Diario de un mal año (47)
“Runaway train never going back
Wrong way on a one way track
Seems like I should be getting somewhere
Somehow I’m neither here nor there.”
(«Runaway train» – Soul Asylum.)
30/04/2018 – Lunes
Me levanto tarde, a las 12 del mediodía, demasiado tarde. ¿Pero, tarde para qué? No sé, sin embargo es tarde. Hoy no es feriado pero tampoco es día laborable, es demasiado temprano para almorzar pero demasiado tarde para desayunar, se terminó abril pero todavía no empezó mayo…,todo así, ni fu ni fa, un día sándwich. Leo en internet un artículo de José Antonio Montano sobre The Waste Land, se llama “La crueldad de Abril” y empieza diciendo que la clave de todo el célebre poema the T.S. Eliot es aquello de “Winter kept us warm” en relación al primer verso en donde “April is the cruellest month”, la primavera nos expone (abril es primavera en el hemisferio norte, es nuestro octubre, cualquier imbécil lo sabe); el invierno nos protegió, nos mantuvo dentro del nido, nos excusó de salir a la intemperie a enfrentar la vida. El invierno representa la nostalgia por ese pasado más amable y menos sórdido, ¿quizás la nostalgia del útero materno? La primavera, en cambio, es ese presente cruel y truculento a la intemperie, que nos seduce con falsas ilusiones de belleza, que nos da esperanzas destinadas a marchitarse (ahhh, esas lilas en tierra muerta). Me gusta eso, leer el poema a partir de esa visión, la tierra baldía como metáfora de un presente desolador. Sigue vigente esa mirada. En el artículo también dice que el poema original era casi el doble del que conocemos, pero que Eliot lo recortó a instancias de Ezra Pound, un dato interesante. ¿Cómo será el poema original? ¿Qué habrá hecho Eliot con las partes que le sacó? Trato de leerlo en inglés, me cuesta pero de a poco avanzo. Probablemente The Waste Land sea el mejor poema del siglo XX, resiste bastante bien las traducciones, a pesar de perder cierta fuerza en el tono y el ritmo, en español conserva la potencia de sus imágenes.
Por la tarde dejo a mi hijo y me quedo en el centro con Taglia, no parece feriado, tampoco día de semana, es raro. El bar Kafra de calle Rivadavia entre San Martín y 9 de Julio está abierto, nos quedamos ahí un rato, tomando algo y charlando. Taglia dice que el hecho de que Abelardo Roberto Vázquez con su libro El Extraño y el Éxtasis haya alcanzado la categoría de escritor mítico moderno habla mal de la literatura mendocina, pone la vara demasiado baja. Puede ser, ese libro no es malo, pero tampoco es tan genial como para ser canónico, pasa que comparado con lo que se escribía en la misma época parece extraordinario. Después de charlar largamente de esa y otras cuestiones para nada trascendentales, caminamos hasta la Plaza Independencia, se ha hecho de noche, unos hombres ponen vallas alrededor de la legislatura para proteger al gobernador, que mañana inaugura las sesiones legislativas, de vaya a saber qué amenazas. En la plaza hay unos tipos con un parlante, hacen un discurso pseudo revolucionario, viejas consignas soviéticas, frases anacrónicas, desgastadas, lo escuchan diez o quince personas y aplauden. Después el mismo que habló saca una guitarra y se pone a cantar el tema ese Comandante Che Guevara. Es demasiado patético. Volvemos al Kafra, nos sentamos otra vez a charlar, somos los únicos clientes, a las chicas que atienden el bar se les notan las ganas de que nos vayamos, nosotros nos demoramos un rato y como a las 9 partimos. Taglia se va al centro y yo a mi casa. Leo un rato, miro tele y me voy a dormir tarde. Se fue abril, el mes más cruel del mal año. Habrá que buscar refugio en el invierno.
