Diario de un mal año (50)

Diario de un mal año (50)

«Aprendí dándome golpes. La verdad nos llega a los golpes.
Lo más absurdo es que creemos que la lección va a ser útil
para la próxima experiencia, pero nunca es así ya que cada
vez las cosas son diferentes…»
(Phillip Roth)

21/05/2018 – Lunes

La semana 50 empieza con viento frío y nubarrones grises. La gripe de mi madre me obliga a duplicar la actividad doméstica: levanto niño, compro comida, tiendo camas, lavo ropa, tiendo ropa, cocino almuerzo. En el medio tengo tiempo para un par de mates y algunas páginas de Atwood, pero la mañana de matices invernales se me va rápidamente en ese tipo de minucias. En el colectivo hacia la escuela, rápidamente se disipan los nubarrones y aparece un tibio sol con la promesa de una tarde más cálida y luminosa. Sentado en un banco soleado de Plaza Italia, leo un rato Catulito, de Raimondi. Grasso me había hablado hace varios meses de este librito y de su gestación como reacción al clima conservador imperante en una universidad de Bahía Blanca en los 80’. Son traducciones de algunos poemas de Catulo a un español rioplatense y actual que hizo Sergio Raimondi cuando estudiaba letras en la Universidad Nacional del Sur. El libro tiene además un prólogo escrito para la primera edición y un posfacio de 2016 del mismo Raimondi, que relaciona la traducción con la censura y proscripción del peronismo y le otorga al libro cierto peso y espesor político. Gaius Valerius Catullus, más conocido como Catulo, fue un poeta latino que vivió en lo que hoy sería Verona, entre los años 84 a.c. y 54 a.c. Los escasos 30 años de vida le alcanzaron para escribir 116 poemas, 24 de los cuales están en este librito de Raimondi. Los textos abarcan temáticas variadas que van desde la muerte de un gorrión hasta la diatriba contra sus enemigos, mucho más personales y cotidianas que los temas de la poética mitológica y épica de la tradición griega. En ese sentido su poesía es innovadora y me hace pensar que la célebre «literatura del yo» no es ninguna novedad y que Blatt le afanó todo a Catulo. Sobre la obra Catulo pesan siglos de traducciones pudorosas que, regidas por la moral católica, ejercían una especie de censura consistente en adulterar de manera grosera algunos versos e inclusive omitirlos. En este libro está uno de los poemas que más dolores de cabeza provocó entre esos remilgados traductores antiguos, el poema 16, que empieza diciendo “Pedicabo ego vos et irrumabo / Aureli pathice et cinaede Furi, /” cuya traducción en la versión de Raimondi es: “Los voy a coger y me la van a chupar, /  Aurelio pajero y Furio maricón, /”, que podría tener alguna que otra variante, pero como el latín es tanto más exacto que el español y deja muy poco lugar a controversias, no podría cambiarse mucho el sentido de lo escrito sin falsificar el poema y por eso, supongo, este poema estuvo totalmente censurado durante varios siglos. Pero al margen de esas interesantes anécdotas históricas, la lectura de Catulo en este tipo de traducciones es estimulante e invita a volver a la literatura antigua con interés, de hecho por momentos me parece que Catulo es mucho más innovador que algunos poetas contemporáneos.
Hace como 6 o 7 meses que veo en los estantes de Leviatán el lomo rojo con letras blancas de Visiones de Cody en la edición tapa dura de Grijalbo (Barcelona, 1975), con introducción de Ginsberg, traducción de Marcelo Coviar y una serie de notas preliminares de Corso y Kerouac, una joya. Hasta hace poco era la única traducción que existía, ahora en España lo sacó una tal Editorial Escalera o algo así, carísimo y poco confiable. En fin, pasaron varios meses, es un libro caro, sí, porque es difícil de conseguir y además es una joya, pero nadie lo compró, asique hoy a la tarde fui y me lo compré. Ya no lo volveré a ver ahí, ya no respiraré aliviado al entrar a la librería y comprobar que sigue en su lugar, ahora podré prestarle atención al resto de los excelentes libros que tiene Leviatán. Y Cody estará a salvo en mi biblioteca, al lado de Los subterráneos, En el camino y los otros. Según John Clellon Holmes es la mejor novela de Kerouac, tal vez exagere un poco Holmes, pero una breve ojeada en el viaje de vuelta me dio la pauta de que no me voy a arrepentir de la adquisición. En la librería tomamos unos mates con el Tupac, Cuello y Rosales, después me tuve que ir a hacer varias diligencias y volví a Dorrego en colectivo de noche. En casa seguí un rato con Catulito y después retomé a Atwood.
Poca TV y poco internet hoy. Poco trabajo también. Se acerca el día de la patria, y después el mundial, habrá que aguantar un brote irracional e hiperbólico de imbecilidad nacionalista por un par de meses, escarapelas en las solapas, banderas en los balcones y todas esas cosas patéticas. Quiero comprar LEBACS, pero no tengo dinero.

