Lecturas: El Desierto y su Semilla

Leí este libro prestado y apurado, hace unos años, en su edición original, ahora aproveché para leerlo tranquilo en la linda reedición de Eterna Cadencia. La vida de esa familia, de los Barón Biza, es de por sí una novela, al menos lo fue la historia de amor entre Raúl Barón Biza y Clotilde Sabattini (padres de Jorge BB), un matrimonio de 30 años que terminó el día en que Raúl, tras tirarle ácido en la cara a Clotilde, se pegó un tiro en la cabeza. El desierto y su semilla, de innegable corte autobiográfico, empieza precisamente en ese momento. El protagonista acompaña a su madre en el auto que la lleva al hospital y la seguirá acompañando durante la reconstrucción de su rostro.

«Comprendí que para mí había terminado la ilusión de las metáforas» afirma el narrador, y sin apelar a metáforas, a alegorías, ni a eufemismos de ningún tipo hace una descripción minuciosa y cruda de las transformaciones que va sufriendo el rostro de su madre durante los primeros minutos posteriores al ataque. Y así continuará, sin metáforas, sin rodeos, sin eufemismos, narrando la imposible reconstrucción de ese rostro y de su propia vida.

Después de un tiempo en Buenos Aires, el narrador acompaña a su madre a Milán para seguir con el tratamiento de reconstrucción. Ahí, podría decirse, empieza la mejor parte de la novela. Con un tono frío, distante, despojado de cualquier emoción, narra minuciosamente los tratamientos y la evolución de ese rostro que jamás volverá a ser igual. En sus ratos libres vaga por Milán en compañía de una prostituta llamada Dina de la que se hace amigo, la acompaña a la casa de algunos clientes con preferencias sexuales no convencionales, a bares y a fiestas algo grotescas o simplemente a caminar por la calle. Todas las escenas tienen algo de siniestro, algo de absurdo, como si en lugar de una novela autobiográfica se tratase de una puesta en escena extravagante: una charla sobre arte con un viejo fascista que añora los tiempos de Mussolini, un viaje por Italia con una pareja australiana a la que el protagonista le sirve de guía turística, la pelea en un cabaret entre fanáticos del Inter y del Milan, y algunas otras escenas por el estilo.

A partir de los discursos y la inserción de algunos escritos de libros de Baron Biza padre (Raúl) hay constantes referencias al contexto político de los 60, a la proscripción del peronismo y a la figura de Eva, cuyo cadáver inmaculado y conservado parece ser una especie de contracara del cuerpo estropeado de Eligia (la madre del protagonista), que a su vez es una militante política anti peronista que fue encarcelada en los 40′ por enfrentar a Eva Perón. De esta manera la historia familiar y la narración adquieren espesor político y se insertan en la coyuntura nacional de la segunda mitad del siglo, pero con referencias constantes al peronismo y la época anterior a este.

El estilo prolijo y formal contrasta por momentos con el cocoliche utilizado en los diálogos y discursos en otros idiomas, que parecen una traducción literal al español del inglés o del italiano y contribuye a consolidar la extrañeza y la distancia respecto de la narración. Es un estilo algo frío, metálico, en donde cada detalle trivial adquiere la misma importancia que otros elementos más importantes. Estos procedimientos de utilización del lenguajes no son neutros, crean una atmósfera, delimita el universo en el que se desarrolla la narración y se mueven los personajes. Una atmósfera extraña, por momentos celinesca y por momentos kafkiana, pero singular, única y potente.

Se trata de una muy buena novela, monstruosa, cruda, ambiciosa y, sobre todo, bien escrita, porque es innegable que Jorge Barón Biza era un gran escritor, mejor que su padre Raúl. Como El Traductor de Benesdra o Las Varonesas de Catania, El Desierto y su semilla es uno de los rescates más estimulantes de la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX, no hay libros imprescindibles, pero no leer esta novela es perderse de algo.

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