Lecturas: El Buen Soldado

Así como Un día perfecto para el pez banana de Salinger representa el modelo de perfección del relato breve del siglo XX, existe cierto consenso en que El Buen soldado es su equivalente al género novelístico, una novela perfecta y redonda, el eslabón perdido entre la novela del siglo XIX y la del siglo XX. Hay que aclarar que no se trata, como podría sugerir el título, de una novela bélica. En la carta dedicatoria a Stella Ford que sirve de prólogo al libro, el mismo Ford Madox Ford narra sucintamente la curiosa casualidad que le llevó a titular de esa manera el libro. Llegué a esta novela por una recomendación enfática y entusiasta de un conocido, recomendación que agradezco porque no me decepcionó. Es una novela corta pero intensa y muy bien escrita.

El Buen Soldado fue publicada en 1915 cuando todavía dominaban los procedimientos decimonónicos en la construcción de la novela, por lo que se la considera rupturista en relación con esas formas de narrar. La principal innovación en cuanto a procedimientos formales es el paso del narrador omnisciente en tercera persona a lo que se denomina narrador no fiable y en primera persona. En efecto, el narrador es uno de los protagonistas de la historia y contamina toda la narración con su propia subjetividad, sus dudas, sus contradicciones y con hechos que está obligado a inventar porque no conoce y necesita llenar los agujeros para reconstruir la historia. Al principio del libro avisa que va a escribir como si estuviese en una cabaña, frente a un fuego, contando la historia en forma oral. Además la narración está desordenada, hay idas y vueltas, temas y hechos que el narrador olvida y a los que debe volver después, cuestiones que se narran dos veces, contradicciones, lagunas, olvidos, etc. Pero este caos narrativo es parte del procedimiento, es un desorden cuidadosamente construido, tal vez ahí resida la singularidad de esta novela, porque todo el tiempo uno parece estar asistiendo a un relato oral de una persona algo confundida, a la que los recuerdos y las fechas se le mezclan. Inclusive hay cierta interacción del narrador con el lector en algunos pasajes: pide perdón por el desorden, pide comprensión, apela a la paciencia de un supuesto interlocutor, etc. Es un narrador ambiguo, que duda permanentemente de lo que dice y contagia esas dudas al lector, dudas que terminan por ser fundamentales para el desarrollo de la trama. Es la primera novela que humaniza a la voz que narra.

Toda esa innovación en los procedimientos ya hace que la novela sea muy digna, pero además se trata de un texto superior, tanto por la forma como por el contenido. La historia es, como previene el autor desde un principio, una historia triste, una historia de amor y desengaño, de amistad y de muerte, de hipocresía y de adulterio, pero sobre todo es una historia triste. Los protagonistas son dos matrimonios, uno inglés y otro yanqui, que entablan una amistad de más de 9 años durante los cuales se desarrollan los sucesos centrales de la trama. No hay victimarios, pero son todos víctimas de sus propias circunstancias, no hay tampoco héroes, pero cada uno a su manera condiciona con su conducta los hechos. Sin embargo el personaje principal, el más contradictorio y bien logrado es Edward Ashburnham, un militar elegante y seductor cuya naturaleza lo lleva a enamorarse de cuanta mujer se le cruza en el camino. El narrador, John Dowell, por momentos parece ser un pobre imbécil que no se da cuenta de nada y que juzga todo con una ingenuidad sospechosa. Florence, esposa de Dowell, es una mujer bastante snob y sin escrúpulos cuyo pasado misterioso se va develando a lo largo de la trama tanto para el lector como para el narrador. Y Leonora, esposa de Edward, es una personalidad recta y conservadora que a lo largo de la historia se ve obligada a transformar su debilidad en fortaleza. Todos los personajes están muy bien desarrollados, lo cual es fundamental para que la trama conserve la solidez y la credibilidad. Hay, además, un contraste visible entre las costumbres de las aristocracias inglesa y yanqui y entre las formas de ver el mundo católicas y protestantes. Surgen por momentos críticas sutiles a ciertas convenciones sociales que el narrador deja deslizar irónicamente e instala a fuerza de repetición, por ejemplo dice varias veces en el libro que ellos eran “gente bien” (así entre comillas) para justificar ciertas conductas. Esas pequeñas ironías sólo contribuyen a confundir más a lector sobre la naturaleza real de Dowell que por momentos parece un idiota y por momentos parece estar por arriba de todo.

El texto está escrito con elegancia e inteligencia y está construído con una prosa sólida, prolija, equilibrada y a la vez ágil y magnética. La historia nunca deja de avanzar, y sin embargo las descripciones no escatiman en detalles y por momentos tiene modulaciones e imágenes poéticas extraordinarias. Supongo que la excelente traducción de Sergio Pitol ayuda un poco a que estos aspectos formales mantengan su fuerza, de todas maneras, por lo que pude ver, las traducciones de José Luis López Muñoz (Ed. Edhasa) y de Victoria León (Ed. Sexto Piso) no están nada mal.

El buen soldado es una novela redonda, perfecta en términos formales, estructurales y argumentales, es además un experimento rupturista con las formas convencionales de narrar de ese momento. Se trata de un libro sobre el adulterio, el amor y la miseria, es decir: sobre la naturaleza humana. Estamos ante una novela de culto, que anticipa mucho de la narrativa del siglo XX. Está a la altura de Don Quijote, de Crimen y Castigo y de las mejores novelas de Faulkner, Celine o Joyce. Es uno de esos libros que «hay que leer«.

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