Diario de un mal año (53)

Diario de un mal año (53)

11/06/2018 – Lunes

Es el último lunes de este diario y la verdad es que me cuesta poner algo menos trivial. Tal vez tendría que haber pensado un poco antes de ponerme a escribir, como para ir redondeando un poco el final de esta serie de textos espontáneos e indigentes. Pero cambiar a esta altura el procedimiento que vengo siguiendo hace un año sería traicionar un poco la esencia del registro. Me hubiese gustado que fuese un buen lunes, algo más luminoso, que abriera algún hueco por donde poder vislumbrar una pequeña luz que se abre al final de este mal año. Lamentablemente la realidad nunca se ajusta a lo que necesitamos en cada momento y este fue un lunes gris, frío, con cuotas de espanto y tristeza. Para ser franco hoy retrocedí cuatro o cinco casilleros en mi lentísima marcha hacia la normalización de mi experiencia vital. Salí temprano con muchísimo frío hacia el departamento en donde vive mi hijo, me quedé a cuidarlo durante la mañana porque todavía está convaleciente, me sentí mal en ese lugar, por momentos muy mal, volvió todo un sentimiento de pérdida y empezaron a abrirse viejas heridas. Fue como si un decorado empezase a mostrar ciertas grietas tras las que se pudieran ver todos los parches, los remiendos precarios, como un placebo cuyos efectos psicológicos comenzaran a desvanecerse. Un poco eso, pero no del todo, no quisiera entrar en detalles, baste decir que no me sentía cómodo y me tenía que quedar. Decidí pasar las horas al lado de mi hijo, jugando con él y pidiéndole que me explique sus juegos. La fiebre le había bajado bastante, subió un par de líneas a las 11, pero las bajé rápidamente con Novalgina. El resto de la mañana estuve al lado de él leyendo de a ratos y observando su evolución, tratando de que tome líquido y ese tipo de cosas.
Después, a la siesta, me fui un rato a caminar por el centro, había salido un sol tímido y ya no hacía tanto frío. Me metí en un bar y me puse a leer tranquilo a Cavafis, pasé un buen rato ahí y después me fui para Leviatán. Pasé la tarde con el Tupac en la librería, tomamos mate y hablamos largamente del amor, el desamor, la manera de lidiar con la inevitable idealización de las ex parejas, la amistad, la relación con los hijos y también de algunas lecturas. Las nubes empezaron a oscurecer prematuramente la tarde, el aire se enfrió abruptamente y me volví a mi casa con una parada previa para ver cómo seguía mi hijo.
Llegué a casa ya de noche, entré en calor y me puse en la computadora a pagar cuentas atrasadas y a chequear algunos mensajes recibidos en mi email. Después me llegó un mensaje con la noticia de que un amigo estaba mal, traté de llamarlo y no logré comunicarme con él, pero finalmente lo encontré en el chat de Facebook y pude intercambiar algunos mensajes. Efectivamente me dijo que estaba mal, pasando una serie de momentos aterradores que lo hundieron en las oscuras cloacas de la condición humana, le dije que contase conmigo y que lo quería mucho, no me salió otra cosa, me hubiese gustado abrazarlo, llevármelo a un bar y quedarme hablando con él hasta la madrugada, diciéndole que para nosotros los desafortunados, los solitarios y desahuciados también hay salvación, también es posible una salida, también estamos a tiempo de encontrar a alguien por ahí que haga de nuestra vida algo un poco más luminoso. Que a pesar de todo, y aunque a veces parezca que estamos lejos, todavía nos tenemos entre nosotros. Que a pesar de los traidores, los deshonestos y las humillaciones, todavía hay cosas ahí afuera por las que pelear, perlas para buscar en este basural inmundo que es la humanidad. Ojalá en breve pueda darle un abrazo y decirle “algún día este dolor te será útil”, aunque no sea del todo verdad, aunque estemos curtidos ya por las trompadas y las puñaladas de los otros. Le voy a decir eso y un montón de otras cosas que, de alguna manera, también me estaría diciendo a mí mismo.