22/05/2018 – Martes

No hay caso, no logro que esto arranque, no alcanzo a arreglar las cosas. Me refiero a mí, claro, a mi salud psicológica, a mi estado de ánimo y, por consiguiente, a mi experiencia concreta, a mi vida. Tengo la misma sensación que tenía a veces cuando programaba en php: cada vez que creo haber solucionado una parte empieza a funcionar mal otra, no consigo encontrarle la vuelta. Me levanté a la mañana e hice lo de siempre, caminé hasta el centro, volví con mi hijo, lo puse a hacer tarea, le preparé el almuerzo…, en el medio algo pasó y me desanimé, no hice las cosas que me había propuesto hacer por la tarde, no le encontré sentido a las cosas que me venían sosteniendo, a los proyectos que inventé para mantener algo de fe en el futuro, me boicoteé. Es que lo artificial no funciona, no sé mentirme durante mucho tiempo. Y no hay nada dramático en esto, simplemente no funcionó, hoy no funcionó. Los rencores, el pasado, el miedo al futuro, me volvieron a traicionar. Después de eso una pasiva lasitud se apoderó de todo, quedé indiferente a la belleza y la vastedad del mundo, pero también a la oscuridad del laberinto en el que yo me pierdo solo. Escuché un rato música con algo de nostalgia, triste, sí, pero más resignado, esperando que pase. En fin, supongo que morderse la cola es parte del juego, claro, pero estoy un poco harto (ya lo he dicho) de empezar siempre de nuevo.
Leí dos veces a Catulo en las versiones de Raimondi y me acordé de algunos poemas de Gastón Moyano, el humor, el uso de los diminutivos, la alusión a determinados tópicos y los procedimientos de adjetivación de algunos versos del poeta mendocino tienen algo en común con estas traducciones. También leí a Atwood, sigue igual de prolija y elegante, por momentos esa elegancia se vuelve monocorde. También hay un par de excesos en las descripciones y un abuso del flashback como recurso. Pero es algo subjetivo y personal, prefiero la literatura con más matices, más humor, más ironía, más sorpresa, de todas maneras el libro está bien, no aburre, mantiene la tensión a pesar de esas mesetas. Por la noche me llamó Antich y hablamos un largo rato, me dijo que empezó a leer a Maugham, a quien yo leí muchísimo hace como 15 años, voy a buscar algunos libros que tengo por ahí y se los voy a pasar.
Día difícil, hoy volví a la idea de irme en el corto plazo de Mendoza, sería perder la relación con mi hijo, sí, pero lo veo como una forma de dejar atrás todo lo que pasó. Es claramente otra forma de autoengaño, irme nunca solucionó las cosas, Cavafis lo dice mejor:

