Diario de un mal año (49)

Diario de un mal año (49)

14/05/2018 – Lunes

Lunes típico, «normal» (dentro de la normalidad que las circunstancias de los últimos meses me ha impuesto). Como siempre las telarañas de la depresión dominical se disipan por completo en las mañanas de lunes y me levanto temprano, vital, con una energía y una fuerza que no volveré a tener hasta el próximo lunes. El rutilante sol contribuye un poco a la construcción de esta efímera y peligrosa esperanza, tan volátil como el sistema financiero argentino. Salí de mi cueva únicamente para llevar a mi hijo a la escuela, por la mañana le ayudé a hacer su tarea y después me quedé sentado en la cocina leyendo y tomando algunas notas. Volví del colegio caminando lentamente a mi casa de donde ya no salí por el resto del día.
Pero no fue un mal día, no anduve como hago generalmente cuando me quedo encerrado, vagando de un lado a otro de la casa, sin concentrarme en nada, lamentando mi presente y dejando cosas sin terminar, al contrario, estuve muy concentrado toda la tarde leyendo, escribiendo, subrayando, tomando notas. La pasé bien, todo fue muy estimulante, arduo y placentero. Pasé tiempo con los cuentos de Twain, con los diarios de Kerouac, empecé a leer la novela distópica de Margaret Atwood y releí el largo artículo de John Clellon Holmes sobre Kerouac que tradujo Milita Molina («El gran recordador»). También empecé a trabajar en algo a lo que le venía dando vueltas desde hace bastante y que me llevará varios meses concretar. Fenómeno, pero hay un problema con todo eso: no es productivo en términos materiales y no me lleva específicamente a ningún lado. Y yo necesito ir a algún lado, a cualquier lado que me saque de este presente lamentable y absurdo. A ver, hace años que mi vida gira alrededor de la literatura y la verdad es que todo es una excusa para leer, solamente para leer. No soy un escritor (carezco del talento que se requieren para ello), no soy docente (no poseo los pergaminos necesarios), mucho menos un crítico (¡Dios me libre!), o un analista literario (ni quiero serlo), nadie me va a pagar por todas estas cosas a las que le dedico horas y horas. Me gustaría tener este entusiasmo y esta vocación por cosas que verdaderamente puedan convertirse en un trabajo normal, remunerado y necesario para alguien. En la literatura más bien busco respuestas y placer, ni siquiera tengo ambiciones intelectuales, no quiero saber más de lo que sé ni quiero aprender cosas nuevas, solamente quiero pasarla bien y escaparme un poco de esta realidad hostil y de este mundo decadente. En una época trabajé como jefe de ventas en una editorial, es lo más cerca que estuve de vivir de los libros y no creo que se pueda repetir eso mientras viva en Mendoza. Entonces quizás debería buscar algo que genere en mí el mismo entusiasmo que despierta la lectura, aprenderlo bien y tratar de dedicarme a eso. Ya tengo 44 años, ya no hay tiempo para fantasías, estudié economía y en ese vastísimo campo hay muchos tópicos interesantes, parte del camino ya ha sido recorrido, tal vez sea hora de volver ahí, quizás ya es tiempo de dejar el confortable y cálido refugio de los libros y salir a al helado desierto de los números, la coyuntura actual podría ayudarme un poco y en este país siempre hay cisnes negros con los que divertirse.
Por la noche hablo con una amiga de este curioso entusiasmo por algo que me lleva directo a la miseria y al fracaso, ella me dice que probablemente lo que leo se infiltra en mi estado de ánimo, vengo del nihilismo de Céline, de la tristeza existencial de Arlt, del absurdo de Kafka, y pasé directo al vitalismo de Kerouac y al humor de Twain. ¿Será posible esto? ¿Tan influenciable soy? Es probable, sí. Pero a pesar de esas dudas y de algunas sombras que amenazan con abalanzarse sobre mi precario presente material y moral, fue un buen día, quizás, a pesar de todo, salga algo de todo esto.

