Diario de un mal año (17)

Diario de un mal año (17)

02/10/2017 – Lunes

Temprano hago trámites bancarios vía Home Banking, por suerte, porque ir a los bancos argentinos es una tortura. De fondo la publicidad del Banco Nación en la tele dice que hay un crédito hipotecario cada 2 minutos, sé que debe ser un dato falso, como mínimo engañoso. ¿Cada 2 minutos desde cuándo hasta cuándo? ¿Se cuenta el horario laboral del banco o todo el tiempo de corrido? ¿Cuál es el monto de esos créditos? ¿Quiénes los están obteniendo? ¿Son créditos para compra o para construcción? ¿Qué porcentaje de la vivienda se financia? Suponiendo que todo sea cierto, que haya un ritmo de un crédito cada 2 minutos a partir del 1/1/17, el año tiene 525.600 minutos, lo que equivale a 262.800 créditos al año, es decir que el crédito hipotecario sólo con el Banco Nación estaría acumulando bastante más de 1.000 millones de pesos mensuales (siendo conservadores y calculando el monto promedio del crédito de $500.000, que no alcanza ni para una casa de chapa), es cierto que el crédito hipotecario se incrementó respecto del año pasado, pero me parece que esa cifra es algo exagerada, al menos si se la compara con la información del BCRA. Seguramente esos 2 minutos de la publicidad deben ser engañosos, la verdad es que si el gobierno va a empezar a hacer campaña con publicidad engañosa lo mínimo que pido a cambio es que el fútbol sea gratis. Reviso otros datos, según un informe de mayo de este año del Instituto de la Vivienda el déficit habitacional en Argentina es de 3,5 millones de viviendas, se necesita bastante más que un crédito cada dos minutos para levantar ese muerto.
A la siesta me junto un rato con Antich, nos encontramos en la plaza Italia y caminamos hasta Imagen Galería que ahora parece haberse convertido en un bar. Tomamos una cerveza en las mesas de la vereda ubicadas justo en la esquina de Suipacha y Tiburcio Benegas, enfrente de los viejos depósitos ferroviarios. El paisaje ha cambiado mucho en esa zona desde la última vez que estuve de día, las casas viejas han sido restauradas o reemplazadas por construcciones más modernas, ahora hay pequeños edificios de tres plantas, algunos dúplex y un par de locales comerciales, en el lugar donde antes había un enorme paredón pintarrajeado y flanqueado de yuyos altísimos ahora hay un enorme complejo de edificios en construcción con balcones que dan hacia el oeste, las obras se extienden varias cuadras hacia norte y hacia el este, pronto esa parte de la ciudad será una zona residencial de clase media alta. Antich me cuenta que se ha mudado a Villanueva y que está escribiendo narrativa, me pasa los tres primeros capítulos de una novela que empezó hace un tiempo, y un nuevo libro de poemas que a primera vista está bastante bien. Un par de horas después, relajados por la calidez del sol y las cervezas, volvemos caminando lentamente por Belgrano hacia el sur y nos despedimos en Patricias y San Lorenzo con la promesa de juntarnos más seguido. Leo por arriba esos capítulos de la novelita, escribe bien Antich, es probable que cuando encuentre un poco de paz y tranquilidad se transforme en el mejor narrador de su generación.
Ya en casa, tras dormir una mini siesta, agarro la novela de Ford Madox Ford y me hundo en ella un par de horas, sin darme cuenta estoy llegando al final y, como no quiero que se me termine, dejo unas páginas pendientes y me pongo a leer cosas sueltas mientras miro de reojo el programa de Alejandro Fantino.

