Lecturas: Cacería de Guanacos

Cacería de Guanacos

Hasta donde sé Rosana Gutierrez (Buenos Aires, 1963) reparte su rutina entre su casa de Hurlingam, sus frecuentes visitas a C.A.B.A. por razones laborales o meramente recreativas, y los vagones de la línea San Martín sobre los que, me consta, suelen germinar muchas de las situaciones y personajes que dan lugar a sus textos. Sus intervenciones críticas, sus relatos y sus poemas han aparecido en varias antologías y espacios literarios digitales. Escribe con cierta regularidad en sus blogs: White Trash (poesía) y Rescas (prosa). En 2008 editó su primer libro: Consideraciones acerca de Tutiplenes y otros frutos de mar (o directamente Tutiplenes), cuya experiencia de lectura intenté reflejar en un texto malísimo que inexplicablemente permanece entre los archivos de este blog. Cacería de Guanacos y otros deportes de riesgo es su segundo libro y los textos que contiene reflejan, sin dudas, una evolución respecto de aquella colección de tutiplenes.

Cacería de Guanacos

 

Cacería de Guanacos y otros deportes de riesgo está dividido en tres partes: la primera es la novela que da título al libro, la segunda es un conjunto de relatos cortos y la tercera una serie de textos todavía más breves que la autora bautizó con el nombre de tutiplenes, una especie de extensión de su primer libro. Cada una de estas partes, más allá de estar emparentadas por ciertos elementos formales, de estilo y de procedimiento, son autónomas y podrían dar lugar a libros separados, me gusta verlo así: un volumen, tres libros.

La novela: Cacería de Guanacos

Ciudadela se ha transformado en una república y, aunque continúa estando cerca de Ramos Mejía, no parece ser el mismo barrio del partido de 3 de Febrero que conocemos. Está rodeada de selvas, lagunas, volcanes y montañas. ¿Estamos en el futuro? ¿Estamos en una realidad paralela? ¿O tal vez en alguna civilización prehistórica? Más bien parece que se trata de otra dimensión, similar a la que conocemos, con leyes físicas y características culturales parecidas a las que rigen nuestro presente pero levemente distorsionadas, y estas pequeñas diferencias son precisamente las que crean extrañeza y fascinación por este universo narrativo que la autora ha creado para que habiten sus personajes.
La protagonista, una mujer viuda de tres maridos, llega precisamente a Ciudadela para participar de una cacería de guanacos organizada por la Agencia de Expediciones, Cacerías y Afines, ha contratado un paquete por internet en un sitio de descuentos y está entusiasmada con la cacería, pero en lugar de la oficina de viajes encuentra un puesto de choripanes. Allí emprende la búsqueda que se transformará en el motor de esta novela inclasificable que abreva en la ciencia ficción, en el género fantástico y en el road movie sin abrazar completamente a ninguno de estos géneros. Una búsqueda que, como se intuye desde el principio, llevará a otros lugares insospechados, para terminar, como se anticipa al comienzo de la novela, en Ramos Mejía, justo enfrente de Pinar de Rocha.
La búsqueda se va tornando kafkiana a fuerza de malentendidos y gags. La protagonista/narradora se ve obligada a atravesar paisajes que a veces son agrestes y a veces urbanos, pero casi siempre desiertos y exasperantes. Durante su deambular en busca de la agencia se cruza con personajes tan curiosos como grotescos: un psicólogo que reparte pizzas en una moto (el motopsicólogo), un pájaro parlante, un arriero salido de una canción de Yupanqui, el zorro de El Principito y otros más realistas, que bien podrían ser actores de reparto de nuestra cotidianidad, pero que en el particular universo narrativo de esta novela parecen no encajar del todo.