15/05/2018 – Martes

…aunque tal vez estas renovadas energías no sean más que la respuesta inconsciente de la mente a mi ya demasiado prolongada parálisis, quizás sólo sirva para poner los motores en marcha, precalentar antes de salir en busca de nuevos rumbos más concretos y más fructíferos. Otro día calcado al de ayer en términos de actividad objetiva: muchísima lectura, bastante escritura, mucho tiempo en soledad pero deslizándose suave y armoniosamente, sin interrupciones, contratiempos ni angustia. Diferencias mínimas, claro, de matices: el cielo gris entristeciendo un poco la monotonía urbana, el camino lento a través de este primer anticipo invernal para buscar a mi hijo en la mañana, la imposibilidad de contrarrestar el frío durante la ya habitual pausa en Plaza Italia…, cosas así.
Empecé a leer El cuento de la Criada de Margaret Atwood, a ningún lector medianamente informado puede sorprender este libro. Gracias a la revitalización de los debates sobre igualdad de género y cultura patriarcal la novela viene siendo redescubierta y resignificada por muchos lectores, y ampliamente comentada por muchos críticos y periodistas culturales desde 2015. Además alcanzó altísimos niveles de popularidad en 2017 gracias a la serie de Bruce Miller. De manera que de antemano ya se sabe qué es: una ficción distópica que se desarrolla en una sociedad teocrática y conservadora en donde las mujeres son sometidas y despojadas de todos sus derechos. No vi la serie y me guardé la película adaptada por Harold Pinter y Volker Schlöndorff, cuyo link me facilitó Grasso, para después de leer la novela, pero ya he oído y leído mucho acerca de ésta. El inicio es típico de libro de ciencia ficción, se hace una detallada descripción del contexto histórico y material en el que va a desarrollarse la historia, algo fundamental ya que se trata de un mundo con leyes desconocidas por el lector. En las descripciones del paisaje se van sembrando pistas respecto del funcionamiento de ese universo que cumplen la doble función de empujar la curiosidad del lector hacia adelante y de introducirlo lentamente en esas leyes. Bien, Atwood hace eso con oficio e inteligencia, utilizando el lenguaje de manera equilibrada, sin adelgazarlo hasta convertirlo en mero instrumento comunicacional, pero sin excederse en experimentaciones o en intenciones poéticas. Una prosa elegante y precisa hace que la lectura se deslice sin grandes dificultades hacia el nudo de la historia. Hasta ahora bien, no me vuelve loco pero me gusta.
El BCRA logró renovar la totalidad de las LEBACS e incluso colocar un poco más, y el gobierno encima colocó un bono a 8 años al 20%, bajó el dólar y con eso supongo que se acabó la mini crisis financiera por lo menos hasta el próximo vencimiento de LEBACS, pero ahí ya estaremos en el mundial y probablemente la gente y los medios no presten demasiada atención. Igual en este país nunca se sabe.
La ausencia de sol (o mejor dicho la presencia de nubes) aceleran la llegada de la noche, y con ella los fantasmas, las amenazas, las inseguridades y la sensación de que las cosas a las que le dediqué casi todas las horas de este día no sirven para nada. Pero tal vez no se trata de que sirva, tal vez sólo se trate de mantenerme ocupado, al menos hasta que lo peor haya pasado. Desvelado, sin sueño, me quedo hasta tarde leyendo los diarios de Kerouac, pero de eso ya hablé demasiado.

16/05/2018 – Miércoles

Hoy dediqué casi todo el día a mi hijo, aprovechando que no tenía clases por unas jornadas docentes me fui con él al centro toda la mañana. Almorzamos juntos. Por la tarde salimos otra vez a comprar algunas cosas que hacían falta en la casa, después vimos el partido. Me mantuve alejado del resto del mundo, estuve solo con él. También leí mucho, sobre todo a Twain, pero no trabajé casi nada en mi nuevo proyecto delirante e improductivo que no servirá de mucho pero, al menos, me mantendrá a flote psicológicamente durante algunas semanas. Tampoco entré a internet salvo un par de incursiones inevitables a través del teléfono.
Terminé la sección de los diarios de Kerouac correspondientes a la escritura de El Pueblo y la Ciudad, hacia el final de esa etapa, cuando el libro ya está listo y Kerouac busca editores, parece empezar a operarse un cambio en el muchacho cándido y conservador que quería tener una granja, muchos hijos y escribir novelas tradicionales imitando a Thomas Wolfe. Algo se rompe en él entre agosto y setiembre del 48’, deja de ser un escritor tradicional y empieza a obsesionarse con escribir desde las entrañas, con el ritmo que impone el alma. Empieza a ser Kerouac. Esa etapa de sus diarios es valiosa porque da cuenta de la prehistoria del mito, ahí está lo que podríamos llamar su educación sentimental como escritor. Me gustaría leer El pueblo y la ciudad, para ver el resultado del trabajo que Kerouac detalla estos diarios, pero creo que no existe una edición en español, y si existe no se consigue en este país. Lo que sigue es el diario correspondiente a la etapa de gestación de En el Camino, pero descansaré unos días de Kerouac y me sumergiré en El cuento de la Criada. Después veré.

