Diario de un mal año (39)
The trick to forgetting the big picture
is to look at everything close up.
(Chuck Palahniuk)
05/03/2018 – Lunes
Dedico la mañana a ultimar algunos detalles y a comprar las cosas que le faltan a la mochila de mi hijo que hoy empieza primer grado. Como mi hijo va a una escuela pública, confiaba en que las clases no arrancarían hasta el miércoles, por el paro docente, pero leo en los diarios que en el turno mañana el acatamiento fue mínimo y que la falta de actividad en algunas escuelas de la provincia se debió más a que los padres no llevaron a sus hijos que al ausentismo de docentes. Cuestión que se me adelantaron dos días las clases y tuve que salir corriendo a comprar un cuaderno con forro azul, merienda y una ficha médica. A eso de las 11 entro a la web de RedBus a chequear el saldo de mi tarjeta para viajar en colectivo, como sólo tengo $9,50 que no alcanza ni para un viaje, me meto al home-banking para cargar crédito y pongo $100,00. A los 15 minutos chequeo el saldo y sigue en $9,50. Me pongo un poco nervioso y llamo al 0800 que sale en la tarjeta. Un señor muy amable me atiende y me explica que las recargas vía home-banking se acreditan en 48 horas. O sea que es más fácil ir hasta un kiosco del centro a cargar que hacerlo por vía electrónica. O sea que es más fácil sacar un pasaje en avión para viajar mañana a Buenos Aires que cargar la tarjeta para ir de Dorrego al centro pasado mañana. Después de insultarlo y de escuchar que me da la razón me tranquilizo y le pregunto al hombre (que obviamente no tiene nada que ver) si los que manejan eso son retrasados mentales o solamente radicales, la respuesta me sacó el mal humor: “Las dos cosas señor, las dos cosas. Lamentablemente”.
Después de caminar 6 cuadras para cargar la tarjeta, tomamos el 101 y bajamos en Montevideo y Chile, camino dos cuadras hasta la escuela y aprovecho que llegamos temprano para hablar con la maestra nueva de mi hijo, para conocer el aula y para sacarle algunas de las típicas fotos de comienzo de clases que, obviamente, termino subiendo a Instagram, para no ser menos que el resto de la gente.
Sin mi hijo me aburro mucho a la tarde, trato de leer un poco, pero no logro concentrarme mucho. Pensé que el bajón anímico del fin de semana se debía solamente a eso, a que era fin de semana, pero cierta pátina de tristeza se niega a desaparecer. Le comento esto por whatsapp a una amiga de Buenos Aires, me contesta con su acostumbrada sinceridad brutal: “Lo que pasa es que estás viejo para estar tan solo, conseguite amigos de tu edad” (textual). Viejo y solo, puede ser. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
06/03/2018 – Martes
Días que pasan sin que nada pase. Días iguales entre sí. Leo desganado y sin demasiadas aspiraciones de nada, empiezo a creer que ya le he dedicado demasiado tiempo a la lectura literaria. Al mediodía llevo a mi hijo a la escuela en colectivo y vuelvo caminando en bajada por Colón. Después paso la tarde buscando algo que me distraiga, algo que me dé una pista sobre cómo seguir. Esta semana no tengo ganas de ver gente, no tengo ganas de hablar con nadie de nada. Me escribe un amigo, me dice que si necesito algo que cuente con él, sí necesito: trabajo, amigos, dinero, un lugar para irme a vivir, una computadora nueva, el registro de manejar, obra social, un psicoanalista…, pero soy demasiado orgulloso para pedirlo, nunca pedí nada de eso, tal vez deba hacerlo. Ese orgullo estúpido, injustificado y vulgar que heredé de mi padre, de mi abuelo y vaya a saber de quién más.