03/10/2017- Martes

En las redes sociales todo parece girar en torno a la daptación cinematográfica de Zama que hizo Lucrecia Martel. Probablemente por ser mendocino, con muchos contactos mendocinos y porque Antonio Di Bendetto es un autor mendocino, mi muro muestra mayoritariamente comentarios sobre la película. Todos parecen tener algo para decir sobre ésta, la mayoría boludeces, claro. Di Benedetto es la efigie de la literatura mendocina, nuestro exponente más conocido, fue un buen escritor, pero después de leer a Alberto Rodríguez (h) creo que, además de más representativo de la literatura provincial, es un escritor muy superior a don Antonio, de hecho creo que Matar la Tierra merece más una adaptación cinematográfica. Pero es cuestión de gustos nomás. A lo que iba: me tienen bastante podrido con las exégesis improvisadas y los links sobre la película, van a terminar por hacerme ver la película y releer la novela, porque así de influenciable soy a veces.
El día transcurre sin demasiadas novedades, voy y vuelvo dos veces desde y hacia la escuela Quintana, San Lorenzo enterita, ida y vuelta, como todos los días, o casi todos los días, la rutina a veces agota, sobre todo cuando hay que ejecutarla a pie. Entre medio leo en forma salteada y aleatoria La soledad del lector de David Markson, una novela fragmentaria y extraña, escrita con párrafos cortos y aislados, la mayoría con anécdotas sobre escritores, músicos y artistas, un libro rarísimo pero magnético que vale la pena tener siempre a mano.
Más tarde Mario Japaz me pasa un link por el chat, es una noticia de Clarín que se titula «La Paz, el poblado colombiano donde la vida se tasa en gramos de coca», se trata de una pequeña aldea de 300 habitantes detenida en el tiempo, y en donde no existe el estado. Sin luz eléctrica, sin agua potable, sin hospitales y, lo curioso, sin moneda, el poblado parece condenado a vivir en el siglo XIX salvo por un detalle: la mayoría de la gente se dedica a cultivar coca y a preparar la base de la cocaína. Los únicos que llevan efectivo a esa aldea son los traficantes que compran esa base, por lo que la moneda de cambio es el gramo de alcaloide, usan balanzas electrónicas en lugar de cajas registradoras, el gramo equivale aproximadamente 70 centavos de dólar. Una chica dice que guardan el efectivo para casos de emergencia porque no hay, por eso la coca es el instrumento intermediario de intercambios. El ribete tragicómico de la nota está al final, en donde los colonos se quejan de no tener rentabilidad, dicen que les pagan demasiado poco por su producción primaria en relación a sus costos y al precio de mercado, igual que los pequeños productores agrícolas argentinos, una nueva prueba de que los intermediarios son los que hacen subir los precios. En una misma nota dos ejemplos para enseñar teoría económica, una maravilla, noticias que se nos escapan entre tanto humo político.
Ya de noche, tras cenar comida chatarra, me pongo a leer un rato los cuentos de Briante y algunos poemas de Viel Temperley. Después chequeo el spam de mi cuenta de correo, leo un poco las cosas que la gente pone en Twitter y me voy a acostar.

04/10/2017 – Miércoles

Mañana algo movida con trámites y algunas tareas domésticas como colgar la ropa y cosas así. Después pierdo bastante tiempo tratando de averiguar si van a suspender o no las clases del turno tarde por el viento zonda, finalmente terminan por suspenderlas. Relajo un poco los horarios de almuerzo y voy con el niño hasta el café Beirut a tomar una cerveza con mi amigo Guille que está haciendo tiempo para irse a San Rafael. Después, cuando las ráfagas de viento amainan un poco, nos vamos caminando a Dorrego a visitar un rato a mis padres. El viento zonda me hace cambiar la percepción de la realidad, es como si enfocara todo otro plano, con otro lente. Más allá de las previsibles variaciones materiales en el paisaje (gente tosiendo o restregándose los ojos, tierra suspendida en el aire, escasa visibilidad, ruido de árboles), sufro una especie de desplazamiento de la subjetividad, ansiedad para juzgar las ideas, vacilación para tomar decisiones, cierto pesimismo y resignación…, supongo que soy yo, o tal vez es como leí en Twitter: se concentra demasiada carga energética en la atmósfera y eso afecta negativamente las neuronas. De todas maneras volvemos sanos y salvos a casa, pero el niño está demasiado excitado y yo demasiado tenso, con lo cual termino reprimiéndolo excesivamente por pegarme con una silla en el brazo.
Después me pongo a leer y liquido en un rato las páginas que me quedan de El Buen Soldado. Es una historia corta pero intensa y muy bien escrita. Para nosotros, lectores tardíos, lectores del siglo XXI, es difícil dimensionar el carácter rupturista y experimental de esta novela en cuestiones formales y de procedimientos. Dejando esos temas para los críticos y estudiosos de la historia literaria, el libro tiene mucho más para ofrecer. Es una novela potente, poética y muy inteligente. Si uno busca en internet reseñas sobre El Buen Soldado va encontrar mucha referencia al célebre “narrador no fiable”, aparentemente utilizado por primera vez en este libro, pero el personaje que se constituye a partir de ese narrador (fiable o no) es extraordinario y la manera en que narra la historia también. El buen Soldado es una novela sobre el amor y el matrimonio, sobre la hipocresía y el adulterio, sobre el fracaso y la miseria humana, ningún personaje es victimario, pero todos son víctimas. Es extraño que este libro de culto no sea tan leído como otros clásicos del siglo XX, es una de esas novelas redondas que se acercan a la perfección formal y estética, seguramente lo volveré a leer.
Cansado y ansioso, trato de relajarme un poco cuando todos se van a dormir, escuchando a Ryuichi Sakamoto mientras leo entradas viejas en  La periódica revisión dominical, un blog discontinuado que supo ser de los mejores. Termina un día áspero, ventoso y áspero.

