Diario de un mal año (51)

Diario de un mal año (51)

28/05/2018 – Lunes

Bueno, supongo que es buen momento para empezar la cuenta regresiva, esto ya termina por suerte, este es la antepenúltima semana. Siempre usé el blog como borrador, y estos registros no son la excepción, a veces me olvido que esto va a internet, después viene gente que lee y hace referencia a lo que escribí en la semana y me sorprendo; hoy recibí muchísimos whatsapp de gente que se reconoció en el texto que escribí el viernes sobre la patria y todo eso, gente que creo que nunca va a leer, y sin embargo llega al blog de alguna manera. Por ahí hay que tener más cuidado en internet, lo mismo me pasó con las redes sociales, Twitter empezó como un juego y siguió siéndolo, hasta que una vez fui a una entrevista de trabajo y la chica de recursos humanos me preguntó si yo era @maguila, no puedo dejar de relacionar ese comentario con el hecho de no haber sido seleccionado para ese trabajo. Eso fue hace dos años, en abril de 2016, ahí bloqueé la cuenta y solo dejo que la lea gente que más o menos conozco, pero sigo sin conseguir un trabajo honesto. Ya no es como antes, ahora todos somos potenciales stalkers y stalkeados. Igual me sorprende un poco, que los amigos con quienes interactúo regularmente lean esto es normal, pero gente que no veo hace 3, 5, 10 o 15 años también entra por links de Facebook o porque les avisan y de alguna manera me hacen saber que leyeron algo. Por suerte no dije nada malo de nadie, al menos no con nombre y apellido. Creo.
Yo supongo que cuando la realidad se vuelve truculenta y penosa es normal que el instinto de preservación lleve a los hombres a buscar refugios psicológicos, las drogas, el alcohol, la TV, la literatura, el cine y otros tipos de ficciones son una buena manera de salvaguardar la salud mental de las contusiones morales, y en última instancia, cuando nada de eso alcanza, aparece la fantasía. Esta mañana me levanté mal y, a diferencia de otros días, me cobijé en realidades imaginarias, en fábulas personalizadas. No es la primera vez, antes pensaba que era algo anormal, algo que me ponía al borde de la locura, pero ahora entiendo que es algo que la gente suele hacer: fantasear. De hecho también me di cuenta de que mis fantasías ni siquiera son muy originales. Muchos, como yo, fantasearon alguna vez con despertar un día, darse cuenta que está en una fecha muy anterior y que los últimos años hayan sido sólo un sueño, pero un sueño premonitorio. Con eso fantaseé hoy mientras ayudaba a mi hijo a hacer la tarea y tomaba mate. ¿A qué año volvería si pudiese elegir? A marzo de 1987, cuando empecé la secundaria. A diciembre de 1991, cuando decidí estudiar economía “porque sí”. A junio de 1998, para ser más preciso: a ese domingo en que Francia le ganó la final del mundial a Brasil (sólo pido 20 años, nada más). Después vienen muchas fechas, claro, la memoria está más fresca: noviembre de 2004, abril de 2006, mayo de 2010, junio de 2012…, todas fechas clave, en donde tomé decisiones que no debí haber tomado, o dejé de tomar decisiones que debí haber tomado. Claro, con el diario del lunes… Seguramente volver ahí sin la información de lo que pueda pasar me haría tomar las mismas decisiones u otras peores, pero ahí está la fantasía (porque volver al pasado y no saber que volvimos es algo que puede estar pasándonos todo el tiempo, pero como no sabemos que hemos vuelto es como si fuese el presente), en volver con la memoria del futuro, o al menos con una intuición, con alguna experiencia, con una información aunque sea parcial (la cotización del dólar, los números del Quini, la verdadera cara detrás de las máscaras que nos engañaron…), en forma de premonición extrasensorial. En fin, qué boludez, pero bueno, es una manera de usar la imaginación para preservarnos. Los talentosos hacen de esas fantasías grandes novelas, buenas películas, hermosos poemas, bellas pinturas o inolvidables canciones, nosotros, los mortales, nos conformamos con especular con las posibilidades de esas realidades alternativas y creer en algún tipo de magia que las materialice.
Por la tarde salí a hacer un trámite menor y después me fui a deambular por el centro sin rumbo, en el camino encontré a Taglia y me fui con él a ver libros de saldo en G.S. Después entramos a un bar de calle Alem a tomar un café y charlamos de Cavafis. Más tarde llegaron otros amigos, anduvimos por la calle sin saber bien en dónde meternos, escapando cada uno de su propio fantasma. Terminamos con Gastón O. Bandes, el Tupac y Grasso en un bar de calle Colón. La tarde se fue rápido, y las horas psicológicamente destructivas pasaron sin que me diese cuenta. Volví a casa caminando, cené y después leí un rato sin muchas ganas.

