Diario de un mal año (34)

Diario de un mal año (34)

29/01/2018 – Lunes

Despertar con la voz de mi hijo diciendo que ya es hora de levantarme. Desayunar en el patio café con tostadas leyendo en los diarios que Huracán le ganó a RiBer. Recibir mensajes de amigos en el teléfono. Saltearme el almuerzo y engañar al estómago con mates y nueces. Céline y Perlongher. Está todo eso, claro. Quizás esta tristeza sea sólo un disfraz, una armadura para prevenir probables frustraciones. El que se quemó con leche
Hoy vinieron a matar a mi perro, aunque es injusto decir que era sólo mi perro. Lo crié yo, pero lo dejé con mis padres cuando ya era un animal adulto, al irme a Buenos Aires. Pasaron los años y quedó así, era el perro de esta casa. No podía caminar, había perdido control de esfínteres y, en los últimos días, dejaba gotas de sangre por todos lados. El veterinario vino al atardecer, le puso una inyección, alcancé a decirle que gracias, que era hora de descansar, le di un beso en el hocico, antes de dormirse me lamió la mano. Era un perro hermoso, bueno con nosotros, inteligente y obediente, un Staffordshire mezclado con Bull Terrier. Fue el mejor perro que tuve en mi vida. Cuando se llevaron el cadáver subí una foto suya cuando era joven a las redes sociales con un mensaje previsible y algo patético. Después me senté en el patio y no pude evitar llorar. Lloré como 45 minutos, lloré fuerte, con hipos y lágrimas, con moco, lloré todo lo que no lloré en las últimas semanas. Lloré por él, lloré por mí, lloré por estos últimos 13 años. Después me lavé la cara, me fui al supermercado y me compré una cerveza Grolsch de litro. La tomé con salame, queso y ensalada de papas en el jardín, tomando el fresco de la noche y esperando, esperando a ver qué sigue.

30/01/2018 – Martes

El gorjeo temprano de los pájaros en el jardín sin perro. La inconmensurable positividad de algunos blogs, ficción, autoengaño. 8:00 a.m. El copioso torrente de agua en la caída de Morón. Gente derrotada antes de la batalla cotidiana. Aliados de ayer, extraños de hoy. Ironía: la policía requisando trapitos sobre la pared de la casa de un narco. OSEP, su aire acondicionado. Nadie viene, nadie llama. El mejor comienzo de la literatura del siglo XX: Muerte a Crédito de Céline. Esquirlas del pasado que duelen en el presente, que postergan el futuro. Otra vez: el jardín sin perro. Tatuajes sensuales en la fila de la caja del Átomo. La mordida prolongada y dolorosa de la muerte que nunca llega. Aclosán 4 mg. No querer, no poder, no saber. La necesidad de ser cordial, la obligación de mantener las formas, aún con quienes desprecio. Los panchos de Garibaldi y Primitivo, frente a Mr. Dog. Tomar de más, tolerar todo. La bicicleta de Bandes en el poste de Leviatán. Amigos que llaman en un mal momento. La tentación de los anaqueles, de las pilas de novedades, de las rarezas. Marxismo de bidet. Imperial negra, Imperial lager. El no-peronismo, el anti-peronismo, el gorilismo. Ciudad Suarez de noche. Lluvia nocturna sobre el jardín sin perro. Las ganas que no cesan, el objetivo que no aparece. Stranger things 2. Bolaño: Escribiendo poesía en el país de los imbéciles. Sirenas allá, tiros más acá, ladridos a lo lejos. Dorrego de noche. La imposibilidad (por ahora?) de un futuro sentimental, o de una re-educación sentimental. Nada más.

