor.
23/01/2018 – Martes
Despierto con la noticia de la muerte de Nicanor Parra, el poeta más viejo del planeta, vivió 103 años, todos le afanaron algo. Por lo demás no pasa nada, nadie viene, nadie llama. Paso el día en lo que aparentemente es, por un tiempo, mi casa. Leo Stoner, me sigue gustando, no me parece, como dice Fresán, una obra maestra, pero no está nada mal, la biografía de un personaje intrascendente, pero bien escrita, ágil, entretenida, voy despacio, no tengo mucha cabeza para una novela, pero sigo. También leo bastantes poemas de la antología de Juan L. Ortiz, poemas plagados de hojas verdes, de agua, de sol y de horizontes con fulgor del sol, me deprimen un poco algunas referencias al atardecer y otras cosas, pero qué bien escribía Juanele. A veces cuela imágenes oscuras en el medio de los coloridos paisajes litoraleños, y ahí es donde el tipo me parece un genio:
«Sí, muchachas en la tarde,
niños en los jardines,
paisajes que suenan como melodías perfectas,
versos de Rilke o de Brooke,
entusiasmo generoso de las jóvenes almas
capaz de cambiar el mundo,
belleza del sacrificio y del ideal,
y el amor, y el hijo y la amistad,
¿pero el vacío negro, el escalofrío intermitente del abismo?»
(“Sí las rosa”, de El alba sube)
Eso, nada más que valga la pena rescatar hoy, salvo que quisiera consignar las culpas que me torturan, los fantasmas que me asechan, pero eso ya lo hice. Por la tarde salí a recorrer el barrio, compré una latita de cerveza y me senté a tomarla en los escalones de la entrada a la escuela primaria a donde asistí, fue el mejor momento del día.
Después de un año y medio me afeité, me miré, no me gusté, me arrepentí. Igual casi nadie lo notó, la barba está sobrevalorada por quienes la usamos.
24/01/2018 – Miércoles
Cada vez me cuesta más escribir esta basura, pero es la única promesa que queda en pie tras el lento e implacable derrumbe de los últimos ocho o nueve meses, no puedo dejar de cumplirla. Se trata de un desafío algo caprichoso, bastante estúpido: escribir algo cada día, no importa qué, algo, escribir, “aporrear el teclado un rato” como diría Moyano.
Estuve todo el día con mi hijo, tratando de estar bien para él, tratando de que quiera estar conmigo, tratando de que me quiera, lo mismo que trato de hacer desde hace más de 40 años con toda la gente, lo mismo que hace todo el mundo: buscar afecto, amor, o al menos atención.
A la tarde me fui al centro, estuve en Leviatán con el Tupac y con Raúl Cuello, charlando un rato, tomando algo. Después de cerrar la librería acompañé al Tupac hasta San Juan y Lavalle, cuando se fue me comí dos porciones de especial con una cerveza en Trento, porque Capri estaba cerrado y, ya bien entrada la noche, tomé el trole de Dorrego para volver a casa. El viejo trole de Dorrego que ya no es un trole si no un colectivo pintado de verde y blanco. Pude bajar en Dorrego y Adolfo Calle, pero decidí dar toda la vuelta para ahorrarme 4 cuadras, gran error, han ampliado el recorrido y el tramo adicional, que va hasta el alto Dorrego, demora como 30 minutos más, encima el chofer era una especie de retardado mental que iba en segunda todo el tiempo y no pasó jamás los 20 km/h. En el camino leí a Juanele, me siguen deprimiendo mucho los paisajes coloridos, los cielos prístinos litoraleños que enarcan esos ríos cristalinos y los colores campestres, pero quiero saber las razones por las que me generan ese rechazo, además admiro mucho la escritura de Ortiz. El prólogo de Freidemberg no me da ninguna pista al respecto. Después de eso, al llegar a casa, rompí un vidrio sin querer, lo tomé como una señal, no sé todavía bien de qué. Me dormí escuchando a Los Redondos, me quedó flotando esa frase: «Estás tomando de más y estás tolerando todo…».
25/01/2018 – Jueves
Me despierto mal, no sé qué soñé, pero algo quedó en la mente dando vueltas y hay un dolor, un enojo, un resentimiento que no me puedo sacar de encima. Trato de no pensar, para eso lo mejor es hacer cosas. Me voy con mi hijo a buscar vidrierías, una excusa para caminar el barrio, lo sigo sintiendo ajeno, pero a la vez siento una leve felicidad de volver a vivir acá. Al pasar por la escuela Cichitti recuerdo que tengo que hacer el cambio de domicilio para no tener que ir al centro a votar. Paso por el veterinario y le hago un encargo delicado: que ponga a dormir a mi perro que ya no puede ni caminar y pierde sangre por algún lado. Le hablo en clave, como si fuese un asesino a sueldo, el tipo me mira como extrañado, me dice que no hay problema, que sale $700, que el sábado viene a mi casa, pensé que se trataba de algo más delicado, pero se ve que no, es el mismo veterinario que lo vacunó y lo desparasitó hace 13 años.