29/05/2018 – Martes

Salgo de casa y camino por la calle, rumbo al centro como siempre. Son las 8 y media de la mañana y sin embargo en el aire hay algo vespertino, algo que no encaja, como si en vez de estar comenzando el día estuviese llegando a su fin. Poco movimiento en el barrio, silencio, ausencia, una especie de belleza sombría se ha instalado en las veredas húmedas. En la costanera lo de siempre: las hordas de autos, los bocinazos, un accidente menor demorando todo. Poca agua en la cascada del canal Cacique Guaymallén, el nivel ha bajado y el cadáver de un perro enorme que está ahí desde hace semanas es nuevamente visible, está descolorido e irreconocible, sé que es un perro porque lo vi durante algunos días, como imitando a Levrero que en La novela Luminosa mira diariamente durante meses el cadáver de una paloma en una terraza vecina, yo pasaba todos los días y miraba a ese perro para ver cómo se iba hinchando con el agua. Creo que era un labrador. Pero después el caudal de agua aumentó y dejé de ver al animal, ahora es sólo un bulto irreconocible, si se lo mira bien pueden identificarse algunas costillas, pero creo que soy el único que sé que eso es un perro, de hecho creo que soy el único que mira lo que hay adentro de ese canal infecto.
Me quedo desayunando con mi hijo en un bar del centro, mientras tomo café leo el diario UNO que es una porquería, pero hacía mucho que no desayunaba leyendo un diario de papel y me demoré en algunas noticias deportivas intrascendentes. Después vamos al banco a hacer trámites, volvemos a Dorrego caminando, la extrañeza de la primera hora se ha disipado y todo parece normal, el ruido de los talleres, la camioneta del sodero, las señoras pasando los lampazos impregnados en kerosene por las veredas, los perros trotando detrás de algún auto…, lo de siempre.
Al mediodía tomo el 101 para llevar a la escuela al niño, el colectivo va lleno, una mujer de unos 30 o 35 años, con enormes ojos marrones detrás de unos lentes discretos, muy linda, muy simpática, le deja el asiento a mi hijo, le digo que se quede sentada, que en la parada de la terminal se vacía, “sientesé usted” me dice con su hermosa sonrisa, ¿usted? ¿cuántos años creerá que tengo? ¿tan hecho mierda estoy? La odié. Le ocupé el asiento, obviamente. En la plaza traté de leer Fastos de Arturo Carrera, pero desde hace unos días el diálogo interno se me ha desbocado, se mezcla con recuerdos y absurdas situaciones hipotéticas, me cuesta concentrarme. ¿Cuántas etapas tiene un duelo? ¿Es posible entrar en un loop recursivo entre las dos primeras etapas (enojo y negación) que se repiten una y otra vez? A eso me refiero cuando hablo de morderse la cola.
Por la tarde, después de pasar a pagar cuentas por el centro y de tomar un par de mates en Leviatán, vine a casa y me puse a leer tranquilo un rato. Con el partido de fondo me puse a buscar unas películas de las que me hablaron Grasso y O. Bandes ayer, navegando por Zoowoman y LalulaTV encontré esas y unas diez más que guardé para bajar y mirar online, ahí hay más puntos de fuga para cuando la realidad se ponga áspera. Si todo sale según lo previsto, en diez días volveré a tener una cuenta de Netflix activa y tendré un lugar más por donde escapar. Pero las cosas rara vez salen según lo previsto. Apliqué para un trabajo en Santiago de Chile, ojalá me llamen para una entrevista, aunque no me tomen, así tengo una excusa para irme un par de días de acá. De noche Atwood y retomé a Kerouac.

