Con esta novela la narrativa de Michel Houellebecq parece haber entrado, tal vez definitivamente (esperemos que no), en una especie de valle. Empezó con una novela muy buena (Ampliación del campo de Batalla), siguió con otra excelente (Las Partículas elementales) a la que le siguió tal vez su mejor obra: Plataforma, sus siguientes novelas fueron decayendo, no por la calidad si no por la repetición, se hizo previsible, y aunque Sumisión y El mapa y el territorio siguen conservando elementos narrativos e ideas singulares y muy interesantes, ya no fueron lo mismo. Con Serotonina, su nueva novela, el autor de Lanzarote parece haber tocado su piso narrativo. Dicho en otras palabras: esta es la novela más floja del efant terrible de las letras francesas. Pero esto es válido si comparamos esta novela con el resto de su obra, saliendo de ese micro cosmos literario particular, este libro, aun siendo el peorcito del francés, es mejor que gran parte de la narrativa de esta década que finaliza. Por lo tanto vale la pena leerlo aunque sepamos de antemano que no vamos a encontrar aquí al mejor Houellebecq.

¿De qué se trata Serotonina? Bueno, es la historia de un hombre que ha perdido todas las esperanzas, como la mayoría de los personajes de Houellebecq. Florent-Claude es un ingeniero agrónomo de 46 años que trabaja como consultor para algún organismo estatal en materia de políticas de protección para los agricultores franceses. Si bien ha logrado una cómoda posición material y profesional, su trabajo parece no tener demasiada eficacia: la importación de productos agrícolas de menores costos va sacando del mercado a los agricultores franceses año a año (probablemente la novela está situada temporalmente en un futuro inmediato, ya que se menciona a Argentina como uno de los orígenes de esos productos que inundan Francia gracias a los bajos costos y al tipo de cambio más competitivo, algo que evidentemente aún no sucede). Pero además de la falta de estímulos profesionales, la vida personal de Florent-Claude (nombre que el protagonista dice odiar por sus connotaciones femeninas) ha entrado en un pozo de mediocridad y apatía, y la relación sentimental que mantiene con una japonesa fría y esnob de clase alta está en fase terminal. Al volver de unas vacaciones en España, Florent decide cortar los últimos lazos que lo unen a su vida y desaparecer. Renuncia a su trabajo, cambia sus cuentas bancarias y, sin avisar nada, abandona el departamento que comparte con su pareja oriental, con quien ya no comparte ni siquiera la habitación. Pero en vez de abandonar la ciudad se recluye en una habitación de hotel en París. Para combatir la depresión visita a un psiquiatra muy singular que fuma durante las consultas y recomienda prostitutas, pero además le prescribe Captorix, un antidepresivo que libera serotonina e inhibe el deseo sexual. A partir de ahí hay una serie de escenas que incluyen anécdotas del pasado del protagonista, encuentros sexuales no consumados, viajes por las rutas francesas, encuentros con viejos amigos y protestas sindicales entre otras cosas.
Hasta aquí no hay nada muy diferente a las otras novelas de Houellebecq, un personaje ya maduro y hastiado de su vida burguesa, la lenta decadencia de los valores morales de la civilización europea, y una cuota no menor de nihilismo que envuelve la narración. El problema de esta novela es que no hay un vector narrativo claro, si en Plataforma, por ejemplo, aparecía el turismo sexual como trasfondo, en El Mapa y el Territorio el asesinato de un escritor, y en Sumisión el avance del islamismo, en Serotonina ese núcleo alrededor del que se van aglutinando todas las ideas no está claro, ¿es la soledad?, ¿es la desesperanza?, ¿son los antidepresivos? ¿es la situación de la agricultura francesa? ¿o nada de eso? La novela aparece como deshilachada, como si fuesen ideas mal amalgamadas. Es como si el autor hubiese agarrado varios textos sueltos de su carpeta “Mis Documentos” y los hubiese combinado para después corregir ese resultado antes de mandarlo a su editor. Hay una idea quizás que tenga que ver con el amor, o con el desamor, pero no está muy lograda.
Salvando este escollo no menor, el libro tiene todos los elementos que suelen caracterizar a la narrativa de Houellebecq: ironía, provocación, crítica velada a ciertas ideas progresistas de circunstancial vigencia y a ciertos movimientos del siglo XXI (al Podemos español o al #MeToo europeo), descripciones precisas de contextos políticos particulares, etc. Y hay escenas bastante crudas que también están destinadas a provocar a la corrección política burguesa, por ejemplo una protesta de agricultores franceses de la que el protagonista es testigo casual (en la que muchos ven caprichosamente una anticipación del conflicto de los chalecos amarillos), las prácticas pederastas de un perverso turista alemán, o un video casero con prácticas de zoofilia. Cosas así. Raras. Un tipo que vive en un castillo, el plan para asesinar a un niño, etc. También hay extensas y aburridas referencias a cuestiones turísticas y gastronómicas, e interminables viajes por zonas rurales de Francia. Cosas que sobran y se nota más por la falta de una dirección narrativa concreta de la que hablábamos. Pero bueno, es Houellebecq, ya se hizo una fama y cualquier cosa que envíe a la editorial será best-seller.
Recapitulando: Serotonina es la novela más floja de Houellebecq, le falta un núcleo narrativo, una dirección clara, una estructura más sólida. No obstante sigue siendo Houellebecq, su capacidad para provocar y para cuestionar ciertos valores está vigente, su idea sobre la social democracia y la decadencia de la civilización europea en particular y occidental en general está presente en esta novela, y hay elementos narrativos que podrían haber sido pasajes geniales de una buena novela. El libro puede abrirse en cualquier página y empezar a leer desde ahí, también puede servir como entrada a la obra del autor francés, pero definitivamente no es su mejor libro. Igual seguiremos esperando que se redima, en todo caso vale la pena darle otra oportunidad.
Mendoza, Abril de 2019