05/10/2017 – Jueves

Las urgencias deportivas opacan bastante la noticia: Kazuo Ishiguro, un japonés que vive en Inglaterra y escribe literatura británica o, dicho de otra manera, un escritor inglés nacido en Japón, ganó el Nobel de literatura 2017. Se especuló, como todos los años, con Pynchon, Phillip Roth y Murakami entre otros, también leí a algunos ingenuos vernáculos entusiasmados con la remota posibilidad de que se lo dieran a Aira, pero finalmente fue para Ishiguro de cuya literatura no tengo opinión porque no he leído absolutamente nada y no pienso hacerlo, al menos en el corto plazo.
Después de la extraordinaria novela de Ford Madox Ford me cuesta encontrar otra que me entusiasme. Siempre estoy leyendo algún libro central que funciona como núcleo y al que le dedico más tiempo (por lo general una novela), a la vez voy sumando lecturas periféricas, complementarias, como fugas (por lo general relatos breves, ensayos, crónicas), libros que tal vez demandan menos compromiso y continuidad por su carácter fragmentario y que, por ese motivo, tardo más en leer. Además siempre estoy con algún libro de poesía que es otro universo. En los últimos meses estuve con varias novelas absorbentes (Arlt, Tolstoi, Kafka, Denis Johnson…) y fui dejando sin terminar muchos otros libros que se han ido acumulando en una pila sobre la mesa y en la sección currently reading de la tablet. Hay algo que me molesta en la acumulación de cosas sin terminar, por eso decido terminar todo lo que tengo empezado, incluyendo los libros de poesía, antes de empezar otra novela larga. De esta manera me paso el día alternando textos de María Moreno, Harold Bloom, Miguel Briante, Joe Bageant, Roberto Arlt, T. S. Eliot, Bruce Cook, Viel Temperley, David Markson y los poetas beat. Leo bastante, me refugio ahí, en esos universos ajenos, en esas texturas disímiles. He escuchado a muchas personas decir que la literatura les salvó la vida, siempre me pareció una aseveración bastante exagerada, no obstante en los últimos meses la lectura me ha ayudado mucho a suavizar una realidad que por momentos se ha puesto algo áspera, no sé si los libros que leí me salvaron la vida, no creo, pero en algunos momentos sí me mantuvieron a flote, me sirvieron de fuga y amparo, de antídoto contra la neurosis.
Por la noche, como todo el mundo, me pongo a ver el partido Argentina – Perú, a priori sin muchas expectativas porque realmente me importa un bledo si la selección juega o no el mundial, pero a medida que pasan los minutos me contagio de la ansiedad reinante y termino puteando por el empate y por la lesión de Gago (se rompió los ligamentos cruzados y no va a poder jugar en Boca por 8 meses). Finalmente Argentina empató y ahora sí comprometió seriamente sus chances de ir al mundial de Rusia, en los próximos días proliferarán los improvisados directores técnicos que todos llevamos dentro explicando (con el diario del lunes, claro), en qué se equivocó Sampaoli, va ser mejor evitar hablar de fútbol por unos días. Además con Argentina fuera del mundial, los partidos codificados y la A.F.A. bajo el control de los impresentables Tapia, Angelici y Moyano, lo más probable es que el fútbol argentino entre en una etapa de decadencia y lenta extinción, similar a la que sufren el resto de las cosas de este país.
Antes de acostarme me pongo a escuchar el último disco de Juana Molina, Halo, que me pareció excelente, mientras leo en Jot Down Cultural un artículo sobre el enorme Antonio Porchia.