01/05/2018 – Martes
A través de mensajes directos de Twitter intercambiamos impresiones sobre Néstor Sánchez con mi entrañable amiga M. Ella hace referencia a un texto de Germán García sobre de un encuentro frustrado entre Osvaldo Lamborghini y Néstor Sánchez. Me sorprende la existencia de ese texo, o más bien mi absoluta ignorancia sobre su existencia. Lo busco en internet pero no lo encuentro. M. me dice también que Lamborghini alguna vez confesó su profunda admiración por Mansilla, incluso le robó páginas enteras. Me gustaría explorar esa relación, es una buena excusa para entrarle a Mansilla, a quien nunca leí. Paso la mañana leyendo salteado a Kerouac, a Lamborghini y a Néstor Sánchez. Estoy volviendo a leer mucho, pero en forma desordenada, sin plan, salteando de un libro a otro sin demasiada disciplina, me gusta hacerlo así, de manera más lúdica, sin obligarme a nada, total nadie me paga ni me pagará nunca por leer, no tengo tanta suerte.
Después de comer un asado en lo de mi hermana volvemos a casa con mi sobrino más grande a ver el partido Real Madrid – Bayern Munich, un gran partido de nivel muy superior a los de la liga argentina. Más tarde se empieza a esconder el sol y me agarra el bajón fuerte, me encierro en mi pieza solo a leer para no tener que dar explicaciones de la profunda aflicción que no puedo disimular. Me pongo con La Maleta de Serguéi Dovlátov, un escitor ruso de la segunda mitad del siglo XX, que se exilió en Estados Unidos y escribió varias novelas y relatos cortos. Es una lectura amena y muy entretenida, el narrador deja la Unión Soviética en los 80’ y se lleva solo una maleta, el contenido es escaso: un par de medias, un par de zapatos, un traje, un cinturón, una chaqueta, una camisa, un gorro y un par de guantes. Ya en Estados Unidos el protagonista abre la maleta (que tiene una foto de Brodsky pegada en la tapa y una de Marx en el fondo), y empieza a recordar, cada prenda le recuerda a un episodio en su tierra natal, en cada capítulo narra una anécdota correspondiente a cada prenda. De esta manera el libro es un conjunto de postales del régimen soviético, textos que coquetean con la crónica y el relato corto, hilvanados en una novela con la excusa de la valija. Son narraciones ágiles, divertidas, que revelan con buena dosis de humor la cotidianidad del régimen comunista en la Rusia del siglo XX. Lo que llevo leído me gusta bastante.
La tristeza del atardecer se prolonga hasta bien entrada la noche, los miedos y las penas hoy recrudecieron bastante, la impotencia de saber que nada de lo que necesito para salir del pozo moral y material depende de mí. Ceno, veo tele y me acuesto a leer escuchando algunos discos viejos de Soul Asylum.
02/05/2018 – Miércoles
Mañana movida. Vamos al centro a solucionar cuestiones que mi padre siempre postergó pensando que jamás iba a morir, nada grave, nada oneroso, solamente molesto, arduo y molesto. Primero vamos a un viejo edificio de la calle 9 de Julio en donde funcionan algunas reparticiones provinciales que casi nadie conoce y pocos saben para qué sirven. Ahí firmamos unos papeles para regularizar la situación con un seguro de vida que debería cobrar mi madre en julio. Mi padre debía un ajuste de una cuota desde 2002, $3 que se convirtieron en $72, nada grave, pero sí o sí hay que sacar número, esperar turno y bancarse la lentitud, la torpeza y la cara de orto de un empleado público que parece imitar bastante bien al personaje de Gasalla. Después vamos al banco Macro, ahí es todo espera, solamente para hacer pequeños ajustes en una caja de ahorro y para averiguar otras cosas. Mientras mi madre espera turno me voy hasta García Santos a ver si tienen ejemplares de Siberia Blues, no está, pero me encuentro con algunas ofertas de libros bastante nuevos y bastante interesantes. Me llevo La guerra humana, primera novela de Noah Cicero, el más viejo de esa generación literaria yanqui que se denomina Alt-Lit, y el único que me resulta interesante. Después, cuando liquidamos lo del banco, arrastro a mi madre y a mi hijo hasta una casa de tecnología para ver precios de computadoras, en este país todo sube menos las computadoras: la misma HP que hace tres meses costaba $17.000, ahora está a $14.000, una linda máquina, procesador i5, 8 giga de RAM, 1 tera de rígido y una linda placa integrada de video, voy a esperar un poco más, a este ritmo, si sigue bajando, en dos meses la podré comprar con mis escasos ahorros.