12/06/2018 – Martes

Frío polar y sol en esta típica mañana mendocina de invierno. Camino hasta el centro con el viento aguijoneándome el cuerpo. Otra vez me quedo en el departamento a cuidar a mi hijo. Paso toda la mañana al lado de su cama, leyendo un poco, durmiendo, viendo videos, atendiendo sus necesidades. De a poco mejora, ya no hay fiebre y está mucho más animado. Así se me pasa toda la mañana y gran parte de la tarde, esperando junto a su cama a que transcurran las horas. Otra vez un poco incómodo y con algo de tristeza. Vuelvo a casa al atardecer, caminando de nuevo con frío, paso a hacer algunas compras, este mes el dinero se ha ido rápido y todavía no logro cobrar el alquiler del mes porque la de la inmobiliaria se fue de vacaciones. Triste atardecer de invierno, opaco y pesado. Llego a casa y me pongo a leer un rato los diarios de Kerouac.
Este mal año no podía terminar sin un dolor de muelas, anoche hubo molestias y arrancaron algunos ramalazos fugaces, pero hoy a lo largo del día se fue instalando con fuerza el dolor agudo y lacerante típico de una carie infectada en un molar superior del lado izquierdo. Llamé a mi dentista y me dio turno para el jueves a la tarde, pero como el dolor no me deja concentrarme bien me auto-receté un antibiótico de amplio espectro (amoxicilina) y un calmante fuerte (Ketrolac 20mg), por suerte los de la farmacia no me hicieron ningún problema por la ausencia de receta y tampoco me cobraron tan caro. Tomé el calmante apenas llegué a casa y fue bastante bien, casi ni me acuerdo del dolor salvo cuando golpeo el diente con algo (generalmente con el diente de abajo). Cena tranquila y a dormir temprano, día gris y anodino.

13/06/2018 – Miércoles

Busco a mi hijo temprano en el centro, otra vez mucho frío, esperamos en un bar a que pase la primera helada del amanecer y después volvemos a Dorrego pero en taxi para evitar recaídas. Hago algunas diligencias domésticas y después me pongo a ver los primeros discursos del histórico debate de la cámara de diputados por la ley de despenalización del aborto. Se mezcla todo, salud pública, moral, religión y subjetividad, es un debate difícil del que difícilmente salga un consenso unánime, pero que se esté hablando de esto es un paso adelante, por eso es histórico. Más allá de mi postura creo que es un debate en el que deberían definir solamente las mujeres, que debatan, que opinen todos, pero a la hora de la votación todos los legisladores varones deberían irse del recinto y dejar que voten las mujeres, el hombre nunca puede participar plenamente de una discusión así, no creo que tenga derecho a definir algo de esa magnitud.
Siempre se puede estar peor, nunca hay que olvidarse de eso, nunca hay que decir “Peor que esto no puedo estar”. La maldad del ser humano y la crueldad de la vida no tienen límites, a las circunstancias y al azar no les interesa demasiado la situación psicológica, material y emocional de un individuo. Hoy por la tarde me enteré de que la madre de mi hijo está pensando, tal vez con mucha razón, en irse de Mendoza. Me sentí mal, sentí miedo de perderlo, casi todas las cosas que me traían mal pasaron a segundo plano, inclusive los rencores y otros miedos. Pasaron cosas, con tranquilidad entendí que nadie es culpable de esas cosas que pasaron, pero que siempre hay gente mala dando vueltas e incentivando el dolor, incentivando a otros a herir al prójimo, a promover conflictos innecesarios. Más tarde hablé con un par de amigos, uno de ellos, que pasó por algo muchísimo peor, me aconsejó actuar con bondad y sabiduría, con resignada aceptación de la posición que hoy ocupo en la vida, los niños crecen y nada es para siempre, tal vez hasta sea una lección dolorosa pero útil, creo que le voy a hacer caso. Cada vez menos motivos para quedarme en esta provincia, tal vez tenga que huir una vez más, espero que sea la última.