30/05/2018 – Miércoles

Miércoles otoñal, fines de mayo. Día gris, día trivial, día insustancial, día olvidable, día sándwich, día frío…, día promedio de los últimos meses, quizás de los últimos años si sacamos las circunstancias extraordinarias de enero y febrero. Sigo aquí, los días se pasan rápido entre penas e indiferencias, el tiempo se agota. Nadie viene, nadie llama. Al mediodía llevo a mi hijo a la escuela con la ya tradicional parada previa en la plaza, pero el frío nos corrió rápido. Hice tiempo sentado en los escalones del patio cubierto de la escuela, leyendo unos poemas de Claudio Rosales, un buen poeta, tiene oficio y astucia para escribir. Volví caminando con el cuello levantado y la capucha del buzo encajada en la cabeza, la palidez gris del día hace que la brisa fresca se sienta como verdadero frío.
La tarde igual: alienada, mecánica, monótona: lecturas superficiales, intento fallido de siesta, viajes en colectivo y la noche arrasando con todo a las siete de la tarde. Leí un rato, estuve tratando de mantenerme ocupado en minucias para no pensar, sé que es uno de esos días en los que empezar a rumiar me arrastra hacia las tinieblas de la culpa y el rencor. Nada interesante, nada que merezca ser registrado salvo este otro poema de Cavafis:

ITACA
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni al colérico Posidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Posidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues —¡con qué placer y alegría!—
a puertos antes nunca vistos.

Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.

(Constantino Cavafis. 1911)

Tercera semana consecutiva que transcribo un poema de este extraordinario poeta griego, si lo hubiese empezado a leer seriamente hace un año, seguramente serían 51 semanas consecutivas. Voy a poner un poema suyo por semana hasta que termine este diario. No creo estar exagerando si digo que está entre los mejores poetas del siglo XX. Agradezco (nobleza obliga) a Taglia este descubrimiento gratificante y tardío, antes de que él me lo mencionara le había prestado muy poca atención a Cavafis.