A la tarde llevo a mi hijo a un cumpleaños infantil en uno de esos salones destinados específicamente a ese tipo de fiestas. Cuando me canso de perseguirlo por peloteros, castillos inflables y toboganes gigantes, me voy a la calle a fumar, me compro una cerveza y me quedo en el estacionamiento leyendo un rato La Maleta, me gusta, es entretenido y distinto a otras cosas. Dovlátov tiene algo soviético en la frialdad metálica de su prosa y, por supuesto, en los temas, personajes y escenarios que utiliza, pero de alguna manera escribe por afuera de la tradición literaria de su país, en ese sentido no es del todo ruso. Cuando vuelvo al salón de peloteros me encuentro con mi hijo comiendo torta de un cumpleaños que no corresponde, me da bastante vergüenza y trato de sacarlo, pero una chica me dice que lo deje, total ninguna madre conoce a los niños invitados al cumpleaños de sus hijos, les da igual quien esté. No lo había pensado, tiene razón, de hecho creo que voy a llevar a mi hijo más seguido a ese lugar de cumpleaños múltiples.
Vuelvo a casa manejando por Irigoyen a las 7 de la tarde, el tránsito es un infierno y tardo mucho más de lo planeado. Escucho los primeros minutos del partido Junior – Boca por radio, me pone nervioso el relato radial, suele ser demasiado hiperbólico. Ya en casa termino de ver el partido, ceno y me acuesto temprano a leer. Hoy no tuve mucho tiempo para pensar, y noto que es mejor así, que me siento menos mal, menos culpable, menos derrotado cuando no pienso. Necesito un trabajo intenso, de esos que lo dejan a uno exhausto, que no dan tiempo para pensar, más que por el dinero lo necesito por mi salud mental.
03/05/2018 – Jueves
Me pongo a estudiar con mi hijo que tiene una prueba de lengua, creo que anda bastante bien pero, con algo de sorpresa, compruebo que las cosas en educación no han cambiado demasiado en los últimos 38 años.Las evaluaciones siguen siendo más o menos lo mismo, los contenidos también, en realidad todo sigue siendo lo mismo, excepto, claro, el mundo. Los sistemas educativos siguen imitando a las cadenas de producción industrial en serie de mediados del siglo XX: los niños analfabetos entran como insumo y, tras pasar por diferentes etapas del proceso productivo, salen como producto terminado (o sea: alfabetizado y educado). Esa es la idea subyacente del método pedagógico global, quizás en algún momento funcionó, pero me parece que ya es un sistema obsoleto. Lo preocupante es que los niños están obligados (al menos en este país, en donde la educación es obligatoria) a someterse a ese sistema anacrónico, grotesco y cada vez menos eficiente.
Por la tarde sigo con algo de interés la escalada del dólar. Los más optimistas (oficialistas) creen que no pasa nada, los más pesimistas (kirchneristas) creen que este es el principio de una crisis que terminará por hacer caer al gobierno. No son más que expresiones de deseo, en ambos casos. La hipótesis que más me convence es que la corrida tiene causas múltiples y complejas, pero que el gatillo que la disparó fue el famoso impuesto a la renta financiera con el que tanto humo vendió Massa y que el gobierno incluyó en esa pseudo-reforma impositiva del año pasado. Es cuestión de sentido común, la consecuencia efectiva de ese impuesto baja la rentabilidad real de las LEBACS y de otros activos financieros, como Argentina no tiene moneda, la única opción, ante esta baja de rentabilidad, para los ahorristas es el dólar. Salieron todos a comprar dólares, el equilibrio frágil e inestable del mercado cambiario se quebró y empezaron a jugar otros factores (el déficit, la suba de tasas de USA, etc.). Pero no ha habido corridas contra los depósitos bancarios, no hay tipo de cambio fijo y todavía hay reservas en el banco central, con lo cual es un escenario bastante distinto al de 2001 (malas noticias para el kirchnerismo), pero lo suficientemente complejo como para obligar al gobierno a definir de una vez por todas un programa monetario y fiscal en serio (malas noticias para el oficialismo que no lo tiene).