Ciudadela

Se podría destacar de esta novela la cantidad de recursos y registros narrativos que la autora logra ensamblar en una prosa amable y elegante sin que “se noten las costuras”, o la utilización de elementos literarios y términos en desuso que, lejos de darle una pátina anacrónica a la escritura, la hacen brillar aún más.
También se podría elogiar largamente la cantidad de referencias y guiños culturales a otros libros, a la música, al cine y a dispositivos y productos propios de la cultura popular. Inclusive hay guiños a personas que pertenecen al entorno de la autora que el lector pasará por alto pero que constituyen una sorpresa adicional para algunos amigos y conocidos, guiños subterráneos.
Podríamos, quizás, ponderar la naturaleza de su humor, por momentos irónico, por momentos naif, por momentos absurdo, siempre amenazando con desbordar la trama, dosificado de manera generosa pero nunca excesiva. No se trata del chiste tonto, es un humor que provoca risa y placer en el lector, pero que también le devuelve lo grotesco de su propia imagen, el reflejo del absurdo de sus propios comportamientos. En este sentido se pueden encontrar en la novela ecos de Woody Allen, de Les Luthier o del realismo delirante de Alberto Laiseca.
O podríamos quedarnos con lo meta-literario de este texto, la escritura sobre el acto mismo de escribir, la referencia a los mismos recursos literarios que utiliza la autora e incluso a otros que no utiliza. En algunas partes, la protagonista/narradora está incapacitada (por situaciones propias de la trama) de escribir y entonces toma momentáneamente el hilo de la narración Roberto, el Narrador Omnisciente, que escribe desde la tercera persona y le da continuidad al relato, pero evita ahondar en cuestiones oníricas y subjetivas “porque no cursó aún omnisciencia en sueños” para después apelar a la sensibilidad del lector pidiéndole seguir en la narración antes de devolvérsela a la protagonista. De esta manera la autora se ríe de la sacralización excesiva de la literatura y sus procedimientos, e ironiza sobre la solemnidad y la ampulosidad que se suelen utilizar para referirse a los libros y a los autores. La literatura es, para ella, gozo, una celebración para disfrutar y compartir, lo contrario de una disciplina religiosa o protocolar.
Estas y otras particularidades de Cacería de Guanacos, o la combinación de todas ellas podrían ser tema de análisis mucho más profundos e interesantes, sin embargo creo que aquello que la convierten en una buena obra literaria es la forma, el lenguaje que va creando un universo particular, un habla, una manera de escribir que le otorga a cada párrafo cierta impronta poética. Esto no resulta extraño dado que Rosana Gutierrez es, ante todo, una gran poeta, basta leer algunos de sus poemas para percibir el talento con que dota a las palabras de brillo y musicalidad y crea imágenes y sensaciones propias de la poesía, de allí viene la autora y, no sé si voluntariamente o no, esa vocación se ve reflejada en esta novela. La trama, los personajes, el humor, la experiencia personal y cada uno de los elementos que la componen son meras excusas para trabajar con el lenguaje, para hacerlo brillar, para conferirle a las palabras una belleza única; en definitiva: son excusas para lograr lo que todo poeta persigue: una dimensión estética universal.
Por eso creo que Cacería de Guanacos puede ser leído también como un largo poema, como una enorme parábola de un viaje y una búsqueda que, en definitiva, emprendemos todos, de una u otra manera, al llegar al mundo.

