Diario de un mal año (31)

Diario de un mal año (31)

08/01/2018 – Lunes

De repente todo en esta casa se ha vuelto hostil, los libros, que deberé sacar otra vez y meter en cajas (libros viajeros, han andado por todos lados) se me antojan innumerables, las fotos de los portarretratos de tiempos mejores parecen mirarme con una mueca burlona y cruel, los objetos intrascendentes que antes formaban parte de un paisaje cotidiano ahora es como si adquirieran un peso afectivo desproporcionado. Todo me lastima, por donde mire. La luz del día entra por las ventanas pero no sirve para disipar esta obscuridad en la que estoy hundido desde anoche. No dormí, traté de hacerlo, pero el calor, el monólogo interior descontrolado, los recuerdos, el dolor bestial y el silencio me lo impidieron. A las 4 salí a la calle, vagué por la ciudad dormida, hablé con vagabundos y con empleados de seguridad del turno noche, actué como un autómata en un lugar fantasma, no me quiero acordar mucho. Volví al despuntar el día, me acosté al lado de mi hijo y me obligué a no llorar, a no llorar nunca más por nada ni por nadie, me prometí que nunca más me iba a pasar esto, se lo prometí a él también. Después nos levantamos y jugamos a un juego de la Play Station que le había prometido. Hoy me duele él, solamente él, cada día sin verlo, cada hora lejos suyo será una tortura, él me vuelve frágil, ahora soy fácil de destruir y sé que tarde o temprano van a hacerlo, el amor tiene sus límites, el odio no, el odio es una máquina imparable.
Llaman amigos, amigos que nunca pensé que iban a estar, amigos de antes y de ahora, aparecen para apuntalarme, se han hablado entre ellos o han leído en internet. Sin planearlo, sin conocerse entre sí, tejen una red invisible que no impide mi caída al abismo, pero al menos amortigua un poco el golpe. Salgo a la plaza, hablo con Maciel mientras nuestros hijos juegan en una especie de arenero con columpios y tobogán, se vino hasta el centro, valoro eso, reconozco un gesto ahí, hoy es un día oscuro, no me gustaría ser otro y estar cerca mío. Después voy a Leviatán, están Raúl Cuello y el Tupac, charlamos un rato. Llega Terraza. Empieza a llover, un diluvio de verano, breve pero contundente, inunda todas las calles rápidamente, este desierto devenido en ciudad nunca estuvo preparado para tanta agua. El cuerpo empieza a ceder, el cansancio desplaza al dolor, se siente como alivio dejar de pelear, dejar de resistirse a lo inevitable, sé que el consuelo es momentáneo y no es consuelo, pero mientras tanto descanso un poco sentado en el sillón de la librería mientras afuera el cielo se viene abajo y enfría el asfalto. Cuando para el aguacero caminamos hasta Capri cruzando charcos, comemos pizza con gaseosa, charlamos de libros y de magia negra. Volvemos por San Juan, me dejan en la puerta del departamento, les agradezco el aguante y nos despedimos. Subo y voy derecho a la habitación a dormir. Hoy Guillermo Belcore, después de leer el registro de la semana pasada, me puso en Twitter una frase de Marcel Schwob: «No te enamores de tu dolor, porque no va a durar», me la repito como un mantra, me duermo aferrado a esa idea. Mañana volveré a leer, mañana volveré a escribir, mañana volveré a sufrir para superar este terremoto, ahora solo quiero dormir.