Salvo esas cosas, pasé el día leyendo (sobre todo poesía, sobre todo Zelarayán) y escuchando música (sobre todo rock alternativo de los 90’). Por la noche retomé un poco los diarios de Kerouac y los relatos autobiográficos de Dovlátov. Siento que perdí mucho tiempo, por la mañana me había levantado con alguna idea más o menos clara sobre qué hacer y terminé postergando todo. Creo que es un tema anímico, el día empieza con una leve pátina de optimismo y confianza que me lleva a hacer planes, por la tarde, poco después del mediodía, empieza una leve nostalgia que empieza a crecer y más tarde vuelvo la mirada sobre mi propia vida y empiezo a sentir culpa, desprecio y algo de pena (lo peor es sentir pena por uno mismo, pero no puedo evitarlo) entonces, hacia el atardecer (hora fatal) entro en una espiral descendente de soledad y miedo al futuro en cuyo declive casi todos los planes de la mañana parecen cosas banales e imposibles. Dice una amiga que tengo varios duelos pendientes que no puedo seguir postergando, puede ser, pero no sé cómo se hace eso. Sí, ya sé, soy carne de diván, en esto me he convertido. Quiero ese anillo de Grondona que decía “Todo Pasa”.
04/05/2018 – Viernes
Día sombrío, lluvioso, gris. Día sin muchas perspectivas. Caminé ida y vuelta entre Dorrego y el centro para buscar a mi hijo, como casi todos los días de mi vida. Pasé la mayoría del tiempo leyendo como en las viejas épocas de empleado en Buenos Aires: en las pausas, los viajes en colectivo, las esperas en las paradas, los bares, los tiempos muertos, que en Mendoza son menores pero más frecuentes. Los diarios de Kerouac permiten esa fragmentariedad y además son bastante adictivos. He decidido empezar a prestar atención a mi propio flujo de conciencia, quiero ver cuál es el momento exacto de la tarde en el que pierdo esa leve esperanza matutina, el punto de inflexión en el que se revierte la tendencia ligeramente optimista y me derrumbo en la oscuridad del desencanto y el escepticismo. Por ahora no he sacado nada demasiado en claro, es lo mismo de siempre: el atardecer, la hora en que los colores empiezan a apagarse, ahí recrudecen las dudas y los miedos, ahí empiezan a pesar la soledad, la traición, las pérdidas recientes. Al parecer son fantasmas nocturnos. En épocas de fortaleza moral supongo que puedo compensar ese derrumbe vespertino, pero ahora, con las defensas bajas, en la lona moral, estoy a merced de lo oscuro.
Al mediodía, después de dejar al niño en la escuela, y como en casa no había nadie, decidí quedarme a comer por ahí. Me metí en Migaja’s el único bodegón que existe en la ciudad, al menos el único que conozco. Está en calle 25 de Mayo y Colón. Apenas me senté y tuve una perspectiva del lugar me di cuenta de que ese local ha sido un bar que se llamaba La Mexicana, Bar Mexicano, Jalisco, o algo por el estilo, servían (previsiblemente) comidas y bebidas mexicanas (sobre todo bebidas). Lo recuerdo bien por una noche a mediados de enero del 95’. Ese verano estaba de moda ese lugar, un amigo me llamó para ir ahí con unas chicas que no conocíamos, una era la hermana de una compañera de facultad que a su vez llevaba a una amiga que terminó siendo, un tiempo después, mi pareja. Calculo que por eso me acuerdo. Esa noche la pasamos bien, había muchos amigos, íbamos de una mesa a otra charlando y tomando margaritas, había buena música, nos reíamos mucho. Me acordé de todo con una precisión sorprendente, cosas de las que nunca me había acordado. Éramos jóvenes, las cosas iban bien, acababa de cobrar un dinero por un trabajito temporal, me sentía querido, popular, tenía más pelo, menos panza, el futuro todavía podía esperar un poco y tenía obligaciones livianas. Han pasado 23 años de eso, más de la mitad de mi vida. Mientras esperaba la comida me puse a pensar qué mierda estuve haciendo todo este tiempo desde aquella noche, en qué gasté aquella vitalidad, aquella juventud, qué hice bien desde entonces, no encontré muchas respuestas. De cualquier modo— volviendo a 2018— está bien que haya un bodegón ahí, por unos pocos pesos comí una carne a la olla con puré y tomé una Andes ¾ con maní. La comida abundante y buena, el pan fresco, los mozos amables y los precios muy accesibles. Volví caminando lentamente por Colón, poseído por un agradable sopor y una levísima pátina de nostalgia. Llegué a casa y me acosté a dormir una siesta breve en el sillón.
