Diario de un mal año (23)

Diario de un mal año (23)

13/11/2017 – Lunes

Me voy a Dorrego con mi hijo por la mañana, no tiene clases por un festival artístico que organiza su escuela y al cual deberíamos asistir si no fuese porque en lugar de hacerlo en la escuela han decidido que sea en el estadio Polimeni, en Las Heras. Podríamos ir en colectivo, pero la única RedBus que hay en casa la necesita mi esposa para cumplir obligaciones laborales más importantes. O tal vez todo eso sea una excusa para no irme hasta Las Heras con 36 grados de calor. De manera que pasamos el día en lo de mis padres. Salgo a la calle a hacer compras y diligencias y me cruzo a un viejo amigo de la infancia, charlo un rato con él, ha tenido una vida relativamente tranquila, una transición suave entre adolescencia y vida adulta, sigue viviendo en la misma casa que fue de sus padres y en la que seguramente vivirán sus hijos, nunca se fue del barrio, quizás acertó, me da un poco de envidia. Nos despedimos con la promesa siempre falsa de juntarnos cualquier día de estos.
Algo pasó con los dos Leuco, esos periodistas padre e hijo de TN. No alcanzo a enterarme bien qué fue porque no presto demasiada atención, pero todos los canales están todo el tiempo con eso, repiten un discurso del viejo Leuco en un escenario. Hay mesas de debate sobre medios, un poco cansa esa obsesión autorreferencial del periodismo. Periodistas que hablan sobre periodismo, demasiada endogamia para algo tan poco importante. Los tipos se autodenominan trabajadores, laburantes, como queriendo asemejarse a la gente común, supongo que para empatizar con su público, pero no, no son gente normal, son una élite, tipos que cobran sueldos altísimos, tienen poder y lo ejercen, arman operaciones políticas por lo bajo, tranzan con cualquiera por información obtenida de manera ilegal…, en fin, igual a los políticos, a los empresarios, a los privilegiados de esta sociedad. Supongo que no será así para todos, pero al menos los que debaten en tele estupideces como el rol del periodismo o el futuro del periodismo, no son trabajadores comunes, son privilegiados discutiendo privilegios.

14/11/2017 – Martes

Salgo temprano, busco taxi en las inmediaciones de calle Vicente Zapata, tras esperar bastante consigo un remís. Dejo a mi hijo en lo de mis padres y sigo en el mismo auto hasta una clínica cerca de Godoy Cruz en donde un médico me tiene que hacer un pedido de estudio, para que me lo autorice una administrativa de la misma clínica, para que después me lo autorice la parte de oncología de OSEP y para que después de eso me lo autorice la parte de prácticas de OSEP. Es como salir a coleccionar firmas y sellos, lo mismo de siempre. En la clínica no está el médico que debe empezar la cadena (en realidad continuarla, porque vengo desde hace dos semanas con esto) con lo cual es imposible avanzar. En la parada del 5 me doy cuenta de que no tengo RedBus, podría subir, darle $10 a alguien y que me paguen el boleto, pero desde sus nubes de pedos, los que gobiernan esta provincia han decidido que la solidaridad en el transporte público es ilegal. Bajo caminando hacia el centro, en donde tomo un taxi, busco a mi hijo y vuelvo a mi casa con el tiempo justo para darle de almorzar y llevarlo a la escuela. A esta altura de los acontecimientos el mal humor y la frustración alcanzan sus límites máximos y, como siempre, me descargo con gente que no tiene la culpa de nada.
Más tranquilo, por la tarde, leo los diarios: carta abierta de Aníbal Fernández que se suma a la carta abierta de Marcos Peña, a la carta abierta de Julio De Vido, a la carta abierta de Pablo Echarri, a la carta abierta de Hernán Brienza, y vaya a saber a cuántas cartas abiertas más, todas publicadas en Facebook, todas diciendo cosas previsibles, aburridas, poco interesantes. La moda de mandar cartas al ciberespacio, un brote de incontinencia epistolar dice alguien en la televisión. Después viene la ridiculez de los periodistas que interpretan, glosan, comentan y analizan esas cartas buscando descifrar mensajes en clave, pero eso ya es harina de otro costal. Lo único cierto es que varios parecen haber empezado a pasarle facturas a Cristina Kirchner, lo cual no tiene nada de extraño teniendo en cuenta que el peronismo suele aprovechar sus periodos fuera del poder para saldar cuentas pendientes y que en política, tarde o temprano, las facturas se pagan.
Por la noche releo La Ruta de la Inversión (Daniel Durand, Gog&Magog, 2007) un libro de poemas apenas más largo que una plaqueta, me gusta Durand, este libro especialmente me hace acordar a cuando vivía en Buenos Aires, las mañanas lluviosas de sábado en otoño, volver tarde del trabajo con un libro nuevo y un par de cervezas de más, Avenida Rivadavia de noche, el aroma barrial que persiste en Boedo a pesar de los edificios, cosas así, aromas de algo indefinible, pequeñas rutinas olvidadas que son la materia prima de aquella vida, tan lejana y a la vez tan presente. Es bueno Durand, me gustaría tener más libros suyos.