06/10/2017 – Viernes

Buscando en el desorden de mi biblioteca un libro de Beckett que prometí prestarle a Taglia, encontré tres ejemplares que había olvidado que tenía: El idioma de los gatos, un libro de cuentos muy cortos pero extraordinarios de Spencer Holst; El castillo de Otranto, una novelita que es la madre de toda la literatura gótica y de terror, (incluyendo a Poe) de Horace Walpole; y Cerdos&Peces. Lo Mejor, la selección de textos que hizo Symns para Cuenco de Plata hace unos años. Hojeo un poco la antología, hay textos muy buenos y algunas entrevistas también excelentes, los voy marcando. Después me detengo en las editoriales de Symns y me parecen algo ingenuas, un poco tontas. Recuerdo haber leído en casa de un amigo algunos de esos textos en los 80’ tardíos, cuando la revista ya se había transformado en una publicación de culto, era difícil conseguirla en Mendoza (al menos a mí me costaba encontrarla), a veces las traía un kiosco de revistas de la terminal, la tenía escondida, como si fuese una revista pornográfica. Los textos de Symns me revelaban a mí, ingenuo adolescente de clase media, el lado oscuro de un mundo que me asustaba y me fascinaba a la vez, los devoraba no sin algo de culpa. Eran provocadores, se metía con los tabúes: drogas, homosexualidad, prostitución, pedofilia, marginalidad, cárceles…, hablaban de lo que en la Mendoza híper conservadora de los 80 no se podía hablar sin escandalizar. ¿Ha cambiado tanto la cosa como para transformar en un jueguito de palabras naif lo que antes sublevaba inclusive a los más permisivos? Como sea, es raro mirar con cierta ternura y condescendencia algo que recordaba haber leído con avidez, sorpresa y estupor. De cualquier manera me pone contento reencontrarme con esos libros, el de Walpole también lo voy a leer de nuevo, probablemente con el mismo resultado que el de Symns.
Después de pasar un rato por la librería Leviatán y de tomar un par de cervezas con el Tupac, vuelvo a casa un poco cansado y como toda la televisión parece abocada a analizar las probabilidades que tiene Argentina de ir a Rusia 2018, me pongo a boludear un rato en internet. En referencia al Nobel de Ishiguro Guillermo Belcore puso en Twitter: «Hay un solo escritor británico (bueno, correcto, pero no genial) con distinto nombre: Ishiguro, McEwan, Barnes. Amis, Kureishi…», la concisa definición me resulta exquisita y muy ilustrativa, los buenos novelistas ingleses contemporáneos son eso: buenos escritores, correctos, prolijos, efectivos, tienen un puñado de páginas interesantes y se parecen bastante entre ellos. Están lejos del desborde y la originalidad de los mejores yanquis que nunca ganan el Nobel (Pynchon, Franzen, Roth, De Lillo, Foster Wallace, Lethem…), escriben bien pero no arriesgan mucho, y por eso no alcanzan algo parecido a la genialidad. Arriesgo una síntesis para complementar la de Belcore: los novelistas ingleses contemporáneos se parecen bastante a Martín Kohan.

07/10/2017 – Sábado

Me levanto temprano y salgo apurado a llevar estudios a uno de los miles de consultorios médicos por los que he tenido que desfilar este año. No hay nadie en el lugar, pero igual me hacen esperar, supongo que para amortizar la sala de espera. Es un lugar amplio que consta de una recepción y dos filas de sillas incómodas, de fondo me llega el sonido de un televisor que no logro ubicar, en el lugar sólo estamos mi madre, yo y el recepcionista, un joven bastante amable y diligente. En un momento se aburre y empieza a llamar para confirmar turnos para el lunes, lo hace con el manos libres y logro escuchar cuatro o cinco conversaciones, los futuros pacientes parecen no estar muy contentos con que los llamen desde una clínica un sábado a las 9 de la mañana, pero el muchacho sigue llamando y yo me alegro de que esté despertando a todos. Después tomamos un café en el Havanna de Peatonal Sarmiento, uno de los lugares con peor atención de toda la provincia, sin embargo a mi madre le gusta ese lugar porque reciben Los Andes Pass, la adaptación vernácula del Club La Nación. De a poco se empieza a llenar la peatonal de gente, me encuentro con varios conocidos, mucho de los cuales no me reconocen por la barba. Como, a pesar de vivir en pleno centro, casi nunca voy demasiado lejos los sábados antes del mediodía, me sorprende un poco que tantos mendocinos sigan con la vieja costumbre de ir a la peatonal a tomar café y pasear los sábados a la mañana, un ritual que consideraba extinto hace años y sin embargo parece conservar cierta vigencia.
Por la tarde voy con mi cuñado y mis dos sobrinos mayores a ver el partido de rugby entre Argentina y Australia al estadio Malvinas Argentinas. Todo transcurre con total normalidad y cuando termina el partido, mientras caminamos hacia la playa de estacionamiento, decidimos ir a comer una pizza a Capri, pero como las 30.000 personas que llenaron el estadio parecen haber ido en auto nos demoramos cerca de una hora y media en dejar el la playa cuya única salida forma una especie de embudo infernal. Cansados de avanzar un metro cada 10 minutos decidimos volver a estacionar el auto y comer unas galletas saladas con una cerveza, parados en la semi-penumbra, mirando el incesante desfile de coches. Cuando logramos salir son las 11 de la noche, llego a casa hambriento, cansado y de muy mal humor.
Antes de irme a dormir me pongo a escuchar música mientras reboto azarosamente en internet, llego a una foto vieja, en blanco y negro, en la que aparece un muchacho con la ropa sucia, sentado en lo que parece ser una cortina metálica enrollada, leyendo un libro sin tapas, delante de él hay una montaña de libros rotos, detrás se ven las ruinas de una biblioteca repleta con más libros. Uso el buscador de imágenes de Google y no encuentro el nombre del fotógrafo, pero sí las circunstancias: la foto fue tomada en octubre de 1940 en Londres, tras un bombardeo nazi. En ese contexto parece una historia interesante: en medio de la destrucción de Londres, el muchacho deambula cubierto de polvo por una gran ciudad destruida, al ver expuestos y abandonados los libros que antes miraba con codicia y resignación en la vidriera del local no tiene mejor idea que sentarse a leerlos. Alguna vez he fantaseado con la idea de una ciudad arrasada, un paisaje apocalíptico con calles desiertas y todas las puertas abiertas, creo que iría también por los libros a varias librerías, pero en vez de leerlos ahí me los llevaría hasta mi casa. En ese sentido envidio un poco al muchacho de la foto.