31/01/2018 – Miércoles

Por la mañana lo de siempre: cosas. Me canso. Duermo siesta, mucha siesta, demasiada siesta. Después me pasa algo raro: camino por San Juan rumbo a Leviatán, antes de llegar a Alem, caminando de frente, una de las caras femeninas más bonitas que veo en mucho tiempo, sonríe y me saluda como si me conociese, atino a decir Hola, nos cruzamos, me doy vuelta para ver quién es (una cara así es difícil de olvidar, y yo no la recuerdo). Mientras camino con la cabeza dada vuelta, la portadora de cara (que también se ha volteado a mirar), cambia su sonrisa por una expresión menos amable y dice Cuidado, en el mismo instante siento el golpe de un puño de acero en el hombro izquierdo. Milésimas de segundo, pienso: un infarto o el novio que acaba de empezar a cagarme a trompadas, mis lentes caen al suelo, trastabillo, me mantengo en pie, recojo los anteojos, miro de frente al agresor: el grueso caño de un poste de luz. La portadora de cara se para, me pregunta si estoy bien fingiendo preocupación, le digo que sí y, avergonzado, apuro el paso por San Juan. Un papelón. Todo esto dura aproximadamente 7 u 8 segundos, los segundos más interesantes del día (¿«Todo esto sucede en un parpadear»?). Después me quedo en la librería un rato con el Tupac. Llega Cuello, una cerveza, se va. Llega Fadel, tres cervezas, nos vamos. Camino a casa compro más, me las tomo mientras ceno. Por la noche lo de siempre: lo que haya en TV, Juanele, lo que encuentro en Netflix. Nada más por hoy. 7, 8 segundos, nada más.

01/02/2018 – Jueves

Lo de siempre: el despertador a las 7:30, el desayuno solitario en la cocina, y después la caminata hasta el centro, ida y vuelta, para buscar a mi hijo. Mientras camino por la ciudad a medio despertar viajo en el tiempo, o sea: pienso en cosas del pasado, en gente en la que no había pensado durante más de 10 años, gente que me gustaría volver a ver pero no sé cómo contactar. Vuelvo a mi casa y me siento en el jardín con mi hijo, leo toda la mañana mientras él juega en el pasto y se entretiene con objetos triviales y agua. El día se vuelve asfixiante, pero en el jardín hay 3 o 4 grados menos y a la sombra del naranjo se está bien. Dejo a Céline con cierto pesar, pero no puedo seguir leyéndolo, es tan potente que me deja bailando su música desesperanzada durante horas y lo que menos necesito es más desesperanza, ya mejoraré y podré disfrutarlo. Retomo Stoner y lo termino de una sentada. Fresán, en la tapa de la edición de Fiordo, dictamina “Stoner es una obra maestra. Y punto.” No sé si es tan así, realmente no creo que sea para tanto, pero no se puede negar que es una buena novela. Es la biografía de un hombre, de un hombre bastante mediocre, un granjero que se convierte en profesor de literatura. Una vida común, con muchos fracasos y triunfos insignificantes, una vida sin brillo, de decepciones y humillaciones, una existencia común, como la de casi todos nosotros. Bien. El tema es que escribir esa biografía y hacerla interesante, atractiva, entretenida, es un mérito. Como dije antes: tal vez genere más simpatías y más identificación entre los cercanos al ámbito académico, pero no deja de ser un libro entretenido para los demás. El protagonista muere como vivió: solo. Como todos.
Por la tarde voy otra vez a Leviatán un rato, charlo hasta la noche con Terraza y el Tupac, y me traigo El genio de nuestra raza, las reescrituras de Leónidas Lamborghini. Hojeo el libro tomando una cerveza solo en el escalón de un negocio que está de vacaciones y ha dejado los reflectores encendidos. Vuelvo a casa caminando como a las 10 de la noche y me encuentro con un corte de electricidad. Salgo a la puerta con los vecinos indignados y charlo un rato con ellos. Me entero de cosas: gente que murió, gente que se separó, gente que se mudó, gente que se volvió a casar, hijos nuevos, niños nuevos del barrio, robos, estafas, nuevas leyendas urbanas y algún que otro puterío entre la mujer de éste y el marido de la otra, verdades a medias. Como a las 11 vuelve el suministro eléctrico, saco un envase, camino hasta la esquina de Adolfo Calle y San Juan de Dios, traigo una Andes bien helada, ceno carne con tortilla de papas y me pongo a mirar cualquier cosa en la TV hasta que me vence el sueño.