09/01/2018 – Martes

Una de las ventajas del dolor es su potencia arrasadora que, bien encaminada, puede ayudar a hacer grandes cosas. Yo no soy tan ambicioso, no creo estar en condiciones de realizar proezas memorables, pero esta vez he resuelto no detenerme a lamer mis heridas. Me levanto decidido a abordar un libro que tengo pendiente desde hace rato: Confesiones de una Máscara de Mishima, lo leí hace muchísimos años y me gustó, pero casi no recuerdo porqué. Lo saco de la biblioteca, pronto, cuando consiga cajas deberé sacar todos los demás libros y llevarlos a algún lugar, de sólo pensarlo me estreso.
Me voy hasta Dorrego, me dedico cuidadosamente a planificar mis próximos pasos, lo primero es volver a manejar, volver a tener un auto y el registro, le pido a mi hermana que me deje el suyo unos días, mientras se va de vacaciones, un Corsa viejo que era de mis padres y ahora usa ella. Me meto a internet a averiguar cómo es el tema del registro, pero alguna cosa me llama la atención y me cuelgo rebotando en la web por sitios de fotos viejas medio patibularias. Volvemos al centro tarde con mi hijo charlando de todo un poco. Me cuestan los últimos días en ese departamento, lo siento ajeno y hostil, pero quiero pasar tiempo con el enano y, además, todos los objetos que de alguna manera me completan están ahí, cuando los saque me iré y todo habrá acabado.
Recién después de cenar logro avanzar con el primer capítulo de Confesiones de una Máscara, qué importantes son las primeras frases de un libro, Mishima empieza así:

«Durante muchos años afirmé que podía recordar cosas que había visto en el instante de mi nacimiento. Cuando decía eso, los mayores, al principio, se reían; pero luego se preguntaban si intentaba burlarme de ellos, y miraban con desagrado la pálida cara de aquel niño tan poco infantil.»

Ese comienzo me hizo acordar a aquel personaje de Los Siete Locos: Bromberg, “El hombre que vio a la partera”.

10/01/2018 – Miércoles

Pasé la mañana en el departamento, peleando contra mis propios fantasmas, tomando mate, viendo TV. La verdad bastante mal, el monólogo interior se vuelve imparable, las conjeturas, los cabos sueltos que empiezan a unirse, esas cosas que pasan cuando uno no se dedica a otra cosa que a rumiar su propio dolor. Mi hijo se levantó tarde, después de las 11, ahí las cosas mejoraron porque me mantuvo entretenido, la clave está, creo, en no quedarse mucho tiempo solo. Fuimos a comprar cigarrillos, no sé qué problema ha habido, pero todos cobran precios distintos, no hay referencias y en algunos kioscos ni siquiera venden, buena excusa para dejar de fumar, buena excusa pero mal momento. El calor es insoportable, no es el clima seco de siempre, es un calor húmedo, pegajoso, bien porteño, tras una breve caminata de 4 cuadras volví mojado, me tuve que duchar e inmediatamente empecé a transpirar otra vez.
Después del mediodía recrudeció un poco el dolor, nos acostamos a dormir la siesta y dormí como 40 minutos profundamente, al parecer eso bastó para que la auto-tortura cese, me levanté tranquilo, con una perspectiva distinta, más despojada, más de aceptación. Como no quiero estar mucho tiempo en este departamento, salí cuando me relevaron de cuidar al niño, a caminar por ahí, a vagar hasta la noche, para llegar cansado directo a la cama. Me encontré con Gastón Moyano y su hija en calle Garibaldi, tomamos una cerveza en un bar de mala muerte, después caminamos hasta Leviatán y nos quedamos hasta que cerró. Fuimos con el Tupac hasta la terminal a acompañar a su novia, otra vez atravesé ida y vuelta esos túneles, nunca voy ahí y en las últimas semanas he pasado como 9 veces, me volví a acordar de Taglia. Caminamos por la humedad caliente de la noche, con el pavimento despidiendo un vaho cálido, poca gente en la ciudad. Charlamos en la parada del colectivo, y después no me queda otra que volver a entrar en el departamento. Necesito cajas para meter los libros, tiempo para hacerlo y un vehículo para subir esas cajas, espero tener todo resuelto para el viernes, más tiempo en este lugar me va a volver loco. Me quiero ir, quiero que toda esta transición incómoda termine de una vez. Hoy no leí casi nada.