Por la noche estuve mirando una entrevista que le hicieron hace poco al ministro de economía de la nación, decepcionante, más que decepcionante: tenebroso. El tipo habla con un optimismo desmesurado de la tibia reforma fiscal que aprobó el congreso a fines del año pasado, aunque llamarle reforma fiscal a los insignificantes retoques que se hicieron es excesivo. ¿Qué destaca Dujovne? La devolución del impuesto a las ganancias corporativas que se reinviertan, la baja gradual e insuficiente del impuesto a los ingresos brutos, la disminución gradual del impuesto al cheque y algunas ventajas impositivas para las pymes. Nada es inmediato, todo se dará de a poco a lo largo de unos años. Vamos por partes. Lo de ganancias no es nuevo, tampoco sirve de mucho, como gran parte de los empresarios argentinos son bastante atorrantes, lo que van a hacer es pasar gastos corrientes y personales como inversión, ni más empleo, ni más producción, simplemente tipos millonarios pagando menos impuestos. Lo de ingresos brutos es un pacto, una promesa de los gobernadores, tampoco es nuevo, jamás cumplen ese tipo de promesas, no veo porqué esta vez será una excepción. Lo del impuesto al cheque es una ventaja para los que usan chequera, no necesariamente tiene impacto en la producción o en la inversión. Lo de las pymes no me convenció, tampoco su explicación sobre las razones que tiene él para mantener sus activos financieros en el exterior mientras le pide al resto que los traigan al país. Dice también que aumentó el consumo, básicamente empujado por la construcción y la venta de autos 0 km, es decir consumo de clases altas y medias altas, alimentos no despega, indumentaria poco y nada, esparcimiento igual. Y esas son todas sus razones para ser optimista. El déficit fiscal sigue en los niveles del kirchnerismo, el déficit de balanza comercial también, la inflación no baja, se crea empleo justo para absorber la oferta de nueva mano de obra, es decir que los niveles de desempleo son similares a los de 2015, se crece poco y en forma muy sectorizada. El tipo de cambio está bastante atrasado. Yo no veo razones para ser tan optimista, más bien creo que debería estar preocupado. Pero bueno, tampoco es culpa suya, si dejan el manejo de la economía en manos de un yuppie ignorante como Marcos Peña, poco y nada puede hacer Dujovne más que poner la cara y hacerse el boludo, después de todo para eso le pagan.
07/03/2018 – Miércoles
Voy temprano a buscar a mi hijo y vuelvo a Dorrego lo más rápido posible, huyendo de los efectos del calentamiento global sobre Ciudad Suárez que empieza tipo 9. Hasta esa hora la brisa fresca logra todavía amortiguar los rayos del sol ya alto sobre el este, después empieza el infierno. Ya lo dije, y sé que me quejo mucho, pero repito que estoy cansado de este verano tórrido, complicado y truculento, espero con ansias que el otoño haga caer las hojas, acorte los días y matice con sus grises las almas de quienes se cruzan en mi camino, así están a tono con la mía. En fin. Logro llegar antes de que empiece el calor y me pongo a leer números, artículos de economía, finanzas, trabajos viejos y proyectos de inversión en stand-by, para no perder envión en este intento tímido por recuperar la vocación original que me llevó hace veintiséis años a la facultad de ciencias económicas. Algo debería salir de ahí.
Al mediodía viajo incómodo con mi hijo en el 101 hasta la escuela. A pesar de que el paro no tuvo acatamiento en esa escuela, retrasaron hasta hoy la inauguración oficial del ciclo lectivo. Cuando me doy cuenta de lo que viene es demasiado tarde para huir. Primero la bandera de ceremonias, después el himno nacional y, tras las presentaciones de rigor, el Aurora, veinte minutos de perturbadoras exhibiciones de patriotismo. Mientras veía a padres y maestros inflando orgullosos el pecho argentino y cantando con hiperbólica emoción «Oh, juremos con gloria morir», pensaba en unas palabras de Céline que tengo frescas: «…la cochina alma heroica y holgazana de los hombres…». Después las palabras sobrias y medidas de la directora me ayudaron un poco a aliviar la nausea provocada por esa sesión gratuita de nacionalismo absurdo. Por suerte los niños se aburren y no prestan demasiada atención a esos despliegues obscenos de devoción patriótica. Volví caminando por Colón y cargué la RedBus porque los $100 que le había cargado por homebanking jamás se acreditaron.
Por la tarde, después de almorzar y dormir una siesta, tuve que volver a la escuela a buscar al niño. Llegué temprano y me quedé en la Plaza Italia leyendo un rato a la sombra. Volvimos en el 104 y pasé el resto de la tarde jugando con él en el patio y viendo videos de Masha y el oso, una serie infantil rusa de animación en 3D, mucho más interesante que otras de su género.
08/03/2018 – Jueves
Con Barón Biza no avanzo casi nada, leo de a pequeños fragmentos, pero sigo con Céline, es casi lo único que leo de literatura, por un comentario en Twitter respecto a la referencia de Bardamu a los argentinos vuelvo algunas páginas y copio una cita:
«Militares de tierra la arrebataban a brazo partido, también aviadores y más fácilmente aún, pero el premio se lo llevaban sin duda alguna los argentinos. Su industria de carnes congeladas tomaba, gracias a la proliferación de los nuevos contingentes movilizados, las proporciones de una fuerza de la naturaleza. ¡Bien se aprovechó la pequeña Musyne de esos días mercantiles! E hizo bien, los argentinos ya no existen.»
(Louis-Ferdinand Céline, “Viaje al fin de la noche”, p.64, Ed. Seix Barral,1985)
En esta novela los argentinos aparecen un par de veces mencionados como parte de una elite adinerada y acomodada en París que estaba lejos de sufrir las miserias de la guerra, Musyne abandona regularmente a Bardamu para ir tras las comodidades que esa elite le ofrece. Y tiene razón Céline, esos argentinos dejaron de existir hace casi un siglo, el país de donde provenían esas elites también desapareció en la década del 30’.