La ciudad
«Dijiste: «Iré a otra tierra, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de haber mejor que ésta.
Cada esfuerzo mío es una condena dictada;
y mi corazón está —como un muerto— enterrado.
¿Hasta cuándo estará mi alma en este marasmo?
Adonde vuelva mis ojos, adonde quiera que mire
veo aquí las negras ruinas de mi vida,
donde pase tantos años que arruine y perdí.»
No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas
calles. Y en los mismos barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
Siempre llegarás a esta ciudad.
Para otra tierra —no lo esperes—
no tienes barco, no hay camino.
Como arruinaste aquí tu vida,
en este pequeño rincón, así
en toda la tierra la echaste a perder.«
(Constantino Cavafis, 1911)

23/05/2018 – Miércoles

Mañana fresca, por el horizonte asoma una promesa de sol radiante. Encontré mis auriculares y salí temprano, como en las viejas épocas, escuchando música desde el teléfono, ajeno al monótono eco del despertar urbano. Parece trivial, pero andar por la calle con música en los oídos cambia un poco la perspectiva de las cosas, las mejora. En Buenos Aires lo hice a diario durante años, después vine acá y, dado que los viajes a pie o en transporte público son más cortos, perdí la costumbre y también los auriculares. El gran problema es que no instalé un buen reproductor y Google Play Music no permite escuchar por carpetas, y se me mezclaban temas de Nirvana, Spinetta y Cafrune, pero pronto lo solucionaré. Después de encontrarme con mi hijo anduve por el centro de aquí para allá, por bancos, cajeros, ópticas, casas de costura y locales de comestibles, haciendo diligencias para los demás, como siempre. Llegué a casa cerca de las 11, cuando los rayos del sol ya habían disuelto el frío matinal. Me enteré por las redes sociales que ayer murió Phillip Roth, uno de mis autores norteamericanos preferidos, no sé si se lee mucho en Argentina, no lo escucho nombrar demasiado, pero en mi canon personal está a la altura de Don Delillo y de Thomas Pynchon. Escribió muchos libros, yo leí seis o siete y todos me parecieron excelentes, Pastoral Americana y El mal de Portnoy son los que más me gustaron. Ojalá que su muerte sirva para que lo reediten, porque hay cosas que no se consiguen mucho.
Llevé y traje a mi hijo de la escuela y me llevé para leer en los tiempos muertos un libro de poesía de Wilcock, reconozco su enorme talento, su sensibilidad artística y su oficio literario, sus relatos y sus novelas son geniales, en cambio sus poemas no me gustaron nada, demasiado líricos, demasiado anacrónicos, un poco etéreos, un poco ñoños, por ahí son buenos, pero no es lo mío. Después pasé la tarde leyendo a Trakl, más oscuro, más mórbido, pero menos empalagoso. También leí mucho a Atwood, su famoso libro de la criada no es malo, para nada, pero está sobrevalorado y esa sobrevaloración genera expectativas desmedidas que, al menos en mi caso, provocan cierta decepción. También estuve con el enorme Mario Santiago Papasquiaro por culpa del Tupac que me pidió algunos de sus libros en formato digital.
Solucioné el tema de la presbicia (que empezó a manifestarse cuando cambié los lentes de contacto por los anteojos) con unos lentes que usaba mi padre para leer. Otra vez el dólar, otra vez la incertidumbre financiera, esto no va a parar hasta que empiece el mundial. Nadie viene, nadie llama. El día pasó, como suele decirse, sin pena ni gloria, quedaron algunos vestigios de la crisis anímica de ayer, pero no tuve demasiados problemas para hacerme el boludo con eso y, como siempre, la literatura fue de gran ayuda.