14/06/2018 – Jueves

Me levanté tarde con mi hijo un poco congestionado todavía, le di un poco de ibuprofeno para aliviarle la inflamación y la incomodidad y nos sentamos a ver la inauguración del mundial. Después de la exageradamente sobria ceremonia inaugural, vimos el partido entre Rusia y Arabia Saudita, el local ganó 5 a 0 sin esforzarse demasiado en un partido que, salvo los goles, no tuvo absolutamente nada de interesante. Antes de empezar esta copa del mundo yo solía repetir que este sería el 78’ de Putin, pero me parece que la selección rusa, más allá del resultado de hoy, no tiene ni para empezar.
Después del partido almorzamos y salí rápido hacia el centro con el niño. Tras una larga, dolorosa y madura charla con la madre, me fui hasta el dentista que me arregló un poco la muela dolorida y me dio turno para volver a verme el martes.  Me desocupé temprano y anduve vagando por las calles del centro a pesar del frío, caminé y caminé por la ciudad pensando en la mejor manera de encarar lo que viene, ya no hay tiempo para esperar milagros, ni para dejar que las cosas decanten, de hecho ya decantaron y las salieron así, mal. Cuando había empezado a aceptar la idea de quedarme en Mendoza, aparece la inexorable partida de mi hijo a Buenos Aires que, de algún modo, es el origen de todo (él nació ahí). ¿Qué hacer? ¿Volver a Buenos Aires solo, a empezar de cero para estar cerca de él? ¿Quedarme acá y dejar que la relación se convierta en lo que deba convertirse? ¿Me quedarán amigos en Buenos Aires? ¿Es un paso adelante o un paso atrás? Seguí caminando, tratando de despejar todos esos interrogantes, por supuesto no llegué a nada, pero al menos tengo un panorama. Intercambié algunos mensajes de voz con un amigo que anoche me aconsejó bastante bien al respecto, le agradecí porque realmente fue fundamental la charla que tuve con él, un amigo que no veo hace varios años pero que se portó mejor que algunos otros que vi hace seis o siete meses.
Caminando llegué a Leviatán y pasé la tarde ahí, charlando con el Tupac de todas estas cosas y de otras. Decidimos empezar a encarar lecturas colectivas, juntarnos entre 4 o 5 interesados a leer algunos libros que nos interesen a todos y cuya lectura en grupo puede ser más llevadera que individualmente. Empezamos con La Divina Comedia, leímos ahí el primer canto discutiendo cada verso, me pareció demasiado arduo, no la recordaba tan ripiosa y difícil, pero (como pude comprobar más tarde en mi propio ejemplar) básicamente ese ripio se debe a un exceso de celo en la traducción (o tal vez falta de sentido común). Más tarde llegó Gastón Ortiz y nos quedamos charlando un rato hasta que el Tupac cerró la librería y volvimos caminando juntos hasta Rioja y Morón. Charlamos más que nada de mi situación, de cómo llegué acá, de cómo seguir y de las posibilidades para enfocar las cosas. Después Gastón se tomó el colectivo y yo caminé hasta casa por las calles frías, desiertas y oscuras de Dorrego. En casa charlé un rato con mi madre de la partida de mi hijo y de mis planes para irme también (o mejor dicho mis “no planes”). También vi todas las noticias respecto del dólar (otra vez me corren el arco con la computadora), del presidente del Banco Central y todo eso; no hay caso, estos tipos no le agarran la mano a la economía, vienen tiempos difíciles. Por la noche me puse un rato a leer a Kerouac y después me quedé algunas horas reflexionando sobre las últimas noticias respecto de mi hijo y de todo lo que ha pasado en el último año. Por primera vez perdoné, silenciosa y tardíamente dejé de pelear contra lo que imaginaba que eran mis enemigos, ante el dolor y la pérdida el rencor cedió, perdoné a todos los que hasta hoy creía que me odiaban. Es cuestión de salir, de a poco, de la oscuridad.

