Lecturas: Bouvard y Pécuchet

La primera vez que leí este libro me aburrí un poco, me pareció raro, me costó terminarlo. Pero después me pasó algo extraño: con el paso de los días después de terminarlo fue como si algunas piezas se unieran lentamente y, de apoco, todo fue cobrando sentido, fue como si la experiencia de lectura tuviese efectos retroactivos. Pocas veces me pasó algo así con un libro, me gustó. Por eso cuando Cuenco de Plata sacó esta nueva edición traducida por Aurora Bernárdez, me dieron ganas de leerlo de nuevo. En realidad no sé si quería repetir la lectura o aquella extraña experiencia de efecto tardío. Entonces me compré el libro y volví a leerlo esperando repetir aquella experiencia. Pero los buenos libros cambian con el lector, y yo ya no soy aquel que leyó por primera vez Bouvard y Pécuchet. Esta vez la experiencia fue otra y los efectos inmediatos. Me gustó mucho más, me divertí y sobre todo, me ví en la novela y me pude reír de mí.

Bouvard y Pécuchet es una de las mejores obras de Flaubert si no la mejor, le llevó mucho tiempo escribirla, de hecho la estaba escribiendo cuando se murió y la novela está inconclusa y publicada en forma póstuma. Creo que Flaubert podría haber seguido escribiendo por años este libro, quizás, si hay algo después de la muerte, lo sugie escribiendo en algún lado. La historia es engañosamente sencilla: dos parisinos solitarios, se encuentran por casualidad un domingo y descubren que además de la edad comparten intereses, profesión (ambos son copistas) e ideas. Se hacen amigos y se van al campo a practicar la agricultura. A partir de ahí todo es una locura, fracasan como granjeros, se dedican a la jardinería, materia en la que también fracasan, luego al paisajismo, a la destilación, a la química, a la medicina, a la literatura, a la anatomía, a la política, a la religión, a la arquitectura, al esoterismo, al espiritismo, a la frenología, a la pedagogía, a la filosofía y a un puñado de disciplinas diversas y arbitrarias con sus derivados, en todas ellas fracasan. Y de esos fracasos está compuesta lo que caprichosamente podríamos denominar “trama”. Como mencioné más arriba, la novela está inconclusa y hay notas de Flaubert que contienen el plan para continuarla y finalizar en donde todo comienza: sus protagonistas terminan por dedicarse a sus profesiones originales: copistas. Pero en apariencia podría la historia podría seguir para siempre sin llegar a ningún fin, como ocurre, por ejemplo, con El Castillo de Kafka (también inconclusa) que potencialmente se prolonga en forma indefinida y tiende hacia el infinito del absurdo. Y como todo sucede en un sistema cerrado, endogámico y fuera del tiempo, en este momento Bouvard y Pécuchet podrían estar en algún lugar fracasando desde el siglo XIX.

Varias cosas hacen de esta novela un hito importante, a mi entender, en la historia de la literatura universal. En primer lugar, si bien desde el siglo XXI podamos leerla como una comedia de enredos absurdos, si contextualizamos la mirada a la época en la que fue escrita (segunda mitad del siglo XIX), se trata de una mordaz sátira de la burguesía europea de esa época y sus aspiraciones intelectuales. Hay tal vez una crítica al saber universal totalizante como vehículo para la práctica concreta y el progreso. Se dice que Flaubert leyó más de 500 tratados de las diversas disciplinas que practican Bouvard y Pécuchet mientras escribía esta novela, con el sólo fin de no entender nada, es decir para hacer esa apropiación superficial de conocimientos que practican los dos personajes del libro. Ese modo de apropiación, esa superficialidad es la que parece criticar la novela. Los saberes, conceptos y teorías que desfilan a través del libro pueden parecer obsoletos a un lector de nuestra época, y tal vez en ello resida cierta dificultad para comprender la irónica puesta en escena de Flaubert.

Por otro lado, hay una permanente representación del fracaso en la novela. Los dos amigos fracasan en todos sus intentos de llevar a la práctica los saberes adquiridos en forma superficial. No hay una real voluntad de conocimiento en ellos, más bien van pasando de una a otra disciplina por aburrimiento, por falta de constancia y por azar. Cada disciplina, cada temática que abordan los conduce directo al fracaso práctico y a la desilusión. Así pasan del fervor religioso al cuestionamiento de la existencia de un dios, de los métodos más progresistas de enseñanza a la imposición de una rigurosa disciplina casi militar a sus pupilos, de la filosofía al esoterismo; los intentos por llegar a un fin siempre fracasan. De manera que, tal vez anticipándose a Beckett, Flaubert escribe sobre el fracaso como único horizonte.