15/11/2017 – Miércoles

Otro día de furia en Ciudad Suarez. Primero voy al banco a reclamar porque le bloquearon la cuenta a mi padre y no podemos sacar dinero ni transferirlo desde home banking, la burócrata antipática y ojerosa de la recepción me dice que el banco bloquea la cuenta porque se atrasó 48 horas en hacer la verificación de supervivencia, que debo ir con él a poner el dedo en la maquinita habilitada a tal fin. Le pregunto, por simple curiosidad, si se trata de una política del ANSES o del banco, al parecer el que decide unilateralmente bloquear las cuentas ante la duda es el banco, eviten el Supervielle, es de lo peor del ya de por sí ineficiente sistema bancario argentino. Después un calco del martes: ir a la clínica, esperar la firma del médico, la firma de la administrativa, OSEP etapa 1, OSEP etapa 2. A veces todo se parece a esos juegos arcade en los que uno intenta una y otra vez pasar una etapa, salvar el último obstáculo especialmente complicado, sin conseguirlo tras varios intentos, tras varias vidas y tiempo invertidos en ese obstáculo. Esta vez, después de tres horas de espera que aprovecho para leer un poco, consigo las firmas y el turno, paso a la etapa siguiente que es autorizar en OSEP, pero lo dejo para el martes de la otra semana. Vuelvo pensando en todas las dificultades que debemos afrontar los que vivimos en este país para lograr algunas cosas: los bancos funcionan mal, el sistema de salud funciona mal, las obras sociales funcionan mal, el transporte público funciona mal, los servicios públicos funcionan mal, los privados peor, todas las cosas que podrían funcionar relativamente bien funcionan mal, en todos los mecanismos fallan varios resortes. Jorge Asís suele decir que en este país todo termina mal, refiriéndose a los procesos políticos del último siglo, se podría hacer extensiva la afirmación a todo el resto del sistema, todo termina mal porque funciona mal, porque hay mucha gente que trabaja mal. Hay que adaptarse, no queda otra.
Por la tarde, tras almorzar en Dorrego, volvemos con mi hijo, al que no hice tiempo de llevar a la escuela, al centro. Vamos hasta Leviatán a buscar un libro que ya no está porque lo compró Gastón Moyano, entre fantasmas nos pisamos las sábanas, no nos queda otra. Me conformo con otro libro de poesía de Leónidas Lamborghini. Me demoro en la librería charlando con el Tupac y con Gastón Ortiz Bandes que llega un poco más tarde. Hablamos de un texto de García Helder que apareció en 1987 en el mítico Diario de Poesía, un texto muy bien argumentado contra el neobarroco, tal vez exagera un poco la impugnación, pero quién no exagera a los 26 años, de todos modos creo que ese texto ayuda mucho a entender el espíritu de la llamada poesía de los 90’ en Argentina: Rubio, Durand, Gambarotta, Casas, Cucurto, Desiderio, etc. Al caer el sol volvemos con mi hijo caminando por San Juan, le compro un helado y nos guardamos en casa. Día difícil, termino roto, me acuesto temprano después de leer un rato a Markson.