17/05/2018 – Jueves

Me levanté no muy temprano que digamos aunque dispuesto a aprovechar las horitas matinales que me quedan hasta el mediodía, pero mi hijo me obligó a ver y comentar con él dos larguísimos capítulos de La Casa de Mickey Mouse en la computadora. Fue una especie de esos pelotudísimos cines-debate de los que me obligaban a participar en la secundaria, pero mucho más exigente y, claro, más divertido. Eso que nos advierten antes de ser padres de que uno haría cualquier cosa por un hijo es estrictamente cierto, tal vez lo único 100% verdadero de todo lo que nos dicen. Nos fuimos temprano a la escuela en el 166 y nos sentamos al sol en un banco de la Plaza Italia, me puse a leer ahí un rato hasta que llegó un muchacho en bicicleta que dijo ser titiretero y me trató de vender un fanzine hecho por él, después me preguntó por el libro que estaba leyendo (ya se sabe: los diarios de Kerouac) y nos pusimos a charlar un poco de la Generación Beat a la que, sin dudas, el muchacho había leído mucho y mejor que yo. Hablamos de varios temas mientras mi hijo jugaba con la cabeza de un títere que el hombre llevaba en la bicicleta, me contó un poco de su vida: 39 años, separado, un hijo, sin trabajo, sin dinero, sin saber bien qué hacer y con intereses vitales bastante reñidos con la posibilidad de hacer con ellos algo para ganarse la vida, más o menos como yo pero totalmente inclinado a la bohemia y con una vocación más clara. Me cayó bien, me pareció que podríamos haber sido amigos si nos hubiésemos conocido antes y en circunstancias diferentes. Uno anda por la ciudad cruzándose permanentemente con esta clase de personas interesantes y ni siquiera se da cuenta porque no mira ni escucha más allá de sí mismo, una lástima pero funciona así.
Últimamente no me sale otra cosa que quedarme encerrado en casa leyendo, por eso esta tarde de sol hice un esfuerzo y fui hasta el centro con la excusa de ver si habían llegado mis lentes de contacto tóricos que señé la semana pasada, y efectivamente habían llegado pero no los retiré porque, como se trataba de una excusa, no llevé dinero. Después me fui a una librería de usados y saldos de calle Garibaldi, la chica que atendía no tenía mucha idea y casi me vende un libro de $850 por $300, pero justo cuando yo estaba sacando la billetera apareció un muchacho y le explicó que en los libros nuevos no podía hacer tanto descuento. De ahí me fui hasta Leviatán un rato y estuve tomando mates con unos amigos, se siente bien volver a tener contacto con la especie humana después de casi una semana de ostracismo absoluto. Volví caminando a casa haciendo una lista mental de objetos que compraría si tuviese algo de dinero: Una computadora nueva (a esta no le queda mucho); una Play Station 4 con el FIFA 2019, dos juegos de sábanas buenos, Visiones de Coddy de Kerouac, Poesías Completas de César Vallejo, un Kindle, un disco rígido externo de 1 TB, una almohada anatómica, un par de zapatillas de invierno, un parlantito bluetooth, un velador para la mesa de luz, una biblioteca chica para 20 o 30 libros, un Bull-Terrier, una pava eléctrica…
Por la noche un poco de TV y lectura prolongada del libro de Atwood. También empecé a mirar una película que me recomendaron pero aguanté menos de una hora y me aburrí, cada vez estoy más lejos de todo lo que sea intelectualmente sofisticado, ya demasiado tengo con mis problemas para agregar complejidades a mi vida, así que la abandoné sin ningún cargo de conciencia. Esta semana pasó rápido, no quiero que se vaya sin decir que estoy totalmente a favor de Uber porque odio profunda y visceralmente a la mayoría de los taxistas y al sindicato de taxistas.