Paso el día con mi hijo, tratando de hacer cosas, tratando de no pensar boludeces. Al atardecer me voy al centro a dejarlo y a la vuelta me siento a tomar una cerveza en un minimarket de esos con mesa afuera, para estar un rato solo. Los edificios tapan el atardecer, lo que me da cierta tranquilidad, el clima es agradable, la gente toma el colectivo o vuelve apurada caminando, y yo me pongo a mirar toda esa escena vespertina tratando de de no pensar tanto en mí. Después pasa el Maxi por la vereda, se sienta, tomamos una cerveza que lleva a la siguiente y termino por segunda vez en la semana, sin quererlo, en el Pardo que se ha vuelto un lugar algo deprimente, al menos para mí.
Vuelvo temprano, a pata. En Netflix miro Ex Machina, me pareció bastante mala en relación a los comentarios que había escuchado, previsible, aburrida, qué se yo, creo que las películas informáticas ya son, de algún modo, viejas.
26/01/2018 – Viernes
Mañana agitada, de bancos y trámites con mi hijo como única compañía. Unas nubes pálidas y etéreas ayudan a mitigar el calor y armonizan a la perfección con mi estado emocional brumoso y lánguido. Es como si, pasada la primera etapa de dolor ciego y profundo, me hubiese resignado a este transcurrir monótono, triste y carente de perspectivas, todo me da igual. Nada ni nadie, salvo mi hijo, me importa demasiado. Creo que fue Borges el que alguna vez advirtió que debíamos elegir bien a nuestros enemigos, porque terminábamos pareciéndonos a ellos, pero a veces no tenemos esa posibilidad de elegirlos, nos eligen a nosotros.
Después de almorzar duermo una siesta, más para escaparme de mi cabeza que para descansar. Cuando despierto voy hasta el veterinario a arreglar lo de la eutanasia del perro y me dice que, como la municipalidad no recoge cadáveres de animales los sábados, es mejor que lo pasemos al lunes, 48 horas más que relajan un poco esa angustia. Al lado de la veterinaria hay una agencia de quiniela y aprovecho para jugar al Quini 6, hay 100 millones. Sé que, estadísticamente hay más posibilidades de que me pegue un rayo, que de ganarme el Quini, pero bueno, la fe en el azar nunca se pierde, y en la meteorología tampoco. Más tarde me voy caminando hasta el centro, paso por la librería a ver un rato al Tupac, me quedo con él hasta que cierra, vuelvo caminando cuando quedan todavía algunos restos del día y de la semana. Agarro San Juan, después Morón y después de cruzar el zanjón entro al barrio por Falucho. Ceno frugalmente y me pongo a mirar un par de capítulos de Stranger Things. Después me acuesto y, en vez de dormir, me demoro leyendo un poco más la antología de Juanele, no logro descubrir por qué me deprimen tanto sus coloridos paisajes, no es el tipo de poesía lúgubre o decadente que convoca ese tipo de estados de ánimo, y sin embargo a mí me provoca una especie de nostalgia oscura y asfixiante, y a pesar de eso me atrae, me atrae mucho y no puedo dejar de leerlo.
27/01/2018 – Sábado
Me levanto relativamente temprano, ordeno algunos libros más (queda menos) mientras tomo mates y después salgo a caminar un rato por el barrio aprovechando el fresco de la mañana. Ando sin rumbo por calles de mi infancia que han cambiado poco y nada, de todos modos sigo sintiéndome un extraño en el barrio, como en general me pasa desde que volví a vivir a esta ciudad. Es 27, el cumpleaños de alguien que fue un amigo, ayer 26 también cumplió alguien con quien compartí muchos años de amistad y después dejé de ver, el 25 también cumplió un amigo de la infancia a quien apreciaba mucho. Pienso en eso mientras camino, con ninguno de los tres tuve conflictos, con ninguno de los tres tengo problemas, simplemente dejamos de vernos por las circunstancias. La amistad se rige mucho por esas cosas: las circunstancias, el azar, los momentos que nos tocan, estoy seguro que los tres hubiesen estado al lado mío en estos momentos malos, pero ni siquiera deben saber qué es de mi vida, como yo no sé qué es de la suya. Fumo sentado en una acequia alta, después compro jamón y queso para hacer una tarta, también una cerveza de oferta y vuelvo a casa de mis padres.