16/11/2017 – Jueves

De nuevo trámites bancarios por la mañana, logramos finalmente solucionar todo. Al desandar las dos cuadras que separan el antro previsional del Supervielle de mi casa, me voy encontrando con algunas personas conocidas y me paro a charlar brevemente con todos. Llego a casa con tiempo y preparo unos mates antes de preparar al niño para la escuela.
Después leo noticias económicas en algunos portales de internet. Todo es parche, todo es humo, las reformas no son tan buenas como dice el gobierno (algún medio oficialista llegó a adjetivarlas de “históricas”) ni tan catastróficas como pretenden algunos sectores de la oposición, en realidad son bastante neutras en todo sentido. Hay un optimismo es desmedido en ciertos sectores, incluso sectores no favorecidos por las políticas oficiales, la gente confía porque necesita desesperadamente creer en algo, tener esperanza, creer que hay un futuro, pero este gobierno, al menos en materia económica, no tiene mucho para ofrecer ni para mejorar, creo que en el fondo se conforman con no romper nada. También está el tema de Vaderbroele, el nuevo héroe arrepentido que buchoneó a sus cómplices a cambio de ciertos beneficios procesales. Me demoro investigando en qué consisten esos beneficios: le dan vivienda, le dan una suma de dinero mensual, le rebajan la pena potencial y dejan la prisión en suspenso, y le dan custodia. Supongo que si quisiera podría negociar tener libros e internet también, quizás cable y codificador de fútbol, no es mal negocio si uno está jugado. Pienso seriamente en la posibilidad de participar tangencialmente de alguno de los delitos contra el estado que se deben estar cometiendo ahora, para asegurarme en el futuro, cuando se conozcan esos delitos, entrar a un programa de ese tipo. Te pagan, te cuidan, te dan dónde vivir, tal vez hasta sea posible conseguir una Play Station, es genial. Pero no tengo acceso a la gente que actualmente cocina el guiso, será más adelante. Mientras tanto recuerdo que todo esto empezó por la esposa de Vaderbroele que también se transformó en heroína cuando denunció todo este desprolijo defalco del ex UCeDé. Son gente de Mendoza, tengo un conocido cuya novia es amiga de la pareja desde antes de todo esto, desde que eran tortolitos. Se comenta en esos círculos que la ex mujer del ahora arrepentido, prendió el ventilador porque no le dieron la de ella, que antes venía cobrando religiosamente. No sé si será verdad, pero no me extrañaría y, la verdad, yo hubiese hecho lo mismo, el silencio no es gratis.

17/11/2017 – Viernes

Relativa calma después de la semana intensa de trámites y diligencias, un remanso en el camino tal vez, porque todo esto sigue. En la escuela de mi hijo hay jornadas o algo así, no tiene clases hasta el miércoles. Me voy con él a cumplir con obligaciones rutinarias y después a Dorrego en donde almorzamos y pasamos la tarde en la biblioteca ordenando los libros del CEAL, la colección blanca de literatura universal. Encontré algunos autores que quería leer y no conseguía: Milton, Leopardi, Strindberg y un par más, me traigo todo eso y el libro de Marta Mercader sobre Manuela Gorriti que me dieron ganas de leer otra vez.
Terminé con La Soledad del Lector, algunas cosas: el título original es Reader’s Block, supongo que en inglés tiene sentido el juego de palabras con block de bloqueo y block de cuaderno que evidentemente se perdería en la traducción al español, de ahí, intuyo, la decisión de dejar al lector en el título y cambiar bloqueo por soledad, en todo caso no me interesa mucho averiguar eso, por lo demás la traducción de Laura Wittner parece ser excelente, como todas las de La Bestia Equilátera. Hay dos personajes principales: El Lector y El Protagonista. El primero vive en las inmediaciones de un cementerio, el segundo en una playa, ambos están solos, esperan, tal vez leen, subrayan, toman notas, o tal vez no, tal vez los fragmentos sólo están ahí, como relleno, nada es seguro porque en vez de novela hay apuntes sobre la novela. ¿El Lector es el autor de El Protagonista? ¿Es el mismo Markson? ¿Somos los lectores del libro? Tal vez todo eso. Todo es un bosquejo, ideas que no terminan de concretarse, lo único cierto es la soledad, una soledad y un aislamiento aparentemente voluntarios. Y de fondo la cita, la anécdota, la referencia. Algunos de los fragmentos del libro parecen dar pistas sobre sí mismo, por ejemplo: «¿Una novela de referencias y alusiones intelectuales, por así decirlo, pero casi sin novela?» o «¿O tal vez la ausencia de progresión narrativa más ese esquematismo de circuitos cruzados la conviertan en una especie de poema?» Así, tal vez las claves de lectura de la novela esté en la misma novela. Seguramente Markson no es el primero ni el último en utilizar este tipo de procedimiento fragmentario, pero lo hace bien, bloques de sentido, aparentemente sin relación, van produciendo sinapsis entre sí por contigüidad, ofreciendo nuevos significados. En una época de lectores acostumbrados a consumir información en pequeños fragmentos desechables, tal vez La Soledad del Lector ofrezca caminos alternativos para la lectura y la escritura de novelas.

