La historia comienza con una promesa y la cima de una montaña. Dios, o quien sea, le dice a su pueblo que la montaña es el próximo objetivo, deben llegar a la cumbre y ahí sí (‘ahora sí‘, dice Dios) está la Tierra Prometida, una versión mejorada del Paraíso. Entonces comienza el éxodo que podría tratarse de la continuidad de aquel que ya figura en la Biblia con Moisés como protagonista, el Mar Rojo y todo eso. Miles de personas empiezan a caminar hacia esa cúspide, pueden verla a lo lejos, pero saben que la perspectiva los engaña y que el camino es largo y complicado. La caravana se va nutriendo de gente que se suma, la cantidad de personas caminando es cada vez mayor. El camino es tan, pero tan largo, que empiezan a pasar los años, las décadas, los siglos y el pueblo sigue caminando. La gente se acostumbra a vivir en esa eterna peregrinación, se resigna a no llegar con vida y enseña a sus hijos a seguir caminando hacia el pico de esa montaña, «ahí tenés que llegar, ¿ves?«, les dicen. Empiezan a morir las primeras generaciones y sus descendientes siguen caminando como les enseñaron, sin perder de vista el objetivo. Son cada vez más, se empiezan a relacionar entre ellos, tienen más hijos, forman familias enteras de peregrinos y sus vidas transcurren caminando. (Aquí inclusive podrían haber referencias o directamente pedazos enteros expropiados al cuento de Cortázar Autopista del Sur). Lo cierto es que pasan generaciones y generaciones sin que el pueblo llegue a la montaña.
Algunos hombres empiezan a cortar camino por el bosque y se pierden, algunos descubren por casualidad algún atajo, otros descubren maneras de andar más rápido con menos esfuerzo, otros buscan atajos y se pierden, algunos se resignan y se quedan en sus lugares esperando que sus hijos puedan re-emprender la marcha, otros empiezan a desconfiar y a caminar en otras direcciones y la mayoría sigue caminando. Pero en un momento determinado, un pequeño puñado de hombres empieza a sacarle ventaja al resto y se adelanta hasta la base de la montaña. Casi todos pueden ver cuando comienzan el ascenso, muchos se caen, algunos incluso mueren con la caída Muy pocos siguen adelante hacia la cima. La gente los ve a lo lejos, allá arriba, a punto de llegar, se han escindido del rebaño, ya no son parte de la masa. Empiezan a imitar, sin éxito, los procedimientos de esa centena de hombres. Mientras tanto los pioneros siguen quedándose y cayendo. A lo lejos puede verse un par que alcanzan esa cima tan ansiada. La gente se da cuenta de que es un lugar muy pequeño, que hay espacio para muy pocas personas, entonces todos empiezan a correr para adelantarse, pero chocan entre ellos, se caen, se pisotean y se lastiman o mueren de a miles. Se produce un gran revuelo, los que quedaron cerca de la base les gritan a los de arriba, les preguntan qué hay ahí en la cima, los otros tratan de acercarse. Pero básicamente todo es un gran caos.
En un momento los hombres que hicieron cumbre empiezan a bajar, la gente los mira con ansiedad y en silencio, los tipos siguen bajando y ya pueden verse la tristeza y la desazón dibujadas en sus rostros, caminan cabizbajos y lentamente, como apesadumbrados. Cuando cruzan a los primeros hombres, aquellos que están a mitad de camino entre la base de la montaña y su cumbre, los miran con pena. Ellos le preguntan «¿Qué hay ahí arriba?» ¿Porqué vuelven?» Los tipos levantan la cabeza, miran a la multitud de gente expectante y silenciosa y dicen: «Muchachos, nos equivocamos de montaña».