Dejé a mi hijo, como todos los días en la escuela, viajar en colectivo al mediodía hasta allá es todo un fastidio, en Mendoza el transporte público es pésimo (no hay horarios y se viaja en cascajos que ya no se usan ni en Zambia) y es tanto o más caro que ir en auto. Volví caminando, almorcé, dormí una siesta demasiado larga y me quedé toda la tarde en casa, solo. Últimamente no tengo muchas ganas de estar con nadie ni de conversar de nada, todo me parece trivial, estúpido, innecesario, hasta las cosas que alguna vez me interesaron como la literatura. Mientras leía algunos fragmentos de Céline y algunos relatos de Mark Twain, escuché varios discos de Кино (Kinó), una banda rusa de los 80’ que me recomendó Grasso el otro día y me gustó mucho. Algunos matices y acordes, algunos sonidos específicos, de la guitarra sobre todo, me hacen acordar a los primeros discos de Los Redondos, ¿será cuestión de época o es que Solari escuchó a esta banda soviética? En Wikipedia dice que el grupo se formó en el verano del 81’ y se desarmó tras la muerte de su vocalista Viktor Tsoi en agosto de 1990, necesitaron sólo nueve años y siete discos para convertirse en la banda de culto más influyente de rock ruso.
09/03/2018 – Viernes
Consciente del autoengaño, ahogo el excesivo tiempo libre que tengo con obligaciones aparentes. Sigo en mi actitud misántropa y trato de evitar a toda costa el contacto con otros seres humanos que no sean mi hijo, mi madre y los comerciantes con los que inevitablemente debo intercambiar palabras de rigor para hacer las compras. Al mediodía llevo a mi hijo a la escuela y a la tarde vuelvo a buscarlo. En el medio almuerzo, duermo una pequeña siesta y navego por internet al azar y sin objetivo específico como hace mucho tiempo que no hacía. Llego a una página que se llama Advice to Writers y está llena, previsiblemente, de consejos para escribir de autores más o menos célebres. Hay citas de todo tipo de escritores que abarcan una amplia gama geográfica, temporal y de estilos: de Cervantes a Paul Auster, de Coelho a James Joyce, todos alguna vez parecen haber dicho algo sobre el oficio de la escritura. Por supuesto que la etiqueta de advice (consejo) es falsa, si un aspirante a escritor quisiese tomar al pie de la letra todos esos consejos se encontraría con tácticas de naturaleza completamente opuestas. De todas maneras paso un rato leyendo las citas porque revelan ciertos procesos psicológicos de algunos escritores que siempre me interesaron, de otros que no conozco, y de algunos que no me interesan pero tienen ideas singulares sobre la actividad.
Veo los capítulos que me quedan de la serie catalana Merlí, entretenida, interesante, podría haber sido una serie de culto pero, como sabemos, es más atractiva la masividad, al menos en términos monetarios. Trato de enganchar otra serie antes de que se caiga la cuenta de Netflix por falta de pago, ya que la tarjeta de crédito de la que se debita la cuota era de mi padre y la dimos de baja. Empiezo The end of the F***ing World, una serie inglesa de capítulos cortos sobre un adolescente psicópata, aburridísima, previsible, estúpida, duré tres capítulos. Probé con Altered Carbon, un poco mejor pero nada del otro mundo, es sobre un futuro en el que los cuerpos no son más que la funda de una conciencia que se guarda en un dispositivo cerca del cerebro y puede reimplantarse, en ese contexto una historia típica del convicto que sale de la cárcel y acepta un trabajo sucio sólo para descubrir que todo está relacionado con la injusticia que lo condenó a prisión. Dos capítulos. Paso. El algoritmo de recomendaciones de Netflix supone que como acabo de ver una serie española, me interesan todas las series españolas, entonces encuentro entre esas recomendaciones La Casa de Papel, que trata de un golpe a la casa de la moneda en Madrid, nada singular, pero menos pretenciosa y más entretenida que las otras dos.
Hoy leí poco y mal, no debería sentirme culpable por eso porque nadie me obliga a leer, nadie me paga por hacerlo y nadie controla mis lecturas, sin embargo no puedo evitar sentirme en falta conmigo mismo. ¿Otra obligación imaginaria? Quizás. Qué más da.