24/05/2018 – Jueves

El poder, al menos en Argentina, es efectivo en infiltrar ciertos dispositivos culturales en el subconsciente social, de manera casi imperceptible se siembran algunos pequeños cambios de paradigma que terminan teniendo, a veces, impactos contundentes en las formas de producir sentido de vastos sectores sociales. Son cambios cuyo impacto en las conductas, en las formas de pensar, producir y relacionarse de la gente se prolonga más allá de un periodo de gobierno o del ciclo político que los engendra. En los 80’ la primavera democrática dio lugar al progresivo abandono de comportamientos conservadores. Los 90’ menemistas inculcaron en los sectores medios, una etérea frivolidad, un auge consumista y el eficientismo trucho de los tecnócratas. El corto periodo de auge y ocaso de La Alianza nos inoculó un puritanismo moral exagerado. La posterior transición de Duhalde nos dejó el desprecio por instituciones y corporaciones políticas y empresariales. Durante el kirchnerismo surgieron y se consolidaron de manera sistemática discursos ligados a la corrección política, el anti-imperialismo light y selectivo, y un izquierdismo vulgar de sectores bastante burgueses y reaccionarios, a la vez que se sobreactuaban conductas hipócritas, típicas del progresismo culposo de clase media. ¿Y ahora? ¿Qué tipo de discursos, dispositivos culturales y formas de producir sentido está sembrando el macrismo más allá de su ideología y de sus políticas concretas? Después de dos años y pico creo que es posible identificar la matriz discursiva y filosófica que, de manera imperceptible, empieza a dominar las formas de producir y relacionarnos: es el paradigma amplio de la autoayuda, que incluye temáticas como liderazgo personal, coaching empresarial, inteligencia emocional, motivación, etc. Es fácil advertir la proliferación de argumentos a favor “la confianza en uno mismo”, “la productividad personal”, “alcanzar los sueños”, “pasión por hacer”, “perseguir la excelencia”, “el espíritu emprendedor”, etc., etiquetas tan atractivas como ambiguas, términos que por sí solos no tienen nada de malo, pero que se enuncian y se ponen en práctica desde la más estúpida de las superficialidades. Son argumentos hiper-simplistas y tranquilizadores que siempre han existido, claro, pero que se han popularizado mucho en los últimos dos años, e intuyo que esto ha sido (voluntariamente o no) promovido desde el poder. Desde la conocida afición del presidente a los cursos de “El arte de vivir”, hasta la célebre arenga “Sí se puede”, pasando por la inclusión de Alejandro Rozitchner como asesor presidencial, se pueden hallar innumerables signos de esta inclinación filosófica en los máximos responsables del gobierno; y elementos de este tipo ya pueden encontrarse en los discursos, conductas y actitudes de muchas personas de a pie. Peligroso, porque en realidad la autoayuda (y sus sucedáneos) no es más que un compendio de lugares comunes, una reformulación muy simplificada de preceptos morales antiguos (a veces, inclusive, anacrónicos) que promueven una visión deliberadamente parcial de la vida y un egoísmo desmesurado y salvaje que a la larga destruye la vida de quienes los ponen en práctica (lo he visto de cerca y lo voy a volver a ver). Pero eso, la falacia de la autoayuda, es otro tema que da para muchas páginas, lo que me interesa es señalar esta nueva tendencia discursiva y estética, porque creo que nada bueno puede salir de ahí.
Jueves con ropa de viernes por el feriado de mañana. Fui al acto de mi hijo y me fumé el adoctrinamiento nacionalista de las escuelas. Traté por todos los medios de reconciliarme con el mundo, por momentos lo logré, por momentos no, hay circunstancias inevitables a las que me expongo, pero así es siempre. Por la tarde pasé a tomar mate y a charlar con el Tupac. Por la noche vi tele, escuché discos viejos, cené bien. No leí casi nada. ¿Fue un mal día? ¿Fue un buen día? No sé. Una de cal, una de arena, esa es la vida real, compleja, ambigua, indeterminada. Los momentos malos son parte de la vida y hay que vivirlos, son experiencias que tenemos que pasar, los trucos que propone la autoayuda para evitarlos son artificiales y, a la larga, nos destruyen y nos hacen peores personas (de eso, créanme, también sé).