18/05/2018 – Viernes

Camino atravesando el frío a las 8 a.m. por Morón, bajo los graves nubarrones grises del otoño, con la cabeza envuelta en la capucha de mi buzo verde, la mirada al piso, las manos en los bolsillos y un cigarrillo en la boca. Otra semana a punto de terminar, el tiempo ha transcurrido con tanta rapidez y, a la vez, todo lo que ha pasado ha sido dolorosamente lento, tristemente oscuro, una maquinaria torpe y pesada devorando con paciencia cualquier atisbo de paz y felicidad. Pero lo peor, creo y espero, ha pasado, ahora sólo queda recoger los escombros y ver qué se pude construir con lo que quedó y con lo que la marea vaya trayendo. No ha sido una mala semana, las brumas de la depresión se han disipado un poco en estos días. Ha vuelto, después de más de 5 o 6 años, cierta vitalidad, verdad que efímera, inestable y decreciente, no lo suficientemente sólida como para depositar esperanzas en ella, pero es algo, una brasa para soplar.
Después de comprar cosas para el almuerzo, de atender algunas tareas domésticas y de ayudar a mi hijo con la tarea, me siento a leer, paso la mañana y gran parte de la tarde leyendo a Constantino Cavafis, su poesía tiene un vigor misterioso, transforma anécdotas de la mitología y la prehistoria griega en metáforas de carácter universal y atemporal. Justamente —aquí viene una digresión totalmente arbitraria, perdón— el otro día un amigo me recomendó un libro de esos que pueden catalogarse bajo el rótulo de autoayuda, un libro de un tal Napoleón Hill, agradecí sin decir mucho, pero no leo esos libros, no se trata de un prejuicio arrogante, no me avergüenza decirle a cualquiera que he leído varios libros de esa índole (que arroje la primera piedra aquel que jamás ha caído en la tentación de la autoayuda). Pero hay poco tiempo y mucho para leer, hay que elegir y mis preferencias estéticas me llevaron por otro lado. Todas las razones que alguien pueda tener para leer autoayuda se encuentran generalmente con mucha más profundidad, solidez y belleza en otros libros, con paciencia y constancia hay textos que pueden cambiar quizás no una vida, pero sí una visión del mundo. Cada uno se autoayuda con lo que puede. Kerouac con su vitalismo es autoayuda. Walt Whitman es autoayuda. Thoreau es autoayuda. Inclusive Céline con su misantropía puede ser de gran ayuda en un sentido estoico de la vida. Algunos poemas de Fabio Morabito son autoayuda. Y Cavafis, aprovechando toda la historia, la mitología y la literatura antigua, puede ayudar a veces a sacarnos del pozo. Por eso tengo una versión digital de sus poesías completas (el libro es carísimo, inaccesible para mí) en mi tablet y, cada tanto, paso un rato largo con algunos de sus textos y salgo de ellos con menos desprecio por mi propia existencia. Me gusta mucho, por ejemplo, este:

El Dios abandona a Antonio
Cuando de pronto, a media noche, se oiga
pasar invisible un báquico cortejo
con músicas maravillosas, con vocerío—
tu fortuna flaqueante, tus obras
fallidas, los sueños de tu vida
que salieron todos vanos, no los llores inútilmente.
Como dispuesto desde hace tiempo, como un valiente,
despide, despide a Alejandría que se aleja.
Sobre todo, no te engañes, no digas que fue
un sueño, que tu oído te engaño;
no te acojas a tan vanas esperanzas.
Como dispuesto desde hace tiempo, como un valiente,
como te cabe a ti, que de una ciudad tal mereciste el honor,
acércate resuelto a la ventana
y escucha conmovido, mas sin
súplicas ni lamentos de cobarde,
como goce postrero los sones,
los maravillosos instrumentos del místico, báquico cortejo
y despide, despide a la Alejandría que tú pierdes.
(Constantino Cavafis. 1911)

Ante la imagen devastadora de Antonio abandonado por Dionisio y de Alejandría perdida a manos de Octavio, el poeta nos sugiere asumir una actitud digna, serena, resignada en lugar de sucumbir a la desesperación y el autoengaño. ¿Habrá algo así en Napoleón Hill? Quizás, igual me quedo con Cavafis.

19/05/2018 – Sábado

Salí de casa por la mañana y volví de noche, como para compensar el ostracismo de las últimas semanas. Fui al centro a comprar sábanas y lentes de contacto, después a la Alameda, después a la peatonal a almorzar con Taglia, después de nuevo a la Alameda, más tarde al bar de Beltrán y San Martín en donde tomamos algo con Terraza, Taglia, el R.I.C.K.Y. y el Tupac. Hablamos de todo un poco hasta que se hizo de noche y volví caminando a casa. En el camino me encontré con un amigo que me invitó a tomar un café, hablamos de libros, de política, de economía y de cerveza artesanal. Después me acercó en el auto hasta Dorrego. Llegué y me puse a leer un rato mientras cenaba algunas sobras.
De alguna manera estoy volviendo a leer con la ingenuidad y la curiosidad de hace unos años, no del todo, claro, pero he recuperado algo de ese candor entusiasta de quien se entrega al texto sin esperar nada más de lo que un texto puede dar. Supongo que por eso he vuelto a leer mucho, tal vez no mejor, pero sí mucho más que antes y con más placer. “El mundo no es tan complejo y demoníaco como los escritores quieren hacernos creer” escribió Kerouac en 1947, creo que tenía razón.
Cada vez me cuesta más escribir aquí, cada vez estoy más cansado de registrar la monotonía consistente en un puñado de lecturas, algunas experiencias banales, ciertos fracasos y varios extravíos. Este registro es como un espejo de todo eso, incompleto, parcial, arbitrario e imperfecto, pero capaz de reflejar algo en lo que me he convertido y no me gusta, por eso me cuesta seguir con esto. No es el registro, no son estos textos, soy yo, es mi presente lo que está agotado. Y tal vez eso no sea tan malo.