31/05/2018 – Jueves

Hurgando unos libritos viejos de mi padre (que tal vez él haya heredado de mi abuelo), encontré uno de Aleksandr Blok uno de los emblemas del simbolismo ruso, lo empecé a leer en un café mientras hacía tiempo para llevar a mi hijo a la escuela (el frío clausuró la posibilidad de la plaza). Hacía mucho que no leía a Blok, me había olvidado de lo hermosos que eran sus poemas, porque esa es la palabra “hermosura”, no “genialidad”, ni “potencia”, aunque también le quepan a sus textos, pero “hermoso” es el primer adjetivo que me viene a la mente al leerlo. Cuestión es que me acordé de Sabrina Barrego y su libro Trinchera (cuya lectura recomiendo enfáticamente), Barrego es una gran lectora de rusos y en ese libro se notan esas influencias. Después subí a Whatsapp uno de los poemas de Blok y varias personas me dijeron que les gustó, incluso gente que no acostumbra a leer poesía. Miré en Mercado Libre a ver si encontraba más libros suyos, pero hay poco, dudoso y caro. De paso estuve viendo precios de computadoras y constaté que con la devaluación subieron demasiado, cada vez estoy más lejos de cambiar la mía. Eso pasa en este país cuando ahorrás en pesos.
Hoy me invitó un amigo a cenar con él y su familia a un restaurante que queda en la loma del orto, le dije que sí, pero después me arrepentí y puse una excusa para no ir. No me dan ganas de salir de noche, la noche ya no tiene mucho para ofrecerme, le escapo, prefiero las mañanas y las tardes. Por la noche prefiero leer o mirar películas en casa, y ya ni eso, a veces me acuesto temprano y me levanto a las 6 y media a tomar mate y leer en silencio. Antes me gustaba la noche, hablo de hace no demasiados años, incluso la preferí al día durante mucho tiempo. A la noche, creía en ese entonces, era posible encontrar de todo, amor, consuelo, amistades, magia… Salía de noche y me juntaba con amigos en alguna casa o en algún bar. Si no había ningún amigo dispuesto a salir agarraba el auto y me iba solo por ahí, pasaba por algunos lugares en donde sabía que me podía encontrar a alguien, o a algún boliche si estaba abierto. Si se hacía muy tarde y no encontraba a nadie me metía en algún bar o en algún lejano y solitario minimarket de estación de servicio, y me ponía a leer solo. Siempre llegaba tarde a mi casa, nunca antes de las 2 de la mañana. Lo que más me gustaba era salir los días de semana, cuando en la calle sólo había unas pocas personas, locos, solitarios, afligidos, vagabundos, insomnes y algún que otro turista. Eran otras épocas, claro, épocas menos duras, menos violentas quizás. Después el trabajo y obligaciones de otro tipo fueron socavando lentamente esa vocación noctámbula, pero siempre me gustó la calle de noche, en Mendoza y en Buenos Aires. Ahora es más difícil, en Mendoza no hay casi transporte público de noche desde hace unos años, lo que funciona como efectivo control del espacio público, es como si dijeran “la calle es de todos, pero preferimos que no la transites de noche”. Ese y otros elementos han hecho que me acostumbre al día. Antes prefería salir a tomar algo con amigos a la noche, ahora prefiero juntarme a tomar un café con alguien por la tarde, antes prefería un asado por la noche, ahora lo prefiero al mediodía, antes salía de mi casa a vagar después de cenar, ahora lo hago por la tarde, tipo cinco, y me vuelvo a las 9. No sé si es hábito o cuestión de edad, pero ahora prefiero estar en casa a la noche salvo que haya algo que no me pueda perder, y cada vez hay menos cosas “imperdibles”. De manera que me quedé en casa solo, leyendo de todo un poco. Cerca de medianoche me llegan de rebote noticias alarmantes, aunque nada concreto, veremos qué pasa, pero es toda una señal: nunca hay que bajar la guardia, ni siquiera en la lona, siempre el destino está dispusto a darte otra puñalada artera. Después hablé por teléfono con el Tupac, creo que fue el primer contacto humano que tuve (sacando a mi hijo y a mi madre) en las últimas 48 horas. Ya vendrán tiempos mejores…, espero.