25/05/2018 – Viernes

Viernes feriado por ser el Día de la Patria. “La Patria”, ese concepto alegórico, subjetivo, escurridizo, que designa, más allá de la cáscara etimológica, un espacio simbólico o físico de pertenencia y afinidades. Quizás por rebeldía, falta de interés, o por simple ignorancia, siempre tuve cierto rechazo al nacionalismo acompañado por un profundo desapego a todas las cuestiones patrióticas. No siento orgullo de que el azar me haya depositado en estas latitudes, 1810 me queda lejos, no me siento en deuda con San Martín, ni con Sarmiento, ni con Belgrano, por más que lo intente no logro apasionarme con la vida de esa gente. No conozco a Messi, nació lejos de mi casa, no lo siento cercano a mí, no tengo nada en común con él. Ni con Maradona. Ni con Borges. No me siento parte de la historia, simplemente estoy aquí y hago lo que puedo. Tampoco me siento dueño de un territorio arbitrariamente delimitado, ni se me eriza la piel al ver la bandera o escuchar el himno. Esas fechas, esos símbolos, esos próceres no son mi patria. Mi patria es otra cosa.
Mi patria es mi hijo, su sonrisa, las manos de mi madre, la tristeza en los ojos de mi hermana, el recuerdo silencioso de mi padre.
Mi patria son las plazas de mi infancia, el recuerdo de la barba áspera de mi abuelo y el olor a eucaliptus de su casa. Mi patria son las tardes en el Boulevard Dorrego esquina Juan José Paso, antes de que ese Dorrego fuese “alto”. Mi patria son las navidades luminosas con mis primos, la luz exigua del kiosco que nunca cerraba, una pelota de plástico embarrada debajo del puente.
Mi patria es ese callejón innombrable de San José, los primeros cigarrillos en un baldío oscuro y nauseabundo, las caminatas fugitivas por la terminal en las mañanas de sábado.
Mi patria estuvo en los cines de Lavalle, en la barra de Capri, en el pool de la galería Tonsa. Mi patria está en el banco de una plaza del barrio Bombal, en donde me dieron el primer beso. En ese paredón largo de ladrillos en Godoy Cruz, donde descubrí que los hombres también lloran por amor. En esa esquina humilde de Las Heras en donde por primera vez sentí que amaba a una mujer. En los ojos claros de N. que todavía me persiguen algunas noches.
Mi patria son aquellos cigarrillos secretos y aquellos whiskys ilícitos con el Guille, dos días antes de irnos a Italia. El llanto de un amigo por una mujer, paredones pintados con aerosol, un amanecer con F. en Mar del Plata.
Mi patria son las noches de sábado mezquinas y tristes en el telo barato de la calle Maza, el eterno recuerdo de un amor que no fue, el llanto silencioso al amanecer en un bar de la calle Perú en 1998.
Mi patria son los libros que me salvaron la vida, los que me enseñaron a desconfiar del mundo y los que me ayudaron a escaparme de ese mismo mundo. Páginas de Céline y de Dickens, acordes de Charly y de Spinetta, las dobles funciones en el extinto Cine de la Universidad.
Mi patria es la estación Boedo de la línea E, la oficina kafkiana de una editorial en donde no entraba luz, los mates con Javi en el depósito, las tardes de lluvia, los viajes a La Plata.
Mi patria fue ese beso arriba de un tren en Bologna que no me animé a dar, la camiseta de Boca con la publicidad de Fate O que le regalé a una piba europea de ojos celestes, el libro de Puig que me regaló aquella hermosa cordobesa rubia una noche.
Mi patria es el limonero del patio de mi casa, la biblioteca que me dejó mi padre, las fotos que rompí, las cartas que quemé, la tumba de ese amigo muerto hace 11 años (hoy)…
… y también son los silencios, los dolores que no se nombran, la cobardía de los miserables que me traicionaron y me mintieron, la tristeza por los que dejaron de venir, los que dejaron de llamar, por los amigos que se fueron sin despedirse ni avisar.
Esas cosas y otras son mi patria, no los colores, no las arengas, no las fronteras de los mapas con división política. En donde estén esas cosas, en donde pueda preservar esos recuerdos y proteger a esa gente, va a estar siempre mi patria. La patria no es el otro, al menos no cualquier otro. Y sí, la patria está en peligro, siempre.