15/06/2018 – Viernes

Día frío y soleado, día invernal, día de claridad y ciertas epifanías también. Salí de casa temprano, más que de costumbre, para esperar a mi hijo en un bar de la zona al que voy seguido. Mientras tomaba un café me di cuenta de que había dos pantallas de TV sin sonido en el lugar, en una estaban pasando las instancias iniciales del partido Uruguay – Egipto y en la otra una conferencia de prensa del ministro de economía tratando de explicar por qué sube el dólar y por qué cambiaron al presidente del banco central. Llegué a casa como a las 10, justo para ver el segundo tiempo del partido que terminó ganando Uruguay sobre la hora ante un digno seleccionado egipcio. Después me puse a mirar el partido que todos estaban esperando: Irán contra Marruecos, un espectáculo deportivo realmente modesto. Aburrido cambié y estuve mirando la evolución del mercado cambiario, intuí que el dólar seguiría subiendo por algunas semanas más y dejé de perder tiempo: le pedí dinero prestado a mi madre y decidí ir a comprar una computadora, una adquisición para la que vengo ahorrando hace tiempo y nunca puedo concretar porque sube el dólar.
Salgo a la siesta con mi hijo a buscar algo de efectivo, que es la mejor manera de negociar rebajas. Voy hasta un distribuidor de calle Lavalle que pretendió pasarse de vivo con el precio que me había dado el día anterior, le dije que no, ofreció mantener el precio, pero me pedía una seña para ir hasta el depósito a buscar la computadora, le dije que no había necesidad, que trajese la máquina, yo le daba el dinero y me iba, explicó algo y dijo que volviese a las 4, me sonó raro y decidí no comprarle nada. Fui a otros distribuidores que también habían subido demasiado los precios. Cuando volvía a casa decidido a no comprar nada en Mendoza y ver qué había en Mercado Libre, me acordé de otro distribuidor de calle San Martín, le toqué el portero, subí y me vendió a muy buen precio una Pavilion con AMD R7, 16 giga de RAM, tarjeta gráfica ATI de 4 giga y un terabyte de HD, un avioncito por el mismo valor que en otros lados pretendían venderme una carreta.
Volví a casa y me puse con mi hijo a configurar la máquina nueva. Cuando empecé a migrar archivos de la vieja me dio nostalgia, esa computadora me acompañó casi 9 años, ahí hay fotos, audios, textos y archivos que dan cuenta de una buena época, al menos mejor que la actual. Me quedé pensando en lo mismo de la última noche, me percaté de rencores que tengo desde hace un par de años y ahora, recién ahora, se desvanecieron. Es probable que todo ese rencor, todo ese odio, todo ese miedo al juicio equivocado del otro me haya llevado a perder lo bueno que tenía, es tarde para pedir perdón, pero yo me cansé de vivir con resentimiento hacia gente que quise mucho. Lo veo tan claro ahora, entiendo todo lo que pasó, cuando ya las consecuencias de ese resentimiento estúpido son irreversibles, que me siento un idiota. Tenía todo y perdí todo por orgullo, por no saber perdonar a tiempo, por dejar que las sombras del odio crecieran y ganaran mi corazón, sin importar a quién lastimaba. Nadie me hizo nada, todo lo que he estado escribiendo aquí sobre traición e incomprensión es solamente la consecuencia de algo que empezó mucho antes y de lo que soy total y exclusivamente culpable. ¿Me arrepiento? Supongo que sí, pero ya es tarde, es tarde inclusive para aprender algo de eso. Tal vez, después de todo, merezca gran parte las cosas que me pasaron. Así pasé la noche, casi en vela, torturado por la consciencia clara de todas estas cosas que no supe ver a tiempo, sintiendo una culpa y una humillación sumamente dolorosas, pero tal vez este era el paso que necesitaba dar para seguir adelante con lo que queda, tal vez este es el primer paso afuera de estas sombras.