20/05/2018 – Domingo

Nada interesante en los diarios hoy. Leo algunas cosas de la semana que termina. Los medios argentinos copiaron una nota del inglés Daily Mail aparecida el miércoles: Koku Istambulova de Chechenia, es una mujer que el próximo 1 de junio cumplirá 129 años, aparentemente es la persona más vieja del mundo, aunque eso nunca se sabe. Tenía 27 años cuando la revolución rusa destronó al zarismo, tenía 55 cuando cayó Hitler y tenía 102 cuando cayó el muro de Berlín. Vio todo, enterró a todos sus hijos, dice no tener idea de cómo llegó a esa edad y que no tuvo un solo día feliz en sus 129 años de vida. El gran problema de no saber cuándo vamos a morir, la vida depende de eso. Es cierto eso e que la vida cambiaría si supiésemos que nos quedan dos o tres meses de vida, pero si alguien nos pudiese asegurar 130 años de vida seguramente haríamos algo distinto de lo que estamos haciendo también. Me resulta conmovedor que la mujer diga no recordar un solo día feliz, no son 30, 50 o 50 años, son 129, es casi una condena. Algunos pierden el presente por mirar mucho al futuro, otros no planifican el futuro por estar demasiado pendientes de las dificultades del presente, otros sólo miran con nostalgia al pasado, cualquiera de los tres enfoques tiene ventajas y desventajas.
Me aburro de los diarios y me pongo a ordenar la casa porque mi madre está enferma y se ha quedado en cama. La mañana pasa rápido, voy hasta el parripollo de la otra cuadra a comprar un pollo a la parrilla con papas. Tenía un asado con amigos peronistas, pero la verdad es que no tengo ganas de política ni de pelearme con los nostálgicos que creen que las soluciones a los desastres de este gobierno pasan por reivindicar a CFK. Soy muy crítico del gobierno anterior y eso genera tensión con algunos fundamentalistas. Almuerzo, entonces, solo en casa y después leo un rato, miro fútbol y saco el auto para salir a ver qué si la desértica y luminosa tarde dominical tiene algo que ofrecer. Antes de ir a juntarme con Taglia me pongo los lentes de contacto nuevos, veo fenómeno, mucho mejor que con los anteojos, pero la presbicia ha hecho lo suyo y me cuesta leer de cerca, me doy cuenta al recibir un mensaje en el teléfono. Ya buscaré los anteojos de presbicia de mi padre a ver si funcionan sobre los de contacto. Vamos con Taglia a un minimarket de Mitre y Godoy Cruz, nos sentamos a tomar una cerveza en la vereda desierta y silenciosa. Charlamos un poco de libros, de talleres literarios y de escritores contemporáneos. Le compro Catulito de Sergio Raimondi, un librito con traducciones libres de Catulo y dos buenos textos críticos, lo quería hace bastante. Después nos trasladamos a Godoy Cruz, pasamos a buscar al Tupac y vamos hasta La Cañada, en San Martín y Paraná a tomar algo y charlar un rato más. Hablamos de películas y de libros, también de la desconcertante y deprimente chatura de ciertos pueblos del interior de la provincia. Se hace de noche y partimos, busco a mi hijo, dejo a Taglia en su barrio y vuelvo a casa. Después de preparar la cena, bañar a mi hijo, ayudar a mi madre, lavar los platos y ordenar la cocina, me siento solo en el comedor a leer un rato, pero me desconcentro rápido. Me encargo de mi madre, me encargo de mi hijo, me encargo de los problemas de otras personas porque no sé bien cómo encargarme de mí. Hay, después de todo y a pesar de la leve mejoría moral de esta semana, una herida que todavía duele, un duelo postergado, un dolor secreto que es como un ancla que me retiene en este presente devastado. ¿Seguir adelante? Sí, claro, si me dicen dónde es adelante arranco ya. Semana 49, recta final de esto.

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