Paso la tarde leyendo Stoner, estoy entrando en la recta final y cada vez me gusta más el libro. Quisiera tener la templanza de Stoner para aguantar las humillaciones de su mujer (que resulta ser una persona miserable) y sus colegas de facultad. Se afianza esa idea que Dave Masters deduce en las primeras páginas: la universidad como el refugio de gente que no está preparada para enfrentar el mundo real y se queda en el lugar en donde estudió. Supongo que eso se da más en las carreras humanísticas y sociales, en donde uno estudia sabiendo que será toda su vida docente, pero lo vi mucho también en Ciencias Económicas, en especial en la carrera de Economía. Yo me fui de ahí y nunca volví, quizás debí quedarme en ese lugar, quizás yo también estaba incapacitado para enfrentar los desafíos del mundo real y tendría que estar dando Econometría II o Finanzas Públicas II, tal vez yo sea un William Stoner sin el amparo de la universidad.
Hago un alto en la lectura y me voy en auto hasta lo de Marcelo Padilla, vive en la mejor zona de Dorrego, la que todavía es barrio puro y duro, los niños entran y salen, los vecinos saludan al pasar, la puerta abierta da al jardín delantero y tomamos mates ahí, charlando de libros y de política hasta que se hace de noche, me traigo prestado un libro de Carlos Piñeiro Iñíguez que se llama Bajo un cielo de estrellas peronistas, una edición excelente, en papel ilustración de alto gramaje, ilustraciones a color de Daniel Santoro y textos que mezclan ficción política con crónica histórica.
Vuelvo temprano, sigo leyendo un rato Stoner, después fragmentos al azar de Muerte a Crédito que hoy encontré ordenando las cajas, y un par de cuentos del libro que me prestó el Marcelo. Hoy logré concentrarme mucho en la lectura, perdí noción de espacio y tiempo como hace muchos años no me pasaba, leí con placer y entusiasmo, y eso me salvó un poco de toda la mierda. También vi Boca – Colón y una película mala en Netflix.
28/01/2018 – Domingo
Leo los diarios en la tablet mientras desayuno. En el diario Los Andes hay una nota sobre un grupo de Facebook que se llama “Tierra Plana Mendoza”, básicamente es gente de Mendoza que cree que la tierra es plana y que la redondez del planeta es un fraude sostenido por un complot de cinco siglos del que participaron desde Colón hasta la NASA, pasando por la iglesia y los rusos. Traté de mirar las publicaciones del grupo en la red social, pero su contenido es privado y no tengo ganas de unirme a esas cosas. De todas maneras la nota está bastante detallada y hay declaraciones de uno de los miembros del grupo, dice que para conocer la forma de la tierra hay que salir al espacio y que, a pesar de lo que se cree, el hombre aún no lo logra. Hay fotos y videos que desarrollan argumentos poco convincentes, me cuesta creer en estas teorías conspirativas, pero nunca se sabe. De todas maneras supongo que si el planeta no es redondo sería un poco difícil llegar a, por ejemplo, China, tanto con rumbo este como con rumbo oeste, no es difícil de comprobar, si uno va derecho en algún momento se acaba el mundo, y que yo sepa eso todavía no ha ocurrido. Cada loco con su tema.
Pasé la tarde entera con mi hijo, hoy quería estar solo con él, así que lo fui a buscar en el auto, comimos en Mostaza del Walmart Dorrego, jugamos a los fichines, paseamos en auto y terminamos la tarde en la plaza Lebensohn, en Adolfo Calle y Miller, yo compré cerveza en el almacén de enfrente y me senté en una especie de tribuna que hay en el medio mientras mi hijo iba y venía por toda la plaza jugando con otros niños, con los perros y con la tierra. Me sentí bien ahí, solo, mirando al niño ir y venir sin los peligros de una plaza del centro, en un lugar que me resulta familiar y confiable por ser de mi barrio. Debí llevar algo para leer porque la tarde y el lugar eran ideales para hacerlo, pero me conformé mirando boludeces en internet con el teléfono. Cuando se hizo de noche volvimos a lo de mis padres sin apuro y él se quedó a dormir conmigo. Lo bañé, lo acosté y revisé los números del Quini 6, pegué uno solo, pero al menos el pozo quedó vacante. Ahora es de noche, leo a Céline, subrayo cosas, voy a tener que volver, siempre se vuelve al viejo Céline. Enero fue una mierda, pero alegrarse porque llega a su fin sería un error, ya me pasó hace unas semanas, festejé el fin de 2017 y, apenas comenzado 2018 me clavaron un cuchillo en la espalda. Mejor tener cautela, pero igual, enero fue una mierda.