26/05/2018 – Sábado

Daniel Molina es un crítico de arte que en una época dictaba unos cursos sobre Borges en el Rojas (dicen que muy buenos) y que además es usuario intensivo de Twitter, en esa red social suele compartir sus opiniones, algunas reflexiones, fotos de obras de arte y, a veces, la hora. Creo que es un poco pedante y vanidoso, pero tal vez eso sea un prejuicio mío porque en realidad no lo conozco mucho. Es interesante lo que escribe cuando piensa a contramano de la época, últimamente está alertando sobre algunos excesos de ciertos movimientos feministas radicalizados, pone en duda que la lucha esté relacionada con más libertades, más bien cree que, en algunos casos, se está promoviendo involuntariamente desde esos sectores un retroceso hacia una moral sexual represiva similar a la instaurada en la época victoriana. Pero según Molina este lento retroceso empezó en los 90’ con el impulso de la corrección política progresista en las elites intelectuales de la costa este norteamericana. En fin, el artículo completo está aquí, no me interesa reivindicarlo o censurarlo, pero encuentro una relación íntima entre lo que vaticina Molina a futuro y la novela de Atwood. En Atwood los motivos son distintos, más drásticos, menos furtivos, pero el resultado es prácticamente el mismo, una vuelta a una cultura conservadora y represiva. Por supuesto que la novela usa los recursos de la elipsis y la hipérbole que le permite llevar los hechos rápidamente hasta una situación extrema en donde, por contraste, el desastre es evidente. Lo que dice Molina puede incomodar a muchos porque no es ficción, no nos alerta sobre una moral sexualmente represiva de ficción, si no sobre una verdadera cuyos motores están ya en marcha.
En Los Inrockuptibles subieron una entrevista que le hizo Nelly Kaprièlian a Phillip Roth en 2012. En un momento le preguntan por qué se incluye en sus libros como personaje (algo que habíamos estado charlando el sábado pasado con Taglia respecto de Dinero de Martin Amis y de El mapa y el territorio de Houellebecq), Roth dice que es un recurso que le afanó a Gombrowicz en Pornografía. También le preguntan si disfruta escribiendo y contesta: «Salvo algunas pocas excepciones, cada uno de mis libros fue un calvario. Hay oficios muy pesados, ¡y escribir es uno de esos!», de nuevo el trabajo, el esfuerzo, el sudor, el sufrimiento como vectores, salvo poquísimas excepciones no hay grandes novelas escritas en 4 días, ni grandes canciones compuestas en 2 días, ni grandes cuadros pintados en 8 horas, eso es mercancía efímera, entretenimiento, artesanía, decoración, las grandes obras, las que pasan a la historia, las que sobreviven a su autor, llevan meses y tal vez años de sudor después del envión inicial de la inspiración. También dice que si pudiese volver atrás y elegir, no volvería a ser escritor. Hay muchas otras cosas interesantes, es una buena entrevista y Roth es un grandísimo escritor, ahora que murió voy a leer algunas novelas suyas que me faltan.
Pasó el feriado, sábado de nuevo. Pasé todo el día trabajando, una locura, tanto tiempo destinado a algo que probablemente lleve a un desierto desolado y sucio, pero si en el camino logro algo, tal vez al llegar, esté en dedua con ese desieto, por más que no tenga nada para ofrecerme. En fin, mucho esfuerzo, muchas dudas, muchos miedos, pero es lo que necesito ahora para no pensar en mis fantasmas. A la noche fui a buscar a mi hijo y después estuve en casa charlando con mi primo hasta tarde. Los sábados a la noche cada vez me cuestan más, antes me gustaban los fines de semana, ahora son una tortura, prefiero la rutina monótona de los días normales, en donde no tengo demasiado tiempo para preguntarme cosas. Llegué fundido a la noche, pero me quedé un rato solo leyendo de a ratos y viendo una película vieja y mala en la TV. Algún día también deberé romper este aislamiento y salir de nuevo a conocer más gente, pero no es el momento.