10/03/2018 – Sábado
Me levanto algo más animado, listo para dejar atrás la semana de misantropía, abulia y aislamiento. Llamo a Taglia para ver si está en la Alameda, pero me dice que se va a Ugarteche y que no va a armar el puesto de libros hoy. También les escribo a una amiga que cumple años hoy y a un amigo que está por ser padre por primera vez. Al mediodía dejo a mi hijo con su madre y sigo hacia el centro a ver qué encuentro. No sé qué busco, algo, alguien, ni idea. Deambulo un rato por la zona de Peatonal Sarmiento. Mando algunos mensajes por whatsapp a ver si hay alguien cerca para almorzar, pero es sábado y lo que menos quiere la gente de acá es ir a juntarse con los turistas al centro de la ciudad. Grasso me dice que está en Ugarteche y me manda una foto. ¿Porqué van todos a Ugarteche hoy? (“todos” en este caso son Taglia y Grasso), pregunto si hay un retiro de poetas en esa localidad, Grasso me dice que es la próxima interzona. Le creo, apenas tenga el registro me voy a ir a pasar un día allá. Como no encuentro a nadie me voy hasta la esquina de Mitre y Rivadavia, enfrente de la plaza, y como un pancho con una cerveza en Aruca, la más antigua panchería de la ciudad, y la mejor. Después camino en diagonal hasta Patricias y Sarmiento, me siento en un banco de madera que está sobre la peatonal, justo enfrente de la legislatura provincial que, dicho sea de paso, están ampliando para poder meter a más ñoquis adentro. Me quedo un rato en ese banco, cómodamente sentado, leyendo la novela de Barón Biza que ya empieza a introducir algunos tópicos políticos: el peronismo, la oligarquía, las persecuciones, la caída de Perón, la figura de Evita, entre otras cosas. Lo hace a partir de la transcripición de algunos artículos de Barón Biza padre en la novela, a esa altura se empieza a poner interesante el libro y me demoro un rato largo ahí aprovechando la sombra y la agradable brisa otoñal. Pasan muchos turistas por la zona, la mayoría porteños, y algún que otro cordobés, hablan de excursiones a bodegas y a la montaña que una agencia ofrece en un cartel, y miran un pequeño mapa del centro de la ciudad ubicado a metros del banco donde estoy sentado. Me levanto y decido tomar otra cerveza en algún lugar, camino sin convicción por las calles céntricas semivacías, como arrastrando todas mis dudas por una estepa arrasada y hostil. Los ánimos empiezan a flaquear y decido tomar el trole de Dorrego para volver a casa.
Por la tarde me mando mensajes por Twitter con una amiga escritora, me dice que está terminando de corregir su último libro, pero que ya no tiene demasiado entusiasmo por publicar, no le interesa. Me hizo acordar a esa sentencia de Onetti que no puedo recordar con exactitud, pero que habla de dos tipos de escritores: los que escriben porque quieren ser escritores y los que escriben porque quieren escribir, los primeros están siempre obsesionados por publicar, los segundos son los que hacen literatura. Después me quedo en la computadora mirando la transmisión pirata de Boca-Tigre hasta la noche. Tras una breve visita de mis tíos y mi primo J.P., cenamos solos con mi madre sánguches y restos de una pizza, después lo de siempre: un poco de lectura, un poco de TV, un poco de música y un poco de vino con soda. En esto se han transformado los sábados a la noche.
11/03/2018 – Domingo
Hace un mes que se murió mi padre. Apenas me levanto mi madre me lo recuerda. Saco cuentas, no puede ser: si mi padre murió un domingo no puede volver a ser domingo, se lo digo a mi madre y me dice que sí porque febrero tiene 28 días y 28 es múltiplo de 7. Después del breve diálogo algebraico, demoro el desayuno mirando un programa deportivo que habla del Boca – River del miércoles. Esta semana y la próxima se hablará mucho de ese partido. Entre la marcha de mujeres multitudinaria del jueves, el debate por la legalización del aborto y este partido, el gobierno logrará que marzo se vaya sin hablar de la inflación de febrero. Pronto vendrá el mundial y después los sojeros ya habrán liquidado sus divisas, así pasará el duro primer semestre de 2018, después algo inventarán, pero de la mediocre gestión económica de “el mejor equipo de los últimos 50 años” nadie habla mucho, al menos no en los medios.
Vamos a almorzar a lo de mi hermana, comemos bien y pasamos gran parte de la tarde charlando con mi cuñado mientras nos bajamos un par de botellas de vino tinto y media de Vat 69. Vuelvo y me acuesto antes de que empiece la hora más depresiva de la semana: el atardecer del domingo. Duermo un rato y me despierta mi madre porque se va a la iglesia y está con mi hijo. Salgo a dar una vuelta con él para despejarme y volvemos ya de noche. Navegando el sitio epublibre encuentro Los Nuestros, una novela de Serguéi Dovlátov, de quien había leído solamente La Maleta y me gustó mucho. Bajo el archivo y lo pongo en la tablet, creo que va a ser lo próximo que lea. Masha y el oso, Кино, Dovlátov…, una semana muy rusa.