16/06/2018 – Sábado

Me levanté a las 10, justo a tiempo para ver el partido de Argentina con Islandia. Realmente me importa poco el mundial, probablemente es el mundial que con más indiferencia he vivido desde el 82’, pero de todos modos veo algunos partidos mientras hago otras cosas. Desayunamos con mi hijo entonces frente al televisor. Después, antes de que termine el juego salgo para el centro a dejarlo a él con su madre. En la calle hay aún menos gente y autos que en un día feriado, comercios cerrados, veredas desiertas, silencio absoluto. Dejo al niño y sigo caminando sin rumbo fijo, pero con dirección al centro. Los comercios empiezan a abrir y las calles de a poco se empiezan a poblar y a recuperar la fisonomía habitual de los sábados. Paso por varias casas de accesorios informáticos y averiguo precios de discos rígidos externos, porque con el pendrive de 16 giga no voy a terminar más de pasar los archivos de una computadora a otra. Termino comprando uno de 1 terabyte a un precio bastante razonable en una casa de teléfonos celulares. Dudo entre volver a casa o seguir caminando, pero como el día está cálido y soleado decido irme hasta la alameda, ahí me encuentro con Taglia y me quedo toda la tarde con él y con Grasso que llega un rato después. Hablamos bastante de política en general y de las posibilidades de la ley de interrupción voluntaria del embarazo que acaba de aprobar diputados, coincidimos en que la pelea recién empieza y que la grieta que se abre en la sociedad es probablemente mucho más profunda y difícil de cerrar que la famosa grieta política entre kirchneristas y macristas ¿por qué? Porque esta es una grieta moral y no ideológica. También coincidimos en la percepción de que en Mendoza hay cierto estado policial (por llamarlo de alguna manera) que va creciendo y consolidándose. Grasso me cuenta que está leyendo a Borroughs de nuevo, le pasa algo de lo que habíamos hablado respecto de los beats: los leímos de jóvenes con una facinación casi ingenua, obnubilados por los viajes de Kerouac, las experiencias con las drogas y el sexo de Borroughs y todo eso, no deja de ser una lectura arbitraria, incompleta y superficial; leerlos de nuevo hoy es redescubrirlos, resignificar esos libros y disfrutarlos mucho más. Lo mismo con Céline, con Kafka, con Arlt, en mi caso tal vez lo mismo con Lautreamont y con tantos otros. Cuando los rayos del sol empiezan a apagarse y el aire a tornarse más frío vamos hasta el barcito de Beltrán y San Martín, charlamos de cuestiones personales, básicamente de mis cuestiones personales, me ayuda hablar con alguna gente, me ayuda a sobrellevar y entender todo esto. Se hace de noche, llegan al bar Vanina y Camila acompañadas por Antich que me cuenta algunas cosas sobre el librito que le acaban de editar en Rosario y que todavía no llega a Mendoza. Tomo una cerveza con ellos y vuelvo a casa en taxi. La noche fría del sábado en el centro, con sus luces y sus sombras desfilando por la ventanilla del auto me entristecen un poco, por alguna razón me hacen sentir muy solo y muy confundido. Llego a casa como a las 8 y hablo por teléfono con algunos amigos. Después me pongo a terminar de instalarle programas a la computadora nueva, ceno comida comprada y después sigo dejando a punto el aparato. El teclado es mucho más sensible y cómodo, aunque las teclas grises tienen menos contraste con los dibujos de las letras y me cuesta un poco acostumbrarme. El paso de Windows 7 a Windows 10 y de Office 2010 a Office 2016 me costó menos de lo que imaginé, es una máquina mucho más liviana y más finita que la otra, lo que me permite usarla en la cama cómodamente, el cambio claramente es para mejor, pero hay algo de pérdida en abandonar mi vieja Pavilion dv-6 negra y robusta, me acompañó durante muchos años y siempre respondió bien, de alguna manera con ella quedan atrás muchas cosas, esa computadora era quizás lo último que quedaba de una época más feliz.