02/02/2018 – Viernes

Espero que deje de llover y salgo de casa. Es una mañana de verano gris y húmeda, barro y charcos por todos lados en la decadente y bella Ciudad Suarez (ahora que mi amigo no puede usar el término, se lo pido prestado). Los autos pasan y salpican, el mendocino clase media carece de empatía, por eso siempre nos gobiernan tipos más o menos parecidos. Busco al niño y emprendo el camino de vuelta a Dorrego, pero empieza de nuevo a llover y decido refugiarme en el techito del Banco Nación de Vicente Zapata, sentados en una vidriera que no muestra nada esperamos pacientemente. El cafetero se para al lado mío y me dice que ojalá deje de llover, porque así no puede laburar. Se acerca uno de los verdes que cuidan autos, le compra un café grande y dice lo mismo. La lluvia para los que laburan en la calle es una maldición. Pienso en toda esa gente y en los puesteros de la alameda. Le compro un café con tortita a $25, le doy la tortita a mi hijo y tomo el café con un pucho mirando los reflejos de las luces en la humedad del asfalto, pensando en nada, o tratando de no pensar. Vuelvo a mi casa, dejo al niño, me doy un baño y me voy al hospital Universitario en la sexta sección a consultar los pasos a seguir con mi padre. Salgo al mediodía y el calor es insoportable, el sol y la humedad son mala combinación. Compro un sánguche con una cerveza en la estación de Paso de los Andes y Jorge A. Calle y me quedo ahí leyendo Sepulcros de Vaqueros, el último póstumo que salió de Bolaño. Después vuelvo en un taxi con aire acondicionado y me guardo del calor en mi casa.
Por la noche, después de unas cervezas en Alem y San Juan, partimos con Antich y El pequeño nippon a San José, a una lectura de poesía que no nos interesa demasiado pero constituye un buen punto de reunión para encontrar algunos amigos. Son más de las 10 de la noche y la calle hierve, pero en el local del evento el aire parece fuego y eso hace que la vereda sea un paraíso, el hacinamiento de gente y la humedad hacen lo suyo: poesía en el sauna. Salimos. Tomamos algo en el bar de enfrente, después la gente empieza a huir del calor, encontramos a Grasso, Barrego y Bustamante y nos quedamos en la puerta charlando con ellos, entrando cada tanto unos minutos a escuchar las lecturas o a comprar algo para tomar. Después, en la puerta, charlo un rato con Gonzalo Córdoba de su nuevo proyecto editorial, y de Leónidas Escudero con otro pibe que no sé bien quién es pero me cae bien. Cuando terminan las lecturas llega Moyano y se nos une, con un grupo nutrido compuesto de quienes nombré y algunos extras, volvemos al bar a seguir tomando cerveza para combatir el infierno que es la noche. Hay pool, algunos juegan, charlamos, vamos y venimos, se hace tarde. Grasso me acerca a Dorrego y me voy a dormir antes de que sea demasiado tarde.