Los relatos: Otros deportes de riesgo

Casi todo lo dicho sobre la novela es válido también para el conjunto de relatos que componen la segunda parte del libro. Las tramas son heterogéneas, pero el estilo y el registro poético se mantienen a lo largo de todo el libro. No son cuentos tradicionales (comienzo-nudo-desenlace), si no textos de variada longitud e intención. En la mayoría de estos relatos hay una pátina onírica y supongo que todos, de una u otra manera, provienen de la experiencia cotidiana de la autora atravesada por su inagotable imaginación.
Así un viaje a Tigre con una amiga se transforma en una extraña expedición a California, la inscripción apenas entrevista en la cartera de una pasajera del tren se vuelve una cuestión de vida o muerte, un simple inventario de las novelas más conocidas de Julio Verne sirven de excusa para narrar el abandono de un padre de familia, o uno de los tantos suicidios en hora pico en las vías del tren, motivan una original propuesta para organizar a los suicidas.
Quizás el corazón de esta segunda parte del libro sea el cuento Yodo, el relato más largo, más narrativo y convencional de todo el conjunto. El estilo y la intención de este texto se diferencian del resto: hay una trama más identificable, el humor queda en segundo plano y no desborda la narración, y no hay elementos fantásticos. Sin embargo estos matices no le hacen perder cohesión con el resto del libro, por el contrario reafirman el talento de la autora para variar el tono de su escritura, y también le permite introducir ciertas reflexiones sobre los procedimientos de escritura que ayudan, quizás, a entender su literatura. La cantidad de ideas que introduce sigilosamente en la narración y el giro final sorprendente emparenta un poco este relato a un pequeño ensayo autobiográfico sobre la visión literaria de la autora.
La heterogeneidad propia de una colección de relatos en contraposición con la novela, le permite a Rosana experimentar con distintos registros y tonos sin resignar su estilo personal que a esta altura del libro es fácilmente reconocible.
Insisto en que esta colección de textos breves podría ser un libro aparte, separado de la novela, pero esas son decisiones editoriales, comerciales, presupuestarias y no estrictamente literarias.

Rosana Gutierrez

Los tutiplenes: Yapa

Como dije, esta tercera parte del libro está formada por una colección de textos cortos, cuyo nombre y naturaleza la convierte en una extensión o bonus-track de su libro anterior. Para quienes no lo hayan leído, los tutiplenes son textos muy cortos (de media página como mucho) que están clasificados según criterios arbitrarios (Tutiplenes Neurolépticos, Tutiplenes cósmicos y populares, etc.). Darle un nombre y una clasificación a estos pequeños textos es un acierto, ya que no existe etiqueta o género que los contenga. Hay de todo en el universo de los tutiplenes desde definiciones propias de un glosario hasta micro-cuentos. Pero no son micrecuentos, ni son aforismos, son….tutiplenes.
Si alguna vez leyeron consejos para escritores sabrán lo que es tomar notas de todo. Si, además, alguna vez intentaron con un nivel aceptable de perseverancia escribir, sabrán lo difícil que es transformar esas notas en algo útil. Y si alguna vez intentaron escribir un poema, sabrán lo difícil que es buscar las palabras exactas para expresar lo que esas notas esbozan. Supongo, y es solo una especulación personal, que los tutiplenes son el resultado de esos procesos, miles de notas tomadas al pasar, trabajadas, pulidas y transformadas en pequeños artefactos literarios que podrían o no encajar en una narración o en un poema. Son textos que buscan volver literatura hechos cotidianos nimios, insignificantes y triviales. Son epifanías, objetos, conceptos, experiencias o epifanías sobre experiencias, objetos y conceptos en los que la mayoría no reparamos. Condensan toda la intención literaria de los cuentos y de la novela pero con menos palabras y más precisión.
Aquí, al ser textos tan cortos, se nota un trabajo mucho más puntilloso con la forma, con el lenguaje, con el ritmo, con las palabras y las imágenes que éstas van construyendo. Por eso creo que, en definitiva, no estaría mal definir a los tutiplenes como pequeños poemas en prosa.

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Resumiendo: Creo que este libro puede satisfacer a diferentes tipos de lectores porque puede ser leído en varios planos. Funciona como literatura de aventuras, de humor, de ciencia ficción, como búsqueda de formas literarias e, incluso, como colección de poemas. Es en definitiva un libro sobre el propio acto de narrar, iconoclasta e inclasificable, como las grandes obras.
Indudablemente la mejor literatura circula por los márgenes del mercado, la crítica y la academia, Cacería de Guanacos y otros deportes de riesgo, es prueba de ello. No se lo pierdan.

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