17/06/2018 – Domingo

Jornada cálida y soleada, triste día del padre. Busqué a mi hijo al mediodía y lo llevé a comer a lo de mi hermana. Me hizo un regalo y pasó el día conmigo, como siempre muy cariñoso y siempre contento. Pero desde la noticia sobre su partida a Buenos Aires no puedo evitar vivir con cierta tristeza su compañía, es como si en cada uno de los pequeños momentos felices con él hubiese un reloj de arena diciendo que el tiempo se me acaba, que pronto esta cercanía será un triste recuerdo. Tal vez me vaya tras él, a instalarme en la ciudad en la que él esté, pero de cualquier manera me da tristeza, no puedo usar otra palabra que esa: tristeza y dolor. En lo de mi hermana comí demasiado y después miré con mis dos sobrinos más grandes el partido entre Brasil y Suiza. Hablé por teléfono con dos amigos que me llamaron para saludar, me reconforta bastante tener cerca a mis amigos, los nuevos y los viejos, me hace sentir menos solo. Después me quedé dormido en un sillón y me despertó mi madre para volver a casa. Lo demás fue la misma desolación vespertina de cada domingo, agravada un poco tal vez por la tristeza de la que hablaba. Escribo esto ya de noche, todos se han ido a dormir, es una ironía hacerlo en la computadora nueva y no en la que escribí el otro 99% de este registro. O tal vez no una ironía, sino una señal de algo que termina junto con esta ya cotidiana gimnasia de escribir un puñado de letras por día.
Este no es el principio ni el final de este registro, tengo el hábito de registrar regularmente lecturas y experiencias desde aproximadamente 2009. Lo he hecho en forma diaria, semanal, a veces mensual, en archivos de Word, en libretas, papeles sueltos, cuadernos y, ahora, acá. Seguramente pararé un tiempo y después retomaré a mano el diario, ya compré un cuaderno azul de tapas duras para destinar a ese fin, ya veré. Pero este modo de hacerlo diariamente y forzarme mediante la publicación en internet durante tanto tiempo me obligó a una gimnasia, al desarrollo de un hábito que probablemente me haya servido.
Fue un desafío hacerlo, muchas veces estuve a punto de claudicar, pero cumplí un año. A decir verdad más de un año, porque la primera entrada de este registro es del 12 de junio de 2017. Fueron 53 semanas, 371 días exactos. El lunes 12 de junio de 2017 yo estaba preocupado por temas monetarios, busqué a mi hijo en la escuela y tomé un taxi hasta la casa de mis padres en Dorrego. El auto tomó derecho por Morón y a la altura de 9 de Julio había una pequeña congestión que nos tuvo varados ahí un par de minutos. Miré por la ventanilla y vi algo sumamente curioso: un gorrión completamente negro o un pájaro similar a un gorrión, chiquito y muy negro, parado sobre el asfalto entre dos autos. Nunca había visto un pájaro así, lo tomé como una mala señal, como el inicio de una época aciaga. Me acordé de la tapa de la novela de Coetzee “Diario de un mal año” en donde aparecía un pájaro negro y pensé en eso: un mal año. A la noche, en mi casa escribí la primera entrada de este registro bajo el título de la novela del sudafricano, un pequeño y estúpido comentario sobre un libro de Harold Bloom. Lo que no sabía en ese momento es el gran poder premonitorio de ese título, porque realmente fue un pésimo año, aquel gorrión, pienso hoy, realmente significaba algo. En julio le detectaron cáncer a mi madre, en agosto a mi padre, en setiembre empeoró mi padre y en octubre mi madre empezó quimioterapia, en enero me abandonó la que fuera mi compañera por más de 10 años, la madre de mi hijo, y me quedé sin familia y sin lugar donde vivir, en febrero tuve que sacrificar a mi perro, una semana después falleció mi padre tras un corto y cruel deterioro, en junio me enteré de que pronto perderé también a mi hijo. Nunca tuve un año tan malo, pero no tenía manera de saberlo cuando elegí título para esta serie. No todo fue tan malo, conocí a alguna gente, nuevos amigos, mi madre terminó su tratamiento con relativo éxito, releí a Kafka, a Arlt, a Tolstoi, a Kerouac. Pero el balance, indudablemente es malo. Un mal año, ¿profecía auto-cumplida? ¿justicia poética? ¿casualidad?… no lo sé, de todos modos quedará este registro como testimonio de un momento que probablemente sea una bisagra en mi vida. Ojalá el año que empieza ahora sea mejor, ojalá los efectos del infame gorrión negro no se sigan prolongando, ojalá logre salir de la oscuridad, aunque sea un poco. Gracias a los que leyeron y perdón por no haberles podido contar una historia mejor.

FIN DEL DIARIO DE UN MAL AÑO

 

Un comentario

  1. Quizás haya sido un mal año y, por una parte puede atestiguarse lo fue, ergo eso que aveces es » malo » en un estrato; hace ecos fructíferos en otros. Si acaso la experiencia emocional nos tiñe por entero; es parte fundamental de los procesos sublimatorios su carácter polifonico y multitimbrico. Por cierto, recordar a Pascal y su tristemente genial apologetica «Pensamientos» donde en uno de sus pasajes reza » La verdad es cómoda para quien la escucha, no para quien la dice», resume de alguna manera este carácter dual de toda manifestación.
    A fin de cuentas, un mal año -Anímicamente hablando – resultó de un valor que escapa a la simple dicotomía » Bueno-malo»

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