Lecturas: Manhattan Transfer

Alguien, no recuerdo bien quién, me dijo hace unos años que Manhattan Transfer era Los 7 locos yanqui; cuando encontré este ejemplar en la biblioteca de mi padre recordé esa frase y decidí leerlo, nada más alejado de la realidad, lo único que comparten la gran novela de Arlt con de Dos Passos es haberse transformado en clásicos y marcar un hito en sus respectivas literaturas nacionales. Pero más allá de la proximidad cronológica, las novelas tienen poco y nada en común. La de Arlt es una novela sobre la angustia y la traición, sobre la soledad y la locura; en cambio Manhattan Transfer es una novela vanguardista, una especie de panóptico cuyo personaje principal es la ciudad de New York.

Dejando de lado ese juicio erróneo Manhattan Transfer es, aunque no tenga nada de arltiano, un libro que vale la pena leer. Se trata de lo que en la actualidad suele denominarse como novela coral, aunque dudo que en ese entonces se usara ese término. En efecto, son decenas de personajes, múltiples historias, diversos puntos de vista y formas de narrar con una sola cosa en común: el New York de principios de siglo. La novela está conformada por escenas fragmentarias desarrolladas en la ciudad entre finales del siglo XIX y la década del 20′. Los personajes aparecen, los seguimos por un par de páginas y luego desaparecen, algunos vuelven más adelante, niños convertidos en hombres, pobres convertidos en ricos, pordioseros convertidos en cadáveres. Y otros jamás vuelven a verse en la novela. Hay algunos que aparecen con regularidad (Herf, Baldwin, Sally, Congo) en diferentes etapas de su vida, otros sólo se dejan ver alguna vez transitando la ciudad. Pero son todos actores de reparto, la única protagonista es New York, sus luces, sus sonidos, sus aromas, sus miserias, la ambición, el snobismo, muchas características que vovelerán a aparecer en el New York de los 80′ en La Hoguera de las Vanidades de Wolfe.

La idea de John Dos Passos, supongo que vanguardista para el momento de ser escrita, es narrar New York a través de estos retazos de historias personales. Y lo logra, ofrece una semblanza perfecta de la Gran Manzana en donde se invierten los roles: el paisaje es protagonista y los hombres el telón de fondo. Una traducción bastante aceptable permite traslucir una escritura eficaz y excelente, las descripciones son excepcionales y en algunos pasajes la ciudad parece cobrar vida más allá de las tribulaciones de los personajes que, repito, quedan sólo como decorado o como mero soporte de algo mucho más grande.

No es una novela entretenida, no hay tensión narrativa, no hay identificación posible con ningún personaje, ni contrato con el lector, pero es un libro que marcó una época, una forma de narrar y que además tiene interés histórico. Un clásico, no importa si envejeció bien o mal, sigue siendo un clásico.

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