Por la tarde me fui a buscar al niño a la escuela y después pasé el resto de la tarde y la noche leyendo a Kerouac y a Dovlátov con breves interrupciones para cenar y atender las demandas de mi hijo (que no son pocas). Abandoné el libro de Žižek unas 30 páginas antes de terminar, Bienvenidos al desierto de lo real es ingenioso y entretenido, pero francamente dejó de interesarme, me aburrí del tema (aunque en Žižek nunca es interesante el tema si no la manera de abordarlo). Es una época en la que necesito más que nada literatura, para evadirme, para refugiarme, para que este tránsito por la banquina de la vida sea más leve.
05/05/2018 – Sábado
Paso casi toda la mañana dando vueltas por el centro de la ciudad gris y otoñal. Tras dejar a mi hijo con su madre voy a terminar las cosas que dejé pendientes durante la semana. Primero paso por la óptica a buscar presupuesto por lentes de contacto, hace casi 10 años que no los uso, pero me cansé de llevar anteojos y además ahora son más baratos los Acuve descartables que un buen par de anteojos. De ahí a la papelería a comprar cuadernos y biromes para mí y lápices baratos para mi hijo. Después paso a comprar un mouse y unos pantalones. En la librería García Santos hay varios libros en oferta con precios de entre $40 y $150, la mayoría son libros malos, pero también hay cosas interesantes, compro por $60 una antología bilingüe de Emily Dickinson en una edición vieja de Losada. Tomo un café en un bar cualquiera hojeando el libro. Almuerzo con mi madre en el restaurante del Automóvil Club y volvemos a casa en taxi.
Paso el resto de la tarde en casa leyendo los diarios de Kerouac, es un libro singular, vitalista, revelador, maravilloso, no puedo parar de leerlo. Casi todas las reseñas y comentarios que leí sobre el libro hacen referencia a la costumbre que tenía Kerouac de consignar en sus diarios el número de palabras que escribía, a mí me parece que esos números carecen de importancia, que sin ellos los diarios igual revelan el carácter de su autor y la férrea voluntad que tenía de escribir. Al contrario de lo que se cree Kerouac se revela en estos diarios como un tipo bastante conservador que creía sinceramente en la cultura del esfuerzo y el trabajo duro, en la importancia de la familia y en la existencia de un dios. Subrayé varios pasajes del libro al principio, pero después de casi 100 páginas me di por vencido, porque debería subrayar todo, releer todo, pensar cada párrafo. En estos diarios el autor de On the Road pone en palabras su propia subjetividad, muestra su espíritu y desnuda sus ambiciones, así se revela como una persona excepcional (aunque supongo que todos los individuos son excepcionales, sólo que pocos se animan a expresarlo) y a la vez humaniza (póstumamente, 50 años después) el mito en el que se convirtió. Me gusta mucho la relación que parece haber tenido Kerouac con su padre, la admiración, el respeto y el amor que le tenía, es el tipo de relación que hubiese querido tener con mi padre —hubiese sido imposible por su carácter, por su naturaleza y por su personalidad— y la que pretendo construir con mi hijo, aunque me parece que también es imposible por las mismas razones. En fin, creo que los aspirantes a escribir literatura deberían leer este diario, así ven que sólo con emborracharse y posar de friki atormentado no alcanza para escribir algo que valga la pena ser leído.
Me quedo en casa por la noche, mirando un poco de televisión de a ratos y rebotando por distintos sitios de internet. En adelante he decidido no salir de noche salvo que haya razones de índole extraordinaria (cumpleaños, asados en alguna casa, reuniones con gente interesante, etc.), la noche es traicionera, peligrosa, onerosa y, sobre todo, muy aburrida y previsible en esta ciudad, y a esta edad ya no estoy para boludeces.