01/06/2018 – Viernes

Frío otra vez, nada nuevo, nada interesante, las mismas cosas bajo el mismo cielo encapotado de ayer. Ejecuto como autómata mi rutina matinal: buscar a mi hijo, llevar mi hijo a casa, ocuparme mi hijo, ocuparme del almuerzo de mi hijo, llevar a la escuela a mi hijo…, no me quejo, al contrario, no sé qué haría si me alejan de él. Tal vez esta prolongada dificultad para conseguir trabajo estable se deba a un deseo inconsciente de seguir cumpliendo este rol que las circunstancias me imponen. Al menos eso dice mi analista. También dice otras cosas, cosas de mí que me asustan bastante, pero no me dice cómo enfrentarme a todo eso. Fantasmas.
En fin. En casa leí una reseña de Raúl Cuello sobre La Parte de la Prima, el libro de poemas de Gastón Moyano con el que ganó el Premio Vendmia, y me pasé la siesta leyendo otra vez el libro, me gusta leerlo como una historia de amor adolescente, o más bien como una elegía amorosa, pero de amor real, no autocomplaciente ni etéreo, desnudo, truculento, carente de adornos, eufemismos o cursilerías, una historia de amor como todas las reales: sórdida, húmeda y sin final feliz. Es, de alguna manera, una historia triste, pero escrita de una manera tan inteligente que su lectura da mucho placer. Un mosaico de imágenes que, además del amor, la adolescencia y un entorno familiar perdido en el tiempo, da cuenta de un paisaje y una época específica. También es necesaria una lectura desde lo formal, alguien la hará en algún momento supongo, sin embargo no se me escapa esa capacidad de Moyano para cambiar de tono de libro a libro sin perder la voz poética propia y singular.
Por la tarde me fui en el bondi a buscar a mi hijo pensando en mis propias elegías amorosas, adolescentes y no tanto, y me sentí un poco para la mierda (por culpa de Cuello y de Moyano). Se nos pasó el colectivo y caminé con mi hijo de la mano por Montevideo hasta España, mirando la deprimente y fría muerte de la tarde, los faroles y las luces de las ventanas prendiéndose para iluminar las primeras sombras grises, la gente volviendo cabizbaja con bufandas y gorros, el reflejo de algún televisor en el vidrio de algún segundo piso y cosas así, tan tristes que dan ganas de sentarse en el banco de una plaza a llorar. Después tomamos el trole de Dorrego (G12 mejor dicho, ex trole) y llegamos al barrio de noche. Pasé por el almacén, el dueño me preguntó por mi padre («hace mucho que no lo veo») y le dije que murió en febrero, se sintió mal y me convidó un cigarrillo para mí y un chupetín para mi hijo. Ya en casa, el calor de las estufas logró disipar un poco la angustia pero algo quedó, siempre queda algo.
A veces nos parece mentira que alguien por quien sentimos una profunda gratitud pueda traicionarnos, pero es algo que inevitablemente sucede, y en eso no hay aprendizaje alguno (esas son más boludeces que la autoayuda ha infiltrado en las creencias de la gente), sólo hay dolor y desdicha. Lo bueno es que nos habituamos, con el tiempo, la paciencia y los estímulos adecuadas nos terminamos adaptando a las circunstancias, por más adversas que sean, nos acomodamos, es increíble lo adaptable que es el ser humano con las compensaciones materiales o emocionales apropiadas. ¿Y eso de que la gente no cambia?…, otra estupidez en la que creí hasta hace bastante poco, otra simplificación, es al revés: la gente cambia, siempre cambia, no le queda otra que cambiar, necesita adaptarse y para ello debe cambiar, si alguien no cambia puede ser por dos razones: está muerto o es un idiota. Anoto esto no porque me parezca muy astuto, si no para que lo vea mi analista que me dijo que iba a leer estas porquerías que subo a internet.
Por la noche leí un rato y después agarré Doce Monos en la televisión. Quizás mañana salga a hacer algo, a ver gente, a emborracharme o algo así, este aislamiento y la soledad me van a volver loco. Bueno, suficientes estupideces por hoy. Adiós.

02/06/2018 – Sábado

Anduve todo el día por ahí, no hay mucho para decir al respecto. Hice lo que tenía pensado hacer: dejé a mi hijo por la mañana en el centro y me quedé en la calle, volví a casa de noche. En el medio de eso tomé café en el centro, almorcé milanesa con fritas en un restaurante peruano con el Tupac y después nos quedamos toda la tarde en un barcito de Beltrán y San Martín tomando cerveza y charlando. Vino gente, bastante gente, gente que me cae bien y que no veo a menudo, gente con la que me gustaría estar más seguido. Charlamos de todo un poco, hicimos planes que tal vez nunca se concreten y fumamos en la vereda con frío. Pasé un buen día a pesar de la tristeza que arrastro desde hace meses y que me ya pesa demasiado. Tal vez ese sea mi lugar, tal vez no necesite, después de todo irme de Mendoza, quizás sólo deba hacer algunos ajustes y empezar a vivir de otra manera, a olvidar, de una vez por todas, el rencor y seguir adelante. Dejar de esperar.
Volví caminando a casa, un tramo charlando con el Tupac y el resto del camino con mis propios fantasmas (los de siempre) que poblaron la noche invernal oscura, fría, desierta. Fue un buen día, pero me quedo solo y me siento mal, tal vez sea verdad lo que me dijo Vanina G. hoy: estoy muy deprimido, me sorprendió un poco que lo mencionara, pero no pude desmentirla. Tal vez yo llamo de otro modo a lo que ella llama depresión, pero no deja de ser el mismo pozo oscuro, húmedo y nauseabundo de fantasmas y torturas al que, inevitablemente, llego casi todas las noches. Pero me he acostumbrado tanto a este estado que ya no me doy cuenta. Es hora de hacer algo, hace bastante que es hora de hacer algo, pero lo que intenté hasta ahora no funcionó. Paciencia, es prueba y error.
Este registro ya no tiene mucho para dar, cada vez me cuesta más sentarme diariamente a escribir estas estupideces. Hay otras cosas, claro, otras cosas que en algún otro momento hubiese registrado aquí con detalle, impresiones, lecturas, emociones…, pero no, hoy no tengo muchas ganas de nada. A pesar mío sigo esperando algo, no sé bien qué, pero es una espera inútil, lenta, dolorosa…, y sin embargo acá estoy, esperando como un idiota un tren que ni siquiera sé de dónde viene ni a dónde va.