08/10/2017 – Domingo

A pesar del cansancio y la tensión que arrastro de toda la semana me despierto a las 9 y no logro volver a dormir, me levanto, desayuno solo y me pongo a leer los diarios por internet. Rápidamente pierdo el interés y me pongo a experimentar un poco con mi descubrimiento más reciente: Google Ngram Viewer, una herramienta que busca palabras en todos los libros digitalizados que hay en Google Books (son varios millones). Hay libros desde 1800 hasta 2008 y se puede limitar la búsqueda por idioma. Además de palabras aisladas, el motor busca cadenas de palabras, términos, expresiones, nombres, etc. Lo interesante no es tanto la búsqueda bibliográfica (que funciona bien) como la herramienta estadística, porque muestra la evolución en el tiempo de la proporción de libros que contienen determinadas palabras. Hice varias pruebas comparando expresiones en desuso (rufián, mozablete) con palabras más nuevas (chabón) con buenos resultados, obviamente se puede hacer un uso más complejo para estudiar la evolución del lenguaje. También probé con hechos históricos y con autores para ver cómo evoluciona la cita y la bibliografía. Por ejemplo Platón Sartre y Foucault entre 1950 y 2008, obviamente antes del mayo francés Foucault no aparece nunca, pero a partir de 2004 es el más citado. En fin, son solo pruebas, pero intuyo que la herramienta es de una enorme utilidad para filólogos, investigadores, bibliotecarios y, por qué no, para curiosos aburridos un domingo a la mañana.

Paso la tarde en Dorrego visitando a mis padres. Vuelvo caminando por las calles casi desiertas, apurando el paso como antídoto contra la depresión dominical vespertina. Me pongo a tomar mates mientras leo Aullido, el largo poema generacional de Allen Ginsberg que está en la Antología de la poesía beat. No es un poema fácil de asimilar, y cada lectura es nueva. Ginsberg es el más sofisticado de los poetas beats, comparte el ritmo infernal y ciertos temas con sus compañeros de generación, pero sus poemas están atravesados por las influencias de Blake y Williams Carlos Williams entre otros, lo que los convierte artefactos poéticos más complejos que los de Kerouac, Corso y Ferlinghetti. Leo también Patterson, otro poema suyo más corto y cuya sencillez es sólo aparente. ¿Así que la poesía es para escritores y lectores perezosos? ¿Así que leer poesía ahorra esfuerzo y tiempo? Eso me han dicho un par de conocidos muy aficionados a la literatura, creo que leen mal. Probablemente se trate de algún tipo de obsesión o de limitaciones intelectuales mías, pero ciertos poemas, como estos de Ginsberg, me demandan más concentración y tiempo que 30 páginas de cualquier novela realista, claro que también me producen más placer. Después cena, baño y tele hasta la hora de dormir.
Así se va el domingo, así se va otra semana más, sin avanzar un puto casillero en esta ajedrez lenta y traicionera de la realidad, que yo todavía no aprendí a jugar demasiado bien.

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