11/01/2018 – Jueves

Día tranquilo dentro de las nuevas y provisorias circunstancias afectivas, familiares, emocionales, financieras.., circunstancias de mierda. El calor es insoportable desde temprano y me demoro tanto en salir que termino caminando al mediodía bajo el sol furioso hacia Dorrego. Me voy con mi hijo hasta el supermercado Vea a buscar cajas para meter ahí todos mis libros, de pasada le pido a un amigo de la infancia que me haga el flete el sábado, después me dedico a planificar mi arribo, también provisorio, a lo de mis padres. Volver a la casa de los padres tras un matrimonio fallido después de 12 años huele, se siente y se ve como fracaso, debe serlo. Nunca conocí nada ni remotamente cercano a un apogeo, y sin embargo, de alguna manera, me las arreglo para estar siempre en declive.
Le perdí el rastro al #Dante2018, no sé si el entusiasmo mermó un poco después del gran impulso inicial o si la gente de mi lista de contactos de Twitter se aburrió. De cualquier manera lo busco y veo que van por el Canto XI, en las inmediaciones del sexto círculo y Virgilio le explica a Dante lo que verá más adelante. También hay referencias a Bioy Casares y a Beatriz Guido, no sé porqué, no seguí los links.
En la tele lo de siempre: asaltos, inflación, movilizaciones, dólar y un clásico de enero: el Rally Dakar que me tiene re podrido. Traté de leer, no me pude concentrar con Mishima y terminé leyéndole en voz alta a mi hijo fragmentos de Los cantos de Maldoror, le gusta la poesía, alguna más que otra, pero en general le gusta que le lea aunque no entienda nada, siempre me lo pide y escucha atento y en silencio, a los tres años le leí de un tirón Cadáveres de Perlongher entero y me pedía que siguiese. Espero que no sea algo para preocuparse.
De tanto leer reseñas favorables y desfavorables me dio curiosidad y ahora considero casi imprescindible e impostergable la lectura de Stoner, mañana voy a pasar por la librería a gastar mis últimos pesos en ese libro y seguramente voy a mandar al freezer el de Mishima; igual con esos dos y el viejo Lautréamont tengo para entretenerme durante todo este enero de mierda. A ver si la literatura me salva, una vez más, del abismo definitivo.

12/01/2018 – Viernes

Arreglé todo, solamente tengo que esperar para irme de acá, para que todo haya terminado. Y mientras espero transpiro, y charlo con mi hijo. Nada en TV, noticias viejas, noticias de enero, películas malas, programas repetidos. Salgo a comprar cigarrillos con la idea de dar unas vueltas después, pero el calor me disuade de hacerlo y vuelvo al departamento de Don Bosco con una gaseosa. Leo, leo bastante a Saer y a Laiseca, cuentos sueltos, un poco ayudan a que el tiempo pase. Mi hijo mira documentales sobre represas hidroeléctricas en su tablet, le gustan las compuertas de los diques y mira eso en YouTube mientras yo duermo una siesta intermitente.
Más tarde voy hasta la librería y, no sin algo de culpa, compro Stoner de John Williams en la edición de Fiordo. Lo hojeo tomando una cerveza en un bar de calle San Juan. Después voy hasta la plazoleta Pellegrini y tomamos un par de cervezas más con Gastón Moyano y una amiga suya que se llama Juana y dice haber pasado tres meses o algo así en coma, la historia no me termina de convencer, pero tampoco tengo porqué no creerle. Más tarde vamos al Most, tomamos más cervezas, ellos parten a una fiesta o un recital y yo, que no tengo ganas de volver a pasar mi última noche en ese departamento que hasta hace unos días creí mi hogar, me quedo vagando en las inmediaciones del centro. Después nos encontramos con el Tupac, vamos a tomar la última cerveza de la noche y termino volviendo resignado y un poco borracho a este lugar en el que ya soy un intruso. Días de mierda, no terminan más.