03/06/2018 – Domingo

Leo todo lo que fui poniendo aquí durante la semana y me doy cuenta de que fue una semana algo oscura, dolorosa y mortificante para mí. Arabena me sugirió que, con el tiempo, estos registros podían transformarse en un espejo de lo que fue esta época, un lugar en donde reflejar algunos miedos, tal vez sea así, o tal vez yo haya entendido mal lo que quiso decirme, pero me gustó la idea esa. En esta semana por ejemplo, estos garabatos urgentes me devuelven una imagen bastante desalentadora de mi presente, pero tal vez la vea solamente yo.
Ahora son las 3 de la tarde, estoy completa y absolutamente solo en mi casa, no encendí ninguna luz, no puse música, no puse el televisor ni tampoco la computadora, no abrí ningún libro e intenté por todos los medios reducir a su mínima expresión el monólogo interior que a esta altura se ha convertido en un enemigo. Estoy así desde que mi madre se fue a lo de mi hermana, desde la 1 de la tarde. No comí, solamente tomé mate y me quedé frente a la ventana mirando el patio, yendo y viniendo por la casa vacía, escuchando el silencio absoluto sólo roto por un par de mensajes de whatsapp del Tupac. Afuera el cielo gris oscurece todo, hace frío y hay un silencio sepulcral, como en la tarde de algún poema de Trakl. No sé qué pretendo al quedarme así, en absoluto silencio y en penumbra, pero logré entrar en un universo frágil y provisorio de calma, no de paz, de una dolorosa calma, como si hubiese dejado el dolor al desnudo para mirarlo de cerca y ver qué puedo sacar de ahí. No sé si tiene algún sentido buscar palabras para describir esto, porque tampoco es bueno, lo intuyo, de acá no va a salir nada, pero no sé hacer otra cosa.
Podría estar en otro lugar, habían planes para juntarme a almorzar con amigos, había invitaciones a almuerzos familiares y a pasar el domingo con gente, también está el auto en el garaje con nafta y la calle vacía, toda para mí, y los libros, y la música, y las películas. Pero pensé que hoy era necesario no postergar este dolor desnudo, pensé que hoy era necesario enfrentar esto, no porque crea que después vaya a desaparecer o porque me ilusione con que las cosas mejoren después de someterme a este combate con mi oscuridad, si no porque tuve la impresión de que cualquier cosa que haga sería una postergación absurda de lo inevitable. Por eso me quedé solo en la penumbra invernal de esta casa que ni siquiera es mi casa, tratando de no pensar (algo que es imposible, claro), esperando, solamente esperando una nada a la que someterme. De un momento a otro llegará mi madre, encenderá luces y la televisión, en un rato buscaré a mi hijo y llenará de voces las habitaciones, y todo este clima se esfumará. Después la vida seguirá.
Cuánta oscuridad, qué infinita soledad…, son las 6 de la tarde, o por ahí, y creo que es mejor que no ponga el resultado de mi estúpido experimento masoquista.
Las 7, ya es noche cerrada. Mi madre ha vuelto y encendí la computadora para buscar trabajo. En Linkedin leo a gente preocupada por la obtención de lo que llaman éxito profesional, realización profesional, cosas sin mucho sentido, ansiosos, supongo, por el dinero, la eficiencia, el crecimiento material, esa satisfacción artificial que provee el reconocimiento falso del otro, ese deseo de llegar algo que llaman cima, ¡oh!, esa merecida re-a-li-za-ción. ¿Eso es éxito? ¿Eso es realizarse? Cuánto dolor y cuánta insatisfacción encierra todo ese paradigma, esa visión del mundo. Lo he visto de cerca, lo he sufrido, he sido uno de esos pujantes y ambiciosos jóvenes profesionales. Créanme, ahí no hay nada, sólo dolor, sólo infelicidad, frustración, sólo