06/05/2018 – Domingo
Como todos los domingos, paso buena parte de la mañana leyendo los diarios on-line. Proliferan los análisis de periodistas “especializados” sobre la locura financiera de la semana pasada, sobre el mercado cambiario, sobre las tasas, los impactos en la economía real, esas cosas. Todo superficial, todo demasiado simplificado. En La Nación hay una dura editorial contra los embates autoritarios del gobernador de Mendoza a las instituciones. Algo huele mal ahí, no seamos ingenuos, si La Nación, que es una especie de Página 12 del macrismo, sacó esa editorial, es porque a Cornejo ya no lo blindan desde el ejecutivo nacional como antes, algo se debe haber roto cuando el gobernador hizo la alianza con el kirchnerismo provincial que después no prosperó. Hay otras cosas, pero me aburro cada vez más rápido de la política y la economía argentina. Apago la computadora y me siento con unos mates a leer literatura.
En una entrada de sus diarios Kerouac dice que el amor y el odio son la misma pasión pero ejercida desde lugares diferentes, no existe uno sin el otro porque en esencia son la misma cosa, no se puede elegir uno sin correr el riesgo de que se transforme en lo otro. El odio puede transformarse en amor y viceversa, uno está a dos milímetros de amar a quien odia y de odiar a quien ama, basta una pequeña vuelta de tuerca en el azar de la vida. De ahí que se recomienda elegir con cuidado al enemigo, porque corremos el riesgo de parecernos, claro, pero además porque estamos muy cerca de amarlo. En fin, me gusta mucho estos diarios, están llenos de cosas que me gustaría memorizar, no son gemas aisladas que hacen brillar al libro cada 10 o 20 páginas, este libro está plagado de perlas de todos los tipos, libro para la mesa de luz. También estuve un largo rato con el librito de Emily Dickinson que compré ayer, la edición bilingüe expone mucho a la traductora, me parece que no está bien lo que hizo, supongo que trató mantener el ritmo de los versos y para ello se tomó algunas licencias que lesionan seriamente el sentido de algunos poemas, pero bueno… suele pasar con la poesía traducida. De todas maneras los poemas se pueden leer bien en inglés, me gusta bastante Dickinson a quien había leído poco.
Almuerza en casa mi hermana con todos sus niños y mi cuñado. Comemos un guiso de lentejas excelente con un vino aún mejor. Poca sobremesa. Después mi cuñado me ayuda a desarmar las camas chicas y poner en mi pieza el somier de dos plazas y pico. Después de 4 meses dejaré de dormir en esas camitas estrechas y duras y podré descansar mejor.
Por la tarde lo de siempre: fútbol por streaming pirata, crepúsculo gris y depresión dominical. Saco el auto y voy a buscar mi hijo para traerlo a dormir conmigo. Después de cenar y de mirar un rato tele termino con La Maleta de Dovlátov, otro libro que me gustó mucho. Cada prenda de la maleta es un relato autobiográfico, son excusas, una camisa le sirve al autor para narrar la relación con su esposa, usa un saco para recordar una amistad adolescente, un cinturón dispara un relato sobre la época en que trabajó de guardacárcel, y así sucesivamente. La literatura de Dovlátov es autobiográfica (¿literatura del yo? Me acordé de una charla que tuvimos con Taglia el lunes al respecto), pero no es autorreferencial (al menos no del todo), no es endogámica, no se queda dando vueltas como idiota en su propia subjetividad, como la mayoría de la literatura autobiográfica de narradores argentinos sub-40. Al contrario, trata de salir, de que la experiencia propia sea un vehículo para representar una realidad más amplia. Los relatos se centran en la experiencia del autor, pero sirven para presentar pintorescos personajes y para exponer matices de la vida bajo el régimen soviético, sin juicios de valor, sin consignas políticas, sin ánimo de querella o revancha, incluso con cierta indiferencia. Pero no creo que eso sea casual, quizás Dovlátov sólo narra circunstancias y contexto mientras siembra elementos que permitan al lector sacar sus propias conclusiones. El autor fue siempre un disidente, inclusive estuvo preso por serlo, pero nunca cae en la tentación de la denuncia del régimen con sus textos, creo que tampoco le interesaba mucho. Lindo libro La Maleta, entretenido e inteligente. Tengo también Los Nuestros, La Extranjera y El compromiso de Dovlátov, seguramente en breve volveré con él.
Viene una semana brava, hay que pasarla, después se verá.