18/11/2017 – Sábado

Paso la mañana tonteando en internet, leyendo cosas al azar, mirando noticias que no me interesan, videos viejos de Benny Hill en YouTube, reseñas  precarias de libros en GoodReads y cosas por el estilo.
Por la tarde voy a la alameda. Además de la feria de libros hay varios puestos de otras cosas (ropa, cerveza, comida, juguetes), me quedo ahí charlando con Taglia y Gastón Moyano, el sol nos obliga a ir cambiando de lugar cada tanto. Hablamos de los eventos y lecturas de literatura contemporánea, Taglia sugiere que la escasez de espacios de ese tipo obliga a los escritores mendocinos a coincidir a todos en los mismos lugares, a leerse entre sí, a relacionarse entre sí, y que por esa razón, de algún modo, todos están escribiendo igual a pesar de algunas diferencias superficiales. En principio no estoy muy seguro, pero en cierto punto coincido con Taglia. Avatares de la literatura de provincias, supongo.
Más tarde llegan Rosales y el Tupac y nos vamos a un bar cerca. Rosales me comenta que en Nanina de Germán García encuentra el germen de Durand. También hablamos de Novela elegíaca en cuatro tomos: tomo I, de Alejandro Rubio y de la llamativa falta de buenos narradores en Mendoza. Gran poeta Rosales, pero también es buen lector. Las horas pasan, algunos se van, otros llegan, primero cae Grasso y después Terraza, seguimos charlando de todo un poco y tomando cerveza Quilmes (2x$95). Grasso está leyendo Orificio de Nicolás Casullo, un libro que leí hace bastante y del que no recuerdo casi nada, salvo que me pareció la mejor novela apocalíptica escrita por un argentino, y también  El brezal de Brand de Arno Schmidt en la edición de Laetoli que tiene la misma traducción de Fernando Aramburu incluida en mi ejemplar de Los hijos de Nobodaddy que fue editado en España por Debolsillo y me regaló un amigo de casualidad; otro gran lector Grasso. Se hace la noche y tomo el primer colectivo hacia el centro y, mientras veo la ciudad pasar por la ventanilla, anoto mentalmente relecturas hacia adelante: Nanina, Orificio, Charlie Feilling, Arno Schmidt…
Después vuelvo a mi casa y vamos a comer a la esquina con mi mujer y mi hijo. La cerveza me aligera un poco la angustia, pero también me da sueño y llego a mi casa con las fuerzas justas para bañarme y acostarme a dormir.

19/11/2017 – Domingo

Hojeo novelas de mi biblioteca con la intención de entusiasmarme con alguna, pero no logro decidirme. Así se me pasa la mañana y termino leyendo el prólogo de Jimena Néspolo a El Pentágono intentando aplicar algunos de esos conceptos al libro de Makson que acabo de terminar. Después pierdo interés y me pongo a ver TV, no tengo ganas de leer a Di Benedetto, quiero una narración pura y dura, lineal, sencilla, ingenua, eso necesito, ya veré qué más hay.
Por la tarde mi esposa se va al Jumbo con el niño y yo parto a lo de mis padres a visitarlos y llevarles algunas cosas que me encargaron del centro. Me quedo un rato tomando café y fumando en la casa. Vuelvo caminando, haciendo el recorrido de siempre por las calles solitarias de la periferia, a la tristeza brumosa del atardecer dominical se suman la angustia y la impotencia por las circunstancias familiares y personales. Siempre hay alguien al que no le queda otra que hacerse cargo de lo que nadie quiere hacer, el boludo que no escapó a tiempo de la oficina, el que se quedó hasta el final de la fiesta, el que tiene que poner la cara, de alguna manera siempre hay algún gil que se hace cargo de la mierda. Y yo estoy medio cansado de tener ese rol en todos lados.
Llego a casa y me pongo a mirar el relato de Boca – Racing en TV, TyC ha vuelto a su vieja pasión de mostrar las tribunas mientras un mal relator va narrando el partido. Es una lástima que el fútbol haya pasado a ser un lujo de élites, en pocos meses se pasó de casi 8 millones de televisores que cada fin de semana miraban fútbol a 700.000 privilegiados que tienen para pagar los $1600 que se necesitan para tener cable, HD y fútbol. Democratizar de ninguna manera es estatizar, claro, y menos con 30% de pobres, pero tampoco se trata de convertir todo en bienes de lujo (electricidad, gas, libros, fútbol, bebidas alcohólicas, pasajes de colectivo…). Se me dirá que en todo el mundo se paga por el fútbol, es cierto, pero hay información reveladora que alguien puso en Twitter y muestra la falacia del argumento:

He ahí la falla de ciertos razonamientos. Así todo. A esta altura me da igual.

2 Comentarios

  1. Hace años un amigo me regaló La soledad del lector y recuerdo que empecé a leerlo con entusiasmo pero en algún momento tuve esa impresión de oquedad que veo que también compartís. Más no puedo decir, busqué el libro para ver mis notas al margen y me acordé de que se lo presté a quien me lo regaló y no volvió. Yo también le regalé algún libro que me interesaba para después pedírselo prestado, en fin, entre fantasmas.. .

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    1. Quizás al libro de Markson le sobran páginas, o tal vez se referencia en un universo cultural demasiado amplio y demasiado «alto», por momentos me pareció buena, en otros me aburrí un poco. Pero como procedimiento creo que funciona bien. Gracias por pasar Vero.
      Saludos

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