egoísmo y soledad. En el camino hacia ese éxito de papel glasé se desprecian cosas, matices vitales atractivos, se cultiva el egoísmo más absoluto, se relega la empatía, se mata el amor en todas sus formas, todo lo bueno que hay en el ser humano se marchita en ese fabuloso camino hacia la superación laboral. Las personas convencidas de que la vida consiste en eso, que dedican todas sus energías a lograr ese éxito banal destrozan vidas de otros en el camino, no lo ven de esa manera, claro, pero lo hacen, de algún modo es cruel. Nos desprecian a todos, nos creen pobres tipos hundidos en la oscuridad de nuestras vidas cotidianas, lo que hace realmente feliz a la gente son, para ellos, accesorios prescindibles, entretenimientos vulgares: el amor, la intimidad con el otro, el sacrificio, las pequeñas derrotas y triunfos ordinarios, los minúsculos logros de los niños, las complicidades cotidianas, les parecen basura patética y cursi, los deprime. ¿Realmente son así? ¿De verdad han logrado reemplazar lo hermoso de la vida por esa esperanza de éxito? Subir de posición, trabajar en una empresa mejor, ganar más sueldo, ser más productivo, generar más recursos, ser más eficiente, más provechoso al jefe, fundar (si se puede) un pequeño o gran imperio comercial, someter a otro…, ¿realmente encuentran estímulo vital ahí? ¿Los hace felices? ¿Cuánto están dispuestos a sacrificar por ese reconocimiento, por esas sumas de dinero, por esos elogios, por esos logros terrenales? ¿Vale la palmadita del dueño de la empresa la salud mental de los hijos? ¿Alcanza ese bono de fin de año para comprar el amor que se sacrificó para obtenerlo? ¿No se dan cuenta que son peones de ajedrez que jamás llegarán a coronar en la última línea? Peones que están disponibles para ser sacrificados por un alfil o un caballo en cualquier momento, que se pierden lo mejor de la vida porque los hacen creer que son parte importante de un ajedrez absurdo. Después es tarde, claro, pero ese peón será usado para otra partida, y cuando se da cuenta de que ya no tiene tiempo para coronarse como dama ya no habrá forma de arreglarlo. Y aunque se convierta en dama, desde la soledad absoluta del tablero ya desierto, verá todo el daño que ayudó a causar y querrá volver en vano atrás. He visto gente de una generosidad admirable transformarse en miserables egoístas por seguir ese camino de “realización profesional”, he visto a personas luminosas y únicas apagarse en el “camino del éxito”, he visto a individuos fabulosos sacrificar con frialdad y crueldad el amor de otras personas para “cumplir sus sueños”, deshacerse del lastre que significaba el amor y la intimidad en su ambicioso y superfluo plan. He visto de cerca la frialdad con la que se relacionan aún con los más cercanos. Gente que he querido, gente cuyo temple ya arruinado he admirado. Gente valiente convertida en obsecuente servidumbre. Las empresas con palmaditas y promesas de falsa realización, promueven esas conversiones. Los gurúes nos dicen que todos debemos aprovechar el Steve Jobs que llevamos dentro. Los gobiernos nos piden ese tipo de protagonismo. Y tienen éxito, nos están convirtiendo en eso, promueven así la tristeza, la infelicidad y una infinita y profunda soledad. Me bajé de ese bondi, no quiero participar de ese circo, tal vez por eso estoy sin trabajo, sin rumbo, tal vez se requiera más de mí, pero no quiero convertirme en eso, de ahí no se vuelve. No es falta de ambición, creo en el sacrificio, en la voluntad, en el trabajo duro, y quiero una vida materialmente aliviada, pero no a cualquier costo. Ya no.

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