13/01/2018 – Sábado

Me levanto temprano, es el último día en el departamento, hojeo un poco Stoner mientras desayuno y después me pongo a leer unos cuentos de Bolaño. Por la noche ha llovido mucho y la mañana está muy fresca y agradable en comparación con los días precedentes. La tormenta, además, ha cortado internet y el cable, por lo que me pongo a revisar lo registrado aquí durante la semana, encuentro todo aburrido, patético, deprimente y, encima, autorreferencial, tendría que borrar todo y dejar en blanco esta semana, pero me propuse registrar todo, pase lo que pase, durante un año entero y siento que esa promesa es lo único que todavía depende de mí, lo único que ha resistido al derrumbe absoluto de mi mundo, por eso sigo, después quién lo lea y qué piense me importa poco. Entonces sigo.
Recién a mediodía me traen cajas para los libros y me pongo manos a la obra. Desarmo la biblioteca, separo los libros que son míos de los que no lo son, los guardo en las cajas sin ningún criterio, con el único objetivo de terminar cuanto antes. Alterno capas de libros con capas de prendas para que alivianar las cajas y que no se desfonden. Se me acaban las cajas, uso las valijas y me entra todo perfecto. Hago todo el trabajo mecánicamente, parando cada tanto para tomar mate o fumar, sin pensar, sin escuchar lo que se me dice, como un autómata. A las 16:30, una hora antes de lo convenido con el amigo que me presta la camioneta, tengo todo listo. Cargo y descargo rápido, a las 18:30 tengo todo en el garaje de mis padres. Siento el cansancio mezclado con la derrota, el dolor físico combinado con la humillación a la que fui sometido. Vuelvo a esta casa después de muchos años, sin quererlo, porque no tengo otro lugar a donde ir, vuelvo sin mucho más de lo que me llevé, muchos libros y años más, mucha más desconfianza, menos entusiasmo. No estaré cómodo acá tampoco, pero al menos en este lugar no hay nadie contando los minutos para que me vaya. Algo terminó de romperse cuando bajé la última caja de la camioneta, me va a costar volver a confiar en la gente, lo mejor es no darle a nadie la posibilidad de decidir sobre la vida de uno, ese fue mi error de hace muchos años, ahora lo pago.

14/01/2018 – Domingo

A la noche me quedé hasta muy tarde mirando películas y tomando cerveza enfrente del ventilador a oscuras, como en los viejos tiempos. Por la mañana me levanto tarde, cerca del mediodía, ordeno algunas cajas y bolsos, todavía no sé dónde poner mis libros, creo que me voy a guardar en cajas todos los libros de historia y de economía que hay en la biblioteca de arriba. Después me pongo a leer, finalmente, el libro de Johnn Williams, Stoner. El primer capítulo está bien escrito, es la historia del personaje cuyo nombre da título al libro, el único hijo de una familia de granjeros pobres que va a la universidad a estudiar agronomía y termina estudiando literatura. El descubrimiento tardío de la lectura como si se tratase de un nuevo mundo, el amor instantáneo por los libros está muy bien narrado. Empezó bien, veré como sigue.
Por la tarde voy en auto a buscar a mi hijo y un par de cosas que se me quedaron en el departamento. Hacía muchísimo que no manejaba y pensé que me iba a costar un poco, pero se ve que hay cosas que no se olvidan tan fácil. Llevo al niño de paseo por las calles vacías de la ciudad, vamos hasta Godoy Cruz, después nos adentramos en Dorrego, compramos helado y vamos a lo de mis padres. Al atardecer, antes de devolver el auto, lo llevo de nuevo a su casa, me cuesta despedirme de él, me cuesta dormir en otra casa, recrudecen los dolores, el rencor, el odio, pero no tengo mucho que hacer al respecto. Me tranquilizo un poco manejando de vuelta. Después me quedo escuchando música en la computadora, ajeno a todo, hasta la hora de cenar. Nada más, en una semana me quedé sin nada, la peor semana en lo que va de este mal año.

Un comentario

  1. Te mandé Stoner a tu mail, hace unos días, igual mejor en papel. Ahora espero a ver qué te parece, me interesa tu opinión. Mientras leía pensaba: va a estar bien para este momento, lo va a acompañar, como una meñodía afín. También, ya que estás con Saer, pensé en Lo imborrable, Fíjate si lo tenes o algún amigo saereano te lo presta. Te lo pasaría, si anduvieras más cerca. Un abrazo, Maguila.

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