27/05/2018 – Domingo

Me levanté decidido a hacer asado. En la carnicería mi madre consiguió una tapa de paleta impresionante y chorizos, compré para ensalada, compré pan y cuando estaba por prender el fuego me dí cuenta de que no tenía suficiente leña. Como me dio fiaca ir a comprar aliñé la carne y la metí al horno bien bajito con papas. Mientras se hacía el “asado” hablé por teléfono con amigos, ordené mi dormitorio, traté de arreglar la bicicleta de mi hijo sin ningún éxito, leí y jugué un rato con el niño, todas cosas que no hubiese podido hacer con la carne en la parrilla. Tuve tiempo incluso, de ir hasta el centro en el auto a buscar unos libros que, se rumoreaba, estaban en la basura, pero eran todos libros arruinados por el agua y para nada interesantes y volví con las manos vacías. Vinieron a almorzar mis dos sobrinos más grandes y después vinieron otros dos más chicos, los llevé a la plaza y jugamos un rato al fútbol ahí. También tuve tiempo de leer un rato, me llevé La ola que regresa, que es un volumen con tres libros de poesía de Fabio Morábito, me lo recomendó hace años Federico Gori y cada tanto lo vuelvo a leer porque me gusta mucho, esta vez encontré una similitud entre el estilo de Morábito y el de un amigo de Mendoza que también escribe poesía, le mandé un mensaje comentándole mi hallazgo y quedé en prestarle el libro.
La tarde en la plaza transcurrió apaciblemente, impregnada de nostalgia y silencio dominical. Al caer el sol llevé a mis sobrinos a su casa y volví a la mía. Bañé a mi hijo, le di de cenar y después me quedé leyendo en el sillón del comedor. También traté de darle cierta previsibilidad a la semana que empieza, pero ahora que las cosas de los demás parecen haberse encarrilado y puedo dedicar más tiempo a mis cosas, no sé muy bien para dónde arrancar. Es decir, se me ocurren cosas, pero de ninguna estoy seguro, además debo tener en cuenta los súbitos bajones de ánimo que todavía no puedo controlar y me arrastran a las oscuridades del rencor, el dolor y la culpa. En definitiva: no saqué nada en claro, sólo sé qué voy a leer cuando termine con Atwood, aunque ni eso es seguro. Una vez un amigo me dijo que no podemos elegir el momento en que la vida hace un punto de inflexión, que esas cosas ocurren (cito textual) “…un martes cualquiera de mayo, a las 7 de la tarde, cuando el sol ya se ha escondido, todo parece triste y vamos caminando de vuelta a casa…”. Bueno, este es el último martes de mayo, quizás…
Uffff!!!, cuanta banalidad, qué poco interesantes son mis domingos, aunque el resto de mis días, al menos este año, tampoco han sido una locura. Llegué a 50 semanas de esto, podría cortar acá y darme por cumplido con lo que hay, pero voy a hacerle honor al “año” del título, y voy a registrar tres semanas más, el final va a coincidir con el inicio del mundial, podría repetir lo del 2014 e iniciar otro Diario del Mundial, no lo descarto, pero tengo otros planes alejado de internet. Se va mayo, el año está irremediablemente perdido.

La patria esta en peligro

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