03/02/2018 – Sábado

Resacoso despierto a una hirviente y turbulenta mañana de sábado. Después de llamados a emergencias, chequeos, órdenes de análisis, enfermeros, ambulancias y lo peor: trato con médicos, no encontramos demasiadas respuestas a nuestras inquietudes sobre la salud de mi padre, que empeora cada día un poco más. Se está muriendo de a poco y la medicina en vez de ayudar parece más inclinada a poner obstáculos burocráticos incomprensibles. Cómo les gusta la guita a los médicos. Son profesionales detestables en todo sentido, inclusive en lo personal, aún más que los abogados y los contadores. Tan cornudo como lujurioso, el médico suele ser un individuo hiper-especializado y sumamente ignorante de todo lo que no competa a su especialidad. Esa dependencia estúpida que generan los dota de una soberbia que contrasta de manera notable con su analfabetismo. Nada más peligroso que un ignorante con poder, y eso son los médicos, analfabetos codiciosos con poder sobre la vida. Bueno, supongo que estoy generalizando un poco, pero tampoco le estoy errando mucho.
Almuerzo pizza a la tarde y salgo en el auto a buscar un bar con aire acondicionado para sentarme a leer tranquilo a Bolaño. No encuentro ningún lugar potable, casi todo está cerrado, la calle es un infierno y la gente se ha quedado a la sombra. Hasta los puestos de la Alameda están cerrados. Voy desde Las Heras a Godoy Cruz buscando en dónde meterme a leer y tomar algo fresco. En calle Minuzzi paro a comprar cigarrillos, leo mensajes de Whatsapp y vuelvo a la Alameda a juntarme con Terraza que está en la zona. Nos metemos a tomar una cerveza a un minimarket con aire, charlamos de todo un poco, dejamos que se esconda el sol y nos vamos hasta el puesto de Taglia un rato a tomar otro par de botellas rápido para que no se nos calienten.
De noche vuelvo a casa, ceno rápido y me pongo a bajar la temporada 8 de The Walking Dead. Grata sorpresa al ver que Speedy baja a más de 1MB/s, en 20 minutos bajo los 3 primeros capítulos y se me va la noche mirando las aventuras de Rick y su pandilla que ya están un poco aburridas. El único incentivo para seguirlas es llegar al momento en que nuestro héroe mate al hijo de puta de Negan, algo que, según los comics en que se basa la serie, jamás ocurrirá…, ops! perdón por el spoiler.

04/02/2018 – Domingo

Mañana caliente pero tranquila. Salgo en el auto a hacer diligencias medicinales y farmacéuticas, que no me dejan en paz ni los domingos. Cruzo la ciudad vacía y silenciosa despacio, mirando pasar los barrios por la ventanilla y fumando. Pienso en problemas y en dolores. Lo bueno de tener tantos frentes emocionales abiertos es que uno no se obsesiona con uno solo hasta enloquecer, va poniendo la cabeza en los que requieren acción inmediata, y cuando eso empieza a volverlo loco puede torturarse un rato con algún otro problema. A todo hay que mirarle el lado positivo, eso dicen.
Almuerzo a las 3 de la tarde, vuelvo a casa a darme un baño y salgo a buscar a mi hijo. Nos vamos a un centro comercial con la excusa de comprar ravioles, pero con el secreto objetivo de pasar la tarde con aire acondicionado porque el calor no se aguanta. Después vamos a la placita de Dorrego cuando baja el sol. Tomo la precaución de llevar dos latas de cerveza y el libro de Bolaño, al que por fin me puedo dedicar de lleno mientras el niño juega. Este libro consta de tres nouvelles, empiezo con la primera: Patria; se desarrolla en Chile, en la zona de Concepción. El personaje, un poeta joven, hijo de un boxeador, se enamora por primera vez de una tal Patricia Arancibia en una fecha no menor para la historia chilena: el 11 de septiembre de 1973, tras un grotesco episodio en donde se cae de una silla mientras lee un poema de Nicanor Parra. ¿Quién es el protagonista? Belano, que aquí todavía no se llama Arturo, como en Los Detectives Salvajes, si no Rigoberto. Aparentemente la muchacha de la que se enamora muere a manos de la dictadura de Pinochet, pero como no es un relato lineal todavía no lo sé con certeza. Me gusta mucho cómo está escrito el libro, al menos esta parte, me hace acordar un poco a Estrella Distante. Sacando 2666, es el primer libro póstumo de Bolaño que me gusta. Cuando baja el sol compro otra cerveza y otra botella de agua saborizada para el niño y cambiamos de lugar, trato de leer pero la luz declina demasiado rápido y me quedo pensando boludeces y fumando. Después volvemos, dejamos el auto y salimos a comprar algo para cenar, en el camino nos paramos a charlar con vecinos que toman fresco en la puerta de las casas. Después cena, baño fresco y un capítulo más de The Walking Dead para terminar esta semana áspera.

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