Lecturas: Solaris

Además de la novela más conocida del polaco Stanislaw Lem, Solaris es una de las obras angulares e imprescindibles de la ciencia ficción moderna. De hecho, creo que después de leer este libro, es difícil que una novela de ciencia ficción nos interpele del mismo modo (salvo, quizás, las de Philip K. Dick). Es una novela canónica y singular que excede los límites del género. Por momentos es una historia de amor, por momentos un drama psicológico y por momentos una novela de terror. Con esta novela el lector de ciencia ficción se recibe de adulto, pierde la inocencia, a partir de Solaris ya no será tan fácil convencerlo. Nada será lo mismo después de leer este libro.

Todo ocurre en un futuro lejano (o un presente distópico, da igual, pero parece más el futuro), el ser humano ha llegado a Solaris, un curioso planeta que orbita alrededor de dos soles, ubicado a años luz de la Tierra y con la particularidad de estar cubierto completamente en su superficie por un océano de una materia que no se sabe bien qué es. Y es importante para la novela este elemento, y más importante aún que no se sepa qué es. Durante un siglo Solaris ha sido objeto de atención de científicos y público común, alrededor de su funcionamiento se han desarrollado cientos de conjeturas y se han escrito miles de tratados que han multiplicado las variantes de esas hipótesis. Lo cierto es que, a pesar del tiempo y la cantidad de estudios, no se sabe casi nada de este planeta. Se supone que ese océano es un ser vivo que ayuda a mantener en órbita al planeta, pero no se conoce con exactitud el alcance de su “intelgencia”.

Después de muchos viajes y experimentos, la popularidad de Solaris está en declive y la humanidad ha dejado de prestarle atención. En el planeta solamente queda una estación con un par de científicos dedicados a controles e investigaciones de rutina. A esa estación llega, asignado Kris Kelvin, un psicólogo dedicado al estudio de la comunicación entre el ser humano y el planeta en cuestión. El protagonista y narrador (la historia está escrita en primera persona) ha dedicado su vida al estudio de la solarística y cree saber todo acerca del planeta al que acaba de llegar, pero los hechos le van a demostrar que en realidad no sabe tanto, que todos esos conocimientos acumulados en la tierra no son nada. A poco de arribar, Kelvin empieza a notar con extrañeza lo que en principio atribuye a un estado alucinatorio: la aparición de una ex pareja suya, muerta en la tierra diez años antes. La reacción inmediata de Kelvin es matar a lo que él considera una alucinación, pero después la mujer vuelve a aparecer y decide quedarse con ella. A la vez comienza a investigar la copiosa bibliografía que la humanidad ha producido sobre Solaris en busca de respuestas, respuestas que, por supuesto, no obtendrán él ni el lector. De a poco va comprendiendo que, lejos de ser una alucinación, la mujer es la materialización de sus culpas y deseos subconscientes. Descubre también que él no es el único que tiene un visitante de esta naturaleza, los otros dos científicos que están en la estación también tienen lo suyo, e incluso el hombre que él ha venido a reemplazar a la estación ha muerto en circunstancias dudosas pero relacionadas con este fenómeno. Aparentemente el planeta tiene la capacidad de hacer posible que ciertos recuerdos, miedos y traumas se materialicen; en torno a esa capacidad, a los mecanismos y las motivaciones de esa materialización gira toda la historia.

La novela está escrita de manera inteligente y sobria, nunca se pierde el ritmo ni el interés a pesar de los pasajes más teóricos e informativos. En algunas partes tiene aristas casi filosóficas acerca de la verdadera capacidad del ser humano para comunicarse con otro. Cada tanto, cuando Kelvin estudia algún libro, hay descripciones detalladas de ciertas teorías científicas acumuladas a través de los años sobre Solaris, este procedimiento (parecido el que utiliza Melville en Moby Dick) es una estrategia muy común en todos los libros de ciencia ficción extraterrestre, y se utiliza para describir el mundo, la época o los seres protagonistas de la narración; sin embargo, a diferencia de la mayoría de sus colegas, Lem ofrece en estos pasajes más dudas que certezas sobre el planeta Solaris, y esta es una de las características más singulares de esta novela: la imposibilidad para el ser humano de aprehender cómo funciona ese otro planeta, ¿es el planeta un ser vivo? ¿es el océano el ser vivo? ¿tiene consciencia? ¿tiene un lenguaje? ¿es posible que millones de años atrás Solaris haya sido habitado por individuos que evolucionaron hasta fundirse en una única y gigantesca conciencia?… nunca queda claro, cada uno puede adscribir a cualquiera de las hipótesis que han proliferado durante un siglo de solarística.

La originalidad de Solaris, dentro de la ciencia ficción, reside en que cuestiona el punto de partida del género: Lem parece decirnos con esta novela que es imposible atribuirle a lo inhumano características humanas, como hacen la mayoría de los libros sobre extraterrestres, en ellos los seres de otros planeta siempre tienen un cuerpo, un lenguaje, una motivación y una conducta más o menos comprensible en términos de lenguaje humano, en Solaris no se pueden identificar, pero tampoco se le pueden negar esas características a lo otro, a lo extraño, simplemente está fuera del alcance de la compresión humana. Lo no humano es inabordable para el pensamiento humano, escapa al lenguaje y, por lo tanto, a la capacidad de comprensión del hombre. No hay cómo designarlo con nuestro sistema de símbolos por eso ni los protagonistas, ni el lector sabrán jamás qué son exactamente ese planeta de dos soles y ese océano inteligente, ni cómo funcionan. Por eso creo que después de Solaris es difícil escribir ciencia ficción extraterrestre, al menos es difícil hacerlo como se lo hacía hasta ese momento.

La novela (como el planeta) ha sido objeto de diversas hipótesis: ¿Es una novela de amor? ¿es una novela sobre el desarraigo? ¿es una novela psicológica? ¿o es una metáfora sobre los límites de la comunicación con el otro? Lo genial de Solaris es que el lector deberá satisfacer esos interrogantes, ni la crítica, ni el mismo Lem pueden hacerlo. Se han realizado tres películas en base a esta novela una del soviético Nikolái Nirenburg en 1968, otra de su compatriota Andréi Tarkovski en 1972 y la más reciente (y pochoclera) la filmó el estadounidense Steven Soderbergh en 2002. Son películas muy distintas porque cada director hizo hincapié en aspectos distintos del libro, son lecturas distintas. Seguramente cada lector hará la suya. Y esta posibilidad hace de Solaris una novela única y enorme, mucho más que un clásico. Repito: hay un antes y un después de Solaris en la ciencia ficción. Estamos, a mi entender, ante una obra canónica e ineludible.

Mendoza, setiembre de 2019

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