El tercer factor que hace de esta una novela singular es el lugar que ocupa dentro de la obra del autor. Flaubert fue un autor fundamental para la consolidación de la novela realista con Madame Bovary (realismo rural), con La Educación Sentimental (realismo urbano), con Salambó (realismo histórico) y con muchos otros de sus libros, sin embargo Bouvard y Pécuchet, su última novela, su obra póstuma, va en contra de ese realismo decimonónico, más bien es todo lo contrario. La trama está casi ausente, el tiempo no parece importar, de hecho el tiempo parece no pasar para ninguno de los personajes de la novela, ni para Bouvard y Pécuchet, ni para ninguno de los otros protagonistas que aparecen siempre iguales, siempre con el mismo carácter y, aparentemente, con la misma edad. Veamos: los amigos se conocen pasados los 45 años, van al campo y empiezan su derrotero por las distintas disciplinas, a veces hay referencias a los tiempos, a veces no, pero no parece una aventura de dos o tres meses, más bien pareciese que este itinerario de fracasos les lleva años y años, sin embargo nunca hay signos de envejecimiento, ni de madurez, ni de cambios paulatinos en el carácter, más bien todo lo contrario. Si en La Educación Sentimental el protagonista aprende de los errores y va forjando su carácter, en Bouvard y Pécuchet, los personajes nunca aprenden. Conservan intacta su ingenuidad cada vez que emprenden un nuevo camino. Esta aparente intemporalidad se suma a la desaparición del narrador, que toma distancia de los personajes y, de alguna manera, deja que se narren solos, lo que conspira con la identificación del lector y le da a la narración cierta frialdad monocorde, ajena también al realismo. De manera que uno de los padres del realismo, es el promotor de la ruptura con esta corriente, que se profundizaría con la novela del siglo XX. Flaubert se convierte así en el precursor de varias otras corrientes no realistas que vendrían después. En efecto, la novela es un artefacto autónomo, un sistema cerrado que funciona endogámicamente y sin la necesidad de un narrador o del vector cronológico. Todo se repite, después de un error viene otro error cometido de la misma manera, el fracaso es igual al anterior y al próximo. Los personajes son los mismos. Es como esas rutinas de Los Tres Chiflados o de los payasos de circo en la que se produce siempre el mismo gag con diferente decorado. Me pregunto si aquel famoso dúo cómico dela década del 50′, Abbott y Costello, no es continuador de Bouvard y Pécuchet.

Otro elemento que hace de esta novela una obra clave de la literatura es que encuentra ecos hacia atrás y hacia adelante. Le habla a la burguesía de su época, claro, sus lectores son la clase social que se pretende satirizar, en ese sentido se instala con fuerza en su propio presente. Pero también trae irremediablemente el recuerdo del Fausto de Goethe y su escepticismo respecto al saber humano, y de los otros dos célebres amigos Don Quijote y Sancho Panza, que, con una ingenuidad similar a la de Bouvard y Pécuchet, pretendían conquistar el mundo en base a los saberes adquiridos mediante la lectura de novelas de caballería. Y hacia adelante podemos encontrar, como dije, a Beckett en la imposibilidad de eludir el fracaso, a Kafka en la indeterminación (y, tal vez, en la imposibilidad de concluir la novela), a Joyce en la mezcla arbitraria de géneros, a Borges y sus bibliotecas infinitas, tal vez a Pynchon y Foster Wallace en las permanentes y largas digresiones. Y seguramente a muchísimos más autores del siglo XX. De todos ellos esta novela es precursora, lo reconozcan o no.

En el prólogo de la edición de Cuenco de Plata, se reproduce la famosa Vindicación de Bouvard y Pécuchet de Borges, que sugiere que, en el fondo, se trata de una novela sobre un par de idiotas. Tal vez sea cierto, pero prefiero leer esta novela como una novela sobre la amistad, sobre el fracaso como único horizonte, sobre la ingenuidad que encierra el entusiasmo por el conocimiento, y sobre la imposibilidad de aprender de los errores propios. ¿Quién, después de todo, no atravesó alguna vez un furioso raid por distintas disciplinas? ¿Quién no quiso tocar un instrumento primero, ser médico más tarde y aspirar a una disciplina deportiva antes de encontrar su verdadera vocación? ¿Cuántos de nosotros seguimos tanteando secretamente sobre la superficie del conocimiento humano en busca de un nuevo saber que nos permita salir de nuestras oscuras rutinas? Creo que es una novela importante porque, en definitiva, y aunque hable de la idiotez, como dice Borges, habla de todos nosotros. De algún modo todos somos Bouvard y Pécuchet.

Mendoza, Enero de 2019(*)

(*) Una versión anterior de este texto estuvo un par de meses colgada en internet en el espacio de un proyecto en el que, por razones que no vienen al caso, mi participación no prosperó. La presente versión tiene algunas correcciones menores, pero conserva la estructura y la idea original de la primera versión, por eso está fechado en la época de aquella primera publicación.